– Joder, si no hay otro remedio! -dije.

Se arredro y comprobe que lo habia ofendido. Asintio lentamente y se quedo de pie durante un minuto, jugueteando nervioso con el cuello de mi camisa de franela. Despues se volvio y se alejo arrastrando un poco los pies. Desaparecio tras una de las dos puertas que habia al fondo de la habitacion. Al cabo de un instante olmos el aleteo del ventilador del cuarto de bano.

– ?Que modesto es! -comento Crabtree con admiracion, no sabria decir si autentica o burlona.

– Aja.

– Oh, vamos, Tripp. ?Por que estas tan cabreado con el?

– No lo se -respondi-. En realidad, no creo estar cabreado con el. Es solo toda esa mierda sobre que sus padres no son sus padres, ?sabes? Quiero decir que ?a que viene todo ese rollo? -Menee la cabeza-. Supongo que lo unico que quiero es saber de una vez por todas cual es la verdadera historia de este capullo.

– La verdad -dijo Crabtree. Se acerco a una pila de libros y tomo los tres de encima. Eran volumenes de tapa dura, de un tono oscuro y sin adornos-. Eso siempre ha sido importantisimo para ti, ya lo se.

Estire el brazo derecho hacia el con el puno cerrado.

– Elige un dedo -le dije.

– Creo que deberias tomartelo con mas calma con respecto a ese chico.

– ?Si? ?Y por que?

– Porque ayer te largaste y lo dejaste a oscuras sentado en el aula.

Baje el puno y exclame:

– ?Oh!

No se me ocurrio una respuesta mejor. Contemple con mas detenimiento la coleccion de fetiches cinematograficos de James y descubri que la decision de grabarse el nombre del director fallecido en el dorso de la mano no habla sido un mero capricho de adolescente. El chico era un fanatico de Capra. En la pared contra la que estaba colocado el escritorio se acumulaban en diversos estantes pilas de videos en cuyas caratulas se leian titulos como El secreto de vivir, Horizontes perdidos, etcetera, y montones de guiones encuadernados en plastico negro con algunos de los mismos titulos escritos en mayusculas en los lomos. Y por encima de los estantes estaban colgados los carteles de quince o dieciseis peliculas de Capra -algunas me resultaban familiares, otras ostentaban titulos desconocidos para mi, como Dirigible o La locura del dolar-, ademas de docenas de fotografias de plato, la mayoria de las cuales me parecio que procedian de ?Que bello es vivir! y Juan Nadie. Esa pared era, por decirlo de algun modo, la capital del reino de la devocion cinematografica de James, desde la cual su imperio se habia ido extendiendo hacia arriba, por las gruesas vigas del techo, y hacia los lados, por las restantes paredes de la habitacion, en las que se habian formado prosperas colonias consagradas a algunas de las grandes estrellas que trabajaron a las ordenes de Capra: Jimmy Stewart, Gary Cooper y Barbara Stanwyck, de las que habia fotos enmarcadas, posters y programas de mano de muchas de sus peliculas, tanto obras maestras como olvidados filmes menores, desde Annie Oakley a Ziegfeld Girl. En las esquinas mas alejadas el imperio de la obsesion de James parecia desintegrarse en una vaga zona fronteriza de culto hollywoodiense, en la que se habian establecido unos pocos puestos avanzados en los que asomaban Henry Fonda, Grace Kelly o James Mason.

Despues, abriendome camino entre los candelabros y las pilas de libros y videos, me acerque al enorme y negro barco naufragado que era su cama y comprobe que la pared posterior estaba cubierta por unas cuarenta fotografias en papel satinado de actores de cine cuyo nexo de union entre ellos o relacion con Frank Capra no fui capaz de dilucidar. Ahi estaban Charles Boyer, una exquisita mujer que me parecio que podia ser Margaret Sullavan, y, de nuevo, el rostro sonriente, mofletudo y bigotudo del personaje del reloj de James. Al igual que el de este individuo, los rostros de muchos de los actores de las fotografias me resultaban familiares, pero no podia identificarlos con precision; algunos otros, en cambio, me eran completamente desconocidos. El centro estaba reservado a varias fotografias muy famosas de Marilyn Monroe -tumbada desnuda sobre terciopelo rojo, leyendo el Ulises, luchando contra la corriente de aire de la rejilla del metro que le levanta la falda-, y mientras las contemplaba crei descubrir cual era el eje vertebrador de las fotos que colgaban de aquella pared. Deduje que se trataba de un imperio rival que se disponia a conquistar las paredes de la habitacion de James: el advenedizo reino de los suicidas de Hollywood. Supuse que la chaqueta de saten habria pasado a formar parte de el.

