en la expresion de sus ojos dejaba entrever que la situacion no le divertia en absoluto.

– Bueno -dije, y me apoye contra la portezuela.

– ?Bueno que?

Trague saliva y evite su mirada. Me limpie el polvo de los dedos restregandolos contra el pantalon. Y le dije que le habia prometido a Clement a cambio del verdadero nombre de nuestro amigo Sombra.

– De ninguna manera -dijo, pero sin dudarlo ni un segundo metio la mano en el bolsillo de su americana de lino y deposito en la palma de mi mano el frasquito de plastico con pildoras-. Asi que lo conoce, ?eh? ?Quien es?

– Eso es lo que estoy a punto de averiguar.

– Peterson Walker -me informo Clement mientras se guardaba el frasquito en el bolsillo trasero de los tejanos-. Lo llaman El Guisante. Era boxeador.

Era de esperar; buena parte de las indeseables amistades de Happy Blackmore eran especialistas en hinchar ojos y entusiastas del boxeo de la zona norte de Ohio.

– Peso mosca -conjeture.

Se encogio de hombros y dijo:

– Mas bien peso pulga. Trabaja en una tienda de material deportivo. No recuerdo el nombre. Esta por el centro de la ciudad, en la Segunda o Tercera Avenida. Es un nombre que empieza con K.

– ?Esta abierta los domingos?

– Tio, ?de que vas? ?Tengo pinta de ser una sucursal de las jodidas Paginas Amarillas?

– Perdon -dije, y me volvi para marcharme-. Muchas gracias.

– No vas a conseguir que te devuelva el coche -me aseguro Clement, con un tono subitamente amistoso. Me detuve y me volvi hacia el-. Pero puedes ir a que te pegue un tiro. -Era una posibilidad que en abstracto parecia divertirle-. El Guisante llevaba meses buscando ese coche, tio. Decia que era de su hermano y demas.

– ?Que le paso a su hermano?

– Lo tirotearon. -Ladeo su enorme cabeza y se rasco ociosamente el cuello-. Un par de tipos de Morgantown. Era por algo relacionado con un caballo. Oi que en realidad al que buscaban era a Guisante Walker.

– Ah, si -dije-. Ya lo habia oido. -Note que a Clement le costaba creerme-. Entonces supongo que el tal Guisante llevara una pistola, ?no?

– En efecto. Una alemana enorme del nueve.

– Supongo que es una de esas cosas que no se te pasan por alto -dije, considerando su reputacion como maestro de la confiscacion-. ?Es habitual que la gente venga por aqui con esa clase de armas?

– Uno no se topa cada dia con un peso mosca con una pipa -reflexiono Clement, con aires de sabio, mientras cerraba las negras puertas de acero.

– Sorprendente -dijo Crabtree cuando me meti de nuevo en el coche y le conte lo que acababa de oir. Sonrio ampliamente-. La historia que inventamos no iba tan desencaminada.

– No, solo que nos equivocamos de deporte.

– Es agradable comprobar que seguimos teniendo buena traza.

– Si, es agradable -dije.

Enfilamos la avenida Centre y nos dirigimos hacia el centro de la ciudad. A diferencia de Crabtree, que parecia haber encontrado en las ultimas doce horas una cura para su melancolia, yo me sentia pegajoso, sucio y cansado, y estaba tan ansioso por fumarme un canuto que desde alli podia oler el aroma de menta quemada de la bolsita que habia dejado en la guantera del Galaxie.

– ?Que? -pregunto Crabtree.

– Si, ?que?

– Has suspirado.

– ?Si? -dije-. No me pasa nada. Solo estaba pensando en que me gustaria tener buena traza para otras cosas.

– ?Por ejemplo?

Levante el manuscrito que llevaba sobre el regazo.

– Por ejemplo, para escribir novelas -dije-. Ja, ja, ja!

Crabtree asintio y esbozo una sonrisa para mostrar que habia captado el chiste. Nos acercamos a un semaforo en rojo y empezo a reducir velocidad. Se puso verde y acelero. Seguimos avanzando en el pequeno coche de Hannah, que olia a moqueta vieja y tierra humeda, sin decidirnos a hablar de Chicos prodigiosos.

