a Jeff explicandole con aire doctoral a la esceptica Hannah que los origenes del tango se encontraban en las peleas a navajazos provocadas por el amor homosexual latente, una teoria que, sin duda, habia tomado de Jorge Luis Borges. Pense que el tal Jeff era un personaje no exento de interes: demostraba ciertas aptitudes tratando de seducir a una chica mediante un plagio de Borges.

– Es decir, fijate en como bailan… Es sodomia pura -le explicaba, desplegando todos sus encantos.

– Apartate -le dijo Hannah mientras sacaba del cuenco varios trozos de cascara de huevo.

– Hablo en serio.

– Jeff -dijo Crabtree meneando la cabeza con aire triston-. Jeff, tenemos que hablar.

– ?Oh, hola! -dijo Hannah, y levanto la vista. Me saludo agitando la mano con gesto desmanado y extranamente formal. Llevaba un largo camison purpura que le cubria las gastadas botas rojas. Su dedo indice estaba coronado por un elegante sombrero de cascara de huevo. Tenia los ojos brillantes y las mejillas sonrosadas, y cuando hablaba su voz dejaba adivinar que habia dormido estupendamente: sonaba fuerte y un poco apremiante, como la de alguien al que por fin le ha bajado la fiebre-. ?Os apetecen unos huevos?

Negue con la cabeza y senale con un dedo la puerta del sotano.

– ?Puedo hablar contigo un momento, Hannah? -le pedi.

– ?Eras tu el que roncaba, colega? -oi que Jeff le preguntaba a Crabtree mientras bajabamos las escaleras del sotano-. Parecias un jodido terremoto.

– ?Que sucede? -pregunto Hannah con aire preocupado.

Le conte que la policia se habia llevado a James y que, aunque rescatarlo seria muy sencillo, para ello necesitaba tomar prestado su coche. Le explique la subita desaparicion de mi viejo automovil con una vaga pero convenientemente ominosa referencia a Happy Blackmore. No, dije, meneando la cabeza con identica actitud vaga y ominosa, pero llena de serenidad, seria mejor que no nos acompanase. Era mejor que ella y Jeff fuesen al festival literario y en una hora, sin mayores problemas, James, Crabtree y yo nos uniriamos a ellos. Eso fue todo lo que le dije -era cuanto creia que necesitaba decirle-, pero, para mi sorpresa, no me dijo que cogiera las llaves del coche. Se cruzo de brazos, dio unos pasos hacia atras y se sento pesadamente en su cama. El manuscrito de Chicos prodigiosos estaba apilado sobre la mesilla de noche, inmaculado y pulcramente ordenado. Hannah lo contemplo durante largos segundos y despues volvio la cara para mirarme. Se mordisqueo el labio inferior.

– Grady -dijo. Respiro hondo y, sin precipitarse, me pregunto-: ?No estaras, por casualidad, colocado?

No lo estaba, y asi se lo jure. Mi reivindicacion de mi inocencia me sono completamente inverosimil. Y pude comprobar que ella tampoco me creia. Como suele suceder en estos casos, cuanto mas le juraba que no estaba colocado, mas falso sonaba.

– Vale, vale, tranquilo -dijo por fin-. En realidad, no es asunto mio. Ni siquiera deberia haber…, quiero decir que normalmente…

Me sorprendio lo alterada que parecia.

– ?Que, Hannah? ?Que me quieres decir?

– A veces pienso que fumas demasiada mierda de esa.

– Tal vez si -acepte-. Si, tienes razon. Pero ?por que? Me refiero a por que me comentas esto ahora.

– No… No he querido…

Estiro el brazo para coger el manuscrito de Chicos prodigiosos. Con el peso se le torcio la muneca, y lo dejo caer sobre su regazo; al golpear contra sus rodillas resono como si fuese una sandia. Echo un vistazo a la primera pagina, a aquellas frases iniciales que habia reescrito al menos doscientas veces. Meneo la cabeza y parecio a punto de decir algo, pero cerro la boca de nuevo.

– Di lo que tengas que decir, Hannah. Adelante.

– Empieza muy bien, Grady. Esplendidamente. Las primeras doscientas paginas me han encantado. Bueno, ya te lo comente anoche.

– Si, me lo comentaste -dije, con el corazon en un puno.

