imprevisible como yo, que no parecio particularmente sorprendida de vernos alli a Crabtree y a mi.

– Pasad -dijo, y puso en blanco sus fatigados ojos. Entonces vio la chaqueta y eso si la sorprendio-. ?La habeis encontrado? ?Walter, la han encontrado!

Walter Gaskell salto de su silla y se precipito hacia nosotros. Por un instante tuve la sensacion de que se me iba a tirar al cuello y di un paso atras, pero el ni siquiera me miro. Fue directo hacia el trofeo de saten negro. Crabtree se mantuvo firme, con la chaqueta colgando del antebrazo, y se la ofrecio a Walter para que la examinara con orgullo y refinada delicadeza, como un sommelier con una botella de un tinto de crianza de una anada excelsa. Walter la tomo con pareja delicadeza y la sometio a un minucioso repaso en busca de cualquier posible signo de deterioro.

– Parece que no ha sufrido ningun dano -anuncio.

– ?Oh, gracias a Dios! Bueno, James Leer, tienes mucha suerte -dijo la senora Leer, y anadio, con la mirada: «de estar vivo».

Ella y su marido se hablan levantado de sus sillas cuando entramos, y ahora el senor Leer le rodeo la cintura con su huesudo brazo en un gesto a un tiempo protector y triunfante, como diciendo: «?Lo ves?, ya te dije que todo saldria bien.» Imagine que el siempre estaba diciendole cosas por el estilo, con la vana esperanza de que esas lecciones de buen talante acabasen haciendo efecto por su fuerza acumulativa y un buen dia ella se diese cuenta de que, en general, todo solia tener un final feliz. Me dije que el principal obstaculo para una buena relacion matrimonial era ese perpetuo abismo entre el fundado y loable pesimismo femenino y el totalmente estupido optimismo animal masculino. Esta ultima fuerza era, ademas, la principal responsable del lamentable estado del mundo. La senora Leer iba vestida como para un funeral, con un traje negro con cinturon, medias negras y zapatos negros, y llevaba su cabello claro recogido en un mono, impecablemente sostenido sobre su cabeza como si de una cofia de enfermera se tratase. Y era obvio que habia pasado a buscar a Fred por un campo de golf para que la acompanase a la ciudad. De acuerdo con la vestimenta de este, estaba claro que a Fred le encantaba el color pistacho. Amanda Leer se libero del protector brazo de su marido y se me acerco.

– Ahora escuchenme todos -pidio Crabtree, tratando de interponerse entre la senora Leer y yo. Ella lo rodeo y se planto ante mi. Su vestido desprendia un intenso olor acre a cedro.

– Es usted un caradura, senor -me espeto.

– Lo siento -dije.

La severidad de su tono atrajo la atencion de Walter, que levanto la vista de la chaqueta.

– Estoy totalmente de acuerdo -dijo sin mirarme a la cara, me parecio que no porque mi presencia lo intimidase, sino porque sentia verguenza ajena. Mi paranoia de adicto al cannabis volvio a hacer de las suyas. ?Veria todo el mundo que iba colocado?-. Tu y yo tenemos que hablar.

– Supongo que tienes razon -dije. Me pregunte cuanto le habria contado Sara. Probablemente, pense, todo.

Crabtree cogio del brazo a Walter, intentando que se calmase.

– Walter, si pudieramos…

– No creo que haya nadie en esta habitacion que en estos momentos te tenga en gran estima, Grady -me dijo Sara en un tono amenazador.

Miro hacia una esquina de su despacho en la que habia una enorme bolsa de nailon de esas que utilizan los esquiadores para llevar el equipo. No tuve excesivas dudas sobre cual podia ser su contenido. La imagen del cadaver de Doctor Dee en su ataud de nailon me conmovio profundamente. De pronto recorde su aficion a colocar palos sobre la hierba del jardin trasero de los Gaskell de manera que formaban jeroglificos casi descifrables. Se habia pasado toda la vida tratando desesperadamente de comunicar algun importante mensaje que nadie fue capaz de entender y que se llevo a la tumba consigo. Esta reflexion me produjo una reaccion sorprendente. Sorprendente al menos para mi. Me sente ruidosamente en una de las sillas de cuero y cromo del despacho, me tape la cara con las manos y rompi a llorar.

