conozca un poco de mundo y para que se haga esas preguntas que no se hace.
Carlota lo miro. Alto y fornido, ?cuanto medirian esos hombros? Si, era vigor que trasuntaba, como un aroma. Los ojos negros, muy vivos, iban y venian sin intranquilidad. Sus manos, anchas al tomar la taza de te, anchas y asperas, parecian tan firmes. Se fijo, el primer dia que lo vio, en un anillo que usaba en su dedo menique. Era una piedra con una cruz, negra y cafe, y la cruz nacia de la piedra misma, no era un dibujo ni un relieve. Por su hermosura y su originalidad, esa piedra conmovio a Carlota. Debian haber hecho muchas cosas esas manos. Y fue por eso que accedio, no por reuniones ni preguntas.
Carlota temia olvidar lo que eran las manos de un hombre.
Asi fue como conocio a los companeros, las manifestaciones y las ideas del socialismo, todo muy lejano para ella. Y claro, como no, su pecho se insuflo de aires libertarios. Quiso estudiar, leer sobre algunos temas en libros que este pirata le facilitaba, y muchos jueves, en vez de salir al Parque Ecuador o a pasear por la calle Barros Arana, se quedaba con su hija estudiando. Lo hacian juntas, con tanto interes una como la otra. A veces le leia parrafos -alguna idea que le parecia bonita o inspirada- y su hija los comprendia mejor que ella.
Pero los humos no se le fueron a la cabeza. Los companeros la provocaban, incitandola a buscar mejores horizontes, y ella decidia cada dia quedarse con don Jorge: alli no pasaba frio (el sur es inclemente en sus inviernos), ni hambre (Cayetana se alimentaba con la misma equilibrada dieta de la hija del profesor), nadie las trataba mal y la nina -su unica nina, la de sus ojos- podia estudiar tranquila.
Hasta que un dia Antonio Sepulveda -asi se llamaba el pirata- le pregunto cual era su sueno.
– Llegar a la capital -fue la respuesta resuelta de Carlota.
– Nada original, viniendo de una provinciana -opino el.
– Pero ese es mi sueno.
– A la capital llegaras, mujer, si te casas conmigo.
Una semana mas tarde, el anillo de la piedra cruz fue puesto ceremoniosamente en el dedo anular de Carlota. Y Antonio Sepulveda le conto la historia de esta prenda, para que ella supiera que le estaba regalando.
Los Sepulveda eran once hermanos. Vivian en Talcahuano. Un dia, la fiebre del oro acometio a uno de ellos, Guillermo, e impulsado por ella partio. Pasaron los anos y Guillermo no volvia. Cada hermano, todos ligados al mar, tuvo como tarea buscarlo. Todas las redes de todo tipo fueron dispuestas tras este objetivo. Nada… Guillermo habia desaparecido.
Pasados ya cinco anos, el menor de los hermanos, Antonio, fue enviado por el padre a Nueva York, tras una pista fidedigna, con la mision de encontrarlo. Al despedirlo, refrendando la solemnidad de la ocasion, el patriarca Sepulveda le entrego una medalla. Esta medalla colgaba de una cadena de plata, y enchapada en la plata se incrustaba una piedra cruz. Era una de aquellas piedras de la zona, de un rio cercano, el Laraquete, que traen una cruz en ellas, en colores tierras, entre negros y cafes, y que solo existen en dos rios del mundo. «Es la cruz de la buena suerte», le dijo a su hijo menor, «que esta te acompane.»
Partio el undecimo de los hermanos. Tras mucho deambular y luego de algunas penurias, supo de un pequeno lugar en Harlem, perdido en medio de la pobreza, al que llamaban Chile Chico. Era un margen de la marginalidad donde se agrupaban los chilenos. Fue conducido donde el patriarca del barrio: «El es el que da las senas, el es el unico que puede ayudar e informar.»
Lo recibio un hombre grande y grueso, con un vistoso tatuaje en el brazo izquierdo. Junto a un vaso de vino escupio Antonio, cansado, la historia de su hermano. Con atencion y amabilidad fue escuchado. Pero no. Guillermo Sepulveda no ha pasado por aqui. Nadie con ese nombre. No. Sabemos de todos los chilenos que han cruzado esta parte del mundo en los ultimos cinco anos. Nadie con esas senas. Nadie.
Al levantarse Antonio, defraudado y descreido, el hombre grande le dijo: «Espera.» Fue y volvio al instante con una pequena caja de carton. Estaba cerrada. «Un obsequio para quien te envio», le dijo.
