para vivir con el en el romance.
Ahora que estoy envuelta por la decadencia como por la lepra, miro mi cuerpo y detesto su flaccidez. Odio esa grasa que aparece donde no debiera. Y vuelvo al concepto del romance: el unico amor a la decadencia que concibo es el que se refiere al cuerpo de Andres. El tampoco es el galan de los treinta anos, a veces su espalda se curva, a veces las arrugas bajo sus ojos se profundizan, a veces su cara cuadrada se abulta, una vena morada sobresale en sus piernas. Y amo todos esos detalles. Es la unica decadencia que soporto.
Sin remedio, el amor en mi.
Le escribo una larga carta de desahogo a Violeta. A los pocos dias recibo en mi oficina un fax. Una sola frase, escrita con un grueso plumon.
Alejandro me lo entrega, cenudo:
– ?Que le escribiste a Violeta? ?Que no ibas a cantar mas?
Leo: ?Olvidaste tan pronto a nuestro poeta Rafael Alberti? En la tierra no hay nadie que este solo si esta cantando.
Pura exterioridad.
Me aterran las exigencias del carino, sus infinitas presiones, aun las de mis hijos. Estoy en deuda con todos.
Trato de contactarme con mi interioridad, pero es inutil. Me encuentro preparandome para el proximo acontecimiento cuando recien he salido del anterior: las pausas de los tiempos me son marcadas desde fuera, nunca desde dentro. Soy una suma de «hechos», todos rutilantes. ?Tiempo, Senor, tiempo es lo que pido! Hace anos que no lo tengo. Salir de la opacidad me lo quito. Una vez discutia con Violeta, la pitonisa, sobre la riqueza y sus valores. «Te equivocas, Josefa», me dijo, «a estas alturas, o mas bien manana, la riqueza no se medira ni en poder ni en dinero. Se medira en tiempo.»
El desgaste fisico con que llego a mi casa en la noche me obliga a derrumbarme sobre la cama, sin siquiera la capacidad de fijar las letras en la pagina marcada del libro no leido que me acusa desde el velador. Como estoy demasiado cansada para dormir -nunca tengo la placidez de los durmientes-, tomo el control remoto del televisor con la esperanza de que los distintos idiomas del cable me arrullen. Nada me dejaria con la conciencia mas tranquila que agotarme con las tareas domesticas de una buena duena de casa. Pero no es asi y debo, ademas, dormir con la culpa de no ser esa buena duena de casa.
Ha pasado la noche. Pase la noche. Y despierto siempre agotada. Abro la agenda: un nuevo dia. Y la temida pregunta: ?donde se fue el goce, donde la pasion?
Llego a la casa tarde, toda vestida de lame. Andres esta en el escritorio. Entro en puntillas. Escucha musica, es una cassette de Whitney Houston. Me da risa, ?que hace Andres escuchando a la una de la madrugada algo que no sea Brahms?
– Me la compre hoy dia -me responde.
– ?Desde cuando compras cassettes? Es la primera vez desde que te conozco.
– No se, me dieron ganas.
– ?Y desde cuando te gusta la Whitney Houston?
– Oi un recital de ella en la radio cuando venia en auto la semana pasada, y decidi que me encantaba.
Algo me huele mal. Las cassettes -no los compacts: esos se escuchan en casa, las cassettes en los autos- son un tipico regalo clandestino.
Hora de almuerzo un domingo. Estamos todos metidos en la cocina. Borja, encargado de poner la mesa, abre la despensa y saca una caja de vino, de esas de carton que guardo para las emergencias pero que detesto, como si su solo envase alterara la exquisita sensualidad de un buen vino.
– ?No quedan botellas? -pregunta Andres.
– No, solo cajas.
– A Josefa no le gustan -oi decir a Andres mientras buscaba un embudo para vaciar el vino de la caja a una botella verde de boca ancha. A Josefa no le gustan, frase simple y corta. Una declaracion de amor que me entibio por un rato.
