Se dirige a un altar a la izquierda de la nave. Hay varias figuras esculpidas en madera y las que cierran el conjunto, a los costados, son mujeres embarazadas. Violeta, muy seria, prende una vela.

– ?Que haces?

– Este es el Altar de la Fertilidad. Aqui le prenden velas cuando no pueden parir. Yo, en cambio, le prendo una vela cada vez que vengo, en senal de agradecimiento: por la existencia de Gabriel.

?En que cree Violeta? Le hace una peticion, indistintamente, al santo ese de la iglesia San Francisco o al dios maya. Le da igual. Y se declara agnostica.

– A proposito, Violeta, tenemos que organizar el bautizo de Gabriel.

– Si, hay que inventar algo.

– ?Inventar algo? El bautizo es el mismo en todos lados.

– Ay, Jose, no te pongas rigida. No podria resistir una ceremonia catolica.

– ?Por que?

– No se. ?Dios es tan dificil! -suspira.

Terminado su rito de las velas me saca de la iglesia y me lleva al patio interior de la casa parroquial. Nos sentamos en el suelo, Violeta prende un cigarrillo. Me ofrece otro.

– ?Sigues con tus cinco cigarrillos diarios? -me pregunta.

– Como no canto hace tiempo, ni tengo ganas de hacerlo, fumare lo que sea. No quiero mas privaciones que las que ya sufre mi pobre alma.

Me lo enciende y se entusiasma de nuevo.

– Esto te va a gustar: en este lugar sucedio algo muy importante. A principios del siglo dieciocho, ?sabes que encontro un cura en esta iglesia?

– ?Que?

– El Popol Vuh. ?Nada menos que aqui se encontro y se tradujo!

– ?No te creo! ?Aqui?

– Bueno, no es tan raro. Despues de todo, estamos en la zona del Quiche, de donde son las historias del Popol Vuh.

Eso si me impresiona.

– O sea, le debemos a un cura catolico de Santo Tomas ese aporte a la humanidad. ?Que notable! Dime, ?sigues teniendo el ejemplar de Cayetana en tu velador?

– Si. Y me pregunto donde lo habra comprado ella. Pudo haber sido en Antigua, ?te das cuenta?

– Me doy cuenta.

?Cuanto habran trabajado la cabeza y el corazon de Violeta en este tema? Ella quiso seguir los pasos de Cayetana y desentranarla. Fue su opcion. Y si le ha dado paz, bienvenida sea.

10.

Torrencial. Estruendosa, la lluvia. Como si en vez de agua cayeran pequenos roquerios, estalactitas. Atras, como marido acompanador del agua, el trueno. Inmenso, fastuoso. Si no supiese que esta casa ha resistido ya un par de siglos y mas de una restauracion, saldria arrancando.

– ?Estas segura, Violeta, de que no hay peligro?

Violeta rie y me invita al corredor para que gocemos, protegidas, la tormenta al aire libre. Sentadas en las banquetas miramos esta mojada cortina. Ni la musica ni las voces tienen sentido, la lluvia trae las suyas propias. En Chile esto significaria un catastrofico temporal, con inundaciones y damnificados, cortes de energia y rebalse de los rios.

– Ya no soy joven, Violeta -le dije subitamente-. Si algo importante me ha pasado desde la ultima vez que te vi, es que ya no soy joven. Y por un lado, gracias a Dios.

Le comente mis ultimas percepciones sobre un tema para ella tan obsesionante: el tiempo. Le explique que habia abandonado la juventud el dia en que deje de consumir los momentos, de vivirlos con rapidez, apurandolos para saber que venia despues. Ignoraba el acontecer en que estaba para saltar al acontecimiento siguiente, siempre ansiosa por vivir lo que, suponia, me deparaba la vida. Mi norte era tan marcadamente el futuro, que apuraba el presente sin atesorarlo. Sin vivirlo. Cuando descubri el placer de retener cada momento, alargarlo intensamente, concentrandome en el sin soltarlo, inhalandolo como si fuese opio o la fragancia del azahar, entonces deje atras la juventud.

– Como bien dices, Jose, gracias a Dios. Estamos en una gran edad. Lamentablemente, la vida se goza solo cuando se sabe lo efimera que es. Es un lugar comun, pero rabiosamente cierto. Y es dificil saberlo en plena juventud.

– Pero tu nunca devoraste el tiempo sin gozarlo, como yo. ?Sabes cual era el unico lugar donde eso no me pasaba?

– Si, en la casa del molino.

– ?Y sabes, Violeta, que no puedo perdonarte por eso?

– ?Por que? -parece extranada, casi con temor.

– Por la casa del molino. El unico rencor que te guardo -se lo dije de corazon- es ese: nos dejaste sin ella.

– Eres injusta, Josefa. No les quite el lugar, solo me fui yo.

– Es lo mismo.

– Podrias haber reeditado los veraneos, no me necesitabas a mi para eso.

– El problema es que si te necesitaba.

– ?Tan importante era yo en ese lugar?

– Aquel primer verano, el comienzo del 92, lo recuerdo como una pesadilla. Creo que despues de que tu mataste a Eduardo mi vida se fue a la mierda, y la tuya se salvo. ?No te parece loco?

– No, Jose. Lo que paso es que necesitabas derrumbarte. Si sientes que te quite el unico lugar que calmaba tu voracidad, te ofrezco este otro: Antigua.

Guardamos silencio. Pienso que Antigua es la estacion del alma que calza nitidamente con los gustos y talentos de Violeta. («La posmodernidad es la nada, Josefa. Esa es su unica gracia. ?Por eso la odio!»)

Es ella quien retoma la conversacion.

– La diferencia entre nosotras era que yo buscaba tiempo desesperadamente, y tu, con esa misma desesperacion, lo consumias. Lo que yo he hecho es trasladar el mes de febrero, la temporalidad de la casa del molino, a una situacion permanente.

– ?Y como lo has hecho?

– Encontrando el lugar. Asi como lo encontre en el Llanquihue hace un par de vidas. Comprendi a poco andar, Jose, que el mundanal ruido nos roba el tiempo, lo devora, lo minimiza y al final nos hace vivir la mitad de una unidad: media unidad, no una entera. Aqui vivo doblemente, cada ano tuyo en Santiago equivale a dos anos mios aqui, si no a tres. ?Sabes por que tenemos tan poco tiempo? Porque se lo hemos regalado al ruido.

Llegan Borja y Jacinta. Vienen contentos, se los ve casi siempre asi. Temo que Borja tenga alguna intencion escondida. Me rehuye cada vez que le hablo de la vuelta a Chile. Nos ofrecen un ron. Lo aceptamos contentas. Mientras esperamos, le hago una ultima pregunta a Violeta.

– Tu fuiste tan apegada a tus raices, Violeta, ?no te ha costado abandonar Chile?

Me mira pensativa, como si no quisiera contestarme a la ligera.

– No, no me ha costado. Porque mi rincon de origen se ha expandido.

11.

Y llego el momento inevitable: Cayetana.

– Quisiera visitar su tumba, Violeta. ?Me acompanas?

Quizas en el cementerio mismo, bajo los cipreses, me contara con calma. Pero tengo que sacarla de esta

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