El camino se hacia cada vez mas sinuoso y desde cualquiera de sus curvas se podia ver el pueblo situado alla abajo, en una hondonada, al pie de una cadena de cerros y volcanes verdes y arbolados que me hicieron pensar en los cerros casi siempre secos de Chile, y en las nubes altas e inalcanzables de mi tierra. Aqui las nubes estaban pendientes, a medio camino. En estos lugares cae, en una hora, el agua que las lluvias de mi patria acumulan en un ano.
Cruzamos la plaza y el mercado y nos adentramos en una calle de tierra, muy pobre. Violeta estaciona el auto frente a un pequeno patio lleno de arboles y palmas. Esta rodeado por cana protectora mezclada con adobe. Sale una mujer a recibirnos. Es Anacleta, madre de Tierna, proveedora de Violeta. Se ve gruesa y de edad, con pocos dientes; lleva una bella vestimenta de distintas telas y bordados. (Es menor que nosotras, me cuenta Violeta despues.)
Las observo a ambas, su trato es de bastante intimidad. Nos hace pasar.
– Ahi nomasito, a la derecha.
Nos sentamos las tres en un especie de patio. Trato de mirar hacia el interior de la vivienda, pero veo poco; esta muy oscuro adentro.
Violeta le pregunta a Anacleta si su otra hija, Irla, puede irse unos dias con ella, pues llegaran mas visitas y Tierna no se la puede con tanto trabajo.
– Esta silente estos dias -fue el comentario de su madre. Efectivamente, cuando partio con nosotras no le oimos la voz en todo el camino de vuelta. Y pienso que si vuelvo a componer una cancion alguna vez, la nombrare asi: Silente.
Violeta y Anacleta se enfrascan en unos bordados, Violeta toma algunas notas. La escena, por alguna razon que no detecto bien, me conmueve.
– Mira, Josefa -me llama Violeta, y extiende ante mi un huipil-. Quiero que reconozcas los distintos estadios del bordado.
– ?Estadios?
– O franjas, o puntos. Este es un huipil de San Pedro.
Anacleta interfiere y con su dedo grueso me va mostrando cada linea de bordado; van unidas entre si. Yo no habia reparado en que, efectivamente, se pueden separar una por una.
– Este es el pie de perro -me dice-; el segundo es el peine; el tercero, las rosas -desciende su dedo con cuidado por cada una-. Este es el chocolate, ese la pepita, y termina con las tijeras. Esta hecho de sedalina, por eso vale mas.
Lo tomo en mis manos y me sumerjo en esos colores. Me entran por los ojos y a poco andar mis sentidos se empapan de ellos.
Cuando ya vamos de vuelta, cargadas de hilos, lanas y telas, ademas de Irla, le pregunto a Violeta por su nuevo oficio.
– Tengo la extrana sensacion de haber sido una «tapicera» desde que naci. Ha salido de mi con tanta naturalidad y soltura, con tanta propiedad, como si me hubiera disfrazado de arquitecta por muchos anos, solamente para esperar que la tapicera emergiese…
La palabra emerger me sobresalta. Por alguna razon la asocio a mis nauseas. Anoche, casi enloquecida, llame a casa de Pamela. Me atendio ella, medio dormida; se rio ante el silencio en la linea y colgo. Esa risa… esta contenta… esta con Andres. Tiemblo, se asoma una imagen de Andres desnudo en la cama de la casa del molino, abriendome los brazos. Las nauseas se transformaron en arcadas, vomite como si toda mi historia, toda, me sobrara. ?Basta! Los tapices de Violeta me interesan mas que toda esta mierda que me rebasa.
– ?Cuando, Violeta? ?Cuando lo sospechaste? No es asi no mas cambiar de profesion. Tu eras tan seria en la arquitectura.
– Fue en la soledad de la carcel. A fuerza de mirar mis manos, comprendi que podian servir. Tenia que ser en esa soledad, Jose, cuando durante horas las miraba, hueso a hueso, carne a carne. Solo entonces las conoci, supe como podian y querian actuar.
