– ?Consideras mas digna la vida vivida de esta manera?
Violeta pesca al vuelo mi tono.
– No te estoy atacando, Josefa. No estoy privilegiando una opcion sobre otra. Esta es la que yo necesitaba, tu lo sabes. Me he pasado la vida buscando una forma coherente de vivir, y siento que la he encontrado. Hay mil opciones posibles.
Volvemos a casa. Violeta quedo con algo atravesado en ese fardo de materia viva que es su mente, la conozco. Ya aparecera a la hora del ron.
Entretanto, me tiendo en mi reliquia espanola y repaso una figura: un menton de huesos cuadrados, manos fuertes sin los dedos de pianista que yo habria elegido, un torax con la cantidad justa de pelo para poner ahi mi mejilla, unos muslos duros y piernas firmes a toda prueba, un sexo pacifico en su pequenez, atolondrado en su ensanchamiento. ?Alguien conoce ese cuerpo como yo? Su ex mujer… no, ella no lo recorrio asi, no tanto, ?verdad? O quizas si. Ellos dos en la cama: es insoportable compartir un mismo cuerpo, aunque los tiempos no coincidan. Poco a poco me invade la inseguridad, una sospecha pequenita sobre esta que soy, sobre mi desempeno erotico. ?Existe alguna mujer que -de verdad- se sienta esplendida en la cama? Bueno, el tiempo no pasa en vano. No fue lo mismo hace ocho anos, o diez, cuando Andres reaccionaba con solo poner su mano sobre mi espalda. ?Habra reactivado su eros en la espalda de Pamela?
Tengo una segunda memoria, la memoria del cuerpo. El deseo: el mas irracional e irreprimible de los impulsos. Y cuanto miedo da llegar al momento insobornable: la fatiga del deseo. Quizas en un punto comenzamos a pedirnos poco uno al otro, luego de haber creido en ese impulso por tanto tiempo. Debo irrigar las zonas muertas del amor y del erotismo, esa sera mi tarea si el me da la oportunidad. Pero hay una cosa que, fatiga o no, no puede pasar inadvertida: siempre sentimos.
?Quien va a ganar esta lucha? ?Quien se quedara con el ansiado trofeo, como me ensenaron de nina? ?Ella, presente, o yo, ausente? El vacio ya no camina hacia mi, como sucedia en Santiago; al menos eso he ganado. No es poco, segun Violeta. Ella apuesta a lo mejor de Andres, o sea al final feliz. Pero tal apuesta pasa por que yo deje de ser la mujer insoportable que he sido estos anos. De todos modos, en ello nada tiene que ver Andres. Si algo importante me esta sucediendo es que, gane o pierda, necesito abandonar a esa mujer por mi misma, no por el.
El sol se ha ocultado. Ahora descansa el espiritu.
Llego la hora del ron. Violeta ya casi no come pistachos, no los encuentra con facilidad. Los ha cambiado por las castanas de caju. Las venden, fresquisimas, sabrosas, aunque nada baratas, en la esquina de la plaza. Las ofrece junto a los tragos en la tarde, en el corredor. Son un vicio, pruebas una y ya no paras mas.
Violeta acerca el vaso de ron a su rostro y comparten el color.
– Quiero contarte una anecdota.
– Adelante.
– Paso por Antigua mi amigo de siempre, Ernesto Martinez. Tu lo ubicas, sabes que es un hombre que se ha desangrado buscando el poder. Consiguio todo tipo de nombramientos con la democracia y ahora es senador. A todas luces, una historia de puros exitos, ganando las internas de su partido, adentro, luego afuera, frente al electorado de la region. Su ultima campana fue dificil, me contaba, y la eleccion muy estrecha. Y a pesar de los malos pronosticos, gano.
– Algo recuerdo, lo daban por perdido.
– Lo interesante, Jose, es que me confeso que esa noche, la de su victoria, a las cuatro de la manana, ya en su cama, lo acometio el mas feroz vacio. No podia consigo mismo. Trataba desesperadamente de dilucidar cual era el sentido de todo esto. El, que ya habia conocido bastante de cerca el tema del poder. Y su relatividad.
– ?Te hablo tambien sobre su gusto por el poder?
– Mas bien me hablo de la transformacion de la politica en este mundo nuevo de los equilibrios y el consenso, en esta nueva formula de las puras imagenes y las no-ideas.
– Bueno, mi impresion es que el poder real radica en la empresa privada y en los medios de comunicacion. Lo digo instintivamente, sin entender mucho.
