Violeta me lleva un cafe a la cama. Ya con el estimulo en el cuerpo, soy capaz de existir. Me levanto en bata y me dirijo a la cocina, donde se despliega todo tipo de tentaciones para el desayuno general de la casa. Frutas, cafe humeante, pan fresco, tostadas, cereales, yogur, mermeladas y huevos. Pruebo con una cuchara, distraida, un poco de mermelada. «Es de sauco», me dice Violeta, «un berry de la zona.» Saboreo la grata mezcla de acido y dulce, recuerdo el arandano de la casa del molino, el frasco es el mismo, el espiritu del ambiente tambien. Elijo un yogur de mango y tomo de la bandeja una pitahaya. Me he prendado de esa fruta por su aspecto. Parece la ilustracion de un cuento, su cascara es como la de una alcachofa tosca y enrojecida. De un feroz rojo adentro, a medida que se acerca al borde se transforma en brillantes lineas fucsias, salpicada por sus semillas, unos puntos muy negros. El propio Rufino Tamayo se vuelve descolorido frente a esta fruta. («?Las has usado para algun tapiz?» «No», me contesta Violeta, «aun no.» «Por favor hazlo, ?esta fruta es unica, Violeta, tienes que aprovecharla!»)
La gran mesa de la cocina recibe al que va llegando. Siempre soy la ultima. La cocina misma es cuadrada y a mitad de altura se transforma en un gran torreon de ladrillos, con ventanillas en el techo por donde entra la luz. Los muros llevan ceramicas pintadas. («Grande y cuadrada: ?no necesitaste una reencarnacion, Violeta, para llegar a tener una cocina cuadrada!» «?Como que no? ?Te parecen poco mi muerte y mi resurreccion?»)
Durante el desayuno se comentan las actividades del dia. Violeta ha hablado anoche con Bob, que llega dentro de tres dias con su hijo Alan. «?Sabes por que se llama Alan?», me pregunta Jacinta, «porque su mama es fanatica por Alan Bates.» Borja anuncia solemnemente los partidos que se jugaran hoy. Rumania con Alemania. Empieza la discusion, que por quien vamos. Jacinta dice que no soporta a los alemanes. Yo digo que odio a los rumanos. «?Por que?», me preguntan sorprendidos. «Por culpa de Violeta», respondo.
– Cuentales -me urge Violeta.
– Ya, cuentanos, mama -ruega Borja.
– Esto paso en aquellos tiempos revolucionarios de nuestro pais, hace muchos, muchos anos. Violeta no tenia mas afan que meterme en sus actividades, que, dicho sea de paso, no me interesaban. Para concientizarme, me consiguio como gran cosa una invitacion a Rumania. Yo estudiaba musica en la universidad y la invitacion era para conocer como funcionaban las escuelas de musica rumanas en ese momento. Me senti obligada a aceptar, Violeta se habia esforzado tanto con sus amigos y con la embajada. Fui. Mi estadia alla es harina de otro costal, otro dia la contare. Pero mi odio por Rumania empezo a la vuelta, ya en Chile. A los pocos dias de mi llegada, recibo un papel de la aduana para que retire un paquete. ?Que sera? Parti entusiasmada, nunca habia llegado nada a mi nombre desde otro pais. «Es un disco», me dice el funcionario, «debe pagar un derecho para retirarlo.» Era bastante caro. Lo retire: un disco de propaganda del gobierno, concretamente discursos de Ceausescu con su respectiva traduccion. Puchas que me salio caro, fue mi reflexion, pero a pesar de eso me emociono haber sido recordada por alguien. A la semana siguiente, otro aviso de la aduana. Era otro disco. Vuelvo a pagar el derecho, un poco molesta esta vez. A la semana subsiguiente la historia se repite: voy a la aduana y pago con franco enojo. La caratula dice Numero 3. Alarmada, comprobe que los anteriores tambien llevaban su respectivo numero: el 1 y el 2. ?Dios, cuantos seran! Al cuarto aviso de la aduana, no fui a retirarlo. Me llaman por telefono al cabo de unos dias y me explican que es mi obligacion, dejarlos significaria una multa. Conclusion: fueron diez discos. Toda la coleccion del proceso rumano con cientos de discursos de Ceausescu traducidos al espanol. A toda esa epoca de mi vida la he llamado «el tiempo de los discos rumanos».
