?Como es posible que guardes las zanahorias en la alacena?

Habil, habilisima Guirnalda. De cualquier modo, era una de esas preguntas para las que Irene no tenia respuesta.

– Y, no se, las habre puesto distraida. ?No! -grito viendo que el senor Alegre estaba ahora en el balcon, a punto de tirar su veneno sobre el pequeno jardin de Irene.

– Les hace bien, senorita Irene, les mata todos los bichos. Hay una senora que

– ?No!

?Acaso no era de algun modo parecida a Guirnalda? ?No cuidaba ciegamente su pequeno jardin, sin siquiera averiguar si el filtro del senor Alegre podia hacerle algun bien? ?Estaba segura de que a las begonias no las cargoseaba un poco eso de cantarles tanto valsecito por las mananas?

– Esta bien, senorita Irene. No crea que soy un criminal -dijo el senor Alegre, pero se veia a la legua que estaba ofendido.

Silencioso, empezo a guardar su instrumental, mientras Guirnalda leia con atencion las instrucciones del paquete de polenta magica e Irene contemplaba el desorden que finalmente, despues de haberlo ahuyentado segundo a segundo durante estos quince dias, habia acabado por instalarse en su casa.

Ahi estaba. La polenta magica, y las zanahorias, y el estragon, y el olor a veneno perfumado inundandolo todo, y esta sensacion de inconsistencia que vuelve a arrasarla, que la coloca sin piedad en el centro del universo pero tambien en su mismisimo borde, mientras Guirnalda y el senor Alegre hablan sobre la juventud y el matrimonio y las cucarachas, y el balcon sigue abierto, esa mezcla de vida y de muerte que implica el balcon, e Irene querria dar un grito.

Pero no hay que alarmarse, madre tenemos todos y tambien un senor Alegre que quiere invadir nuestro jardin, y esta sensacion, a veces, de querer algo inaprensible, y este estupido deseo de ser felices, y este vertigo al mirar hacia abajo, y esta conciencia de lo infinitamente pequena que es la distancia entre la vida y la muerte. Lo cual, por fortuna, no nos impide la dulce liviandad de los actos cotidianos. Abandonar por ejemplo el balcon y acercarnos subrepticiamente a la mesita donde se ha constituido la catastrofe y sacar con disimulo una media semioculta que, inexplicablemente, habia ido a parar a la alacena y luego, aguantando a duras penas las ganas de reirnos, acercarnos al plato, elegir con sumo cuidado y, y por fin, darle un buen mordiscon a esta dorada y crujiente medialuna.

