Fui hasta la puerta contigua a la del lavabo, la abri y entre en un cuarto oscuro que olia menos a rancio y a humedad que el aposento de James. Encendi la luz y descubri que se trataba de una especie de informal sala de juegos, con paredes forradas de madera de abeto sin barnizar y una alfombra bereber. Habia un bar y un viejo televisor Philco, al fondo, y, justo en el centro, una mesa de billar. En el bar no habia nada, el televisor estaba desenchufado y ni rastro de tacos de billar. El armario que habia mencionado James estaba junto a la puerta. Lo abri y en uno de los estantes bajos encontre una pila de andrajosas colchas y mantas. Ninguna de ellas parecia suficientemente grande para lo que tenia pensado hacer, pero habia una manta a rayas como la que Albert Vetch solia ponerse sobre el regazo para combatir los gelidos vientos que soplaban desde el vacio cosmico. Me la eche sobre un hombro y volvi a la habitacion de James. El y Crabtree estaban sentados en la cama. La mano de Crabtree habia desaparecido bajo la camisa de James -mi camisa- y se movia sobre el pecho del chico con un arrobamiento sosegado y metodico. James miraba hacia abajo y contemplaba a traves de la abertura del cuello como Crabtree le metia mano. Cuando entre en la habitacion, James me miro y me sonrio con una expresion sonolienta y vulnerable, como la de alguien sorprendido sin sus inseparables gafas.

– Estoy listo -dije en voz baja.

– Aja -dijo Crabtree-. Nosotros tambien.

Abri el maletero muy lentamente, para evitar que chirriase. La luz de la luna ilumino a Doctor Dee, Grossman y la tuba huerfana, cada uno durmiendo su particular sueno. Envolvi a Doctor Dee con la manta, plegue las puntas bajo su pelvis y pecho, levante el rigido cadaver y me lo coloque sobre los brazos. Parecia que pesaba menos que la noche anterior, como si la materia de su cuerpo se fuese evaporando en forma de pestilentes gases.

– Tu seras la siguiente -le prometi a Grossman. En cuanto a la tuba, todavia no tenia decidido que hacer con ella.

– ?Te parece bien que te esperemos aqui? -pregunto Crabtree a traves de la ventanilla abierta mientras yo rodeaba el coche. Oi el leve golpeteo de las pildoras en el frasquito que tenia en la mano.

– Lo prefiero -dije.

Mire a James, que estaba en el asiento trasero junto a Crabtree. Tenia los ojos vidriosos y la sonrisa petrificada de alguien que trata de sobrellevar un moderado malestar intestinal. Me di cuenta de que hacia un serio esfuerzo por no dejarse arrastrar por el panico.

– Y tu, James, ?estas de acuerdo con el plan? -le pregunte, e hice un gesto con la cabeza que abarcaba el cadaver de Doctor Dee que sostenia entre los brazos, el amplio y sombrio asiento trasero del coche, la mansion de los Leer, la luz de la luna, el desastre que se avecinaba.

Asintio y me advirtio:

– Si oyes un ruido raro, como de un ascensor, sal corriendo.

– ?De que es el ruido?

– De un ascensor.

– Vuelvo enseguida -dije.

Cargue con Doctor Dee por el camino de gravilla y rodee la parte trasera de la casa hasta la habitacion de James. Necesitaba una mano libre para girar el pomo, asi que apoye el cadaver del chucho contra la puerta, abri y entre. Aguantando todo el peso de Doctor Dee con un solo brazo, retire la colcha de la cama de James y tire al perro sobre el colchon. Los muelles resonaron como campanas. Volvi a colocar la colcha hasta cubrir la cabeza de Doctor Dee y deje que asomase un mechon de pelo negro. Me daba cuenta de que era algo pueril, pero resultaba tan convincente, que no pude menos que sonreir.

Cuando volvi a entrar en la sala de billar para dejar la manta, repare en otro conjunto de fotografias colgadas en la pared, encima del televisor. Estas, sin embargo, no eran de ninguna pelicula. Eran viejas fotos de familia, la mas reciente de las cuales mostraba a un inconfundible James de cinco anos, con un disfraz de cowboy rojo y negro y blandiendo con gesto serio un par de revolveres cromados. En otra aparecia un hombre apuesto que me resulto completamente desconocido con un James bebe en brazos; al fondo los vagones de un tren atravesaban un paisaje invernal. En otra se veia a James con una minuscula pajarita roja sentado sobre el regazo de una Amanda Leer mucho mas joven. El resto de las fotografias eran tipicos retratos de estudio de la Europa y la America de antes de la guerra, con hombres engominados, mofletudos bebes con vestidos de volantes y mujeres de tonos sepia con ondulantes bucles. Probablemente no me habria fijado en ellas de no ser porque una era la copia exacta de una fotografia que colgaba de la pared del amplio recibidor de mi casa, en el que Emily habia enmarcado y colgado su museo historico personal.

