abollado Ford Galaxie en cuyo maletero reposaba el cadaver de un perro al que se habia cargado.

– ?No quieres ir, James? -le pregunte con un tono mas esperanzado de lo que pretendia-. ?Prefieres que demos media vuelta?

– ?Y tu?

– ?Yo? ?No! ?Por que iba a querer dar media vuelta?

– No lo se -respondio, un poco sorprendido.

– Colega, esto ha sido idea mia, ?lo recuerdas? No, eh, me hace mucha ilusion. De verdad. La pascua. Realmente. Las diez plagas. Comer perejil. En serio, me alegro de tener que ir.

– ?Por que tienes que ir?

– Ya sabes a que me refiero -Uh -murmuro, dubitativo-. No, yo tampoco quiero dar media vuelta.

Volvio a retocar el retrovisor de su portezuela, moviendolo hacia un lado, despues hacia el otro, como si temiese que alguien pudiese estar siguiendonos.

– ?Ves algun coche de policia? -pregunte.

Me miro durante uno o dos segundos y decidio que estaba bromeando.

– Todavia no -respondio con voz debil.

– Escucha -dije-. No pasa nada. En casa de la rectora he perdido un poco los nervios, pero… uh, lo aclararemos todo cuando regresemos a la ciudad esta noche. Te lo prometo, ?de acuerdo? En cualquier caso, los Warshaw son una familia interesante. Creo que te gustaran.

– De acuerdo -dijo, como si acabase de darle una orden. Parecia a punto de vomitar.

– Es por la cantidad de zumo de naranja que te has bebido. ?Quieres que pare?

– No.

– Estamos en Sewickley Heights. Podemos buscar un bonito campo de golf para que eches las papas.

– ?No!

Golpeo el salpicadero con ambas manos. La guantera se abrio y cayo una bolsita de marihuana. James la recogio y se dispuso a volver a guardarla, pero de pronto debio de sentirse ridiculo o poco sofisticado, porque desistio y mantuvo la bolsita entre dos dedos, como un grueso porro liado con papel translucido. Se habia sonrojado, o al menos sus orejas y su nuca estaban rojas.

– Por favor -dijo-. Estoy bien. No pares.

– Eh, colega, si…

– Lo siento, profesor Tripp -se disculpo-. Es solo que odio este jodido sitio.

Me sorprendio oirle soltar un taco. Esa clase de lenguaje nunca aparecia en sus escritos; de hecho, su ausencia resultaba casi artificial, sobre todo en los relatos mas crudos y retorcidos, como si en el Hollywood en miniatura que era su alma se sintiese obligado a someter todas sus producciones a una especie de Codigo Hays interno.

– Sewickley -continuo-. Vaya pandilla de… no se…, ricos…, ricos cabrones. -Se miro el regazo-. Me dan lastima.

– ?Pretendes decirme que no te gustaria ser un rico cabron? -le pregunte.

– No -respondio James, y deposito la bolsita sobre su muslo derecho; el izquierdo seguia ocupado por el donut-. Los ricos nunca son felices.

– ?No?

– No -dijo James con gravedad-. Bueno, la gente que no tiene donde caerse muerta tampoco es que sea demasiado feliz, por supuesto. Pero, en mi opinion, los ricos no lo son en absoluto.

– A menos que compren la felicidad -dije, pero, una vez mas, quede maravillado ante la frescura juvenil de James, aterrado y corroido por la envidia como un viejo lanzador de beisbol al que ya le falla el brazo al contemplar el feroz lanzamiento de una joven promesa que imprime un efecto insolito a la pelota y engana al bateador-. Debo reconocer que tu teoria es francamente original. «Los ricos nunca son felices.» Creo que Ciudadano Kane habria resultado mucho mas interesante si hubiese desarrollado este tema.

– Vale -dijo-. Mensaje captado.

– Eh, no mires, pero creo que le has gustado a una de esas ricachas cabronas de Sewickley Heights.

– ?Que?

Escondio la bolsita de marihuana bajo el muslo. Una mujer en un Miata verde se habia puesto a la altura de mi coche. Era una rubia de buen ver, de la edad de James, con gafas de sol. Llevaba la capota bajada y el viento jugueteaba con su elegante melena rubia. Cuando nos adelanto, obsequio a James con una gran sonrisa y le saludo con la mano y la cabeza. James miro hacia otro lado.

