– No se logra visualizar el futuro. Al menos me consuela pensar que no entenderlo es distinto de condenarlo -dice Bob mientras vuelve a llenar de ron nuestros vasos. Violeta se lo agradece, lo mira y, como si hablara para si misma, cierra el tema con su ultima reflexion:

– Antigua es mi salvacion. Aqui puedo aferrarme a la belleza de lo cotidiano, a un tempo determinado, y logro salvarme un poco del sentido de lo inmediato.

– Pero igual tienes pena -al fin saco la voz.

– Si, igual tengo pena. Tengo pena por mi mundo, que se fue inexorablemente, y no se si la humanidad sera mas feliz sin el. No estoy segura… Me he quedado desnuda como el agua. ?Que continente adolorido, por la mierda! Subiendose a un carro a medias, al desarrollo a medias, con sus hoyos negros en el desarrollo mismo, enfrentando problemas de paises modernos con el fardo de tristezas de los paises atrasados. Esta claro: tambien entre nosotros todo norte tiene su sur.

Se levanta, abre la puerta del bano y desaparece tras ella. Javier se incorpora, estira sus piernas largas y me extiende la mano para que lo siga.

– ?Adonde? -le pregunto despacito.

– Dejemoslos solos. Vamos a tomarnos un trago al Santo Domingo.

Como Bob no dice lo contrario, me voy con Javier.

Nos instalamos en el salon, frente a la chimenea gigante, majestuosa en toda su superficie de cobre repujado. Pido una margarita. Estoy exhausta. Javier extiende sus dedos -son finos esos dedos- hacia mi cuello y lentamente lleva mi cabeza hasta su hombro, donde encuentro el espacio preciso para el descanso. No me pregunto siquiera que hago ahi, quien es este hombre, por que me apoyo en un cuerpo que no es el de Andres, si no existian en mi conciencia cuerpos masculinos que no fuesen el de Andres, si se habian extinguido todos y cada uno de ellos de la faz de la tierra. ?Acaso no era cierto? ?Acaso los cuerpos femeninos seguian girando en la orbita de el sin yo percibirlo? Pamela tiene manos largas, huesudas y llenas de anillos, Pamela tiene los pechos mas erguidos que yo, Pamela… esto es una demencia. Me hundo en el hombro confortable de este mexicano oscuro, mezcla de azteca con andaluz, como me ha contado, sangre orgullosa que palpita y calienta. Mientras tengamos un par de brazos que nos rodeen, estamos salvados. El punto es tener esos brazos, no importa de quien sean, y seremos entibiados. Me sumerjo en esos brazos.

Y entre las paredes conventuales, los santos de madera del mil seiscientos, los canticos gregorianos, las velas y las calas -alcatraces, como las llama el-, Javier no se detiene en mi. Quiebra Ese raro encanto personal y vuelve a Violeta.

– Lo que es la fuerza de la nostalgia…

– No -le respondo sintiendo que Violeta se entromete en la angosta ?tan angosta! ranura de mi intimidad. Me incorporo de la fantasia de ese sillon y digo, terminante-: No es la nostalgia. Es la anoranza. Y creeme, no es lo mismo.

17.

Dona Beatriz de la Cueva de Alvarado.

Ya sentada sobre mi banco en el museo, en la antigua Universidad de San Carlos, esperando que comience el concierto, pienso en Beatriz de la Cueva, aquella mujer fuerte, solida y ambiciosa que logro -?a mediados del siglo dieciseis!- ser nombrada gobernadora del Reino de Guatemala. ?Como seria la reaccion del resto del Consejo ante una mujer como mandamas en este lugar perdido del Virreinato de la Nueva Espana?

Javier me ha llevado esta manana al mirador. Escampaba. Y recien partida la lluvia, el aire se volvio pristino, transparente. Respirar no era solo eso, era inhalar, expeler, animar, ventilar, sujetar, aliviar, casi gemir. Como dos cuerpos activos, juntos, apreciamos la ciudad en toda su extension. Senti, casi alucinada, como su tamano abarcable, sus calles aun de piedra, sus edificios coloniales casi todos de un solo piso, su entorno de volcanes verdes, me hacian un llamado. Como un susurro. Me llamaban, en su paz, a una extrana entrega, un reposo, como si prometieran -en su silencio milenario- fluidos desconocidos, serenidades venideras, aventuras del espiritu que no podian sino pacificarlo. ?Andres, Andres! ?Me estas entregando?

La estatua de Santiago Apostol parece vigilar la ciudad.

