Sara. Parecia contemplarme desde una altura indeterminada.

– ?Grady? -dijo, perpleja-. ?Que estabas haciendo, maldito idiota?

Abri la boca e intente responder a la pregunta, pero no pude. El matiz de ternura en su voz me hizo concebir esperanzas, y senti un agudo dolor en el pecho al expansionarse subitamente el ultimo musculo esperanzado de mi cuerpo.

Me eleve como una cometa, a trompicones, atado al pellejo mortal de Grady Tripp por medio de un fino hilo nacarado. A mis pies se extendia Pittsburgh, con sus edificios de ladrillo, sus negros tejados y sus viaductos de hierro, con sus hondonadas cubiertas por la niebla y medio oculta por la lluvia. El viento me levantaba las solapas de la chaqueta y resonaba en mis oidos como los latidos de un corazon. Habia pajaros en mi cabello. Me crecio una puntiaguda barba de hielo en el menton. No me lo invento. Oi que Sara me llamaba y mire hacia abajo, hacia la niebla y la lluvia de mi vida en la Tierra, y vi que se arrodillaba junto a mi cuerpo e insuflaba su aliento en mis pulmones. Era calido y acre, repleto de vida y de aroma de tabaco. Lo bebi a grandes tragos. Me agarre al hilo opalescente y empece a descender hacia mi cuerpo terrestre.

Al despertarme me encontre en una habitacion de hospital escasamente iluminada, desnudo bajo una camisola de papel azul palido, con un gota a gota en el brazo izquierdo que me suministraba mi glucosa vespertina. Era una agradable habitacion de dos camas, con un papel alegre en las paredes y un ramo de nomeolvides en un jarron sobre la repisa de la ventana, tras la que se veia una impresionante iglesia de piedra negra al otro lado de la calle. Detras del campanario se vislumbraba una franja de cielo de un azul muy palido. La cortinilla que me separaba de mi companero de cuarto estaba corrida, pero veia los pies de su cama y mas alla el pasillo, de un azul gelido.

– ?Hola? -dije, dirigiendome a quienquiera que estuviese al otro lado de la cortinilla-. Disculpe, ?podria decirme en que hospital estoy?

No hubo respuesta, asi que pense que tenia un companero de habitacion con la mandibula cosida, comatoso, afasico o incapaz de contestar por algun otro motivo. Finalmente, cai en la cuenta de que estaba solo. Mientras contemplaba como los ultimos restos de azul desaparecian en el cielo nocturno tras la ventana, senti que una tremenda soledad descendia sobre mi.

– ?Sara! -exclame.

Notaba un ligero picor en la muneca derecha. Me frote el brazo contra las sabanas durante un rato, antes de bajar la vista y descubrir que llevaba un brazalete de plastico con mi nombre y una serie de numeros que indicaban en codigo las caracteristicas concretas de mi colapso. Encima de estos datos, en letras negras perfectamente legibles, figuraba el nombre del hospital. Era un centro muy conocido y caro, que gozaba de una inmejorable reputacion y estaba a quince minutos en taxi del auditorio del campus. Eche un vistazo a la radio- despertador que habia sobre la mesilla de noche. Eran las siete y veinte. Solo habia estado inconsciente un par de horas.

A las siete y media entro el medico de guardia. Era un medico residente, joven, con el pelo muy largo, nariz puntiaguda y unos ojos azules tan frios e inquietantes como los de Doctor Dee. Necesitaba un afeitado y tenia el semblante triste y fatigado de quien esta a punto de acabar su turno, semejante al de un viajero que baja de un avion tras treinta horas de vuelo. Lei su nombre en su acreditacion: GREENHUT. Me miro con tal expresion de desagrado que, por un momento, me pregunte si me conocia.

– ?Y bien? -dijo.

– He sufrido un desvanecimiento.

Decidi no contarle que ademas, por lo que recordaba, habia estado muerto un rato.

– En efecto.

– Ultimamente me pasa a menudo -le explique.

