casa, es demasiado hermosa, comoda, casi complaciente. Debo entender el camino que ha hecho para alcanzar esta aparente paz.

Fue un domingo, a las cuatro de la tarde. Nos internamos por la Calle de los Peregrinos hacia la larga Calle Sucia, para llegar por el costado al cementerio.

Mientras camino, pienso en Cayetana. Hoy la comprendo mas que nunca, con su maternidad controvertida. Ella no entendio que una hija significaba amputar su propia vida. Ahi radica mi identificacion con ella. A la edad en que yo podria haber sido mas libre, mis hijos me ataron. Pobrecitos, no es su culpa, yo los traje a este mundo sin consultarles. Pero en algun lugar mio me resiento con ellos, por ellos. Cuando me liberen de esta ardua tarea de ser madre va no querre ser liberada, probablemente sea una vieja a quien la energia habra abandonado y la libertad ya no le importe.

– ?Para que me tuvo, entonces? -me espeto Violeta cuando se lo comente-. Cuando nacio Jacinta, yo no era tanto mayor que ella… Y a mi hija no la pari para abandonarla, su existencia es mi responsabilidad.

– No alcanzo a traerte a Centroamerica, de acuerdo. Pero contradiceme si puedes: Cayetana habria sido capaz de matar a un hombre por ti.

Violeta se sorprende.

– Nunca lo habia pensado.

– Bueno, piensalo ahora.

Mira concentradamente los adoquines y sigue caminando. Luego de un rato le vuelve el habla.

– Tienes razon. Lo habria hecho. ?Sabes?, eso me consuela, en mi parte de madre y en mi parte de hija. Cayetana tambien habria matado por mi.

Lo que Violeta no reconocia es que su mayor grandeza, su horror hacia la petrificacion estable y duradera, es herencia de Cayetana. Tambien su honestidad y su valentia.

Y recorde sus palabras esa tarde, cuando me dejaron verla por primera vez en la carcel:

– Creo que naci mala. Mi madre fue mala y yo naci de ella.

?Fue muy distinto lo que me dijo Jacinta cuando busco refugio en mi casa, despues del crimen?

– ?Es la rabia, Josefa! La rabia ha pasado de una generacion a otra, a traves de la sangre de sus mujeres.

La abrace muy junto a mi pecho, le acaricie la cabeza, su pelo castano claro como el de su madre.

– No, Jacinta, no digas eso. Lo mejor de ti viene tambien de alli. Seras una mujer vigorosa y fuerte, segura y generosa, porque tienes en ti la sangre de Carlota, de Cayetana y de Violeta. Seras una mujer estupenda porque vienes de ellas.

– O por venir de ellas estare maldita.

Hemos llegado al cementerio. Su entrada es solemne: una puerta ancha, grandes murallas para el descanso final.

– ?Hace ya veintiocho anos que murio? – me espanto por el paso del tiempo.

– Y treinta sin verla -me responde Violeta.

Cruzamos los gruesos muros blancos. Nos recibio un camino de piedra, ordenado en su perfecta perspectiva, con sus plantas a los bordes del pasto, y en sus costados cipreses, aromos y otros arboles que no distingo. Al fondo, una gran cruz, de piedra tambien, como antesala a la pieza final: la iglesia. Blanca, colonial, o al menos adoptando ese estilo. Me invade el olor a cipres.

– Que pena que los muertos no huelan -le digo a Violeta-. Lo peor de la muerte es no volver a oler. Recuerdo a Roberto. ?No te paso tambien a ti? ?No te destrozaba la idea de que nunca mas los olerias?

– El olor de Cayetana me ha acompanado siempre, lo distinguiria si me lo cruzara en la calle: ese olor a tabaco, a pasto y a rosa.

Avanzamos entre las tumbas. Son pequenas casas blancas, el mausoleo como casa final. Un cementerio latinoamericano, todos iguales. No esas tumbas europeas en el suelo, con la piedra y las hierbas silvestres alrededor. Casi todos tienen el nombre de una familia en su centro. Las fechas de los primeros mausoleos son del siglo pasado. A medida que avanzamos, avanza tambien el tiempo de los muertos. Sigo los pasos de Violeta; de repente, muy segura, tuerce a la izquierda. Al final se detiene.

