hazanas. Queria acompanarlo. Pero tenia miedo, y no solo de tener que confesarle a Walter Gaskell mi papel en el asesinato de Doctor Dee y los ignominiosos medios mediante los cuales habia llegado a conocer la combinacion del cierre de seguridad de su armario secreto. En estos temas, al menos, sabia, mas o menos, que debia decirle a Walter. Pero si de lo que se trataba era de decidir la posible expulsion de James Leer, esa decision correspondia a la rectora, y entonces Sara tambien estaria presente en la reunion. Y lo cierto era que no tenia ni la mas remota idea de que queria decirles a ella y al creciente grupito de celulas que albergaba su vientre. Fije la mirada en la pagina 765b de mi manuscrito y dije, dirigiendome al cuello de mi camisa:

– La proxima vez.

Crabtree asintio, tosio tapandose la boca con el puno cerrado y cruzo el aparcamiento hacia el Arning Hall, dejandome alli con la tuba, que parecia tan empenada en seguirme a todas partes que empece a mirarla con cierta inquietud. Contemple a Crabtree mientras subia por los escalones de granito del Arning Hall. Llevaba la chaqueta de saten cogida de los hombros y la sacudio suavemente, como quien sacude un mantel para que caigan las migas. Despues desaparecio en el interior del edificio.

Voluntariamente, o por despiste, habia dejado las llaves del coche puestas, y encendi la radio. Estaba sintonizada en la emisora WQED. Un reportero de la seccion cultural local por el que no sentia especial admiracion entrevistaba al viejo Q. sobre su vida, obra y demonios personales. Reflexione unos instantes sobre el eufemismo periodistico consistente en hablar de los demonios personales de un escritor en lugar de decir, simplemente, que estaba como una chota.

ENTREVISTADOR: Entonces, ?diria usted, quiza, que era una especie de, y ya se que es un termino muy manido pero permitame utilizarlo, una especie de catarsis el revelar o descubrir, si prefiere esta expresion, en su relato La verdadera historia, utilizando la palabra «descubrir», por supuesto, en su sentido original de «retirar lo que cubre algo», los abismos en los que un hombre, un hombre quiza en muchos aspectos muy parecido a usted, aunque, como es natural, no usted mismo, se hunde en su desesperada e incluso me atreveria a decir extranamente heroica busqueda de lo que el denomina «la verdadera historia»? Me refiero, en concreto, a la escena de la lavanderia, en la que el protagonista roba del bolso de la anciana el medicamento antihistaminico.

Q: Si, exacto. (Una risa embarazada.) Algunas de esas pildoras producen un efecto contundente.

Pase a AM y movi el dial hasta que di con una polca. Baje y subi la ventanilla varias veces, retoque el retrovisor, ajuste el asiento, abri y cerre la guantera. Hannah la mantenia muy limpia y ordenada, y seguian alli los mapas de carreteras que la habian conducido de Provo a Pittsburgh dos anos atras. Habia tambien una linterna, un pequeno paquete de tampones y una cajita de hojalata de puritos Wintermans que me resulto vagamente familiar.

La abri y descubri que contenia nada menos que varios cigarrillos de marihuana impecablemente liados. No me sorprendio en absoluto esa maestria, ya que fui yo quien los lio y le regale la cajita a Hannah en octubre, por su cumpleanos. Le regale una docena, y seguia habiendo doce. Me pase uno por debajo de la nariz e inhale el aroma como de corcho, mezcla de marihuana y cigarro puro desmenuzado. Recorde que la hierba que habia utilizado era de gran calidad, la mejor mierda afgana que jamas habia llegado al valle del rio Ohio. Aprete el encendedor del coche, me acomode en el asiento y espere. Por el retrovisor vislumbre la tuba, que me habia estado acechando durante todo el fin de semana, y me estremeci. Me vino a la memoria uno de los ultimos relatos que escribio August Van Zorn antes de abandonar su magistral cultivo de aquel genero literario menor que era su especialidad en favor del humor suburbano y los chistes inacabables y sin gracia. Era un relato titulado Guantes negros. Trataba de un hombre, un poeta fracasado, que habia cometido algun crimen no especificado, pero sin duda horrible, y que continuamente se encontraba -en un bar, en el anden mientras esperaba el tren, en alguna habitacion de cada casa que visitaba, en su estudio sobre un busto de Hesiodo o incluso entre las sabanas de su cama- un par de guantes negros de mujer. Los tiraba a la basura, los echaba al rio, los quemaba, los enterraba, pero irremediablemente reaparecian. Una noche se desperto y aquellas negras manos huecas lo estaban estrangulando.