En la fotografia aparecian nueve varones de semblante serio, entre la juventud y la mediana edad, ataviados con trajes negros y sentados en sillas de respaldo recto tras una lustrosa pancarta de terciopelo. Sabia que el hombre que ocupaba el centro del grupo, un individuo pequeno, pulcro y con un aire ligeramente enojado, era Isidore Warshaw, el abuelo de Emily, que habia sido propietario de una confiteria en Hill, no lejos de donde modernamente se erigia el Hit-Hat de Carl Franklin. CLUB SIONISTA DE PITTSBURGH, se leia en la pancarta, formando un arco sobre una estrella de David. Habia una segunda inscripcion, bordada bajo la estrella en brillantes caracteres hebreos. Me sorprendio tanto encontrar esa fotografia en casa de otra persona, que tarde un minuto en darme cuenta de que no era la que tenia en la mia, sino una copia identica. Repare entonces en el tipo alto y delgado sentado con las piernas cruzadas en una esquina de la fotografia, que miraba hacia su derecha mientras todos los demas tenian la vista fija en la camara; siempre habia estado alli, asi que debia haberlo visto miles de veces antes, sin fijarme en el. Era delgado, apuesto, de cabello oscuro, pero sus facciones parecian borrosas, distorsionadas, como si hubiese movido la cabeza en el instante en que el obturador de la camara se abria y cerraba.

Oi un ruido, una especie de gemido semihumano, debil y afligido, como la llamada de un faro entre la niebla. Durante un extrano instante me parecio escuchar el sonido de mi propia voz, pero comprobe que el sonido provenia de las profundidades de la casa y hacia vibrar las vigas, el techo y el cristal de las fotografias enmarcadas que colgaban de la pared. Era el ascensor. Amanda Leer bajaba, tal vez para cerciorarse de que su hijo no habia seguido los pasos de George Sanders y Herman Bing hacia la definitiva disolucion.

Apague la luz y me dirigi cojeando a la habitacion de James. Cuando estaba a punto de apagar tambien la luz de esa habitacion y largarme de la casa embrujada de los Leer, mi mirada se poso sobre la vieja Underwood manual que habia en el escritorio, cuya negra masa estaba decorada, como un coche mortuorio pasado de moda, con una tira de hojas de acanto. Me acerque y abri el cajon en el que James habia guardado lo que estaba escribiendo cuando llegamos. Consistia en diez u once versiones de un primer parrafo, cada una de las cuales tenia una frase mas que la anterior. Todas estaban repletas de subrayados y retoques senalados con flechas. En la hoja de encima se leia algo semejante a esto:

ANGEL

Cuando fueron a celebrar la comida de pascua con la familia de el, ella llevaba gafas de sol y su famoso cabello rubio recogido en un panuelo con un estampado de cerezas. En el taxi, camino del apartamento de los padres de el, se pelearon, pero hicieron las paces en el ascensor. El matrimonio de ella habia fracasado, y el de el estaba a punto de hacerlo. Ella no estaba muy segura de que aquel fuese el mejor momento para conocer a la familia de el, y sabia que el tampoco lo tenia muy claro. Se hablan desafiado mutuamente a dar aquel paso, como ninos que apuestan a ver quien es capaz de caminar por la barandilla de un puente. En la vida de ella, las cosas buenas a menudo acababan resultando ilusorias, y nunca sabia si a sus pies habia una profunda corriente de agua o tan solo una tela pintada de azul.

El le explico que en una noche como aquella, en Egipto, hacia tres mil anos, el Angel de la Muerte habia visitado las casas de los judios. Y que en otra noche como aquella, hacia diez anos, su hermano se habia suicidado, y le advirtio que en la mesa de la cocina habria una vela encendida en su memoria. Ella nunca habia pensado en la muerte bajo la forma de un angel, y la idea la fascino. Seria un angel con aspecto de obrero, con un delantal de cuero, las mangas subidas y los tendones y musculos marcados en los antebrazos. Seis anos despues, justo antes de suicidarse, recordaria

El lamento del ascensor se habia agudizado hasta convertirse en un mecanico chirrido herrumbroso, como el sonido de una vieja bomba de agua, y se hacia mas fuerte a cada segundo que pasaba. La casa se estremecia, suspiraba y bombeaba como un corazon. No disponia de mucho tiempo. Deje el manuscrito donde lo habia

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