alli. Ahora en serio, Crabs, ?cuantas paginas has leido?

– No lo se. Le he echado un vistazo en diagonal.

– ?Pero cuantas aproximadamente? ?Cincuenta? ?Ciento cincuenta?

– Las suficientes, Tipp, he leido las suficientes.

– Joder, Crabtree! ?Cuantas has leido?

– Las suficientes para llegar a la conclusion de que no me apetecia seguir.

No supe que responder a eso.

– Escucha, Tripp, lo siento. Lo siento muchisimo. No deberia haber dicho eso. -Pero no parecia sentirlo demasiado. Seguia manejando el volante con aplomo y exhalando nubes de humo mentolado que desaparecian a una velocidad vertiginosa por la ventanilla. Iba tras la pista de Guisante Walker y estaba preparado para negociar la salvacion de James-. No puedo hacer nada con un libro como ese. Al menos por el momento. Tiene demasiados problemas. Siento decirtelo asi, Tripp, pero trato de ser sincero, aunque solo sea por una vez. Por el momento no puedo dedicarle ni un minuto de mi tiempo a Chicos prodigiosos. Como tu bien sabes, mi situacion en Bartizan pende de un hilo. Tengo que presentarles algo nuevo. Algo vigoroso y deslumbrante. Algo que resulte encantador y perverso al mismo tiempo.

– Algo como James -dije.

– Es mi ultima esperanza -reconocio Crabtree en el momento en que nos deteniamos ante Kravnik, Material Deportivo-. Si todavia no es demasiado tarde.

– Demasiado tarde -repeti, deprimido.

Kravnik ocupaba la planta baja de un edificio de oficinas de diez pisos que, como la mayoria de los obsoletos rascacielos de aquella parte del centro, fue en su epoca un audaz exponente del capitalismo decimononico. Las ventanas estaban cubiertas de una pelicula de polvo y las paredes tatuadas con carteles. El rotulo, con su enorme K roja, estaba decorado en una esquina con una grotesca caricatura de Bill Mazeroski, [43] cuyo tono de piel se habia tornado verdoso tras treinta anos a la intemperie. En las mugrientas ventanas habia unos plasticos azules translucidos para filtrar la luz del sol, que hacian practicamente imposible ver el interior. Era una de esas tiendas semienterradas en polvo, hollin y un enigmatico manto de penumbra centroeuropea, cada vez mas raras en Pittsburgh, que venden llanas para yeseros, moldes para reposteria rusa o brazos ortopedicos y a cualquier hora del dia o de la noche parecen llevar siglos y siglos cerrados. Sin embargo, en la puerta de Kravnik habia un cartelito que en brillantes letras rojas proclamaba todo lo contrario.

– Estamos de suerte -dije-. Esta abierta.

– Estupendo -se alegro Crabtree-. Escucha, Tripp, dame un par de meses, ?de acuerdo? Tomate un par de meses mas. O un ano. Metele tijera. Tomate tu tiempo para acabarla. Para entonces, cuando realmente la hayas terminado, yo estare en una situacion mucho mejor para echarte un cable, ?de acuerdo?

– Un par de meses. -No me satisfizo en absoluto conseguir por fin la ampliacion del plazo de entrega con la que llevaba semanas sonando. La promesa de Crabtree sonaba vaga y burocratica, y ademas… ?meterle tijera? Como iba a saber donde cortar si ya ni siquiera tenia claro de que iba el libro-. Mira -dije, senalando con un dedo y tratando de parecer de buen humor-. «Aparcamiento gratuito detras de la tienda.»

Crabtree metio el coche por un estrecho callejon que habia entre Kravnik y el edificio de al lado. Al pasar junto a la fachada de la tienda, trate de vislumbrar su interior a traves de los sucios escaparates, pero solo entrevi la difusa silueta de varios maniquies sin cabeza, equipados para practicar deportes rarisimos o pasados de moda, como la caceria del oso con perros, el lanzamiento de martillo o la caza del armino. Salimos a una amplia zona de carga y descarga cuadrangular, repleta de contenedores de basura y paletas de madera desechadas, parte de la cual servia de improvisado aparcamiento. Entre algunos de los edificios vecinos habia estrechisimas callejuelas que, sin una ordenacion clara, desembocaban en aquel espacio, partido por la mitad por un callejon mas amplio paralelo a la Tercera Avenida, que iba desde la calle Wood a Smithfield. Habia media docena de plazas de aparcamiento reservadas para los clientes de Kravnik, y Crabtree, disciplinadamente, metio el coche entre las lineas paralelas de una de ellas. Tres plazas mas cerca de la parte trasera de la tienda estaba aparcado el Galaxie, vacio y con las ventanillas cerradas. Y junto a el habia un Coupe de Ville de hacia diez anos en cuya matricula se leia KRAVNIK. Aparte de esos dos automoviles, el aparcamiento estaba desierto.

