Pensilvania, por el que habia navegado innumerables veces con Emily y que era, en muchos aspectos, la carretera de su vida. Pasar con el coche junto a aquellos pueblos de casas rojas, negruzcas y ocres, con sus embarrados campos de beisbol, plantaciones de cebollas, cafeterias y herrumbrosas vias ferreas, marcaba para ella la sucesion de veranos y vacaciones, la epoca de estudiante, los cumpleanos en fines de semana, las fiestas de aniversario, las escapadas para evadirse de los altibajos y los fracasos de su vida amorosa en Pittsburgh. Como la mayoria de las mujeres a las que he conocido, Emily habia sufrido en sus relaciones afectivas una verdadera acumulacion de lo que los hombres gustan de llamar «mala suerte». Yo no era el primer traidor que la habia perseguido por la carretera 79 con dudosas intenciones.

– Toma -me dijo James, y me tendio un no muy conseguido porro liado con las mejores intenciones-. ?Que te parece?

– Perfecto -dije con una sonrisa-. Gracias. -Le di mi encendedor y ambos nos percatamos de que me temblaban los dedos-. ?Puedes encendermelo, colega?

– De acuerdo -acepto, dubitativo-. ?Como…, como te sientes, profesor? Tu tambien pareces nervioso.

Se puso el canuto entre los labios, lo encendio y me lo paso.

– Estoy bien -le asegure. Di una larga y parsimoniosa calada y cuando exhale el humo contemple como lo arrastraba el viento-. Supongo que me pone un poco nervioso ir a visitar a mi mujer.

– ?Esta realmente cabreada contigo?

– Deberia estarlo.

James asintio.

– Es guapa -dijo-. Vi su foto en tu estudio. ?Que es…, china?

– Coreana. Es adoptada. Sus padres adoptaron tres ninos coreanos.

– ?Y tienen alguno suyo?

– Tuvieron uno -dije-. Un hijo varon. Sam. Murio muy joven. De hecho, hoy es el aniversario de su fallecimiento. O fue ayer. No lo recuerdo exactamente, por lo del calendario lunar y todo eso. Encienden una pequena vela durante veinticuatro horas.

James se quedo pensativo un rato y yo me fume el porro toscamente liado. No habia desenmaranado las hebras y continuamente chisporroteaban y me caia ceniza en la chaqueta. Pasamos por Zelienople, Ellwood City y Slippery Rock. El numero de salidas de la autopista que me separaban de Emily iba disminuyendo y empece a lamentar seriamente haber emprendido el viaje. Por mucho que me muriese de ganas de abrazar a los miembros de su ruidosa, sensiblera y confusa familia, no habia razon para no pensar que la mayor muestra de delicadeza que podia tener para con Emily en aquellos momentos era dejarla en paz. Ya le habia hecho mucho dano, e iba a ser peor cuando supiese que Sara estaba embarazada. Porque Emily y yo habiamos intentado tener un hijo durante un par de anos. Ella se iba haciendo mayor, yo tambien, y en nuestro matrimonio habia un pequeno agujero que todo lo devoraba. Cuando nuestros iniciales esfuerzos fracasaron, acudimos a medicos, termometros y un obsesivo estudio del comportamiento mensual de los ovarios de Emily, pedimos cita en una clinica especializada, empezamos a plantearnos la adopcion. Hasta que un dia, de manera casi magica, sin siquiera discutirlo, lo dejamos correr. Suspire. Sentia los ojos de James escrutandome.

– ?Crees que se alegrara de verte? -pregunto-. Me refiero a tu mujer.

– No -respondi-. Creo que no.

Asintio.

– La pascua judia -dijo al cabo de un rato-. Es cuando uno no puede comer pan, ?verdad?

– Exactamente.

– ?Y se pueden comer donuts?

– Supongo que tampoco.

Me tendio uno del paquete y el tomo el que hacia rato que reposaba sobre su regazo. El aroma del porro debia de haberle despertado el apetito. Dimos grandes mordiscos y masticamos en fraternal silencio. Al cabo de un rato, James se volvio hacia mi, con el labio superior cubierto de un azucarado bigote, y me dijo:

– Pues no parece que sea una fiesta muy divertida, la verdad.

