jabon cafe que me llamo la atencion en el mercado, parecia una roca. Es para los piojos, me conto Violeta. (En mi pais hay piojos hasta en los colegios privados, pero no se asumen y en ningun lugar popular venden jabones para eliminarlos.) Sus movimientos me subyugan. No usa escobilla, solo su mano. Y mi historia de cantante me traiciona, pues sin llamarla, sin invitarla, llega a mi la Violeta Parra y esta voz, en silencio, comienza a cantarla, como cuando Violeta y yo lo haciamos juntas en la universidad: Aqui voy con mi canasto/ de tristezas a lavar, al estero del olvido,/ dejen, dejenme pasar./ Soy la torpe lavandera, pierdo el dia en mi labor,/ el amor es una mancha que no sale sin dolor,/ lunita lunay, no me dejes de alumbrar. Empiezo a llorar. Un llanto lento, absurdo. No, no puedo volver a llorar, me digo enojada: soy fuerte, autonoma e independiente, me repito, y las palabras caen al agua, vacias. Mezclo mi llanto con el agua del lavado, meto mi mano a la pila, me mojo los ojos, la indigena me mira, yo la miro de vuelta. Vuelvo a hundir mis manos en esa agua verde y ella sigue mirandome.

Cuatro de julio, dia nacional de los Estados Unidos. Un dia cualquiera.

Camino hacia la plaza. Esta llena, ?que pasa? ?Por que hay tanta gente? Las colas en Guatel y en el Banco del Agro, donde cambio mis dolares, alcanzan la calle. Las veredas estan repletas de coloridos productos. Me acerco a la compania, quizas pueda llamar a Andres y hablar con el desde ahi con la certeza de que nadie mas me escucha. La cola es enorme, en la misma ventanilla donde se piden las llamadas internacionales esta la gente pagando sus cuentas y sus llamadas locales. ?Como no dividen las ventanillas segun su uso? Voy a esperar un rato en la plaza.

Elijo un banco cerca de la fuente del centro. Escucho el agua correr. Descanso. Estoy siempre agotada. Miro a las indiecitas (no son indias, son indigenas, me corregiria Violeta; decir indias debe ser politicamente incorrecto): caminan frente a mi con sus enormes canastos en la cabeza, sin tocarlos con las manos, erguidas. Observo la perfecta linea de cuello y espalda, ?como se las arreglan? Son unas ninas, tan pequenitas. «Solo se entiende porque llevan cinco mil anos haciendo lo mismo», me dijo ayer Violeta, «a nosotras se nos caeria todo.»

Miro a un turista panzon, de shorts y polera muy cenida, con unas piernas delgadas en calcetines blancos y unos minusculos pies calzados con rigurosos zapatos negros acordonados. Trata de fotografiar a su mujer. Mas al centro, le dice, pero la mujer no se mueve lo suficiente, un poco torpe su cuerpo. Mas al centro, le repite, obsesionado con formar una perfecta simetria entre la fuente y ella. Dios mio, ?como alguien puede casarse con un hombre asi, como unir su vida a otro que lleva a cuestas esos pies y esas piernas? «Mucho peor la panza», me discutiria Violeta, «lo que pasa es que tu eres una fetichista con esto de las piernas.» No, le contesto mentalmente, la panza de un hombre es horrible, de acuerdo, pero a la larga puede resistirse. Lo que no se tolera es esto: ?has visto algo menos masculino que esas piernas? Flacas, peladas, pulcros calcetines blancos con zapatitos negros… Me lo imagino desnudo con los calcetines puestos, la peor situacion en que un hombre puede encontrarse. ?Dios, que poco sexy! ?Como sera Bob?

Cuando comenzaba a recorrer las piernas de Andres, a recordar cada linea de ellas y a dolerme, me distrajo un pajaro; vino y se poso en el arbol mas cercano. Era azul. El cuello y la cabeza, azabaches. El resto, completamente azul. Que pajaro tan bello, ?de donde salio? No es el azul brillante que retratan algunos libros, no. Es un azul petroleo. Nunca he visto uno igual.

Vuelvo a Guatel. La cola es larguisima aun. Estoy tratando de tomar decisiones cuando una indigena sentada muy cerca de mi en la vereda, con su mercancia a la venta, me llama:

– Ey, tu…

Me asusta. Cualquier cosa inesperada relacionada con otro ser humano, mas aun si es en la calle, me asusta.

– ?Yo?