– Espera aqui -le dije a Crabtree mientras abria mi portezuela. Deje el manuscrito de Chicos prodigiosos debajo del asiento y rebusque en el bolsillo las llaves del Galaxie-. Preparate por si tenemos que largarnos a toda prisa.

– Estoy preparado para salir pitando -dijo Crabtree medio en broma-. Ahora en serio, Tripp, ?no crees que seria mas sencillo hablar con el? No entraba en mis planes dedicar la manana a… bueno, ya sabes, a cometer un robo.

– Ese tipo no querra hablar con nosotros -le explique a Crabtree-. No se fia de nosotros. No le caemos bien.

– ?Como lo sabes? ?Por que no ha de querer hablar con nosotros?

– Porque supone que somos amigos de Happy Blackmore.

– Habil deduccion -admitio Crabtree-. Pues venga, date prisa.

Me acerque rapidamente al Galaxie y eche un vistazo al interior a traves del cristal trasero, utilizando la mano como visera para protegerme los ojos del reflejo de la luz. La chaqueta estaba en el suelo, justo detras del asiento del conductor, pero pude comprobar que seguia pulcramente doblada y, al parecer, intacta. Abri la portezuela, cogi la chaqueta, pase al asiento delantero y alargue la mano libre hasta la guantera. Senti un estremecimiento de desesperacion en el estomago. Era imposible que la bolsita de marihuana siguiera alli. Sabia que al abrir lo unico que encontraria seria un desordenado surtido de mapas de carreteras mexicanas y un boleto de apuestas del hipodromo de Charles Town con marcas en los nombres de los caballos elegidos por el poco afortunado Happy Balckmore.

Milagrosamente, la hierba seguia alli. Supuse que la guantera era un escondite tan bueno para Guisante Walker como para mi. Sali del coche exultante, y, con la emocion, meti la bolsita en el bolsillo de mi chaqueta con tal impetu que mi mano atraveso el bolsillo y llego al forro.

– ?Mierda! -dije; habia sentido una leve punzada de panico al oir como se rasgaba la seda, y fue en ese momento cuando comprendi que Crabtree no iba a publicar Chicos prodigiosos. Me iba a borrar de su lista de escritores. De pronto senti que me faltaba el aire y que mi corazon habia dejado de bombear. No habia ni un solo pajaro en el cielo, ya no hacia viento y acababa de estropear mi chaqueta de pana favorita. Entonces respire, una rafaga de viento arrastro por el aparcamiento vacio un espectral monton de hojas de periodico. Mire hacia nuestro coche y vi que Crabtree seguia mi incursion con moderado interes y sin levantar el pie del acelerador.

Sin dejar de pensar en las ideas que me rondaban por la cabeza, subi de nuevo al Galaxie y me coloque detras del volante. Todavia tenia las llaves de aquel coche, y pense que era una de las pocas cosas que me quedaban. Asi que me parecio que lo que debia hacer era sacar el coche del aparcamiento, enfilar el callejon hasta la calle Smithfield, atravesar el rio Monongahela y largarme de Pittsbourgh a la mayor velocidad que pudiese alcanzar aquel viejo cacharro de Michigan. No habia ningun lugar en concreto al que quisiera llegar con el, pero eso tampoco era una buena razon para quedarse. Me acomode, ajuste el retrovisor y eche el asiento hacia atras. El coche estaba impregnado de un olor nuevo, pero que me resultaba extranamente familiar, un olor penetrante, con algo de jengibre, que me despejo la cabeza y me lleno el pecho de un ligero y bienvenido estremecimiento de pesar. Olia a Lucky Tiger: Irving Warshaw y Peterson Walker usaban la misma colonia. Sonrei y meti las llaves para dar el contacto, pero dude. Antes de ir a donde fuera, queria desembarazarme de todo lo que me habia estado persiguiendo durante el fin de semana como un monton de ruidosas latas atadas a una cuerda.

– ?Que estas haciendo, tio? -pregunto Crabtree cuando volvi a salir del coche-. Me ha parecido oir que se acercaba alguien.

Sin responderle, fui hasta el maletero del Galaxie y lo abri. La tuba y los restos de la pobre Grossman seguian alli, sin que, al parecer, el dueno del automovil se hubiese percatado de su presencia. Durante la noche Grossman no habia hecho gran cosa por aligerar el hedor, y me pregunte si Walker no habria rociado generosamente el interior del coche de Lucky Tiger en una batalla predestinada al fracaso contra el hedor de la putrefacta boa. Cogi la maltrecha funda del instrumento con una mano y agarre a Grossman con la otra. Estaba retorcida y rigida, y pesaba mucho.

– ?Que cojones es eso? -pregunto Crabtree.

Вы читаете Chicos prodigiosos
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату