James Leer me miro y volvio a contemplar el capo del Galaxie.
– La abolladura tiene forma de culo -dijo, se encogio de hombros y metio su mochila en el coche.
Al hacer marcha atras, falto poco para que me cargase definitivamente el Galaxie de Happy Blackmore. Al salir de casa me habia percatado de la presencia de una furgoneta de reparto blanca que avanzaba lentamente por la calle Denniston mientras su conductor iba comprobando la numeracion de las casas, pero no me moleste en volver a mirar antes de descender hacia la calle al menos a treinta por hora; al hacer marcha atras debia apretar el acelerador, porque si no el coche tenia tendencia a calarse. En el ultimo segundo vi en el retrovisor una mancha blanca, el dibujo de un par de boxeadores y el letrero. Pise el freno. El conductor de la camioneta freno en seco y despues arranco bruscamente.
– ?Dios mio! -dije-. El dia empieza bien.
– ?Por que no bajas la capota? -sugirio James-. Quiza verias mejor.
Ruborizado, segui su consejo.
– Siempre me olvido de que se puede bajar -me excuse.
Al salir de la ciudad paramos en el supermercado Giant Eagle, en Murray, y James, despues de husmear entre mis provisiones, compro un par de litros de zumo de naranja, un paquete de donuts con azucar candi y un ejemplar del
– Era un dios -sentencio con solemnidad mientras me mostraba la revista.
– No estaba mal -dije.
En la seccion de floristeria compre una docena de rosas y, con sumo cuidado, envolvi los tallos en toallitas de papel humedecidas que tome de los lavabos para que no se marchitasen durante el viaje. En la pared del lavabo de caballeros habia una maquina expendedora de condones; eche cincuenta centavos y elegi un modelo llamado Luv-O-Pus que prometia envolver a mi pareja en ondulantes tentaculos de placer. Al llegar a la caja tuvimos que hacer una larga cola, y, para pasar el rato, se me ocurrio ensenarle a James el Luv-O-Pus, pero finalmente decidi no hacerlo; temi que un articulo de esa clase pudiera asustarlo. Mientras esperabamos para pagar, se bebio toda la botella de zumo de naranja. Al tragar, su ostentosa nuez subia y bajaba ritmicamente.
– Estaba sediento -dijo despues de secarse la boca con el dorso de la mano-. No se lo que me pasa.
– ?Joder, James, que tienes resaca! -le explique, riendo.
Reflexiono un instante y asintio.
– Te hace sentirte triste -comento.
Mientras enfilabamos la calle Bigelow mantuve la vista apartada del arruinado capo del coche y trate de evitar pensar en los danos y en lo que estos parecian expresar acerca del modo como conducia mi vida. Llevabamos la capota bajada y escuchaba el siseo de las ruedas sobre el asfalto, el golpeteo del viento contra el parabrisas y la musica de Stan Getz que surgia debilmente de los altavoces y se perdia en el aire detras de nosotros como una hilera de nacaradas pompas de jabon. Ante mi tenia el inamovible contorno de un culo, a modo de distintivo.
– Pensaba que ibamos a hablar con la rectora -dijo James, sin mucho entusiasmo, mientras nos alejabamos cada vez mas de Point Breeze.
– A eso ibamos, en efecto -dije.
Eche un vistazo a las flores que habia dejado sobre el asiento. Un gesto galante, pense, era el primer recurso de quien se sabe culpable. ?Que me hacia pensar que Emily se alegraria de ver mi ojerosa cara y mi ramo de inodoras rosas de supermercado? En cualquier caso, ante el recordatorio de James, el tropel de sentimientos de culpabilidad que dan vueltas perpetuamente en el pecho de todo porrata se posaron de pronto sobre el tejado de la casa de Sara. ?Estaba realmente colado por ella? ?Iba a marcharme de la ciudad con el cadaver de su perro en el maletero?
– Bueno, si, ?sabes?, quiza no sea la mejor idea, James. Tal vez deberiamos dar media vuelta.