– ?Por que no la de Pedro de Alvarado? -pregunto.

Y el me cuenta que esta ciudad se llamo Santiago, que fue fundada porque el Santiago primigenio, donde reino don Pedro de Alvarado, fue arrasado por los efluvios del Agua. El Fuego y el Acatenango nunca fueron tan traidores, me explica. Y aparece la figura de dona Beatriz, y el amor legendario de ella y don Pedro. Cuando este murio, ella se vistio de negro de la cabeza a los pies, mando a pintar todo su palacio de negro y puso cortinas negras en todas las ventanas, encerrandose a llorarlo. ?Ese si era amor, no estas fruslerias seudointelectuales, seudosicologicas, de hoy dia! Al poco tiempo el volcan se la llevo a ella con palacio, ciudad y todo. En 1543 fundaron el nuevo Santiago, lo que hoy se llama «la Antigua», capital de Guatemala hasta el famoso terremoto de 1773.

Esta mujer ferrea, semihereje, con tanta ambicion como pasion, venida desde la sofisticada corte espanola a estos paramos salvajes, ?cuanto amaria a esta tierra? ?Y le respondio la tierra a su amor? Pienso, ?le habra valido la pena? El volcan no la quiso, no, eso esta consignado.

– La historia rumorea que ella hacia pactos con los dioses de los indigenas.

– ?Le habran servido?

Javier me mira entusiasmado y me propone:

– Existe un maleficio maya que puede serte util.

– ?De que se trata?

– Es el hechizo de las velas negras. Se prenden para aniquilar al enemigo. Pero debes estar muy segura al hacerlo, y desear con fervor la destruccion de tal enemigo, pues a partir de ese momento tu pasas a ser vulnerable a los hechizos y ya te los pueden hacer a ti. Beatriz se arriesgo. ?Estas dispuesta?

Pienso en Pamela y la tentacion me asalta. El cuerpo me tiembla, no tengo la fortaleza de Beatriz.

– ?No!

Las paredes y los cortinajes negros me pueblan hasta mi llegada al concierto. Violeta ha insistido en que venga, dice que es un regalo para mi.

Siento una cierta confusion entre el blanco albo de la antigua Universidad de San Carlos -la primera de Centroamerica-, Telemann y el oboe; detras del violinista, la Virgen de Guadalupe, oscura soberana vestida de verde y dorado, siempre oscura su tez sobre el blanco de los arcos calados, como si fueran de merengue solido, hasta el cielo de la boveda de la universidad y sus cornisas de crema de Chantilly. Empieza el solo del violonchelo -dificil instrumento, el que menos amo del barroco- y no se donde estoy, de nuevo no se que hago aqui. Miro a mi derecha y me encuentro con la claridad de Bob; lo conozco hace apenas tres dias, pero me parece un miembro querido de una familia de siempre, de mi familia. Luego, a mi izquierda, la mirada reaseguradora de Javier, el pelo gris en su cola de caballo, sus manos finas y oscuras y ese cuerpo elastico como si fuese un cuerpo amigo, un cuerpo a punto de pasar a la intimidad. Definitivamente, estoy sabiendo poco de mi misma. Es todo tan nuevo, y sin embargo pareciera haber vivido en mi desde siempre.

Despues del intermedio anuncian cantos guatemaltecos de mediados del mil setecientos. Aparece una cantante, hermosa, morena, debe tener mi edad, bien armada en su vestido de raso color te con leche. Su voz se alza en un barroco elaborado, ornamentado, compuesto por este pueblo mientras Bach y Telemann hacian lo suyo en paralelo. Tiene algo de cantico y comienza a cosquillearme el estomago. Miro a Violeta y ella me devuelve la mirada, ?esperanzada? Sabe lo que esta a punto de sucederme, es mas, sospecho que lo planifico para que me sucediera. Terminado ese cantico en el que la morena llama a Jesus, anuncian un son chapin, menos sagrado, mas alegre, chispas en los ojos de la cantante, centellean, su maravillosa voz entona: «gitanilla viene, gitanilla va, gitanica que viene y que va…», algo me invade, quiero cantar con ella. «Gitanico hermoso, angel celestial, en dulce armonia les hacen hablar, morenica del sol mas hermosa…» Una fuerza conocida me recorre, como si la sangre hirviera desde los nervios hasta las visceras: «que bailan graciosos al son y al compas». Me concentro a tal punto que respiro junto a la morena cantante, entro el estomago al mismo tiempo que ella, la sigo como si sus

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