– Aqui esta.

Me muestra un rectangulo aislado, de cemento blanco, pequeno en relacion a los que lo rodean. La base es de ceramica verde. Su altura no llega mas arriba de las rodillas de Violeta. En su superficie tiene una cupula, y sobre ella una cruz como unico adorno. A ambos costados hay una especie de gargolas, pero sin figuras: en ellas esta el espacio para las flores. No hay flores, las gargolas estan vacias, con apenas un resto de agua de lluvia en su interior. El blanco de esta tumba es el unico blanco enmohecido de los alrededores. Nadie la ha pintado y los descascaramientos producen manchas oscuras.

– Entremedio, entre las familias Moreira y Fernandez -la oigo decir.

– ?Que?

Reparo en un detalle importante: la tumba no tiene nombre.

– Pero Violeta, ?por que?

– Porque ella no pertenecia a la familia Palma, la que los enterro.

– ?Y cuando supiste que era esta?

– Despues de la muerte de Eduardo. Cuando me vine a instalar en Antigua.

– Recien entonces… ?no hay derecho! Lo minimo es que una hija sepa donde esta enterrada su madre, ?no?

– Sabia que era en este cementerio, asi lo dice el certificado que llevo mi papa a Chile. El problema fue encontrarla.

– ?Como la encontraste, si no tiene nombre?

– Porque mi obsesion me trajo hasta aqui. Ven, sentemonos.

Saca los cigarrillos de la cartera, me ofrece uno, se lo acepto. Se instala sobre la tumba de Cayetana y me hace un lugar.

– ?Te parece adecuado? -le pregunto con timidez.

– Cayetana fumaba el doble que nosotras dos juntas -se rie-, y no le habria importado nada que nos sentaramos sobre su tumba. Es mas, cuando la acompane a la tumba de la abuela Carlota, ella se instalo en el suelo y se puso a conversar. Decia que asi nos sentariamos si Carlota estuviera con nosotras.

– Bueno, ?como la encontraste?

– Hagamos un recuento: 1964, Cayetana se va con el guerrillero guatemalteco, dejando a su hija con su legitimo padre, ?cierto? Se van a la guerrilla. Cayetana se ve dividida entre su espiritu justiciero, su odio contra mi padre y esta hija que le sale sobrando. Quiere comprometerse con las luchas de liberacion -son los anos sesenta-, pero quiere tener a su hija con ella. Dificil las dos cosas al mismo tiempo. Ruben, el guerrillero, le promete tiempos que no cumple.

– ?Como sabes todo eso?

– Vinimos juntos con Bob desde Huatulco, Mexico, a esta ciudad. Fue un viaje clandestino, Eduardo nunca lo supo. Bob era otro enamorado de Antigua. Habia estudiado aqui el espanol y su tema era Centroamerica. A el le parecio monstruoso que yo no pudiera ubicar la tumba de mi madre. Y con sus contactos, en esos pocos dias que estuvimos juntos en Antigua, ubicamos a un miembro de la familia Palma. Esta persona estaba fuera de la ciudad en esos dias, pero volvi a Chile con su nombre y direccion. Eso me dio tranquilidad para pensar a largo plazo. Mientras yo estaba en la carcel, Bob le escribio a este senor y le conto mi historia-. Al llegar a Antigua, lo primero que hice fue ir a verlo.

– ?Quien es el?

– Emilio Palma, hermano de Ruben. Hoy bordea los setenta. Si Ruben estuviese vivo, tendria sesenta y cinco. Y Cayetana, sesenta y dos.

– ?Cayetana vieja! No me la puedo imaginar.

– Esa es la frescura de los que mueren jovenes. Congelan sus imagenes para siempre. El deterioro y Cayetana no son compatibles.

– Sigue, pues…

– Emilio Palma. Golpee a su puerta un viernes en la tarde. Bob me acompanaba. Vive en una casa muy linda en la Calle de los Duelos, casi a la salida de la ciudad, detras del Hotel Santo Domingo. Abrio la puerta una

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