– Si, tu…

Suelta una frase que no comprendo. Nunca les entiendo mucho, es raro su espanol. Algo me dice de un hombre. Miro, a mi lado hay un turista trigueno, ?se referira a el? ?O a Andres? Pero, ?que tiene que ver esta mujer con Andres? Estoy loca… Aunque tal vez sea una especie de bruja y me esta regalando una profecia.

– ?Que? No entiendo, repitame.

– Si me das un quetzal -eso si se lo comprendo de inmediato. Dudo: ?entregarme a su juego o arrancar? Intrigada, saco un quetzal de mi cartera y se lo paso. Entonces su frase es nitida-: El hombre trigueno ya no es tuyo… pero de ti depende.

– ?Que hombre trigueno?

No me responde. Entra en el mutismo total.

– No entiendo -le digo.

– Comprame un huipil-me responde.

Salgo de alli molesta. Que Guatel ni que nada. Estoy transpirando. Hace calor, como siempre, pero eso no justifica mi agitacion. Me dirijo a la Calle de los Peregrinos. El hombre trigueno… Andres no es mio, Andres no es mio. Siento una sed loca. Me detengo en un pequeno cafe y pido un licuado de melon. En el cafe ven el futbol. Brasil contra Estados Unidos. Si, oi a Violeta en la manana diciendo lo contenta que estaba de que Bob viese el partido lejos, en su pais, que ella no puede dejar de estar con Brasil. Ella siempre esta por los latinoamericanos. «Imaginense», habia dicho, «la victoria de Estados Unidos contra Brasil en el dia de su fiesta nacional. ?Como seria aquello!»

Que lastima que la fecha de mi viaje haya coincidido con el Mundial, Andres apenas notara mi ausencia. Miro a los hombres del cafe. Brasil ha metido el unico gol del partido, a los veinte minutos del segundo tiempo. Los guatemaltecos saltan de alegria, todos aplauden. ?Quien dijo que el sentimiento antiimperialista estaba pasado de moda?

Fourth of July, pienso al retomar la Calle de los Peregrinos.

«Why is it that so many more words have been said about Abraham Lincoln than about any other American?» Vestida de rosado como un caramelo, muy acinturada, los tacos blancos, el microfono. Todo el colegio, alumnos y profesores, en el auditorio, escuchando el discurso central. Y Violeta, en la fila del coro, recitando conmigo en su interior. Fourth of July, fiesta tambien en el colegio, representacion de las alumnas a cargo de la monja de musica en el Glee Club. Mientras el coro cantaba la ultima estrofa – «while the sun keeps music… in my old Kentucky home… far away…»-, aparecia yo en el escenario. «Why is it…» En los ensayos, la ansiedad me consumia en ese momento en que debia empezar. Tenia trece anos y no conocia aun el concepto de panico de escena. Entonces, en los ensayos, Violeta siempre empezaba conmigo en voz baja; ella se habia estudiado mi discurso, lo aprendio conmigo y se lo sabia de memoria. Lo hizo para convencerme de que yo me la podia, para obligarme a vencer la resistencia a ser oida por todo el colegio. «Si te pones nerviosa y se te olvida la estrofa, yo te la soplo. Yo voy a estar recitando contigo.» Y cuando llego el dia, me acerque al microfono y no pude, no me salio el habla. Mire ese enorme auditorio frente a mi y me vino un vacio en el estomago. Hasta que escuche, sin detectar de donde venia en ese momento de confusion, la voz de Violeta, despacio, pero con el volumen necesario para llegar a mi: «Why is it that so many more words have been said…» Entonces pude. Alce la voz, fuerte y clara, y recite. Termine mi discurso a la perfeccion y cuando el publico estallo en aplausos, lo goce. Me invadio un extrano vertigo, ?y cuanto me gusto! No tenia como sospechar entonces la cantidad de escenarios a los que me subiria mas tarde en la vida, ni cuanto necesitaria ese vertigo para sentirme viva. Y tanto esfuerzo para vencer cada vez -absolutamente, cada vez- el panico.

Y asi la frase inicial del discurso sobre Abraham Lincoln paso a ser una especie de sortilegio entre Violeta y yo: la primera audicion de radio, la primera vez que cante en un escenario en la universidad, la primera vez que fui a la television. Siempre Violeta acompanandome, menos el dia crucial en que gane el Festival de la Cancion. Y al momento de comenzar, ella se las arreglaba para estar cerca, donde mis ojos pudieran toparse con los suyos, y recitaba, casi para si misma: «Why is it that so many more words have been said about Abraham Lincoln than about any other American?»

Fourth of July.

Empezo una tormenta en Antigua. Apuro el paso.

15.

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