Volvio a Talcahuano el hermano menor y entrego a su padre la caja. Este la abrio. Dentro habia, convertida en anillo, una piedra cruz.
Un ano mas tarde, cuando Cayetana tenia ya catorce, el abuelo Antonio -como lo llamo siempre Violeta- compro una casa en la capital, en Nunoa, el barrio donde vivian sus amigos y sus companeros. Se instalaron muy cerca de la plaza principal de la comuna.
Era una casa propia. Muy grande, tenia dos pisos, muchas habitaciones, patios y parrones.
Los molinos y los barcos pesqueros de Antonio Sepulveda rendian frutos. Dejo a uno de sus hermanos administrando sus bienes y partio a Santiago a encontrarse con su gran pasion: la politica.
Pasado el primer mes, Marcelina Cabezas tomo el tren rapido a Santiago y se vino a vivir con ellos.
De esa casa Cayetana nunca mas quiso salir. Hasta que se fue del todo, de toda casa posible.
Alli nacio Violeta. La primera vez que supo de la palabra «mudanza» fue a los doce anos, cuando junto todos sus papeles en una caja de carton y los escondio bajo la cama de su amiga Josefa hasta que la casa nueva estuviera lista. Pero eso fue mucho mas tarde. No debemos nosotras, las otras, faltarle el respeto al orden de este relato.
La vida en el hogar de Nunoa era lo mas parecido a una vida feliz que nosotras hemos conocido. El abuelo Antonio llenaba cada espacio de la vida y de la casa, Cayetana como su hija verdadera, Carlota como su mujer a toda prueba. Iba y venia entre Santiago, Concepcion y Talcahuano, siempre con las manos llenas. El buen material nunca faltaba para que Marcelina lo transformara en esplendidas comidas: el pescado, los mariscos, las longanizas, el arrollado.
Habia musica.
Habia libros.
El abuelo Antonio le compro a Cayetana todos los libros que ella quiso: novelas, poesia, historia. Siempre habia gente.
El abuelo Antonio no le cerraba las puertas a nadie.
Tampoco se las cerro al joven extranjero Tadeo Dasinski.
Tadeo era hijo de un mariscal polaco que peleo contra la dictadura de Pilsudski entre los anos 1926 y 1935. Daszynski, como se escribia originalmente el apellido, era un socialista. En un momento de crisis politica decidio sacar a su hijo menor del pais. Temporalmente. Lo envio a Buenos Aires, donde vivia un hermano suyo. Alla llego Tadeo en 1931, cuando no tenia mas de dieciseis anos. (En ese pais se encontro llamandose Dasinski; para simplificar, le explico su tio.) Termino sus estudios basicos a duras penas en Buenos Aires. Como el mariscal habia insistido en lo temporal de ese exilio, su hijo no estudio ni hizo nada contundente, esperando el llamado del padre que nunca llego. Y aunque olvido a casi todos los de su patria, la imagen del dictador Pilsudski, con sus negros y tupidos bigotes, se grabo para siempre en su memoria.
A raiz de desavenencias de dinero, se peleo con su tio argentino y se vino a Chile.
– Es un poco desadaptado -fue el comentario de Antonio Sepulveda al conocerlo.
– Eso es lo que me gusta de el -replico Cayetana.
Y lo barrieron para adentro, integrandolo a las tertulias, a las discusiones politicas, a las sopaipillas en los dias de lluvia y a la harina tostada en los dias de sol.
Tadeo Dasinski tenia un color ambar y parecia ser un buen dueno de su cuerpo. Contenia en el la languidez y la belleza europeas, el temor y el desarraigo. Cayetana se enamoro de el.
Se casaron bajo una condicion puesta por ella: vivirian en la casa de Nunoa. Era tan amplia que habia espacio para todos. Podrian arreglar el segundo piso como un departamento privado para ellos. Pero por ningun motivo Cayetana viviria lejos de Antonio, de Carlota y de Marcelina. Y ante la menguada situacion economica de Tadeo, esto resulto para el mas un alivio que una carga.
Antonio no quiso que su hija sufriera ninguna penuria economica por casarse con un hombre pobre y sin profesion.
– Yo tampoco la tuve y no me ha ido mal, es todo cuestion de trabajo y esfuerzo. Pero en esa oficina donde trabaja no llegara a ninguna parte. Va a ser un empleaducho toda la vida. Y el hombre no es nada tonto. Yo les pondre su negocio propio.
Dos cosas llegaron de regalo de bodas: el anillo de la piedra cruz, que la madre saco de su anular para ponerlo en el de su hija, y el capital -tan ansiado por Cayetana- para instalar una libreria.
– ?Podre leer todos los libros que quiera!