Y porque retuve esa tibieza, me atrevi a hablarle despues del almuerzo.
– Andres, ?por que no recuperamos la casa del molino? Cada dia me hace mas falta. Supieras la nostalgia que siento por esos dias de lluvia, el olor a salamandra y a leche cocida con madera mojada.
– No podemos recuperarla porque esa casa no se puede compartir con extranos.
– Compartamosla con algun amigo…
– ?Tienes alguna sugerencia?
– No se… podria ser Pamela. Tiene ninos de la edad de los nuestros.
– Por ningun motivo -fue extranamente duro en su forma de responder, y Andres nunca es duro conmigo.
– Ahora que trabaja contigo, en tu bufete, pense que te podria resultar una persona de mas confianza, mas facil para la convivencia.
– Por eso mismo no lo resistiria.
– ?Por que te enojas tanto? Es una simple sugerencia.
– Porque me sorprende tu ingenuidad de creer que Violeta es reemplazable. Yo no quiero volver a ese lugar. Era de ella. Fue un regalo que nos hizo a nosotros. Sin Violeta no hay casa del molino.
– Los arandanos, Andres. ?Te acuerdas de los arandanos? Era pura influencia bienhechora esa famosa casa - insisto.
– ?No entendiste nunca que esa influencia era la de Violeta?
Cumpleanos de Andres. Segura como estoy de mi deterioro, decidi hacer un gesto para desmentirlo. Reuno a los ninos y les propongo darle una sorpresa. Compramos miles de regalos, de las mas diversas indoles, haciendo grandes paquetes. Diego pinto con sus trazos infantiles un enorme letrero de feliz cumpleanos. Serpentinas, globos, torta Pompadour en una bandeja grande al medio, en la alfombra, con ocho velitas (saltarse las otras cuarenta me parece del minimo buen gusto), y canapes de centolla con diversos jugos naturales. Todo lo que a el le gusta. Y todo esto en el escritorio, a puerta cerrada, para que al llegar a casa no notara nada; le hariamos creer que era un cumpleanos mas. Los ninos estaban excitados, especialmente Diego.
– ?A que hora va a llegar, mama?
– No se, mi amor, no nos pusimos de acuerdo. Pero antes de las siete estara aqui. Ten paciencia.
(Ya no aquella llamada diaria, estuviesemos donde estuviesemos, cuando yo le decia: quiereme, ?ya?, y el respondia: no hago otra cosa.)
A las nueve, Diego se quedo dormido.
A las diez, Borja y Celeste se aburrieron y se fueron a acostar.
A las once llego. Que en su oficina le habian preparado una fiesta, que como iba a negarse, que no me invito porque sabia que yo tenia un compromiso con la productora. Claro, no crei necesario contarle que lo habia cancelado.
Y a pesar de mis olvidos, me vinieron sus palabras, para otro cumpleanos cuando despues de los festejos sostuvimos una rica conversacion arriba de la cama: «A veces hablo contigo, Josefa, como si hablara conmigo mismo. Se que tu no eres eso, lo que me maravilla de ti es que no eres eso, eres lo diferente de mi, otra.»
?Es el mismo hombre de hoy quien me las dijo?
Al dia siguiente me hacen una entrevista para el suplemento femenino de un diario.
– ?Que es para usted la felicidad? -me pregunta la periodista.
(«?Nunca una respuesta sofisticada sobre ese tema!», me habia advertido una vez Violeta: «?Sospecha de alguien si responde a eso sin simpleza!»)
– Un dia lluvioso en el sur -contesto-, con la luz de las dos de la tarde, una sopa caliente y todos alrededor de la mesa. Eso es la felicidad.
La que estoy perdiendo, o ya perdi. Pero eso no se lo digo a la periodista.
Una manana de miel, una manana de amor: esa es tambien una respuesta, ?verdad, Violeta?