– Buena pregunta -admiti.

Recorrimos el camino en direccion a la casa y cuando ya estabamos cerca, vislumbre una larga y estrecha franja de luz que se filtraba a traves de los arboles de la izquierda. En alguna parte del piso superior, en un extremo de la casa, habia una lampara encendida.

– Sus padres todavia estan despiertos -dije senalando la luz.

– Deben de estar afilandose los dientes -comento Crabtree, que a causa de la genuina simpatia y el creciente deseo que sentia por James Leer se sentia inclinado a decir tonterias; era algo habitual en el-. Vamos.

Lo segui. Rodeamos la casa y llegamos al jardin trasero. Parecia saber adonde se dirigia. La gravilla crujia ruidosamente bajo nuestros pies, y trate de caminar con el sigilo de los indios, apoyando solo la punta y el talon de uno y otro pie alternativamente, pero me resultaba doloroso, asi que al final opte por recorrer el trecho sembrado de gravilla lo mas deprisa que pude.

No se veia ninguna puerta de una posible bodega, ni habia senales de que hubiera una bodega, pero en los cimientos de cemento visto de la parte trasera de la casa habia una especie de piso bajo con una puerta acristalada y una ventana a cada lado. Las ventanas estaban tapadas con visillos punteados, que filtraban el brillo de la luz proveniente del interior. Al otro lado de la puerta una dulce y melancolica voz femenina cantaba:

?Por que estar triste,

aunque el me haya abandonado?

?Por que llorar, suspirar y preguntarse el porque?

?Y preguntarse el porque?

– Es Doris Day -dijo Crabtree.

Sonrei, y asintio.

– Aqui esta James Leer -dijimos al unisono.

Golpee con los nudillos en la puerta de vidrio y despues de varios segundos James abrio. Vestia un pijama rojo que le iba corto de mangas y de piernas, le sobraba en los fondillos y tenia agujeros y manchas de tinta por todas partes. Estaba despeinado, le brillaban los ojos y no dio muestras de sorprenderse de vernos. De hecho, al principio ni siquiera parecio reconocernos. Se rasco la nuca con la punta de un lapiz y parpadeo.

– ?Hola! -nos saludo, meneando la cabeza como para acabar de despertarse de un sueno-. ?Que haceis aqui?

– Hemos venido a rescatarte -le dijo Crabtree-. Vistete.

– Teniendo en cuenta el pijama que llevas, no entiendo por que te reias de mi albornoz -anadi.

Entramos en la habitacion, que yo habia imaginado como una celda de castigo: bombillas desnudas, un camastro de hierro en una esquina con una colcha andrajosa y paredes sin otro recubrimiento que una fina capa de pintura blanca. En cambio, nos encontramos con una vieja bodega bastante bien arreglada y tan amplia como la propia casa, de la que emanaba un agradable olor subterraneo de barro, libros de segunda mano y mantas enmohecidas. El bajo techo estaba sostenido por imponentes vigas de roble y el suelo habia sido pintado en la epoca en que estaba de moda que los aposentos de la servidumbre pareciesen cubiertos por una alfombra persa roja. La pintura de la falsa alfombra habia saltado en su mayor parte, dejando al descubierto el gris original, pero en las esquinas y los bordes todavia quedaban vistosos fragmentos de motivos geometricos de color sangre. La habitacion estaba iluminada por una docena de candelabros electricos, algunos de ellos tan altos como James; un bosquecillo de arboles negros de hierro forjado con adornos dorados, conectados a un par de enchufes de la pared por medio de un manojo de cables. Las paredes, que eran de mamposteria, de un gris muy subido, estaban cubiertas de libros amontonados formando escaleras de caracol, arcos hundidos y puntiagudas torres gaudinianas, y sobre los capiteles de esa ciudad de papel colgaba una coleccion de fotografias, posters y otros fetiches cinematograficos reunidos por el entusiasta James. A la derecha de la puerta, bajo un enorme y barroco dosel de terciopelo negro abombado y lleno de agujeros, estaba la cama de James, como un galeon hundido. Junto a la gran cama habia una mesilla de noche con la parte superior de marmol rosa encajada en un fino reborde dorado, sobre la que habia un paquete de Kleenex, un vaso de zumo vacio y un tarro de vaselina para usos masturbatorios. La cama todavia estaba sin deshacer, y James habia doblado cuidadosamente la ropa vieja que yo le habia prestado y la habia colocado no menos cuidadosamente a los pies. Del abrigo negro no habia ni rastro.

