– Si, despues.
Ya en la puerta, me pregunto cuando nos veriamos con mas calma.
– No se, me falta el tiempo… Estoy componiendo unas canciones, he estado en eso desde que te fuiste. Estoy muy concentrada.
– ?Puedo verlas?
– ?Te interesa?
– Mucho. Si tu quieres, paso manana por tu casa despues del trabajo y les echo un vistazo. ?Te viene bien?
– Ya. Te espero -y agregue-: Estas con muy buena cara.
Me miro seria.
– Si, me siento muy bien. Mexico, un balsamo. La distancia, otro balsamo. Pero tengo un raro presentimiento.
Desde que eramos muy chicas, yo le atribui siempre a Violeta un cierto caracter de bruja. Ella sostenia haberlo heredado de su abuela Carlota.
– Ando como poseida por una fantasia.
– ?Cual?
– La del destierro.
Sono como una sentencia. Me trajo a ese dia de diciembre de 1989, el dia en que nos aprontamos para votar en las primeras elecciones despues de esos anos que a ella le habian parecido eternos.
– Ya llega tu democracia tan ansiada, Violeta, ya llega.
Y ella me contesto con un tono solitario:
– Me pasa algo raro, Josefa. Todo lo de estos anos me apena. Pensandolo bien, no se me va a quitar nunca la pena. Sin embargo, algo me dice que no estare aqui para gozar esta nueva etapa.
Ciertos dias yo amanecia llena de palabras. Eran dias maravillosos, reconocibles por los mas cercanos: abstraida, con el ceno apenas fruncido y los ojos como si fuera miope, como si fuesen los ojos de Violeta, no podia concentrarme en dos estimulos a la vez. Me deslizaba por los espacios de mi hogar, tocaba los muros del pasillo como si me bamboleara en una embarcacion insegura. Mis paseos terminaban en la pieza de atras, donde al fin habia armado una especie de estudio: atras, cerca de los patios, como corresponde. Siempre deteniendome en la gran cocina cuadrada -que era la fascinacion de Violeta, la suya era rectangular y juraba que en su proxima reencarnacion tendria una cuadrada-, me sujetaba del blanco y brillante artefacto que nos horneaba el alimento, reposaba los dedos en sus quemadores, levantaba la tapa de alguna olla, siempre habia alguna humeando. Algo sucedia esos dias en que las interrupciones disminuian. Hablo de esas interrupciones endemicas a nuestro genero: las que producen divisiones y subdivisiones de la atencion. Como dictamino Andres, esos dias yo entraba en trance.
Y en ese estado peculiar habia caido mi alma cuando Violeta volvio de Mexico.
La espere en mi estudio con cafe y cigarrillos, ansiosa por conocer su opinion sobre mis canciones. Mil veces habia pasado por este mismo rito, siempre mi oido respetuoso frente a su evaluacion.
– Tienes que aprovecharme -se rio cuando le entregue los papeles ya pasados en limpio-. Al volver, Eduardo me tenia la gran tarea: el manuscrito casi completo de su novela. Parece que de verdad trabajo en mi ausencia.
– Pero si lleva anos escribiendola. Por lo menos desde que esta contigo.
– Si. Y ahora quiere que se la corrija, que le haga de editora. No se por que confia asi…
– Ni tonto que fuera…
– Soy un carrusel de sinonimos. ?Dios me guarde si cada pagina que sale de su maquina de escribir no es recogida inmediatamente por mi! Bueno, vamos a lo tuyo.
La deje un rato sola. Ni siquiera levanto los ojos cuando volvi a entrar. Siempre me fascino su concentracion, yo le decia que era su faceta masculina.
– ?Puedo ser honesta? -dijo luego de un rato de silencio con los papeles en la mano.
– Por supuesto.
– Pareciera que tus sensaciones son tan escasas que tienes que agotarlas hasta la medula. Aqui hay algo inanimado, Josefa.
– Cuando canto, efectivamente agoto hasta el fondo toda sensacion. Despues, quedo vacia. Esa es, basicamente -agregue con una sonrisa-, mi famosa indiferencia.
– No hablo de eso -estaba seria Violeta, comprometida con mis canciones, sintiendose responsable frente a ellas-. Hay algo deshabitado en estas palabras. Son hermosas, pero das la sensacion de no estar contaminada ni por la vida ni por la realidad.
Lo que no anadio fue que eso solo lo logra la extrema frialdad. Su estado de animo al hablarme era una corriente alterna de impotencia contenida y de triste decepcion.
– Es raro. Como si la normalidad, la democracia, te amordazara, nos amordazara a todos, y al reves, la dictadura, la urgencia, el vivir en el limite, nos vomitaba todas las palabras.
Se levanta, se acerca a la pequena mesa y sirve un nuevo cafe para ella y otro para mi. Debe haber sido la ultima conversacion coherente que tuve con Violeta. Retengo con nitidez su gesto un poco consternado cuando me dijo:
– Aqui no hay desborde, Josefa.
– ?Deberia haberlo?
– Si -sonaba rotunda-. No se si es autocontrol o autocensura, pero si se que el miedo al desborde te esta paralizando.
La mire pensativa. Ella continuo.
– Es el desajuste interno de esta epoca. ?Que nos paso, Josefa?
No entiendo bien el plural que usa Violeta, pero intuyo un sentido en que es posible que ella y yo vayamos cuesta abajo.
– En esta sociedad abocada a la eficiencia de producir, a la voracidad de consumir, en esta transicion chilena, la mirada se contamina de pura desazon… – aligera el tono-. Es desazonante esta forma de transitar de una sociedad pobre a una rica. La verdad, Josefa, es que estos no son los momentos para la creatividad -enciende un cigarrillo lentamente. Aspirando el humo, continua-: Siento mucha nostalgia de los tiempos en que creiamos… Los noventa carecen de toda idea. ?Las ideas, Dios mio! ?Donde se nos fueron?
Se detiene. No quiero interrumpirla, temo discusiones mayores en las que no deseo enfrentarme con ella. No en este momento.
Volvio a los papeles, los miro con una atencion distraida.
– No me avengo con estas mentes de hoy: el miedo a disentir, la falta de irreverencia, el pragmatismo… No me diras que dan una bonita suma. ?Sabes lo que siento? Que las relaciones inocentes dejaron de existir. Hasta las amistades pasaron de estar ahi, a la mano, a negociarse. Nada pareciera ser gratis ahora.
– No es raro, entonces, que yo responda a todo eso. Son los humores de esta epoca.
– Bueno, como epoca no me resulta hospitalaria. Te lo dije desde Mexico, me siento en una tierra de nadie. No reconozco siquiera cuales son nuestros propios deseos. El mundo esta viejo y cansado, Jose.
– Nadie ansiaba tanto la democracia como tu, Violeta, y veo que a nadie le ha costado tanto vivir en ella como a ti -medi el tono, controlando mis ganas de gritarle a la cara: ubicate, Violeta, pegate una ubicada, por favor, ?estamos en otra!
– Es cierto. Y me censuro por eso, para que tu veas. Me siento culpable.
Le sonrio con ironia. Ella se expande, inocente.
– ?Cuanto quisiera que recuperasemos el sentido de lo sagrado! ?Que algo volviera a ser sagrado! Buscar el encantamiento, recobrarlo, restaurarlo, redimirlo. ?No pueden tus canciones ir por ahi?
Estaba pensando en sus palabras cuando la vi palidecer. Cambio de tono y me dijo:
– ?Sabes? Me siento mal. Sigamos otro dia.
– ?Que te pasa?
– No se, me siento mal…
– ?Que te duele?