Y en esta jubilosa tarde de noviembre, bajo un cielo como otros, lejanos, que la habian hecho alabar la gracia de estar viva, al borde de la demencia, al borde de la muerte, al borde de encerrarse entre cuatro paredes a esperar mansamente, abyectamente la pudricion, ella era esta mujer tostada por el sol -?un poco nerviosa, tal vez?-, instalada en el asiento delantero de un Peugeot 404, color ciruela, y mirando de reojo al joven algo hirsuto que acababa de sentarse al volante. Menor que ella, eso era evidente, aunque el hirsuto debia pensar lo contrario, ?se animaria Irene a confesarle su verdadera edad si el se lo preguntaba? la pregunta seria una indiscrecion, pero el hirsuto no parecia Oscar Wilde. Al menos, no habia estado demasiado original cinco minutos antes, cuando Irene salio de la playita Carrasco, un poco borracha por el sol -siempre le pasaba, una embriaguez o un entumecimiento que le apaciguaba la conciencia al punto que a veces deseaba quedarse asi tendida para siempre, calcinandose como un gato, como una planta, como una piedra, ah, como una piedra-, y el, como surgido del muro de la costanera, se puso a caminar a su lado y le dijo: “Flaca, que tal si tomamos un trago”. Ella siguio caminando, aunque amenguo el ritmo. Esto no la sorprendio demasiado porque, en cierto modo, ya lo habia planeado asi un mes atras -como planeaba ella las cosas: echar una decision al viento y dejar que el resto lo hiciera esa voluntad subterranea que nunca torcia la proa, que poco a poco la iba socavando, la iba convenciendo de que tenia que ser asi, con un desconocido que solo sabria de ella la piel tostada por el sol; un mero instrumento, ?de que?, aun no lo sabia pero aca estaba en la costanera con el paso atemperado-. Al hirsuto sin duda lo alento esta alteracion del ritmo porque dijo: “Dale, flaca, que te cuesta. No perdes nada, ?no?”. El alma. ?Sabia el que en este mismo momento ella estaba captando los pedazos de algo que tal vez podria haber sido su alma, o alguna otra cosa unica e irrepetible que pedia a gritos resplandecer integra en el mundo y que se desarticulaba, se despedazaba, desperdigaba azarosamente sus fragmentos ante sus propios ojos? No, tenia razon el hirsuto. Que podia perder si nada era. “Tenes una sonrisa linda, ?sabes? ?Venis seguido a Carrasco?” Ella era legion, eso era lo bueno. Esto tostado, sin nombre y sin destino, que el muchacho veia y cuyo unico atributo interesante consistia en esta posibilidad de venir seguido a la playita Carrasco. “Bastante, si, me encanta el sol.” Ya estaba. Asi de sencilla era la vida. Sintio una especie de paz. Ahora era alguien de quien este muchacho tenia un dato. Me encanta el sol. ?Como lo estaria computando su cerebro? Trato de imaginarle un cerebro a este joven peludo que caminaba despreocupadamente a su lado. Muy probable que no fueran las palabras pronunciadas por ella las que lo ocupaban. Me encanta el sol. Y, sin embargo, que verdad habia en esas palabras. Me encanta, me deja encantada, como olvidada de mi misma, un mero cuerpo que se dora, que absorbe la poderosa vitalidad de este calor, algo placidamente desentendido de su destino. Pero el hirsuto solo pensaria: esta conmigo; si no, no hubiera dicho esa frase tan llena de entusiasmo; por donde abordarla entonces, que decirle ahora. “Yo tambien vengo muy seguido.” Esto amenazaba ponerse abrumador. Que sorpresa si ahora ella le decia: Ya hemos conversado bastante; ahora vamos a cojer. (Increible su sentido del humor aun en condiciones dudosas.) O si de pronto se tiraba en los brazos del hirsuto y se ponia a llorar sobre su pecho. O a aullar. Aullar y aullar hasta que se ahuyentase este barro oscuro que la anegaba y no la dejaba vivir. “Yo nunca te vi.” Ya estaba: mundanamente lo habia dicho mientras aminoraba aun mas la marcha aunque todavia sin detenerse ni mirarlo. La ceremonia debia ser gradual, como todo sacrificio. O rito iniciatico. ?Acaso esto no era una iniciacion? Asi lo habia pensado ella un mes atras, un acto que la instalaria con brutalidad en el mundo. Sin retroceso, y sin justificacion. “Yo si te vi a vos.” Ah, no; ella tuvo un sobresalto. Esto no valia, el no podia haberla visto antes, no debia saber nada de ella: no estaba en las reglas del juego. Lo miro por primera vez, interrogante; ?parecia asustada? “Tomando sol, en la playa; hacia un buen rato que te estaba mirando.” Ah, era eso: un chiste. El hirsuto tenia sus rebusques tambien. Perfecto. Esto si podia el mirarlo a sus anchas. Y ella, hasta sentirse un poco halagada, retrospectivamente halagada imaginandose al muchacho que contemplaba ese cuerpo inmovil ?y hasta cierto punto armonico? bajo el sol; un cuerpo que no sufria ni se desintegraba como ella -no, el muchacho no habia visto los pedazos desparramandose por el vasto mundo-; un cuerpo organizado como un cristal. “?Siempre venis sola?” “Si, siempre.” El dialogo venia facil, por suerte; no requeria demasiado esfuerzo de su parte. Avec quoi taillez vous le crayon? Je taille le crayon avec le taille-crayon. Tal vez era posible hacerse un lugarcito en el mundo y habitarlo muy oronda sin mirar a los costados: un lindo lugarcito en el que todo tenia su respuesta. ?A que es igual la raiz cuadrada de la suma de los cuadrados de los catetos? “Es una lastima; es lindo venir acompanado.” Una verdadera lastima pero tengo roto el corazon. “?No tenes novio?” Bueno, ya estaban entrando en tema. Respuesta peligrosa, emitio la pequena computadora, aun activa en algun rincon de su cabeza. Decir No podia devenir una calamidad si el lo asociaba con una hipotetica futura informacion -Edad: treinta anos-, ah, ah, asi que era ella, la que nunca tuvo novio y sigue releyendo como entonces el novelon sentimental en el que una nina llora en vano embargada por el mal de amor, ah, ah. Y decir Si, ?no la obligaria a un esfuerzo devastador, a la invencion de una historia con complicaciones? Divertidisimo, si ella tuviera a quien contarsela despues. Pero esta historia, Irene, a quien se la vas a contar. Basta, basta, nada de problemas. Ella era capaz de reaccionar con rapidez y destreza. “Mas o menos”, dijo, dejando la puerta abierta a todos los pecados o tragedias que el hirsuto fuera capaz de imaginar. “Ya se (el hirsuto parecia sentirse fuerte ahora: el era un hombre que conocia el corazon de las mujeres); te peleaste con tu novio.” Senor, aparta de mi este caliz. “Mas o menos”, volvio a decir ella. Y ahora si, valiente y decidida, se detuvo de golpe. “Pero mira, no tengo ganas de hablar de eso.” Una jugada realmente notable; el hielo se habia roto y ella emergia entre todas las que apacibles se habian dorado bajo el sol, con un pasado. Algo penoso o sordido o delictivo, pero carente de esa delicada trama que arma un pasado real, una tarde de lluvia en una muebleria de Lavalle, un cafe con medialunas en una desolada estacion de trenes de un pueblo que no conocian pero que los ponia melancolicos, el umbral de una casa de Palermo Viejo donde clandestinos y alborozados, comiendo a punados mani con chocolate, festejaron la llegada del Ano Nuevo, la busqueda, como de un abrigado refugio, del cuerpo familiar en mitad de la noche.

Nada. Un pasado como una caja negra. Un golpe magistral: el hirsuto tenia a que aferrarse ahora. Era peludo y saludable, y muy alto, de modo que Irene se sentia un poco incomoda, pero persistia en esto de mirarlo: ahora que habia llegado hasta aca, y bastante airosa, no estaba dispuesta a ceder posiciones. Ademas, el hirsuto le estaba diciendo que no tenia por que preocuparse: ella debia vivir este momento y se acabo. Tenia su filosofia tambien, iba por la vida cargando con su idea del mundo, convencido de que era una idea magnifica y que valia la

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