encontrado, cerre el cajon y me dirigi hacia la puerta. Cuando pase junto a la cama, me fije en el vaso vacio de la mesilla de noche, en el que ya habia reparado antes, y descubri que tenia pegada una etiqueta naranja con el precio, 79 centavos. ?James habia robado de la cocina de los Warshaw el vaso que habia contenido la vela en memoria de Sam! Me acerque a la mesilla y lo cogi. Descubri que durante sus veinticuatro horas de vida una polilla habia caido sobre la vela conmemorativa del
– ?Pobre bicho! -dije.
El ascensor aterrizo como un martillazo. Se escucho el crujido de la caja y un chirrido de goznes. Me meti la polilla en el bolsillo de la camisa, apague la luz y sali corriendo a la profunda, silenciosa y episcopaliana oscuridad, solemne y dulzona como la noche en un campo de golf.
Una vez alcanzada la seguridad del coche, encendi el motor y nos alejamos de la entrada y de su discreto par de pinas.
– James -dije cuando ya habiamos recorrido la mitad de la manzana y ganabamos velocidad. Mire por el retrovisor, casi esperando ver una fantasmagorica silueta en camison gesticulando indignada junto a la verja de la mansion de los Leer. Pero no habia nada, excepto la luz de la luna, los oscuros setos y un lejano y negro punto de fuga-. ?Eres judio?
– Mas o menos -respondio. Iba en el asiento trasero, con su mochila sobre el regazo y aspecto de estar totalmente despierto-. Quiero decir que si, pero mis abuelos… Digamos que… no se… Creo que abjuraron.
– Siempre habia creido que… Como el catolicismo ocupa un lugar tan importante en tus relatos…
– No, simplemente, me gustan los rollos catolicos por lo retorcidos que pueden llegar a ser.
– Y esta noche estaba convencido de que eras episcopaliano. O al menos presbiteriano.
– De hecho, vamos a la iglesia presbiteriana -dijo James-. Bueno,
– Pues te libraste por los pelos -dijo Crabtree con solemnidad-. Antes de que te hubieras dado cuenta, te habrian atado las filacterias.
– Entonces, ?que opinas de la pascua? -le pregunte a James-.
– Fue interesante -respondio-. Y fueron muy amables.
– ?Y estar con ellos te hizo sentirte judio? -quise saber, pues se me habia ocurrido que tal vez fuese esa la razon de que robase la vela extinguida de la cocina de los Warshaw.
– Pues no, la verdad. -Se puso comodo, echo la cabeza hacia atras y contemplo el cielo estrellado a traves del semitransparente dosel que formaban las ramas de los arboles-. Me hizo sentir que no era nada.
Anadio algo mas, pero, como tenia la cabeza echada hacia atras, la voz le salia ahogada de la laringe y el viento que pasaba por encima del coche se llevaba sus palabras.
– No he oido la ultima frase -le dije.
– He dicho: «Que no soy nada» -repitio.
Al llegar a mi casa nos encontramos la puerta abierta de par en par y todas las luces encendidas. De la sala llegaba la musica del estereo con el volumen bajo.
– ?Hola? -llame.
Entre en la sala. La alfombra estaba sembrada de patatas chips aplastadas y habia casetes y fundas de discos esparcidas por todos lados. Un gigantesco cenicero con forma de mapa de Texas que alguien habia dejado en precario equilibrio en el brazo de una mecedora habia caido sobre el cojin del asiento y las colillas y la ceniza estaban desparramadas sobre la tela clara a rayas. Entre en el comedor, pase a la cocina y eche un vistazo en el lavadero, en busca de supervivientes, mientras iba recogiendo latas de cerveza vacias y apagaba las luces a medida que salia de cada habitacion.
– No hay nadie -dije al volver al recibidor, donde habia dejado a Crabtree y James; pero tambien ellos se habian volatilizado. Fui en su busca por el pasillo, a ver si convencia a alguno de los dos para fumarse un canuto conmigo y despues buscar en la programacion televisiva nocturna algun buen publirreportaje o una pelicula de Hercules. Pero no habia dado ni dos pasos cuando oi que la puerta de la habitacion que ocupaba Crabtree se cerraba suavemente.
– ?Crabtree? -susurre, asustado.
Hubo una pausa y, al cabo de un momento, asomo la cabeza al pasillo.
– ?Si? -dijo. Parecia un poco exasperado. Lo habia pillado en el preciso instante en que se metia la servilleta por el cuello de la camisa y se relamia los incisivos-. ?Que pasa, Tripp?
Meti las manos en los bolsillos de la chaqueta. No sabia que decirle. Queria pedirle que pasaramos la noche en vela juntos, como en los viejos tiempos, sentados frente a frente, con un pack de nueve latas de Old Milwaukes, despotricando contra nuestros enemigos, fumando puros, especulando durante horas sobre el significado de cierta enigmatica pregunta en la letra de «Any Major Dude». Queria decirle que no podia afrontar una noche mas en mi cama sin nadie a mi lado. Queria preguntarle si habia algo en mi vida que fuese autentico, coherente y que tuviera visos de seguir existiendo incolume al dia siguiente.
– Toma -le dije. Y de uno de los bolsillos de mi chaqueta saque el fabuloso condon Lov-O-Pus que habia comprado por la manana en el supermercado Giant Eagle camino de Kinship. Se lo lance y el lo atrapo con una mano-. Usalo, por precaucion.
– Gracias -dijo, y empezo a cerrar la puerta.
– ?Crabtree!
Volvio a asomar la cabeza al pasillo.
– Y yo ?que hago?
Se encogio de hombros y me dijo:
– ?Por que no aprovechas para acabar tu libro? -Habia en sus ojos un desagradable e inequivoco brillo, asi que comprendi que habia echado un vistazo al manuscrito de
– Si, a punto.
– Pues venga -dijo-. ?Por que no le dedicas unas buenas horas y lo dejas listo de una vez?
Volvio a meterse en la habitacion y cerro la puerta sin contemplaciones.
Fui de nuevo a la cocina, aplaste la oreja contra la puerta del sotano y escuche durante unos minutos, pero no oi otra cosa que la lenta y profunda respiracion de la vieja casa. Sentia la fria madera contra la mejilla. El tobillo me palpitaba, y me percate de que hacia un buen rato que habia empezado a dolerme, pero no le di importancia hasta que el dolor resulto insoportable; me dije que tenia que coger el coche y llegarme al hospital de Shadyside para que le echasen un vistazo, pero en vez de eso me dirigi al caotico amasijo de botellas y vasos de cristal y plastico que habia sobre la mesa de la cocina y me administre una elevada dosis de anestesia en forma de bourbon de Kentucky. Y me lleve un vaso de reserva a mi estudio. El manuscrito habia desaparecido de su lugar habitual sobre el escritorio, y por un instante fui presa del panico, hasta que recorde que Hannah se lo habia llevado a su habitacion para leerlo.
– ?Eh!
Me volvi. Habia alguien sentado en mi sofa, mirando la television con el volumen apagado. Era uno de mis antiguos alumnos, el que habia dejado de asistir a mis clases despues de llegar a la conclusion de que no era mas que un imitador barato de Faulkner sin nada relevante que ensenar. Estaba repantigado con una botella de cerveza entre las rodillas, que asomaban de sus tejanos rotos. Me sonreia como si fuesemos viejos amigos y llevase la noche entera esperando a que apareciese. Sobre su regazo reposaba un ejemplar abierto de
– ?Como estas? -salude-. Tu nombre es Jim, ?verdad?