nacimientos de tres ninos, la aparicion de un caballo de trote prodigioso llamado Infiel, un robo, un arresto, un juicio y una ejecucion en la silla electrica, una boda, dos funerales, una huida a campo traviesa, dos bailes, una seduccion en un refugio antiatomico, una caceria de ciervos y otra docena de escenas que todavia tenia que escribir, segun las pulcras notas de la maldita sinopsis. En ellas se trazaban los destinos de nueve personajes principales que durante el ultimo mes habia intentado comprimir en una cincuentena de extranas paginas de prosa tensa y brillante. Relei con desden las autocomplacientes y pomposas anotaciones que habia escrito por aquel entonces: «Tomate tu tiempo, esta escena tiene que resultar muy, pero que muy buena», y la peor de todas: «Este pasaje debe poder leerse como una inacabable autopista linguistica de cinco mil kilometros.» ?Como detestaba al gilipollas que habia escrito eso!

Una vez mas, y con la satisfaccion habitual, acaricie la idea de echarlo todo a rodar. Si me quitaba de encima aquel abultado monstruo, podria acometer El domador de serpientes, o la historia del astronauta fracasado que vive su decadencia en Disney World, o la de los dos equipos de beisbol condenados a un funesto destino, el azul y el gris, que juegan un partido la vispera de Chancelorsville, [12] o El rey de los nadadores en estilo libre, o cualquiera de la restante docena de novelas imaginarias que me habian revoloteado por la cabeza como colibries mientras me esforzaba en limpiar el criadero de avestruces en que se habia convertido Chicos prodigiosos, sacando paladas y mas paladas de porqueria. Y acto seguido me deje llevar por la tambien recurrente, aunque no tan placentera, idea de contarle todo eso a Crabtree, de confesarle que necesitaria varios anos mas para acabar Chicos prodigiosos y esperar su clemencia. Entonces recorde a Joe Fahey y, como siempre sucedia, meti una hoja en blanco en la maquina de escribir.

Trabaje cuatro horas, tecleando sin parar, pendido del delgado hilo que me unia a la humeda y malsana cavidad infestada de gusanos que contenia un final que ya habia intentado utilizar en tres ocasiones. Este final me obligaria a volver sobre las dos mil paginas precedentes para minimizar la presencia de uno de los personajes principales y eliminar completamente a otro, pero pense que, de los cinco finales fallidos que habia ensayado durante el ultimo mes, probablemente era el mas logrado. Mientras trabajaba, me contaba mentiras. Los escritores, a diferencia de la mayoria de la gente, cuentan sus mejores mentiras cuando estan solos. Este final, me dije, es perfecto; de hecho, era el final hacia el que la novela se deslizaba de manera natural. La visita de Crabtree, bien mirado, era una especie de accidente creativo, un regalo divino, un martillo que abria todas las ventanas que en mi imaginacion permanecian cerradas. Acabaria la novela al dia siguiente, se la entregaria a Crabtree y asi salvaria las carreras de ambos.

De vez en cuando, levantaba los ojos de mi zumbante maquina electrica, con su olor a polvo recalentado y cables requemados -habia intentado pasarme al ordenador, pero odiaba la manera como transformaba la escritura en una especie de dibujo animado que contemplabas comodamente sentado- para mirar a James Leer, que se retorcia sumido en sus para mi inimaginables suenos.

El ruido del tecleo no lo despertaba, o al menos no le molestaba lo suficiente para hacerle levantarse del sofa y trasladarse a una zona mas silenciosa de la casa.

Entonces, mientras metia a la familia Wonder en un bimotor Piper que, de camino al funeral rockero de Lowell Wonder en Nueva York, se daria de morros con el impasible monte Weathertop -esa era la clase de mierda de avestruz que tenia que limpiar a paladas-, oi un susurro, como de pompas de jabon al estallar, y ante mis ojos aparecieron cientos de estrellitas.

– James! -grite.

Cogi el manuscrito de Chicos prodigiosos como si me agarrase a una balaustrada para no caer de bruces por un infinito tramo de escaleras. Cuando a los pocos segundos recobre el conocimiento, estaba echado en el suelo y James Leer me contemplaba con el ceno fruncido, envuelto en el saco de dormir como un indio de una pelicula de serie B en una piel de bufalo.