– Aja -dijo-. Tengo entendido que tambien fuma mucha marihuana.

– Si, bastante. ?Cree que por eso sufro estos mareos?

– ?A usted que le parece?

– Supongo que es posible.

– ?Cuanto tiempo hace que los sufre?

– ?Los mareos? -pregunte, en un tono que me recordo tanto al de Blanche DuBois [48] que temi haberme vuelto afeminado-. Creo que hace aproximadamente un mes.

– Veamos si se puede poner en pie. Tenga cuidado con el gota a gota.

Me incorpore lentamente, evitando movimientos bruscos.

– ?Que tal se siente?

– Bastante bien -dije.

De hecho, notaba una estabilidad y una claridad mental que hacia tiempo que no sentia, probablemente anos. El dolor de mi tobillo habia desaparecido casi por completo.

– ?Cuanto tiempo lleva fumando marihuana?

– Bastante.

– ?Cuanto?

– Creo que desde que Spiro T. Agnew era vicepresidente. Si, unos veinte anos.

– Entonces lo mas probable es que ambas cosas no esten relacionadas. ?Ha habido algun cambio importante en su vida durante el ultimo mes?

– Uno o dos. -Pense inmediatamente en Chicos prodigiosos. Hacia casi un mes que habia tenido la imprudente idea de intentar terminar la novela. Al pensar en ello, cai en la cuenta de que los mareos habian aumentado de frecuencia e intensidad a medida que se acercaba el dia de la llegada de Crabtree y mis esfuerzos por escribir la palabra «Fin» seguian sin dar resultado-. No me he alimentado demasiado bien. He bebido mucho durante el ultimo par de dias, aunque se que me sienta mal.

– Y su esposa le ha abandonado.

Me sente al borde de la cama. La camisola de papel hizo mucho ruido al arrugarse.

– ?Eso tambien consta en mi ficha medica?

– Estuve hablando con la mujer que le salvo la vida -me dijo en un tono neutro, carente de cualquier matiz melodramatico, como si todo el mundo dispusiese de una mujer asi, o al menos supiese donde se podian alquilar sus servicios.

– Aja.

Me lleve los dedos a los labios, todavia doloridos e inflamados por la presion a la que durante un buen rato los habia sometido el beso salvador de Sara.

– Esta preocupada por usted -dijo el doctor Greenhut. Consulto su reloj a hurtadillas. Para evitar que se notase que lo hacia, lo llevaba al reves, con la esfera en la cara interna de la muneca. Era un buen tipo, y se esforzaba por mostrar interes por mi caso, pero yo tenia claro que mi desvanecimiento no era mas que una minucia en su agotador dia a dia-. Deberia consultar a un medico, senor Tripp, a un internista.

– Eso hare -dije.

Hubo una pausa en nuestra conversacion mientras el doctor Greenhut consultaba la tablilla que tenia en las manos. Al volver a dirigir su atencion hacia mi, dijo:

– Y creo que tambien deberia pensar seriamente en acudir a un psicoterapeuta.

– Le han explicado lo del perro, ?no?

Asintio. Cogio la butaca de cuero que tenia detras, la acerco arrastrandola hasta los pies de mi cama y se sento con cierta precaucion, como si temiese no ser capaz de levantarse de ella.

– Tiene un problema con las drogas, ?de acuerdo? -Lo dijo sin particular amabilidad ni desden-. Y no hay duda de que ultimamente no se ha cuidado demasiado. Esta desnutrido. Ademas, ese perro le mordio el tobillo, y se ha infectado. Tuvo suerte de que lo trajeran aqui hoy. Uno o dos dias mas y habria perdido el pie. Hemos tenido que administrarle una dosis masiva de antibioticos.

– Gracias -susurre debilmente.

– En cuanto a los mareos, no se. Tengo entendido que ultimamente ha estado sometido a una gran tension. Eso podria explicarlos.

– ?Son ataques de ansiedad?

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