Pase un glorioso dia en la ciudad de Oaxaca. A ultima hora de la tarde, mientras me comia una sandia muy roja sentada en los escalones de la plaza, me ordene, llame a mis diosas, las que siempre me acompanan. Persefone me dijo, muy sabia, que mirara en mi entorno actual.
Compre una ceramica para Jacinta: azul anil con un Sol y una Luna jugando alrededor.
?Es que Eduardo no leyo lo que alguna vez escribio Pavese: que debe pagarse por cada lujo, y que TODO es un lujo, empezando por ESTAR en el mundo?
Recuerdo cuanto le divirtio a Josefa que yo estableciera, en la casa del molino, el momento de la queja. Media hora cronometrada. Nos juntabamos las mujeres -cualquier edad era aceptada- y se soltaba todo, todo lo que permanentemente contenemos. Aparecian muchas cosas, inesperadas unas, fantasticas otras. Luego yo miraba el reloj y, muy seria, interrumpia los suspiros o los bufidos de rabia.
– Ya, ?basta! Se termino.
Y cada cual partia o retomaba su quehacer, aligerada. (?Que nos fuera mas liviana la carga!)
Estoy muy sorprendida, y debo comentarselo a Josefa, de no haber necesitado un momento de queja aqui en Huatulco. Siempre he creido que la capacidad de revitalizacion de las mujeres es unica. La regeneracion de sus celulas es mejor, incluso, que la de las culebras y -por cierto- que la de los hombres.
Huatulco como medicina. Aqui no hay nada que temer, ni una lista en papel amarillo un domingo en la tarde, ni un vaso de gin que explote en maltrato, ni un cuerpo ambiguo -el mio- que rechace y acoja sin ton ni son.
Por ahora, y ojala por siempre, solo la Bahia Tangolunga, y el agua verde que es verde cuando uno la toca, pero azul cuando uno la mira. Solo esos peces que formaron un gran triangulo en su cardumen, de todos los tamanos pero exactos en su diseno, negro y blanco en los puntos y las rayas del cuerpo, amarillo brillante en las colas: un moderno dibujo japones estos peces milenarios, cuando se acercan al coral, todos al unisono, obedientes, armonicos. Si pudiese traducirlo a una expresion tangible, haria un tapiz. (Prometo algun dia aprender ese arte.)
Mi cuerpo esta recordando lo que mi mente ha olvidado estos ultimos dos anos.
Siempre en la Playa de la Aguja, hemos conversado hasta que se fue el sol. Le conte una historia.
Fue sobre aquella mujer abandonada en su adolescencia. Parti con cierta timidez y, a medida que avanzaba, las palabras llegaban solas, nadie las habria podido detener, detalles olvidados, distintos ribetes, todos rugiendo en mi cabeza. Agotada, cierro mi cuento: «Esta nina, hoy adulta, no es que anore a esas mujeres de su infancia. No, no es que las anore. Es que siempre juguetean en algun recodo de ella. El olvido solo hace su deber, como un manto que abriga o una brisa que refresca. Y los recuerdos… estos pueden colarse, como un haz de luz. Pero anejos de pasado o luz, siempre palpitan. Ella vive en el espiritu de sus antepasados, y ahi estan siempre, sus murmullos.»
Termino de hablar. Bob pregunta:
– ?Estuviste mucho tiempo con esta mujer, a su lado?
– Toda la vida -le respondi.
Despues de un largo silencio, me mira.
– Haremos un pequeno viaje tu y yo. Un viaje necesario.
Y partimos.
13.
– Recupere a Beethoven en el duty free de Buenos Aires, las nueve sinfonias por veintiocho dolares – me dijo Violeta cuando fui a verla a la vuelta de su viaje.
Eduardo me abrio la puerta y me llevo al dormitorio: la Quinta Sinfonia a todo volumen, Violeta en trance, envuelta en una toalla, sentada con las piernas cruzadas en el suelo. Una mano sujetaba la toalla sobre el pecho, la otra seguia la musica, ?dirigiendo la orquesta? Eduardo me la mostro, con ese gesto casual y desprendido que siempre tiene uno de los que forman la pareja, el que no sufre.
– Mirala. Es una loca.
Sonrei, pensando para mis adentros por que los maridos de mis amigas me parecian casi siempre unos idiotas.
Violeta me saludo, alegre. Buen semblante el de su vuelta de Mexico. Aunque han pasado solo dos meses o algo asi, los recuerdos se me arremolinan: los perros, la transicion, la gran noticia, todo ello girando alrededor de esas canciones que debiera grabar en estos dias, las que no le gustaron a Violeta.
– Esperame, me visto al tiro.
Se forro en hermosos algodones, largos algodones color rosa, se colgo tres diferentes collares al cuello y nos fuimos a la galeria. Le pidio a Rosa que nos hiciera cafe y alli me entrego una pequena bolsa de genero negro. La abri, mire su interior y me levante emocionada para besarla. ?Con este regalo me perdonaba? ?Bajaban entre nosotras los niveles de reserva? Como Violeta usaba distintos lenguajes, probablemente un collar para mi era una forma de unirme a ella. Porque Violeta adoraba los collares, los buscaba, los perseguia, los acumulaba. Tocando las delicadas filigranas de plata, le pregunto si es mexicano.
– No -me responde y baja la voz-, es de Guatemala.
– ?Fuiste a Guatemala?
Vuelve a bajar la voz.
– Clandestinamente -acechada en su propia casa: es la impresion que me dio.
– Pero Violeta, eso no es trivial para ti… ?Estuviste alla? ?En Antigua?
Asiente con los ojos en forma casi fugitiva.
Entra Jacinta a la galeria y nos interrumpe.
– Mama, ven, no puedo con el suero.
– ?Que suero? -pregunto asustada.
– Es que la Amiga tuvo guaguas -me contesta Violeta-. El mundo al reves en esta casa, ella tiene nueve y yo ninguna. Acompaname.
Entramos al patio de la cocina. Los nueve perritos estan acurrucados en torno a la Amiga, pequenas y suaves masas negras concentradas entre un poco de inmundicia.
– Nadie quiere limpiar los vomitos ni la caca – me dice resignada-. El veterinario trajo el suero y a Jacinta le dan nervios aplicarselo. Yo estoy de mama de todos.
– Violeta, esto es un caos -protesto, aterrada de resbalarme sobre algun excremento.
– Pero mira lo dulces que son…
Toma a uno en sus brazos; el gesto me recordo a mis hijos, cuando recien los pari. Violeta parece dichosa entre ellos, como si cuidarlos no le exigiese ningun esfuerzo. Me siento en la cocina tratando de participar, pero los perros le devoran toda su atencion. Me costo tanto encontrar un momento para ir a su casa. Sin mi mala conciencia por aquella discusion antes de su partida, sencillamente lo habria postergado. Aproveche la entrada de Eduardo a la cocina para irme. Violeta me acompano por los largos pasillos hasta la puerta.
– Hazme una sintesis, ?como te fue?
Sorpresivamente sus ojos se llenaron de recuerdo y me contesto, ensonada.
– Bien.
Me he acordado mil veces en estos dias de ese «bien» que no descifre en el momento: sensual, acompanada, misteriosa esa palabra cuando Violeta la pronuncio.
– ?Me contaras de Guatemala despues?