Padre e hijo se unen en silenciosa batalla a cada lado de la mesa. De pronto, la arcada se repite y es incontenible, como un ruido seco de algo que se parte en la garganta. Jano escupe la carne y apenas tiene tiempo de girar la cabeza antes de largar un vomito en catarata a la alfombra, justo a los pies de Tadeo que siente una ambigua mezcla de diversion y pena. Pero dura poco, porque no tarda en sobrevenir el miedo. El padre cierra los ojos por un instante y aprovecha para cruzar los cubiertos sobre su plato que todavia tiene restos de comida.
– Te ayudo -dice y hace un gesto como para levantarse, pero ella lo detiene con la fuerza de la mirada. Antes de que Jano recupere el aire, le cruza la cara de un sopapo y lo manda a dormir. Luego, ajena a su marido y a Tadeo, solo puede ver los despojos inmundos sobre la alfombra y vuela a la cocina a buscar un balde con agua y unos trapos que la liberen rapidamente de ese caos en el que, de pronto, se ha transformado su vida. El padre se levanta en silencio y le hace un gesto a Tadeo para que lo siga. Encienden el televisor con el volumen muy bajo, tan bajo que los sollozos de Jano llenan el aire y se mezclan con las puteadas de ella, un rencor que va destilando desde una amargura mucho mas honda que cualquier rabia por una cena estropeada.
Marga se dejo ir en un sueno abisal. Su cuerpo extendido en la cama era un obstaculo mas para Tadeo, pero decidio que terminaria con algunos detalles pendientes dentro de la casa antes de despertarla y mandarla a la suya. La observo. Con la sabana cubriendole apenas los tobillos, era un mar de carne cruda surcado por aquellas varices terribles que ahora descubria de varios colores, como si un Pollock desquiciado hubiera experimentado en la tela de su piel. Una hora antes el habia estado metido en ella y ahora se preguntaba que demonio de pasion habria conspirado para excitarlo con un cuerpo que, mirado a la fria luz de la saciedad, era todo menos agradable. Y, sin embargo, no era asco lo que sentia, sino una pena intima, una pena que los incluia a los dos. El se sabia parte de ese otro cuerpo, como si en todos esos anos de andar alejados no hubiesen hecho otra cosa que castigarse por aquella separacion. Cada venita roja, cada varice azulada o verde, las paspaduras entre las piernas, los codos asperos de Marga eran el reflejo de su poco pelo, de sus arrugas, de su vientre abultado y de las muelas que faltaban cuando abria la boca para bostezar. Asi estaban, eso eran treinta anos despues, el despojo de un amor que no supieron defender.
Encendio la radio con el volumen bajo: el abogado defensor de los estafadores, sometido al metrallazo de la gente que llamaba para insultarlo, y el periodista que abria la cancha con un placer evidente. Tuvo un impulso de unirse al linchamiento telefonico. ?Como era posible que alguien pudiera dar la cara por aquella caterva de manosos almidonados? Recordo lo que un abogado amigo le habia explicado una vez que defendio al violador de una bebita y Tadeo lo increpo con dureza porque no se le ocurria otra reaccion que estrangular al degenerado, torcerle el cuello de a poquito para mirarlo sufrir. Esa tarde hubiera estrangulado a su amigo tambien. Pero el dijo lo que, sin duda, tantas veces habia tenido que repetir, no como excusa, sino como explicacion: que alguien debia encargarse de que el tipo recibiera una pena justa. “Puede ser”, le habia contestado Tadeo, “pero es dificil entender que puedas levantarte cada dia, poner el piloto automatico, afeitarte frente al espejo -la hora de la verdad para cualquier hombre- y creer con honestidad que vas a trabajar en lo que te gusta cuando tenes que defender a semejantes hijos de puta”.
No quiso escuchar mas. Ya bastante se castigaba repitiendose que por avaro se habia dejado tentar con aquellos intereses disneylandicos, y de un plumazo se habia quedado sin una moneda mas que lo poco que tenia escondido en el cajon de la cortina, un escondite ridiculo, como los libros, como el colchon, como la heladera. Cualquier raterito aprende eso en el preescolar.
La radio debio de sacar a Marga del sueno. Se sento en la cama y subio la sabana hasta el cuello con una cara de terror que recordaba a los ninos cuando se pierden en el supermercado y
– ?Que hora es? -pregunto sin la menor ternura.