– Pero despues… No se.

– ?No sabes que?

– Bueno, despues empieza a… Sigue habiendo partes muy buenas, formidables, pero al cabo de un rato empieza a… No se… Queda todo desperdigado.

– ?Desperdigado?

– Bueno, desperdigado no es la palabra: colapsado por un exceso de material. Por ejemplo, el pasaje de las ruinas indias. Primero relatas la llegada de los indios, la construccion de las edificaciones, la muerte de los indios, el desmoronamiento al cabo de cientos de anos de lo que construyeron y la desaparicion de las ruinas al quedar cubiertas de tierra; despues, en los anos cincuenta, un cientifico lo encuentra y lo desentierra, y al cabo de un tiempo se suicida… La historia sigue y sigue durante unas cuarenta paginas y, no se… -Se callo un momento, parpadeo y reflexiono sobre lo novedoso que resultaba criticar algo escrito por su profesor-. Realmente, muchos fragmentos de la novela no parecen tener nada que ver con tus personajes. La prosa es realmente buena, esplendida, pero… Esa historia sobre el cementerio de la ciudad, con todas las lapidas, las inscripciones y los huesos y cadaveres enterrados debajo. Y el pasaje sobre las diversas armas de fuego guardadas en la vitrina de la vieja casa de los protagonistas. Y las genealogias de sus caballos. Y…

Se dio cuenta de que estaba soltando una letania y se callo.

– Grady -anadio, con un tono que sonaba algo mas que ligeramente horrorizado-, hay en el libro capitulos enteros de treinta o cuarenta paginas en los que no interviene ni un solo personaje.

– Lo se. -Lo sabia, pero nunca me lo habla planteado de aquella manera. De pronto me percate de que habia en Chicos prodigiosos montones de detalles en los que hasta entonces no me habia parado a pensar. A cierto nivel crucial, ?que extrano resultaba!, no sabia de que trataba en realidad la novela ni tenia la mas remota idea de que impresion podia producir en un lector. Incline la cabeza-. ?Dios mio!

– De verdad que lo siento, Grady. Pero no he podido evitar preguntarme…

– ?Que?

– Como seria el libro… si tu no… Si no estuvieses siempre colocado cuando escribes.

Fingi indignarme.

– No seria ni la mitad de bueno -le asegure, y me parecio que sonaba mas falso que nunca-. De eso estoy convencido.

Hannah asintio, pero evito mi mirada y se le enrojecieron las puntas de las orejas. Sentia verguenza ajena.

– Espera a terminar de leerlo -le dije-. Ya veras como cambias de opinion.

De nuevo opto por no responder, pero en esta ocasion tuvo fuerzas para sostener mi mirada, y su expresion era la de una mujer que, tras descubrir en el ultimo momento que su prometido es un impostor y todo lo que ha dicho acerca de si mismo es falso, ha deshecho las maletas, ha devuelto su billete y ahora debe decirle lisa y llanamente que no piensa irse con el. Habia en su rostro lastima, resentimiento y la seriedad de una muchacha de Utah que decia: «?Basta!» Fuese la que fuese la pagina hasta la que habia llegado en su lectura de la noche anterior y aquella manana, era obvio que la mera idea de acabar el libro le resultaba excesivamente penosa para contemplarla siquiera.

– Bueno -dije, y aparte la mirada. Me aclare la garganta. Ahora era yo quien me sentia incomodo-, ?nos dejas el coche?

– Por supuesto -respondio, con una generosidad cruel que acompano con un gesto como de rechazo con la mano-. Las llaves estan sobre la comoda.

– Gracias.

– No hay de que. Cuidad de James.

– Lo haremos. -Me volvi-. Tenlo por seguro.

– Grady -me llamo.

Volvi la vista atras. Me tendio el manuscrito como si me devolviese un anillo de compromiso. Lo cogi, asi como las llaves, y desapareci escaleras arriba.

Asi que Crabtree y yo emprendimos nuestra peregrinacion final al Hi-Hat, la capital provincial del imperio de nuestra amistad a lo largo de su prolongado declive. Era el unico lugar en el que pensamos que podiamos dar con la Sombra, aquel implacable trasgo de cabellos tiesos que nos inventamos y perdimos de vista el viernes por la

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