al mate. Que lo que quiere es algo que se escurre, pero cuya belleza reside justamente en su materia escurridiza, esto que solo deja despues una nostalgia en el corazon, bella tambien a su medida, pero no a la medida de su madre, o quien sabe, quien sabe si no tuvieron la culpa sus muchachas tisicas y sus huerfanos y sus locas de amor. ?No era la costurerita que dio aquel mal paso lo que le faltaba a la integral de Hamilton para ser perfecta? ?Como cabia en el Principio de Minima Accion un canillita que muere sonando con un poco de felicidad? Asi que eso era, al fin y al cabo. La gran Irene. Era lo que los otros habian hecho de ella. No, asi no. Era todo lo que ella habia hecho con lo que los otros habian hecho de ella. ?Todo? Esta nada ?era todo? Digamos que ella por el momento era pura posibilidad. Un bofe con cerebro. Al borde de la locura, al borde de la creacion, al borde de la imbecilidad, al borde del balcon. ?Como explicarselo? Con que palabras decirle que a lo mejor tambien este miedo, o esta conciencia de la nada, era una forma de su felicidad. Le cebo un mate. Guirnalda ya habia desechado el abaniquito y ahora le hablaba de un saco blanco, de conejo.
– Blanco -repitio, casi con delectacion-. ?Te parece que estara bien para mi?
– Seguro -dijo Irene y se sirvio una medialuna-. Te va a quedar barbaro.
– Despues se arruinan, claro -dijo Guirnalda, y se quedo pensativa-. Un saco blanco se arruina antes que los otros -Irene iba a decir algo amable u optimista o, quiza, meramente cortes. Pero Guirnalda volvio a hablar-. Igual, que me importa que no dure -dijo-. ?Cuantos anos me quedan a mi, al fin y al cabo?
Y sus palabras no sonaron melancolicas. Las pronuncio casi con alegria porque por fin ahora, despues de tantos anos, podia cumplir sin culpa un viejo sueno de dicha.
Dios mio, penso Irene. Hay que vivir tantos anos para aprender a vivir. Pero tampoco era eso lo que ella queria. Estaban frente a frente, cada una con su propia idea de la felicidad, cada una sin haberla alcanzado aun. Y sabiendo -por lo menos Irene- que ninguna de las dos iba a alcanzarla nunca.
– Ella se hizo uno, pero te digo, eh, la mona aunque se vista se seda, mona se queda. ?Viste un caballo alguna vez? Bueno, es hermoso comparado con ella.
Palabras que trajeron a Irene a la realidad, la convencieron de que esto de ninguna manera era un momento patetico y la colocaron ante un pequeno problema pedestre. ?Quien era ella? ?Que fue lo que se hizo? No habia dudas, en cambio, respecto de como le quedaba. Eso iba mas alla del concepto estetico que podia tener Irene sobre los caballos. Y aun la propia Guirnalda. Sus palabras debian ser juzgadas en conjunto. La pregunta:
– Esperate -dijo Irene-. ?Ella, quien?
– La hermana -dijo Guirnalda con decision-. Pero no la que tiene la sederia. La otra.
– ?Que sederia? -dijo Irene; por algun lado tenia que empezar.
– ?Que sederia va a ser? -dijo Guirnalda, impaciente- ?Te acordas cuando vos eras chica que jugabas en el balneario con una rubia de trencitas, que la madre era tan vistosa? Unos turbantes se ponia… Yo, la verdad, no se como se los ataba, pero llamaba la atencion.
– ?Y esa tenia una sederia?
– No, esa no. Que sederia, pobre. Una vida mas desgraciada tuvo siempre. El marido ya en esa epoca, ?te acordas que la corrio con un cuchillo que tuvo que tirarse por la ventana? Menos mal que vivia en el primer piso, pero la pierna bien que se la rompio. Bien rota.
– Pero, ?como? ?No era que los turbantes le quedaban sensacionales y todo eso?
– Y que. ?A vos te parece que todo es un turbante en la vida? Yo te digo la verdad, no le envidio los turbantes. Ni los millones.
– ?Tiene millones? -dijo Irene, ya sin ninguna esperanza de saber quien.
– Tener tiene, pero eso no es nada al lado de la hermana. Eso si, que me digas, es tener millones. Y que marido, tenes que ver. Que belleza de hombre. Ella, vos la ves y no das un centavo por ella. Se puede poner un ropero encima que da lo mismo. Es asi, ya lo dice el refran: la mona, aunque se vista de seda, mona se queda.
– Y entonces, ?que le paso?
– Y nada, que queres que le pase. Vos queres que a todo el mundo le pasen cosas. Es asi y asi va a ser siempre. Ya no la cambia nadie.
