robada al ahinco de la vida chica, invisible, callada.

Llego a casa transformada. He escrito por fin una cancion luego de un largo periodo de esterilidad, meses y meses de sufrir la humillacion de Alejandro diciendome que mis ventas decaen porque no he sacado un nuevo album despues de aquel que le dedicara a Violeta. La humillacion de saber que no he sido capaz de reunir el numero suficiente de canciones en dos anos. Me he negado obstinadamente a cantar canciones ajenas, pues no tengo la energia ni las ganas de buscar en ellas una unidad coherente. Se que mi declinacion ya comenzo, la imaginacion se ha mandado a guardar. Pero hoy llego donde Andres liviana, disuelto el ahogo. En el aire, un dulce olor a comino.

– ?Sabes, Andres, que a los artistas, o a los seres cercanos al acto de crear -para no sonar pretenciosa-, nos son dados momentos de sensibilidad y autoconciencia que los demas mortales no suelen tener? Bueno, he tenido un rayo de lucidez hoy, he compuesto una cancion y… he comprendido la dimension de mi amor por ti.

Andres levanta sus ojos, siempre generosos, y me mira con una mezcla de ternura y piedad.

– Es una lastima, Josefa. El mio esta cansado.

A partir de los cuarenta, hay muchas mas razones por las que sufrir que por las que gozar. Envejezco un poco cada dia y cada dia el mundo esta mas malo.

Mauricio, mi Mauricio fiel y eterno: esta contagiado.

Es el virus del sida.

Llego deshecha, maltrecha, cada miembro separado del cuerpo, desintegrada, con hartazgo de dolor. Andres me acoge. Duermo en sus brazos. El roce fisico renueva la afectividad.

– ?Sabes, Jose, lo que dijo el gran Socrates?

– ?Que dijo? -casi no me sale la voz.

– Que el amor es amor de una cosa distinta de uno y que no se posee.

?Lo dice por Mauricio o por si mismo?

Celeste ha caminado siete largas cuadras y ha resistido mas de siete obstinadas miradas a sus pechos, cenidos en su polera con el rostro de Jim Morrison sujetando el universo, el que esta mas alla de sus pechos. Collares diferentes interrumpen la mirada de Morrison.

Yo estaba tendida en el sofa cuando entro Celeste, escuchando la voz adamascada de Howard Keel en una antigua grabacion. Le sonrio cuando la veo llegar. Es igual a mi, ese aire sano, rellenito, como diria la Zulema. Pero su mirada no esta limpia.

– ?Pasa algo?

– Si. Quiero avisarte que no voy a comer nunca mas en mi vida.

Comida en casa. Ver a la gente es el peaje que pago para que me quieran. Pero si fuera por mi gusto, no veria a nadie. Los invitados eran perfectamente encantadores, pero no fui capaz de jugar a la anfitriona de siempre, la que llena los vacios de la conversacion, la que pregunta a cada uno lo que quiere que le pregunten, la que esta atenta a llenar una y otra vez los vasos, la que se rie y cuenta siempre alguna anecdota divertida que relaja a todo el mundo. La que provoca las discusiones que logran apasionar alguna fibra de los dormidos cerebros de los anos noventa. A medida que la velada transcurria, palpaba yo el aburrimiento: no solo el mio, el de todos. Andres esta tan acostumbrado a que la «socializacion» la haga yo, que se quedo sin repertorio. Impavida en mi asiento, conte los minutos para que se retiraran.

– Ya no soy entretenida -le digo a mi marido cuando la puerta se cierra. Me he tendido de cuerpo entero en el sofa-. No soy capaz de seducir.

– No tiene ninguna importancia, no tienes por que estar siempre chispeante.

– No doy mas, Andres. Me da lata, no me importa que se aburran. Mi super-yo baja la guardia.

– Estas cansada, Jose, eso es todo.

– Es la primera vez en mi vida que no tengo fuerzas para desvestirme. No quiero desvestirme. Voy a dormir asi.

Andres, inusitadamente, no trata de convencerme. Trae una frazada y me arropa en el sofa del living. (?Querra dormir solo?)

– ?Andres, no puedo mas!

Embriagame.

Santificame.

Salvame.

El pequeno Diego llega feliz, mostrandome una foto de Andres en la prensa de hoy. Se trata de una conferencia que dio en la Escuela de Derecho.

– ?Por fin! -dice Diego, enrostrandomela-. Mi papa tambien salio en el diario.

Me invade la culpa. Y comprendo, de paso, la rabia que mi hijo ha acumulado.

Ya casi no duermo.

Para una Navidad, recuerdo a Zulema -que es soltera y vive sola- saliendo impecable y muy bien arreglada luego de haber preparado nuestra cena.

– ?Y tu, Zule? -le pregunto-. ?Vas a comer algo rico para esta noche?

– Si, prepare el pavo con anticipacion, lo tengo todo listo.

– ?Y te vas a juntar con alguien de tu familia o con amigos?

– No -me responde con la boca enjuta y un tono asertivo-, no invite a nadie. La gente no hace mas que ensuciar y desordenarme todo… Voy a comer sola.

Palpo hoy el recuerdo de ese orden, de ese vacio. Lo toco, lo acaricio atemorizada, instalada sobre mi miedo.

Mis horas en vela se pasean entre estas imagenes: las navidades de Zulema y la Vieja de la Suerte de mi infancia.

Caida libre.

Todas las noches me siento en el living y me despido de los objetos, de cada cuadro, de cada mueble. Luego entro en las tres habitaciones de mis hijos y me despido de ellos. Me despido de todo lo real.

E invariablemente, al hacerlo, viene la nausea a visitarme.

El bien no es conocido hasta que es perdido, decia siempre mi abuela Adriana.

Pamela. Mi corazon me lo dice. Ella es el nuevo amor de Andres.

La razon por la que mas la detesto es que se siente y demuestra ser aun sexualmente competitiva. Tiene mi edad. Es una mujer de actitudes cautivadoras. ?No era eso lo que antes se decia de mi? La resignacion y la desesperanza no son mis estados naturales. Y es frente al cuerpo de Andres, ese cuerpo, mi unico cuerpo, es frente al contacto con nuestros acoplados erotismos, que me enloquece mi falta de poder. No estoy dispuesta a perderlo. Sin embargo, tal vez deba resignarme a ese momento en la pareja: la muerte de la pasion.

Pamela.

No hay nada que deteste mas que una mujer martir. No lo sere.

Alguien diria que lo femenino es esa mezcla de alarido y abstraccion: el melodrama. No entrare alli.

Era lo que Henry Miller le recomendaba evitar a Anais Nin: la estridencia. A pesar de lo masculino que resulta recomendarle eso a una mujer, en esta vuelta le encuentro toda la razon a Miller.

Consolacion. Si la tuviese.

Con Andres estamos en un punto en que las fisuras son imposibles de penetrar. Somos -hemos sido- tan amigos y respetuosos el uno del otro que si el prefiere no hablar, no debo forzarlo. Prefiero el silencio. Al menos, engrandece.

La dignidad, al final, es un problema de autoestima. Tiene que ver con la forma en que una se ve a si misma, no con el exterior. Debo mantener la dignidad para no revolearme en un probable charco de desperdicio. Y quizas recupere su amor.

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