incidentes supuestamente divertidos de los ultimos dias, ninguno de los cuales tenia relacion ni con el asesinato de un perro, ni con el robo de una prenda sagrada, ni con una esposa que llevaba en sus entranas al hijo de otro hombre.

– Y ahora -dijo-, tengo algunas buenas noticias y varias felicitaciones que transmitirles.

Hizo una pausa. Por fin habia llegado el gran momento. Una de las participantes en el festival literario habia encontrado editor para su libro infantil Manchas de sangre en un sujetador. Otro, un tipo al que yo conocia y que escribia articulos para el Post-Gazette, habia colocado su novela policiaca El langostino solitario en la editorial Doubleday. Aunque, ahora que lo pienso, tal vez he invertido los titulos. Se escucharon aplausos que, imagine, hicieron que los agraciados se pusieran en pie para agradecerlos.

– Y resulta particularmente emocionante -continuo Walter- anunciar que James Leer, estudiante de esta facultad, ha encontrado editor para su primera novela, cuyo titulo, si no me equivoco, es El delicioso desfile. [47] Abri los ojos a tiempo para ver como Walter, con una sorprendente expresion de carino y benevolencia en su rostro, felicitaba a James. El publico aplaudia y reclamaba que el triunfador se pusiera en pie, pero el siguio inmutable en su butaca de la primera fila, con las manos sobre el regazo y la mirada fija al frente, contemplando el polvo que flotaba en los haces de luz de los focos del auditorio. Por fin, Crabtree le dio un codazo en las costillas y James se levanto como un titere movido por hilos. Carrie McWhirty lo senalo con el dedo y le susurro al oido a la persona que tenia al lado:

– Vamos a la misma clase.

James se volvio para encararse a las quinientas personas que tenia detras y a las cincuenta que tenia encima. Parecia desorientado y asustado, como un nino en medio de una bandada de palomas que levantan el vuelo en una plaza. La americana que le habia dejado Crabtree le sentaba realmente mal a su larguirucha figura. El cuello le quedaba excesivamente grande y de las mangas sobresalian varios centimetros de palida muneca. Llevaba los ajados zapatos negros de siempre y la camisa roja a cuadros, que contribuia considerablemente a su desastrado aspecto. Permanecio en pie, como un espantapajaros colgado de un clavo, mientras los aplausos primero perdian intensidad, despues se espaciaban y, finalmente, cesaban por completo. El auditorio quedo en silencio y James siguio de pie, bamboleandose ligeramente y tragando saliva ostensiblemente, con aspecto de estar a punto de vomitar. Comprobe que no era, en absoluto, ese momento magico que retratan las peliculas y las novelas en que el chiflado de turno, diana de todas las burlas y odios, recibe por fin una gran ovacion. La admiracion de quienes lo atormentaban no era para el mas que un nuevo tormento.

– Ese tio es una especie de extraterrestre -le comento Carrie a su vecino de butaca-, ?entiendes lo que quiero decir?

– ?Haz una reverencia, James! -le pidio Hannah en voz lo bastante alta para que el auditorio en pleno lo oyese. La gente se rio. James la miro. Se habia puesto rojo como un tomate. Tras un ultimo e inocente instante como extraterrestre, James abrio los brazos, inclino la cabeza e hizo su primera reverencia de chico prodigioso. Despues se dejo caer sobre su butaca como un paraguas arrastrado por el viento y se tapo la cara con ambas manos.

Walter Gaskell se aclaro la garganta y prosiguio su discurso, como si estuviera impaciente:

– Por ultimo, aunque probablemente no por ello sea menos importante, debo decir que Terry Crabtree, de Bartizan, tambien ha decidido publicar mi libro, El ultimo matrimonio americano, del que algunos de vosotros ya conoceis varios fragmentos.

Aplausos estruendosos, entusiastas, obsequiosos. Crabtree le dio a James una palmada en el hombro y un afectuoso apreton; un nuevo episodio para ser recreado por la agil pluma de Terry Crabtree en sus hipoteticas memorias. Walter hizo una rapida y digna reverencia, dio las gracias a las secretarias y voluntarios de la organizacion, cito una frase de Kafka sobre hachas y hielo, nos deseo un ano productivo y, con una risotada muy televisiva, dejo que la audiencia de escritores en cierne levantara el vuelo como una bandada de horribles murcielagos. Se encendieron las luces y la gente empezo a salir del auditorio.

– ?Viene, profesor Tripp? El senor Q. da una fiesta en casa de los Gaskell -me comunico Carrie-. Me dijo que estaba invitada -anadio.