Violeta no tiene idea de a donde van a parar sus tapices cuando parten a Nueva York, ni le quita el sueno. Sabe que tienen un destino, que no son meros juegos visuales para su propia complacencia, y eso los despoja de abstraccion, los hace mas validos ante sus ojos. Cuando llegan los cheques en dolares ella mira las madejas de hilo y con propiedad las llama «trabajo».
– Pero dime, ?tu te diviertes con los tapices?
– Me extrana la pregunta, Jose. ?No prometimos hace anos que nunca hariamos algo que no nos divirtiera? Creeme que me resulta un placer. Y un placer, al ser pagado, pasa automaticamente a la categoria de trabajo.
?Como la conozco! Me responde como si siguiera la linea de mi pensamiento.
– Y tu, ?oh, puritana!, lo sientes entonces legitimado, ?verdad?
Se rie como si la hubieran pillado en una travesura. Ya estoy de vuelta en el presente, el dolor ha cedido, ya vuelve la paz. Violeta se pone seria, con este nuevo aire sereno que parece no perder nunca.
– Quiero tiempo, Jose, quiero tiempo. Al principio sone que podia bordar por otros, para otros, no solamente como un placer personal. La experiencia de ser aceptada y divulgada me demostro que, efectivamente, no estaba haciendolo solo para mi. Y la dimension se amplio. Fue el bordado lo que me fue transformando en una bordadora.
Se lo que intenta decirme: el trabajo es lo unico que baja la ansiedad, lo unico que te situa con la distancia necesaria para enfrentar al mundo exterior. Y yo no puedo ni quiero trabajar. Entonces, llena de envidia y de rabia conmigo, me decreto perdida. Pero ella no lo siente asi; sus ultimas frases son optimistas, incluso jubilosas.
– ?Es el goce, Josefa, el goce que nadie conoce mejor que tu! Mis tapices son como tus canciones. ?Somos un par de privilegiadas! ?Te das cuenta de la cantidad de pasion que ponemos en nuestros quehaceres? Y las dos sabemos bien que es la pasion la que genera las energias. ?Benditas somos!
13.
– ?Hay mujeres que de verdad odian a los hombres! -miro hacia atras para hablarle a Violeta.
Caminamos una detras de la otra, porque las veredas son muy estrechas.
– ?Lo dices por mi amiga Barbara?
– Si. Me impresiono…
– Bueno, razones no le faltan. De todos modos, tiene la teoria de que hace cuatro mil anos ellos descubrieron que las mujeres eran definitivamente superiores, y entonces les pusieron un pie encima, aterrados de que se los comieran vivos. Cree que la eterna historia de abusos y discriminacion se debe al profundo odio que los hombres sienten por estos seres a los que temen: desde algun lugar, ellas podrian despertar, emerger y arrasar con ellos. O sea, la conocida teoria de la amenaza.
Me incomoda conversar mirando hacia atras.
– ?Hay algun cafe rico cerca?
– Estamos al lado del Dona Luisa; vamos para alla y de paso compramos dulces. No puedes dejar de conocer la tienda de dona Maria Gordillo, es uno de los orgullos de Antigua. Quiero que comas un huevo chimbo, con la misma receta de la epoca de la Colonia.
Nos instalamos en el Dona Luisa. Esta lleno de extranjeros con trenzas y ojos claros y sombreros exoticos. En el muro no cabe un solo aviso mas: desde casas para arrendar hasta clases de lo que uno necesite. Traemos la cajita de carton de los dulces de Maria Gordillo, manjar duro, mazapanes, huevos chimbos, guanabanas confitadas y varias otras delicias. Pedimos nuestros cafes.
Hoy he conocido a Barbara, una de las dos amigas que Violeta tiene en Antigua. Vive aqui hace seis anos. Es canadiense. Amplia, voluptuosa, tiene ojos calidos y la risa siempre pronta.
– ?Como llego a vivir aqui? -le pregunto a Violeta.
– Ella trabajaba en teatro, en Toronto. Un dia, su amiga mas intima se divorcio y para saltarse ese proceso doloroso decidio irse a Mexico. Se instalo en la Isla Mujeres y de alli llamo a Barbara: vente, le dijo, me estoy construyendo una casa con mis propias manos. Barbara, que en ese momento se hallaba carente de «ideas