Violeta y los ninos reian cuando se abrio la puerta de la cocina. Yo ni mire, pensando que era Tierna. La expresion de Violeta cambia, se levanta de su silla. Me doy vuelta y veo a un hombre que abraza a mi amiga. No, no es Bob, las fotos dicen que Bob es rubio. Este es moreno, latino a todas luces, alto, cuarenton, algunas hebras grises en su pelo peinado hacia atras, en una cola de caballo.
– Javier! -Violeta parece muy complacida.
– Pido perdon por la interrupcion, veo que aun estan desayunando.
– ?Cuando llegaste?
– Anoche. Y no resisti sin venir de inmediato.
– ?Y donde te quedas? ?Dormiras aqui?
– No. Estoy en el Santo Domingo.
– Pero… ?por que te has ido a un hotel?
– Pues, la revista paga. Y debo trabajar. Si me quedara aqui, no avanzaria nada. ?Y como esta la princesa? - pregunta abrazando a Jacinta.
Trate de identificar su acento. ?Mexicano? ?Guatemalteco? Se me confunden.
– Javier, quiero que conozcas a Josefa Ferrer. Ademas de ser cantante es mi amiga de infancia, de toda la vida. Ha venido por un tiempo a descansar. Josefa, el es Javier Godinez, de Mexico, una especie de hermano de Bob, fueron companeros en Harvard.
– ?Josefa Ferrer? ?Pero que privilegio!
Cuando se acerca a darme la mano, reparo en el estado de mi pelo, en mi bata poco elegante, en mi cara dormida. No me parece el momento mas adecuado para ser presentada a nadie. Digo un «hola» desalinado y termino mi yogur.
– ?Puchas que es famosa mi mama! -comenta Borja-. Hasta aqui la conocen.
– Llegue en la mitad de algo -dice el-, por favor sigan… ?En que estaban?
– En los discos rumanos -contesta Jacinta.
– ?Que es eso? ?Algun nuevo grupo de rock?
Violeta le cuenta la historia, todos los detalles repetidos y yo al medio, sintiendome una tonta. El se divierte con las descripciones y me mira con otra cara; parece verme como yo, no como la cantante.
– Puedo contarte mas tarde un par de anecdotas de la Union Sovietica de esos tiempos, creeme que te haran reir -dice dirigiendose a mi.
– ?Tambien estuviste por esos lados?
– ?Existe algun intelectual que se precie, en nuestra generacion, que no haya tenido alguna experiencia con el campo socialista?
Ya, entendi que eramos de una misma generacion, que era efectivamente un intelectual y, si era tan cercano a Bob, de algun peso especifico. Y nos empezabamos a caer bien. Pero igual me levanto para ducharme.
– ?A que hora estaran desocupadas?
– Josefa esta libre, yo lo estare a la hora de almuerzo -Violeta, probablemente, piensa en la posibilidad de que este hombre se haga cargo un poco de mi y la aliviane.
– ?Quieres salir conmigo, Josefa? ?Has visitado ya las Capuchinas?
– No, todavia no.
– ?Y has tomado el cafe del Opera?
– Tampoco.
– ?Y has visitado la galeria El Sitio?
Me rei avergonzada.
– Tampoco.
El mira a Violeta, divertido.
– ?En que has tenido a tu amiga? ?La has encerrado?
– Salgan ustedes -sugiere Violeta, contenta- y juntemonos a almorzar en el Cafe del Conde. Tengo antojo de comer pan de maiz y el
Al salir de la ducha me sorprendi buscando alguna «tenida». Hasta ese momento no me habia sacado los jeans, pareciendome que parte de la reparacion de este viaje era el no vestirme ni pensar en el tema. Encontre un vestido de algodon color lila -comprado justamente en Antigua-, largo hasta los tobillos, y me plante encima un chaleco de seda sin mangas, como lo habria hecho Celeste. Quedaba bien y me daba una cierta nota juvenil. Mientras me arreglaba y el espejo insistia en devolverme a este cuerpo que quiero poco, pense con envidia en las personas que se sienten bien consigo mismas, que no gastan energias en disimular tal o cual rasgo y se encuentran a sus anchas en el unico envoltorio que tienen.
Violeta es una mujer que esta bien dispuesta con su cuerpo; se desprende de mirarla desplazarse por la vida. Yo no: siempre me he sentido incomoda en mi piel. Violeta fue linda desde chica. Crecio contando con eso y para ella nunca fue una preocupacion. El descuido en su adultez solo revela lo que nunca me sucedio a mi. Yo tuve que inventarme. Recuerdo con nostalgia la casa del molino como el unico lugar en que me he dejado ir. El pan