– ?Es amiga tuya? -le pregunte mientras contemplaba como la chica, antes de dejarnos atras, descubria la marca del culo de Vernon Hardapple en mi capo.

– No la conozco -aseguro James-. Lo juro.

– Te creo -dije.

Durante un rato nadie abrio la boca. Al cabo, James rescato la bolsita de debajo de su muslo y la abrio. Acerco la nariz a la abertura e inhalo.

– Por el modo como huele, parece buen material -dijo dandoselas de experto.

– ?Y tu como vas a saberlo? -le pregunte-. Pensaba que no fumabas hierba. Que no te gustaba perder el control de tus emociones.

Se sonrojo de nuevo, supuse que porque era consciente de que la noche anterior, si llega a perder un poco mas el control de sus emociones, habria acabado correteando por la avenida Centre expeliendo fuego nuclear por los orificios nasales y tratando de destrozar a patadas los coches alli aparcados.

– Lo se por mi padre -dijo al cabo de un rato-. El si que la fuma. Se la consigue su medico.

– ?Su medico? -pregunte-. ?Esta enfermo?

Asintio y me explico:

– Tiene… Mi padre tiene cancer. De colon.

– ?Dios mio, James! -dije-. ?Joder, colega, lo siento!

– Si, bueno. Y resulta que la quimioterapia lo deja hecho cisco. Demasiado debil para hacer nada. Demasiado debil incluso para dar un paseo. Su negocio empezo a ir mal. Los criaderos de truchas, ?sabes? Se llenaron de moho y demas. -Meneo la cabeza, con un aire triste y vagamente disgustado, como si estuviese recogiendo la irisada capa de putrefaccion de la superficie del agua de los viveros de su padre-. Bueno, en cualquier caso, su medico le ha prescrito… Ya sabes. -Agito ligeramente la bolsita-. ?Quieres que te lie un canuto? A mi padre se los lio yo.

– ?Se los tienes que liar tu? ?En serio? Pensaba que la droga suministrada por las autoridades sanitarias estaba ya perfectamente preparada. Como si fuera un cigarrillo de marca. Eso es lo que habia oido.

– La de mi padre no -aseguro James frunciendo el ceno-. No. Viene suelta, en una bolsa como esta.

Me encogi de hombros. Pasamos junto a unos establos en ruinas, en cuyo tejado todavia se veia un anuncio de Red Man, e inmediatamente despues dejamos atras la senal que anunciaba que faltaban 120 kilometros para la salida de Kinship, Pensilvania. Se me encogio el corazon y algo oprimio mi interior, como si de un cinturon de seguridad interno se tratase.

– Bueno, entonces de acuerdo -dije-. Adelante, liame uno, si quieres. -Meti la mano en el bolsillo interior de mi chaleco y saque un paquete de papel de liar-. Aqui tienes. Intenta que no vuele la hierba.

Abrio de nuevo la guantera y extendio sobre ella una hoja de papel de fumar, tomo unas hebras de la bolsita y las puso sobre el papel. Cerro la bolsa y la guardo bajo el muslo. Una rafaga de viento hizo que el papel de fumar navegase por la superficie de la guantera.

– ?Cuidado! -dije-. ?Vigila, tio! Quiero que esta hierba me dure mucho tiempo. -Al alargar el brazo para atrapar el barquito de papel de fumar, solte un momento el volante y el coche se fue desviando hacia el arcen hasta que di un golpe de volante-. ?Dios mio!

– Lo siento -se disculpo James mientras reunia los dispersos ingredientes del porro. Me miro y empezo a liar el canuto, tal cual estaba, como si se tratase de un regalo que estuviese envolviendo para mi.

– No, James, tienes que desmenuzarla un poco, si no, no va a tirar. -Le mire-. Si no he oido mal, has dicho que sabias liarlo.

– ?Claro que se! -aseguro con un aire tan ofendido que decidi dejarlo tranquilo.

Me encogi de hombros y fije la vista al frente, en el serpenteante rio negro que era la autopista de

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