– No, creo que no voy a ir -le dije. Vi como Jeff seguia a Hannah por el pasillo, con una mano en su cintura. Se detuvieron para felicitar a James, que se levanto y empezo a tirar de los punos de la americana, rodeado de gente que le daba la enhorabuena.

– Bueno -dijo Carrie en tono dubitativo-, pues ya nos veremos, profesor Tripp.

– Seguro -dije, y en ese momento vi a Sara en la otra punta del auditorio, junto a una salida lateral. Me parecio que me miraba. Me puse en pie y levante un brazo, pero cuando la saludaba, agitando la mano freneticamente, se volvio y salio del auditorio sin responder a mi gesto.

Le dedique a Carrie McWhirty una gelida sonrisa y, cuando me dejo a solas, me desplome sobre la butaca, como alguien agotado por la fiebre. Me puse una mano sobre la frente y me parecio que, de hecho, tenia algunas decimas. El murmullo de las conversaciones de la gente que se despedia en el vestibulo subio de volumen momentaneamente y despues se acallo por completo. En el auditorio aparecio Sam Traxler con una aspiradora y un carrito repleto de accesorios de limpieza, y empezo a pasearse por los pasillos y entre las butacas recogiendo los desperdicios mas voluminosos, que metia en una bolsa de plastico. Al cabo de un rato tambien el desaparecio y me quede completamente solo. Lo habia perdido todo: mi novela, mi editor, mi esposa, mi amante, la admiracion de mi mejor alumno, todos los frutos de la ultima decada de mi vida. No tenia ni familia, ni amigos, ni coche, ni, probablemente, tras los acontecimientos del fin de semana, empleo. Me apoye contra el respaldo de la butaca, y al hacerlo escuche el inconfundible ruidito de una bolsa de plastico al arrugarse. Meti la mano en el bolsillo roto de mi chaqueta y la deslice por el agujero hasta el forro, donde encontre la bolsita de marihuana, templada por el calor de mi cuerpo.

En la platea se oyo un chirrido de goznes. Sam Traxler habia vuelto a entrar en el auditorio y se disponia a poner en marcha su aspiradora de reluciente acero cromado. Un instante antes de que lo hiciera, le grite:

– ?Hola, Sam!

Levanto la vista lentamente, sin mostrar sorpresa, como si estuviese habituado a que alguien le llamase desde el anfiteatro vacio.

– ?Oh! ?Hola, profesor Tripp! -dijo.

– Sam, ?te sueles colocar? -le pregunte.

– Solo mientras trabajo.

Me asome por la barandilla, le mostre la bolsita e intente lanzarla, como un dardo o un avion de papel. Pero quedo enganchada en un pliegue del cortinaje de terciopelo que cubria la parte exterior del anfiteatro. Me asome mas, haciendo fuerza con las piernas contra la butaca que tenia detras, y sacudi el cortinaje. La bolsita cayo revoloteando como una hoja seca. Sam se acerco para recogerla. Ahora si que ya no me quedaba nada de nada.

– ?Joder! -exclamo-, ?Me la da? ?En serio?

Le asegure que si. De pronto, senti olor a sangre en la nariz y a mi alrededor el aire se lleno de lucecitas parpadeantes y filamentos de perlas luminosas. Un rumor submarino asalto mis oidos, como si alguien me hubiese aplastado contra las orejas un par de caracolas.

– Oh -dije, y mi cuerpo, que seguia apoyado por el vientre en la barandilla, se balanceo como un piano Stenway en el antepecho de la ventana de un segundo piso.

De pronto senti, por decirlo de alguna manera, que el aparejo de la polea se destensaba. La verdad es que no se muy bien que fue lo que me hizo tambalearme. Un cuerpo de la talla del mio esta sujeto a las misteriosas fuerzas gravitatorias que afectan a los oceanos y a las laderas de las montanas. Lo que me esperaba al precipitarme al vacio era romperme la crisma y destrozar las butacas vacias que habia abajo con unos efectos destructivos semejantes a los de un desbordamiento del rio Monongahela. Para ser sincero, debo anadir que, por un instante, justo antes de perder el conocimiento, esa perspectiva me parecio maravillosa. Me desplome hacia adelante, arranque un par de punados de polvo del cortinaje y empece a caer.

Senti un fuerte tiron en el cuello. El boton superior de mi camisa salto y me golpeo en la mejilla. Note que alguien me subia lentamente hacia el anfiteatro y despues me tendia en el suelo boca arriba. Unas manos presionaron delicadamente mi frente. Justo antes de cerrar los ojos tuve una momentanea vision del rostro de

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