Cinco kilometros despues de dejar la autopista interestatal, justo donde la vieja autopista estatal se cruza con la carretera de Youngstown, habia un restaurante llamado Seneca, que tenia un tocado de plumas indio en cromo y neon como logotipo. Era mi punto de referencia para dar con el destrozado camino asfaltado que conducia a la granja de los Warshaw. Justo despues del Seneca habia que tomar el primer camino a la izquierda, atravesar el puente de acero que cruzaba un insignificante horcajo del rio Wolf y pasar por la tienda, el surtidor de gasolina y la oficina de correos, que era lo unico que quedaba de Kinship, Pensilvania. La escuela del pueblo era poco mas que una pintoresca pila de madera, y el cuartel de bomberos voluntarios, abandonado desde hacia una decada, fue pasto de las llamas hasta los mismisimos cimientos en 1977. Durante los ultimos anos hubo una especie de tienda de antiguedades en la planta baja del Odd Fellows' Hall, pero tambien habia desaparecido. Todo se habia ido deteriorando mucho en Kinship desde hacia unos cien anos, cuando el nucleo de poblacion original fue abandonado y sus utopicos moradores de sombreros negros se dispersaron en la gran expansion del sueno americano. La bienamada cabana de Irving Warshaw era uno de los pocos edificios de los primeros tiempos que todavia seguia en pie, e Irene Warshaw se habia pasado anos tratando de conseguir que la declararan monumento nacional, aunque creiamos que no era porque le apasionase especialmente la historia de la comunidad de Kinship. No, Irene estaba convencida de que tenia que ser como minimo delito federal que un anciano se pasase el dia entero fumando cigarros El Producto, escuchando musica de Webern y Karlheinz Stockhausen e inventando pintura magnetica, sierras de agua y pistas de hockey sobre hielo de teflon para climas deserticos, en un edificio incluido en el Registro Nacional del Patrimonio Historico.

Ademas de la cabana, solo el establo y el cobertizo junto al pequeno lago seguian en pie a finales de los cincuenta, cuando Irving Warshaw compro la parcela. Habia tenido que construir el edificio principal desde cero, durante los fines de semana, dias festivos y vacaciones veraniegas de los anos de Kennedy y Johnson. Sobre los cimientos de una construccion anterior habia levantado, con materiales que recogia en granjas abandonadas a lo largo de todo el condado de Mercer, una modesta casa de dos plantas cubierta de grisaceas placas de material aislante, con una chimenea de piedra sin tallar, un eclectico surtido de ventanas emplomadas en la sala y el comedor, y un par de tragaluces en la buhardilla, que estaban colocados demasiado cerca y hacian que la casa pareciese bizca. El suelo no era liso, ninguna de las puertas encajaba del todo y, cuando soplaba el viento, la chimenea no tiraba bien y la casa se llenaba de humo. Pero Irv habia hecho todo el trabajo practicamente solo, con alguna ayuda de su ya fallecido hermano Harry y de un lugareno llamado Everett Tripp, un electricista- fontanero alcoholico que intento toquetear a Emily cuando tenia ocho anos y que muy bien hubiera podido ser primo lejano de quien lo narra, es decir, mio. Cuando sus hijos fueron suficientemente mayores para echarle una mano, Irv restauro el semiderruido establo, una enorme arca gris desfondada y volcada entre la alta hierba a unos cien metros de la casa, que un experto del estado de la Universidad Estatal de Pensilvania habia datado como anterior a la guerra de Secesion.

– Nunca he estado en una autentica granja -dijo James cuando, justo despues de dejar atras el Odd Fellows' Hall, giramos a la derecha y nos metimos por un camino bordeado de gruesos olmos, todavia sin hojas, que iba desde la carretera de Kinship hasta la casa. Los arboles habian sido plantados a intervalos regulares el siglo pasado por meticulosas manos utopicas, y gracias a la providencial orientacion de los vientos se libraron durante muchos anos de la plaga que afecta a los arboles de esa especie, aunque ahora habia bastantes huecos en la doble hilera. El verano pasado habia ayudado a Irv a talar dos arboles marchitos, y, por lo que se veia, unos cuantos mas ya no habian rebrotado aquella primavera. Las imponentes hileras acabarian desapareciendo en pocos anos.

– No te impresiones demasiado -le dije-. Si esto es una granja de verdad, yo soy un buen profesor de literatura.

– ?Mira! -exclamo James sin hacer caso de mi consejo, y senalo un par de vacas lecheras que eran, junto con un irritable caballo castrado de pelaje claro, los unicos ocupantes actuales del restaurado establo-. ?Vacas!

– ?Es que no las hay en Carvel? -pregunte, impresionado por el ingenuo entusiasmo con que respondio a la dulce mirada de las vacas-. Pensaba que era un pueblo pequeno.

– No en todos los pueblos hay vacas.

– Eso es cierto -admiti-. El animal de pelaje claro es un caballo.

– ?Si? -dijo James-. He oido hablar de ellos.

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