– ?Herman Bing se suicido? -le pregunte a Crabtree, y senale al tipo de los bigotes tiesos-. ?Reconocerias a Herman Bing si vieras su fotografia?

– Mira esto -dijo Crabtree, haciendo caso omiso de mi pregunta. Y tomo varios libros con cada mano para mostrarmelos-. Todos estos volumenes son de bibliotecas publicas.

– ?Y?

– Y deberian haber sido devueltos -me miro y enarco las cejas en un gesto de complicidad- hace un par de anos. Este hace tres. -Tomo otro libro y le echo un vistazo al pequeno papel pegado en la solapa. Lanzo un silbido-. Este hace cinco. -Tomo otro-. Este ni siquiera tiene anotada la fecha del prestamo.

– ?Crees que los ha robado?

Crabtree se puso a revolver los libros, derrumbando torres y hundiendo bovedas.

– Todos son de bibliotecas -aseguro mientras, acuclillado y dando pasos hacia atras como un cangrejo, echaba un vistazo a los libros de la parte baja de la pared-. Todos, sin excepcion.

– Ya estoy listo -dijo James, que reaparecio con mis tejanos, que le iban enormes, y subiendose las largas mangas de mi camisa de franela.

– Me da la impresion de que le van a caer a usted unas multas de campeonato, senor Leer -dijo Crabtree senalando los libros.

– ?Oh! ?Ah! Yo…, uh, bueno, yo nunca… -balbucio James.

– Tranquilo -dijo Crabtree. Cerro bruscamente uno de los libros robados y me lo tendio-. Toma. -Se enderezo y cogio a James del brazo-. Larguemonos.

– Uh, hay un pequeno problema -dijo James, que se libero de la mano de Crabtree-. La vieja baja aqui mas o menos cada media hora para vigilarme, lo juro. -Echo un vistazo a las manecillas sobre el rostro de Herman Bing-. Probablemente vendra dentro de unos cinco minutos.

– La vieja -repitio Crabtree, y me guino un ojo-. ?Y por que te vigila? ?Que teme que hagas?

– No lo se -respondio James, sonrojandose-. Supongo que escaparme.

Mire a James y recorde su aparicion en el jardin de los Gaskell con aquel oscilante brillo plateado en su mano. Despues eche un vistazo al lomo del libro que Crabtree me habia dado y descubri con asombro que era un ejemplar reencuadernado de Las abominaciones de Plunkettsburg, de August Van Zorn, propiedad de la Biblioteca Publica de Sewickley. Segun constaba en la etiqueta de control, habia sido dejado en prestamo en tres ocasiones, la mas reciente en septiembre de 1974. Cerre los ojos y trate de apartar de mi mente aquella prueba de la inutilidad del arte de Albert Vetch, de la inutilidad de cualquier manifestacion del arte, del esfuerzo humano, de la vida humana en general. Senti un subito acceso de nauseas y el ya familiar zumbido que me perforaba el craneo. Me pase la mano por delante de la cara, como si tratase de ahuyentar una nube de avispas. Comprendi que podia escribir diez mil paginas mas de brillante prosa y no por ello dejar de ser un minotauro ciego dando traspies sin ton ni son, un ex chico prodigioso fracasado, adicto a la marihuana, con problemas de obesidad y un perro muerto en el maletero del coche.

– Necesitamos un senuelo -dijo Crabtree-, eso es lo que necesitamos. Hay que meter algo que haga bulto en tu cama para que parezca que estas durmiendo.

– Claro, un par de buenos jamones, por ejemplo -propuso James-. Utilizaron ese truco en La isla de los corsarios.

– No -dije, y abri los ojos-. Un par de jamones no. -Ambos se quedaron mirandome-. ?No tienes alguna lona o algo parecido por aqui? O una manta de reserva. Algo resistente.

James reflexiono unos instantes y con un movimiento brusco de la cabeza senalo las puertas al fondo de la habitacion.

– Alli. La puerta de la izquierda. En el armario hay varias mantas. ?Que pretendes hacer?

– Voy a vaciar mi maletero -respondi.

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