James no dijo nada. Estaba apoyado contra la portezuela, envuelto en su mugriento abrigo, con las rodillas levantadas, los hombros encogidos y dos litros de zumo de naranja moviendose en sus tripas. Agarraba un todavia intacto donut cubierto de azucar candi como si se tratase del unico lastre que lo mantenia clavado al asiento del coche y al globo terraqueo que habia a nuestros pies. Estaba hecho un desastre. Cada vez que pasabamos por un bache la cabeza se le movia como la aguja de un sensor. Yo seguia bajando por Bigelow, pero iba reduciendo la velocidad a medida que nos aproximabamos a la carretera, pensando alternativamente en Sara y en Emily y sus padres, hasta que llegue a un punto de indecision absoluta o colapso, y me encontre ante un semaforo en rojo.
– ?Miralos! -dijo James-. ?Parecen clonados!
Los miembros de una joven y agraciada familia cruzaban la calle por delante del coche: unos esbeltos y rubios padres con ropa caqui y a cuadros, rodeados de un disciplinado sequito de guapos y rubios hijos clonicos. Dos de los ninos llevaban relucientes bolsas con peces de colores. El sol iluminaba las puntas de sus lacios cabellos. Iban todos cogidos de las manos. Parecian un anuncio de alguna marca de laxante suave o de los adventistas del septimo dia. La madre llevaba en brazos un bebe rubito y el padre fumaba una pipa de brezo. Al pasar ante nosotros, todos echaron un vistazo al crater del capo y despues nos miraron a James y a mi con infinita lastima.
– El semaforo esta verde -dijo James.
Yo estaba contemplando al bebe. Tenia la cara aplastada contra el seno izquierdo de su madre y agitaba las manos con un gesto grandilocuente. Doblaba y estiraba los deditos de una manera extrana, como si se tratase de los expresivos dedos de un bodhisattva de piedra. Por un instante me parecio sentir su peso en forma de un dolor en la cara interior de mi codo.
– Ya podemos seguir, profesor.
El tipo del coche que teniamos detras empezo a dar bocinazos. Cuando la familia subio a la acera, antes de que desapareciera de nuestra vista, vislumbre el rostro del bebe por encima del hombro de su madre. Tenia una sonrisa extranamente perversa -como si se le hubiera paralizado el musculo de la mejilla- y un pequeno parche negro en el ojo izquierdo. Eso me gusto. Me pregunte como reaccionaria si tuviese un bebe con aire de pirata.
– ?Profesor?
Di media vuelta en el cruce y fuimos de nuevo en direccion a Point Breeze.
Al llegar a casa de los Gaskell eche un vistazo a James. El viento le habia tirado el engominado cabello hacia atras y el flequillo hacia arriba, lo cual le daba un aire de personaje de dibujos animados que acaba de recibir una noticia impactante. Vi que pestaneaba. El donut le resbalo de los dedos. Su sorprendida cabeza se inclino hacia atras y quedo apoyada entre el reposacabezas y la ventanilla. Pense que simulaba haber quedado inconsciente para evitar tener que dar la cara ante la rectora Gaskell, pero no podia afearle su actitud. Despues de todo, le habia prometido -aunque tenia mis dudas acerca de que me hubiese creido- que me encargaria de todo.
– Muy bien -le dije mientras salia del coche-. Espera aqui.
No hubo respuesta cuando golpee con los nudillos en la puerta principal, asi que probe a girar la manija. Estaba abierta.
– ?Sara? -Entre-. ?Walter?
En la cocina habia cafe caliente. Encima de la mesa vi el bolso de Sara, un paquete de Merits y una edicion de bolsillo de una de las novelas de Q., abierta, encima de un encendedor Bic rosa. Sara estaba en casa, estupendo. Volvi al recibidor y subi por las escaleras.
– ?Sara? ?Soy Grady! ?Hola?
Temiendo que en cualquier momento un enfurecido Walter Gaskell saliese de algun rincon oscuro y saltase sobre mi balanceando uno de los viejos bates de beisbol del gran Joe DiMaggio, asome la cabeza en el estudio de Sara, en el cuarto de invitados y en las restantes habitaciones del piso superior, y finalmente fui hasta la puerta del dormitorio principal, en el que hacia muy poco habia hecho una imprudente incursion que desaconsejaba volver a visitarlo tan pronto. La puerta estaba entreabierta y, un poco asustado, le di un suave puntapie. Se abrio con un delator crujido.
– ?Sara?
La cama estaba enterrada bajo un manto de nieve virgen formado por la colcha de plumon y las sabanas. En