– Siempre has entendido mas de lo que aparentas -acoto Violeta, ironica-. Bueno, lo sorprendente, Josefa, es que la unica pregunta que se hacia la noche del triunfo en su cama, a las cuatro de la manana, era: ?como lo hago para llevar una vida digna? Esa es su obsesion.
– Me sorprende en el. Parece tan ambicioso.
– Bueno, la forma que encuentre Ernesto de vivir la dignidad no sera, evidentemente, saliendose del mundo a esta vida casi bucolica en una meseta de Centroamerica. Tampoco se va a meter a un convento. El vera como lo hace, resolvera el dilema a su manera…
– ?Por que cresta no se dedica a los pobres? Seria digno de parte de un politico.
– Cada uno sabra cual es su forma. Lo importante es saberlo a tiempo. Tambien lo sabras tu, y yo no descalificare tu opcion, ni tu la mia. ?Verdad?
Asenti. Se por que me contaba lo de su amigo, el senador. Se por que me lo contaba a mi.
– Bueno -suspiro Violeta-, ya sabemos que no podremos cambiar el mundo, ?cierto? Ese ha sido el gran golpe de los golpes para nuestra generacion. Se nos desaparecio el objetivo en medio del camino, cuando aun teniamos la edad y la energia para hacer las transformaciones. La politica ya no es la politica de antes. Ahora es el poder por el poder, con algunas caracteristicas propias segun los grupos, pero ninguna diferencia sustancial. Por lo tanto, lo unico que les queda a personas como el es preguntarse con humildad: ?donde esta la dignidad? Arrimarse alli, si ya no quedan otros espacios de arrimo.
Nos miramos Violeta y yo. Nos medimos, nos reconocimos, nos evaluamos, nos tasamos. Y opte por rasgar el aire.
– ?Y el ultimo bosque, Violeta? ?Que paso con eso?
– Es mi sueno, mi utopia hospitalaria. Creo, Josefa, que en el ultimo bosque se encuentra la dignidad. Y que esos bosques no estan lejos de aqui.
14.
Caminar unos pasos hacia la iglesia y el convento de Santa Clara es sinonimo de ciertos momentos. Por un quetzal, tengo horas de recogimiento y silencio en mi refugio: el jardin de atras de las Clarisas. Respiro bajo la sombra de seis grandes aromos. («Violeta, ?sabias que hay aromos en las ruinas de Santa Clara?» «Si, los conozco.» «Falta solamente tu hamaca, ?que hiciste con tu hamaca?» «La traje en el container, la tengo guardada; creo que la voy a poner en la azotea.») Me amigo con el nispero y las palmas y tomo asiento en las piedras.
Mi mente se aleja hacia fines del mil seiscientos, trato de imaginarme a las primeras monjas clarisas que llegaron de Puebla. ?Como serian? ?Que comerian? Al menos, no pasaban frio, oh privilegio de esta ciudad. ?Que generosos pueden ser estos enormes claustros y fuentes sin la existencia del frio! ?Se vinieron por amor a Dios o porque las obligo la familia? ?O fue por un amor desgraciado? Pienso mas bien en esto ultimo, para identificarme con ellas.
Casi nadie llega hasta aqui; quizas algun turista recorre las ruinas, pero yo no lo veo ni lo siento. Vuelvo a respirar. Pero es el abismo. Porque toda respiracion agoniza cuando se me cruzan las imagenes: esas imagenes. Los anteojos de sol en el auto de Andres. Eran femeninos, marca Ted Lapidus. ?Que hacian ahi? ?Usara Pamela Ted Lapidus? No, yo los recordaria en ella, eran bonitos y me habrian llamado la atencion. Me persiguen esos anteojos de sol.
Pierdo la calma. Camino hacia la puerta de Santa Clara. Justo enfrente estan los lavaderos publicos, esa enorme piscina de agua verde musgo y el impecable orden de cada recipiente de piedra para la ropa sucia de los indigenas. Me fascina la perfecta distribucion de la piedra en cada unidad. Una mujer se afana en su tarea. La miro hacer. Le habla a su hijita mientras restriega sus panos. Se rie y tiene solo dos dientes, enormes, alargados, como si fuesen a saltar en cualquier momento de la boca. Saca agua con la mano -al lado, otra indigena se lava el pelo- y vuelve al mismo movimiento para mojar y enjuagar su ropa. Reconozco, entre un lavatorio y otro, ese