– Una y veinte. ?Queres comer algo?
Dijo que no, y el le ofrecio cafe, pero tampoco quiso.
– Me voy a casa.
La miro desconcertado. Hubiera podido recordarle que hacia muy poco habia dicho que no volveria mas alli, pero de golpe entendio que acababan de matar lo que quedaba de su juventud y que cualquier esfuerzo por retenerla terminaria siendo un lamentable intento.
– Como quieras. ?Te acompano?
– Pido un taxi.
Fue hasta el telefono, se detuvo y lo miro.
– Vas a pensar que estoy loca.
El sonrio con tristeza, casi asintiendo.
– Yo tambien hago cosas raras muchas veces. No pasa nada.
– Es que me porte como una loca.
– Te dije que no pasa nada, Marga. Ya esta.
A esa altura le molestaba tenerla en la casa y queria sacarsela de encima sin mas preambulo, pero ella seguia escribiendo el guion de aquel encuentro. Supo que nada iba a impedir que hablara y se preparo para escuchar sin emocion ni deseo.
– No deberia quejarme; soy muy injusta. Billy me quiere y es un hombre bueno. Tenemos cinco hijos. Hoy habia tres; los otros estan estudiando en Houston. ?Cinco varones! Ninguno se parece a mi. Tengo una casa de dos plantas, con jardin, una piscina -se detuvo para sonarse la nariz-, dos perros. Billy acaba de cambiar su auto y yo me quede con el de el…
Tadeo escuchaba y todo iba resultando asquerosamente previsible. Las palabras comenzaron a atravesarlo y ya no oia mas que el sonido que rebotaba en su desprecio. Con gusto le hubiera preguntado por que lucia tan mal si era asi de feliz con el tal Billy, los cinco hijos, la casa de dos plantas, el jardin, la piscina, el auto y los perros; pero ya ni siquiera le importaba herirla. Queria que se fuera y devolverla al pozo de los recuerdos de donde nunca debio dejarla salir.
… que ahora nos veamos mas seguido. Jano va mucho por casa. Los chicos lo adoran. Seria genial si se amigaran, ?no?
La mirada de Tadeo debio de haber sido elocuente, porque Marga no insistio. Dejo una tarjetita sobre la mesa, pidio un taxi y se fue acarreando su humanidad rumbo a la vida que por segunda vez elegia. No volteo para saludarlo y el cerro la puerta apenas salio, sin esperar que desapareciera escaleras abajo. Solo entonces cayo en la cuenta de que, mientras estaban en la cama fumando cara al techo, como un rayo habia atravesado su mente la idea romantica de que Marga hubiera aparecido justo ese dia porque estaban predestinados a morir juntos. Frente al espejo se sorprendio de lo viejo que estaba, como si fuera un conocido que hacia anos no veia y, de pronto, se topaba con el al doblar cualquier esquina.
– No me digas nada, Doc, soy un imbecil -dijo-. Ella pudo adaptarse.
El padre esta abatido desde que la madre se mato. Cualquiera podria pensar que es la muerte de su esposa que lo mortifica, pero hay un dolor mas intenso, una brasa ardiendole en el pecho cada vez que recuerda. Lo que mas le duele es sentirse sustituido, cambiado como una media sucia. No podia ser peor la circunstancia, y el padre, lleno de humillacion, lleno de amor, tambien, debe concentrar toda su humanidad despechada en los hijos que lo necesitan. A veces, quisiera buscar a Ignacio y partirle los huesos; otras, la sacaria a ella de la misma tumba; muchas mas son las veces que se confunde en ese entrevero de amores y odios y ya no tiene claro ni su nombre, nada. Pero en ningun momento piensa en morir.
No ha querido tocar la ropa de ella. Cada tanto, cuando necesita traerla, se abraza a un vestido y se tiende en la cama a esperar el milagro. Y el milagro es un olor que se vuelve sepia en el recuerdo; y a ese olor se aferra para no dejarla partir, para que se quede un poco mas, solo un poco. Si la noche invita, no es un vestido, sino su ropa interior, mas intima que nunca, la espuma de las puntillas vuelta una piel ausente, piel de seda, piel rosa,