– Grady. -Sara acudio a mi lado, tan cerca que hubiera podido tocarme; pero no me toco-. ?Terry? -insistio, en un tono de voz entre suplicante y recriminatorio. Supongo que creia que Crabtree me habia suministrado alguna cosilla de su legendaria farmacia ambulante. Cuando Sara y yo nos conocimos abusaba del alcohol, pero hacia muchos anos que no me veia llorar, y nunca lo habia hecho cuando otras personas se encontraban a nuestro alrededor. Debo anadir que cuando digo que me sente y rompi a llorar no me refiero a copiosas lagrimas y a un vigoroso sollozo de opera de Puccini. No. Tan solo fui capaz de la mas trillada muestra de afliccion masculina, sofocada, practicamente silenciosa, con los ojos apenas humedecidos, como alguien que trata de contener un bostezo.

– Si, bueno… -dijo Crabtree. Tras comprobar que perdia el control y me metia en un arcen lleno de zarzas, decidio coger el volante-. Senora Leer, senor Leer, encantado de conocerlos. Me llamo Terry Crabtree, y soy editor de Bartizan. He estado leyendo la obra de James este fin de semana y he quedado maravillado por su talento. Deberian sentirse orgullosos de el.

– Oh… Bueno… -Fred Leer echo un vistazo a la expresion de su esposa para decidir que debia responder. Ella asintio-. Por supuesto que lo estamos. Pero…

– Walter, si tu, James y los senores Leer quereis acompanarme… Sara, ?hay algun sitio donde podamos hablar tranquilamente? Walter, por fin he podido echarle una ojeada a tu libro, y hay varias cosas que querria comentarte.

– ?En serio? Pero yo… Creo que deberia…

– He quedado impresionado.

– Walter -intervino Sara, en un tono seco y administrativo-, ?por que no acompanas al senor Crabtree y a los senores Leer a la sala Hurley? Yo me ocupare del profesor Tripp.

Walter dudo unos instantes, sin dejar de mirar a su esposa. Su rostro de facciones marcadas mostraba una sonrisa petrea, que tanto podia denotar enojo como mera resignacion. Adverti que evitaba de forma deliberada mirarme a la cara. Pense que, de todas las posibles formas de reaccionar ante mi presencia, aquella ofendida altivez no era ni la menos adecuada ni la menos merecida por mi parte. Walter llevaba la chaqueta de Marilyn colgada de un brazo y acariciaba su cuello maquinal y delicadamente. Su mirada ausente seguia fija en su esposa. Pense que le estaba dando una ultima oportunidad. Ella puso una mano sobre mi hombro. El asintio y salio del despacho detras de Crabtree y los Leer.

– Bueno, ?que mosca le ha picado, profesor Tripp? -me pregunto Sara.

En un primer momento no respondi, porque me costaba respirar.

– He perdido mi novela -consegui decir, identificando por fin el origen de mis lagrimas. La imagen de Doctor Dee ordenando inutilmente sus palos sobre la hierba me habia hecho sentir una terrible lastima, pero, evidentemente, no por el-. He perdido Chicos prodigiosos.

– ?El manuscrito entero?

– Salvo siete paginas.

– ?Oh, Grady! -Se acuclillo junto a mi silla y atrajo hacia su pecho la confusa cabeza en la que vastos universos aullantes estaban estallando en mil pedazos. Apoyo la fria palma de su mano sobre mi frente, como para comprobar si tenia fiebre. El tono de su voz era aspero pero tierno-. Eres un desastre.

– Lo se.

Echo un vistazo a mis sienes en busca de canas. Cuando encontro una, dio un despiadado tiron.

– ?Aaay! ?Cuantas tengo?

– Docenas. Es lamentable.

– Ya soy viejo.

– Muy viejo. -Me arranco otra y se puso a examinarla con aire filosofico, como Hamlet con la calavera-. Bueno, pues se lo he contado todo a Walter.

– Me lo figuraba. ?Ay! Ya lo sabia, ?verdad?

– Por lo que me ha dicho, no.

Levante la cabeza y la mire.

– ?Todavia te quiere?

Sara medito la respuesta. Apreto la lengua contra una mejilla, se balanceo sobre los talones y entorno los ojos, tratando de recordar la conversacion que hablan mantenido.

– No me comento nada al respecto -dijo finalmente-. Y tu, ?todavia… quieres a Emily? No me respondas. ?Que dijo cuando le contaste lo nuestro?

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