Seguro, penso Irene mientras iba a preparar otro mate. Ya no la cambia nadie. Tanto daba que fuera la de la sederia, la hermana, la que se caso con un multimillonario o la que el marido la corrio con un cuchillo. O aun la rubia de trencitas. Sea quien fuere ya habria nacido con eso, era fatal. De nada le valdria vestirse de seda.
Puso yerba nueva en el mate y se dio vuelta. Ahora Guirnalda tenia otra servilleta sobre las rodillas. Le habia plegado simetricamente las puntas y le estaba haciendo un nuevo y minucioso doblez. Esta decepcionada, penso Irene. O temerosa. Cada vez que Guirnalda venia, a Irene le pesaba la ausencia de un sillon. Se reconocia culpable por esta casa donde no habia un lugar en el que Guirnalda se pudiese sentir comoda. Un living con grandes sillones y un nene en un triciclo. ?Y Toto? En el estudio, mama; llamo que va a venir tarde; te manda un beso. Dios, no, que se jodiera Guirnalda, que no supiese donde sentarse, que le hiciera otro pliegue a la servilleta, pero esto no. Toto no.
– ?Y vos?
Irene, que llegaba con el mate, se sobresalto.
– Yo, ?que?
– Vos sabes lo que tu madre quiere para vos.
Bueno, ya empezamos.
– Si, mama -dijo Irene, con una mezcla de docilidad y de cansancio.
– Una madre solo quiere la felicidad de sus hijos.
Casi nada, penso Irene.
– Yo soy feliz asi -dijo.
– Si -dijo Guirnalda-, claro que sos feliz asi -porque pese a todo no podia aceptar que algo perturbara a su pequena flor-. Pero lo que yo digo es que me gustaria que encontraras -se interrumpio-. Que formaras tu hogar.
Casi nada, volvio a pensar Irene. Un hogar. Algo que de chica le hacia pensar en lenos ardiendo y en castanas que saltaban sobre el fuego mientras afuera caia la nieve, y ahora. ?Y ahora? ?Acaso algo habia cambiado? ?No sentia en este mismo momento una especie de tristeza, algo parecido a las ganas de llorar cuando pensaba en la palabra “hogar”, en cierta cosa que encerraba la palabra y que era inaccesible, solo un sueno, una nostalgia, una ventanita iluminada que se vislumbraba a lo lejos? O tal vez esto, este refugio que ella iba armando dia a dia, este lugar que era suyo y que era ella misma. Hace falta un alma para tener un hogar. Nada que ver con el nene en triciclo y con Toto que hoy viene tarde pero te manda un beso. Su hogar, al menos, no tenia nada que ver con Toto y con el nene. “Yo tengo mi hogar”, eso penso decirle, pero era una maldad, era aterrorizarla con algo que ahora, en cierto modo, hasta la enorgullecia. “Irenita vive sola, ella es asi”, pero que apenas Irene pronunciara la palabra “hogar” tendria el efecto de un golpe en la cara, instalaria esa soledad como un modo de lo normal, algo que a ella misma le producia terror.
– Pero no se trata de lo que a vos te gustaria. No puedo casarme asi porque si.
Todo iba entrando en un cauce normal, en una zona en la que nunca podrian entenderse. Que esperaba Guirnalda de ella. Tu felicidad, eso diria. Y sin embargo ella tampoco buscaba otra cosa que su propia felicidad. Y hacia bien, esta era su pequena flor: Guirnalda queria mostrarla al mundo gallarda y pimpante. Que importaba esta trepidacion, este tremolar del alma, al alma quien la ve. Y ni siquiera era tan simple como eso: tu idea de la felicidad alla, mi idea de la felicidad aca. No, a ella tambien, ah, si la tentaba. ?O ese hogar de panes y mieles del que hablaba Guirnalda no era acaso el contexto normal, la muneca sentada en la sillita de enfrente mientras la de flequillo suena con una muneca tan extraordinaria que ningun humano la habria podido concebir? Y podria hacerlo bien, como no, ella o una parte de ella estaba hecha para la vida cotidiana, para este compartido mate con medialunas y tambien, por que no, para el papel de la perfecta casada. Era capaz de representarlo a las mil maravillas, lo presentia a veces en el preciso instante de comprar la radicheta, una sensacion de irrealidad pero tambien una especie de alegria. Lo que habia que estudiar es si el rito de la radicheta tenia algo que ver con el de la perfecta casada, delantal con voladitos, una sonrisa de oreja a oreja y el sagrado olor de las panaderias esparciendose por la casa. Si, esto tambien era ella. ?Y la sacerdotisa?, ?aquella antigua elegida de los dioses?