– ?Realmente es tan mala? -pregunte al fin.

– ?Oh, no! Hay en ella muestras de gran talento, Tripp -me aseguro Crabtree en tono conciliador-. Hay un monton de cosas admirables.

– ?Mierda! -dije-. ?Oh, Dios mio!

– Escucha, Tripp…

– Por favor, Terry, ahorrame el tipico discursito de editor, ?de acuerdo? -Incline la cabeza hasta que las cejas tocaron el salpicadero. Permaneci asi unos instantes, mirando hacia abajo, suspendido como un puente sobre las aguas turbias del serpenteante rio de mi novela-. Limitate a decirme lo que piensas. Se honesto.

– Tripp… -empezo, pero se detuvo para dar con frases amables y argumentaciones diplomaticas.

– No -dije, y levante la cabeza con un movimiento tan brusco que por unos instantes me falto irrigacion sanguinea en el cerebro y aparecieron ante mis ojos lucecitas parpadeantes. Temi que me viniera una nueva crisis, asi que me puse a hablar deprisa para ahogar el zumbido de la sangre circulando por mis venas-. Escucha, he cambiado de opinion, olvidalo. No me digas lo que piensas. Quiero decir que ya estoy harto de este juego. ?Harto! Admito que no la he terminado, ?vale? ?De acuerdo? ?Mierda!, es evidente. No la he terminado, ni mucho menos. Llevo siete anos trabajando en esa maldita novela, y me parece que tengo para otros siete. ?Vale? Pero voy a terminarla.

– Seguro que si. Por supuesto.

– Y quiza sea verdad que tiene ciertos problemas. Es algo erratica, de acuerdo. Pero es una gran novela. Y eso es lo que cuenta. Lo se. Es lo unico que tengo claro.

Habiamos llegado al centro de la ciudad; ante nosotros aparecio la enorme y siniestra mole de la carcel del condado de Richardson. Es un edificio celebre, y sin duda merece serlo. Con sus torres y torrecillas, y sus torreones rematados por lo que parecian sombreros de verdugo, y con aquellas aberturas en la piedra que recordaban cuencas vacias en un rostro sombrio, siempre me habia parecido un castillo encantado lleno de prisioneros y enanos, en el que se horneaba a los ninos para convertirlos en galletas y se asaba vivos a hermosos ejemplares de pajaros cantores ensartados en largos espetones. Esa parte de la ciudad estaba incluso mas desierta que la zona de Hill; no se veia ni un alma aquella ventosa manana de domingo, y en las calles apenas habia coches aparcados. Parecia facil dar con un Galaxie verde mosca.

– No has sido honesto conmigo -dije.

– Acabas de decirme que no querias oir mi opinion.

– Y no quiero.

– Entonces, asunto zanjado.

– Bueno, dimela de todos modos.

– Es una novela caotica. -Hablaba con un tono de voz suave, vagamente apesadumbrado-. Resulta confusa. Hay demasiados personajes. El estilo cambia cada cincuenta paginas. Y has metido todo ese rollo a lo Garcia Marquez, lo del bebe fosforescente, el cerdo vidente y demas. En mi opinion, todo eso no acaba de funcionar bien, y…

– ?Cuantas paginas has leido?

– Las suficientes.

– Tienes que continuar -le dije-. Tienes que seguir leyendo. -Era un razonamiento que llevaba anos haciendome a mi mismo, al severo e infatigable editor que llevaba en lo mas profundo de mis entranas-. Es un libro del estilo de Ada o el ardor, ya sabes, o de El arco iris de gravedad. Te va ensenando como leerlo a medida que lo lees. O de… Kravnik.

– ?De quien es eso? ?De Gombrowicz? -pregunto Crabtree-. No lo he leido.

– Kravnik, Material Deportivo. Acabo de acordarme. -Lo habia visto cientos de veces sin prestarle atencion, en la Tercera Avenida, cerca de Smithfield-. Gira aqui. A la izquierda. Despues creo que es la primera a la derecha,

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