– Me gusta como te lo has decorado -comento Crabtree, rodeando uno de los arboles de hierro forjado, mientras echaba un vistazo al lugar. Algunas de las bombillas de los candelabros eran de las que simulan el parpadeo de una llamita-. ?Cuando se muda aqui el capitan Nemo?

James se sonrojo, no se si por la pregunta o por la proximidad de Crabtree. Parecia un poco asustado por su presencia, una actitud realmente juiciosa.

– Son todo cosas de mi abuela -explico James, que dio un paso atras para apartarse de Crabtree-. Se iba a deshacer de ellas.

– ?Tu abuela? -pregunte-. ?La mujer a la que he conocido esta noche?

James no respondio.

– Eh, Tripp me lo ha contado todo sobre tus padres, tus abuelos y demas, y yo te creo, ?vale? -le aseguro Crabtree, que por supuesto no era sincero pero, como siempre, lograba resultar convincente-. Por eso hemos venido. -Echo un vistazo al escritorio de James, un primoroso buro con tiradores dorados y una silla giratoria de roble a juego, situado junto al televisor. Sobre el escritorio habia una vieja Underwood con una hoja de papel en el carro en la que se veia un parrafo interrumpido en mitad de una frase. Al lado de la maquina de escribir habia un monton de hojas pulcramente apiladas; en la mitad inferior de la de encima se vislumbraba la mancha de un texto mecanografiado a un espacio-. ?Que estabas escribiendo?

A James la pregunta parecio cogerle por sorpresa. Se abalanzo sobre el escritorio, cogio el manuscrito y lo guardo en uno de los cajones.

– Es otra narracion -dijo, y cerro bruscamente el cajon-, pero es una mierda.

– Dejamela ver -le pidio Crabtree, indicandole con la mano que se la trajese-. Quiero leerla.

– ?Que? ?Ahora? -James consulto el reloj electrico que colgaba de la pared junto a la que estaba su cama. Habia reemplazado la esfera original por una fotografia en blanco y negro de un mofletudo actor cinematografico de mirada enloquecida y disparatados bigotes cuya cara me resultaba familiar; era un secundario de los anos treinta-. Es muy tarde.

– No es muy tarde, tio, es pronto -le contradijo Crabtree, que le dirigio una mirada a la que yo mismo habia sucumbido muchas veces cuando a las tantas de la madrugada mi amigo decidia que todavia quedaban varias horas de diversion-. Ademas, Grady me ha dicho que no querias quedarte aqui.

– No, no queria -dijo James, que sucumbio a su vez-. No quiero.

– Pues entonces no veo donde esta el problema.

James sonrio y dijo:

– No hay ningun problema. Dadme un minuto para vestirme.

– Un momento -intervine. Ambos se volvieron para mirarme-. Yo no lo veo nada claro.

– ?Que te pasa? -pregunto Crabtree.

– James, debo decirte que tengo la sensacion de que una vez mas te has estado quedando conmigo.

– ?Por que? -Parecia nervioso-. ?Ahora que he hecho?

– Por lo que me explicaste, parecia que en cuanto llegarais a casa te iban a echar a un pozo repleto de alimanas -le espete-. Y resulta que vives en un jodido palacio, colega.

James inclino la cabeza y fijo la mirada en sus manos.

– James -intervino Crabtree-, ?le dijiste a Grady que tus padres…?

– Son mis abuelos. -Levanto la vista y me lanzo una mirada desafiante-. De verdad.

– No lo pongo en duda. -Crabtree sonrio levemente-. ?Le dijiste que al llegar a casa tus abuelos te echarian a un pozo repleto de alimanas?

– No, creo que no.

– Bueno. -Crabtree me dio un amigable punetazo en el brazo, como diciendo: «?Lo ves?»-. Ve a vestirte.

– De acuerdo. -Fue hasta la cama y recogio rapidamente la ropa que le habia prestado por la manana-. ?Puedo…? ?Puedo volver a ponermela, profesor Tripp? -pregunto.

Lo mire y me encogi de hombros.

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