Vamos a comer fuera. Mientras busco los cigarrillos que siempre guardo en la guantera del auto de Andres, encuentro unos anteojos de sol. Son grandes, con marco negro, ribetes dorados en los bordes y el vidrio ahumado.
– ?Y estos anteojos?
– ?Cuales?
– Estos, pues, Andres. Son de mujer y no son mios.
– No tengo idea de quien los habra dejado ahi.
– ?Pero que mujer se ha subido a tu auto? ?Como no vas a saber?
– ?Como pretendes que me acuerde? No tengo idea.
Al dia siguiente no estaban.
?Y si le pagara con su misma moneda? ?Y si quebrara mi estricta monogamia? Nunca fue dictada por la norma. No. Fue una opcion, libre y blanca y pristina, luego de mi largo romance clandestino cuando el estaba casado. («No quiero hacer dano, Andres.» Me miro y me contesto: «Ese es problema mio, yo me hare cargo.» Y a pesar de las ofertas denigrantes de su primera mujer -que continuara no mas su historia conmigo, ella la aceptaba y guardaria el secreto; todo con tal de que el no se fuera y mantuviesen el matrimonio a cualquier precio-, Andres se hizo cargo sin involucrarme, muy limpiamente. No se como, pero se las arreglo para que la necesaria suciedad de un momento asi no me invalidara.) Se rio cuando -hace mucho tiempo-, mirando a Meryl Streep en la pantalla, le dije: «He cambiado de bando, Andres; ya no me identifico con las amantes sino con las esposas.» Entonces comence a ser monogama. Una opcion que me ha potenciado y fortalecido. ?Serle infiel a Andres? La sola idea me desequilibra.
Solo en los grandes hoteles me gustan los hombres, los mismos que ignoro en otra situacion cualquiera. Los miro. El largo de las piernas, el ancho del torax, la linea de los hombros, el corte de pelo. No, no a los jovenes. No me parecen atractivos y tampoco tienen acceso a los buenos hoteles. Es a estos senores que miro. Me dan ganas de olerlos. Me excitan esas camisas blancas, albas. Me los imagino bajo la ducha (igual a la de mi habitacion en el mismo hotel), desnudos, mojados. Besables. Una combinacion que me resulta irresistible. Estos hombres tan serios en las conferencias, siempre en grupos de hombres igualmente serios, denotan una masculinidad a veces contenida, a veces displicente. Si cometiera una infidelidad, he pensado, seria con uno de esos hombres de los grandes hoteles.
Hasta que me di cuenta: esos hombres son Andres. Son la imagen del serio abogado criminalista, buenmozo en su mediana edad, con aire de pensamientos importantes, digno senor de traje oscuro que se pasea en una conferencia donde yo no estoy. Son los ojos de las otras mujeres en los hoteles que lo ven asi.
Hasta para la infidelidad lo busco a el.
El fax ha permitido la continuidad en mi comunicacion con Violeta. Como no tengo tiempo ni paz, las cartas estan excluidas. Suelo mandarle pequenos recados tontos, frases cualesquiera, lugares comunes pero ciertos, como todo lugar comun. Ella los aprecia, comprende estas modernas senales de humo, palomas mensajeras que le dicen no te olvido.
Viola: prohibido el dolor por no vivir en este pais. No te estas perdiendo nada. 1994 quedara consignado como el ano del gran aburrimiento nacional.
Querida: ya ni la famosa Cordillera de los Andes nos pertenece. Con el smog no logramos verla. No queda nada, para que me entiendas.
Otras veces, la pena sobrepasa al humor.
El unico infierno posible es este. El otro no existe, no importa. La duda y el desafecto. La franja aquella que aprendi gracias a ti: la reserva. No se donde me muevo, Violeta, no se quien me quiere. Y lo que es peor, no se a quien quiero yo. El proximo reportaje sobre mi debiera titularse: «La cantante o la sensibilidad amortajada.»
Me contesta de inmediato:
Es fundamental diferenciar la pena de la angustia. La angustia inmoviliza, la pena hace crecer. ?Y escucha quien te lo dice, que si lo sabe!
Alejandro siempre lee mis faxes, porque llega a la oficina antes que yo. Su pregunta inevitable es: «?Quien es la loca? ?Violeta o tu?»
6.
El ahogo.
El ahogo que estoy sintiendo involuntaria, inevitable, arremetidamente. Como si mis pulmones se achicaran y las arterias se me taparan, viene el ahogo y el aire se escapa sin que esta boca cansada lo pueda inhalar. Se me vienen encima los muros de mi pieza, los muros de mi casa: como si tuviesen tentaculos, se alargan hacia mi cuello y me estrangulan. El sonido de la lavadora y el grito de un nino se cuelan en este aire impedido que no llega. Las lineas conocidas de cada mueble, cada alfombra, cada cuadro -?Senor, que conocidas!-, se convierten en la tierra de un terremoto, en el agua de un maremoto, en todo lo que asfixia, inhibe, ataja la respiracion. La voz de Andres me ahoga, el porte de Andres me ahoga (jugaba a ser muro de contencion en los buenos tiempos), y este ahogo que estoy sintiendo no para, no para, solo evidencia a mi cuerpo, en esta situacion, convertido doblemente en cuerpo.
Tomo la chaqueta y la cartera y, desesperada, corro a la puerta de calle. Cruzo el tranquilo hall de mi casa, en borrones diviso el papel de la muralla y sus cuadros, no enfoco bien, los diviso y se como son porque los he visto cada dia de cada mes de cada ano y no necesito enfocar para saber que son los cuadros del pasillo de mi casa que me ahoga, y con paso rapido, no vaya alguien a detenerme, abro la puerta, cruzo el jardin y ya, estoy por fin en la calle, los muros que me ahogan quedan atras, soy libre, la calle, aqui estoy.
Y no tengo adonde ir.
Donde llegar un domingo a las cuatro de la tarde, hora tan familiar con probable olor a queque en el horno de la cocina. Donde ir un domingo de otono sin ahogarme. Camino rapido por la vereda, no se adonde voy, pero la ilusion de mis piernas es que su elastico me quite el ahogo, que los pasos decididos -fuertes los pasos que no saben adonde van- me permitan respirar, despejen mi garganta y mi pecho y esta cabeza que gira y gira ahogada.
(Compone, me escribio Violeta, cuando estes desesperada, compone, aprovecha la desesperacion. El trabajo es lo unico que se la lleva. Creeme, Josefa, es lo unico. No hay nada que el trabajo no se lleve, hasta la peor de las sensaciones.) Me siento en un banco de la plaza hasta donde me ha traido el ahogo y saco mi lapiz y mi libreta, siempre a mano. Las palabras me brotaron como lo que son, ropajes, vestidos para el pensamiento. Escribi a tontas y a locas. No importa. No se que estoy componiendo mi mejor cancion. Y la ultima.
Las mujeres no se dan cuenta de que su creatividad nace de lo pequeno, de lo caido. Sus inspiraciones, pequenos soplos de luz en la tiniebla de lo cotidiano. Nunca la grande, total, la sublime iluminacion. Paso a paso, interrumpida, ribeteada de pequenez, como sus horas diarias, esa es la creatividad de las mujeres. Nunca creyendosela, nunca dandole mayor importancia. Tapices, o tejidos de patchwork, las ideas creativas de las mujeres, sumadas una a una en la ilusion de armar un todo que haga sentido: cada parche una gota de luz