El encendedor salto, y pegue un bote. Las paginas de Chicos prodigiosos cayeron al suelo y quedaron amontonadas alrededor de mis tobillos. Di una calada al potente canuto y me llene los pulmones del apestoso humo verde. Lo exhale. En el breve intervalo entre la inspiracion y la exhalacion me senti a disgusto conmigo. Apague el canuto, lo volvi a guardar en la cajita de hojalata, la tape y la meti en la guantera. Tratando de evitar cualquier movimiento brusco que pudiese alarmar a la tuba, baje del coche, me monte en mi burro y sali trotando por el tortuoso camino tras los pasos de Terry Crabtree.

La suerte que le esperaba a James Leer no se debatia en la benedictina penumbra del despacho de Walter Gaskell en la tercera planta del Arning Hall, sino en aquella especie de frio y aseptico terrario que era el edificio administrativo -una construccion ultramoderna obra de un discipulo de un discipulo del hijo de Frank Lloyd Wright-, en la desoladora brillantez formal del despacho de la rectora, con su moqueta negra y su mobiliario de acero. Alcance a Crabtree a medio camino entre el Arning Hall y el edificio administrativo, y juntos nos dirigimos al encuentro con los Gaskell. La puerta de la sala de espera era un simple panel de cristal grueso, asi que cuando salimos del ascensor vimos a James Leer hundido en un sofa bajo, con las rodillas separadas, los tobillos juntos, las manos en el regazo y pinta de estar aburriendose soberanamente. Al vernos aparecer con la chaqueta de Marilyn se reincorporo y nos saludo con la mano, con cierta indecision, como si no tuviese muy claro si nuestra llegada anunciaba buenas o malas noticias. Yo mismo tampoco estaba muy seguro al respecto. Habia bastado una calada de aquel canuto de legendaria marihuana para que lo viese todo ligeramente borroso. Me arrepenti de haberla dado. Tarde o temprano siempre acababa arrepintiendome de haber fumado.

– ?Vaya, mira a quien tenemos aqui! -dijo Crabtree-. Es Santa Maria de las Flores [45] en persona.

– Estoy jodido -anuncio James, no muy apesadumbrado, mientras entrabamos.

– ?Te van a expulsar? -pregunte.

James asintio y dijo:

– Si, creo que si. No estoy completamente seguro. Llevan ahi dentro un buen rato. -Bajo la voz y anadio-: De hecho, me parece que se estan peleando o algo por el estilo.

– ?Dios mio! -dijo Crabtree, que volvio a flexionar el cuello para desagarrotarlo antes del combate.

Escuchamos con atencion: se oia una voz masculina, un murmullo ininteligible que argumentaba algo. No oi a Sara.

– Ahora no se pelean -dije.

– Vamos alla -propuso Crabtree, y se acerco a la puerta para llamar.

– Han dejado de pelearse cuando han llegado Fred y Amanda -explico James.

La mano de Crabtree se quedo congelada en mitad del gesto de golpear con los nudillos en la puerta.

– ?Tambien estan ahi dentro?

– Si -respondio James-. Ya os lo he dicho, estoy jodido.

– Ya veremos.

– Han traido al perro.

– Entonces si que estamos jodidos -le dije a Crabtree.

– Quiza tu lo estes.

– ?Parezco colocado? -El corazon me empezo a latir con fuerza. La clasica obsesion de todo adicto a la marihuana es parecer totalmente sobrio (y, si es posible, manejar alguna maquinaria complicada) mientras una chillona nebulosa estalla en su cerebro. Fracasar (ser descubierto) conlleva una misteriosa carga de ansiedad y verguenza-. ?Como tengo los ojos?

– Parece que te acaban de gasear -respondio sin contemplaciones Crabtree. A causa de aquel subito ataque de paranoia, me entraron serias dudas sobre si realmente estaba contento de tenerme a su lado-. Limitate a quedarte detras de mi, ?de acuerdo? Deja que hable yo.

– ?Oh, por supuesto! -dije.

Sara abrio la puerta. Hay que decir en su honor, como administradora y como amante de un personaje

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