– Estoy bien -dije-. Solo he perdido el equilibrio.

– Te he estirado en el suelo -comento James-. Temia que… no se, que te tragases la lengua, o algo por el estilo. ?Todavia estas borracho?

Me incorpore y me apoye en el codo mientras contemplaba como el ultimo meteorito amarillento pasaba sobre mi craneo.

– ?Claro que no! -proteste.

James Leer asintio. De pronto temblo un poco y tiro del saco de dormir para colocarselo mejor sobre los hombros. Dio un paso atras que abruptamente se transformo en una torpe flexion y recupero el equilibrio apoyandose contra el respaldo de mi sillon.

– Pues yo si -admitio. En la sala empezo a sonar el telefono. Era un modelo nuevo, con todas las prestaciones modernas (indicador de llamadas en espera, selector de mensajes grabados y demas), y aquel sonido no era exactamente un timbrazo, sino mas bien una alarma, como la de un Porsche que intentaran robar en mitad de la noche-. ?Quieres que conteste?

– Si, gracias -dije, y con cuidado volvi a apoyar la cabeza en el suelo. Estaba seguro de que era Sara, que llamaba para decir que no solo su perro habia desaparecido sino que ademas a Walter le habian robado una chaqueta negra de saten valorada en veinticinco mil dolares. Cerre los ojos, todavia bajo los efectos del ligero centelleo de fuegos artificiales visuales, y me pregunte si no tendria algun inquilino diabolico en el cerebro, una maligna arana que abria sus largas patas negras como varillas de un paraguas. Me pregunte como reaccionaria si mi medico me diagnosticase alguna enfermedad terrible que me enviaria al otro barrio en poco tiempo. ?Me desentenderia de mi trabajo para concentrarme en escribir mi nombre en el agua, ligando con travestis en los aviones, seduciendo a ambiguos muchachos virgenes, recorriendo Pittsburgh en un convertible prestado a las cuatro de la manana, buscando lios? Durante unos instantes me complacio la idea de pensar que si, pero inmediatamente comprendi que, con la muerte en mis entranas, mi unico deseo seria aovillarme en mi sofa con medio kilo de buena hierba afgana y dedicarme a liar un canuto tras otro mientras miraba en la tele la reposicion de Los casos de Rockford, hasta que la chica del kimono negro viniese a buscarme.

– Es un tal Irv -me anuncio James Leer con una sonrisa torcida, tras asomar la cabeza en el estudio. Supuse que todavia estaba lo suficientemente borracho para no tener resaca ni sentirse torpe y disperso-. Le he dicho que tendria que esperar un momento.

– Gracias -dije. Le tendi la mano y me ayudo a levantarme-. ?Por que no desayunas un poco? En el termo hay cafe.

Asintio, un poco ausente, como un chaval que no hace caso de los consejos de su madre, y se sento en el sofa.

– Quiza dentro de un momento -dijo. Giro la cabeza hacia la estanteria de la esquina, sobre la que habia un pequeno televisor con video incorporado-. ?Funciona?

– Oh, si -dije. Me resultaba un poco embarazoso tener un televisor en el estudio, aunque nunca lo miraba cuando se suponia que estaba trabajando-. Lo uso para ver partidos cuando Emily esta trabajando o durmiendo.

– ?Que peliculas tienes?

– ?Peliculas? No muchas. No soy cinefilo, James. -Senale el escaso surtido de videos apilados junto al televisor-. Creo que todavia tengo Nueve semanas y media por ahi. La grabe de una cadena por cable.

James hizo una mueca y refunfuno:

– ?Nueve semanas y media! ?Dios mio!

– Lo siento -me disculpe. Me dirigi hacia el telefono anudandome el cinturon de mi albornoz favorito.

– Bonito albornoz, profesor Tripp -comento James.

– Hola, Grady, soy Irv -me saludo el padre de Emily por el auricular.

– Hola, Irv -respondi-. ?Que tal estas?

– Podria estar mejor -respondio-. La rodilla izquierda me esta fastidiando.

– ?Que te pasa?

Hacia un ano que le habian reemplazado esa rodilla por una protesis de acero inoxidable de la que estaba extraordinariamente orgulloso, como si de una espontanea mejora fisica fruto de la magnificencia de sus celulas se tratase.

– No lo se -dijo-, pero no la podre doblar bien hasta las diez.

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