En la hipotetica biografia de Crabtree ya habia un breve capitulo titulado «Gente que me ha disparado», y ahora, de camino al campus, lo estaba revisando concienzudamente, empezando por el episodio protagonizado por ambos unos once anos atras, cuando le ayude a introducir a su amante de aquel entonces, el pintor Stanley Feld, en una casa de East Hampton propiedad de un abogado coleccionista de arte que se negaba a cumplir la promesa de permitir que Feld fuese a ver el que consideraba su mejor lienzo. Como todas nuestras grandes aventuras, era, en teoria, un noble acto solidario para echarle un cable a un amigo, pero desde el primer momento de su ejecucion se convirtio irremediablemente en un disparate. En aquella ocasion, debido a que Feld olvido mencionar que el coleccionista en cuestion era un abogado de la mafia y que no solo su coleccion, sino toda su propiedad, estaba custodiada por gorilas armados hasta los dientes, cuya punteria, por suerte para nosotros, dejaba mucho que desear. Despues de aquel episodio, en el que varias rafagas disparadas por armas automaticas arrancaron una rama de una picea a unos palmos por encima de nuestras cabezas, Crabtree paso, como era de esperar, a rememorar las dos balas que seis meses despues le disparo un enojadisimo Stanley Feld, una de las cuales acabo alojada en su nalga izquierda.

Ahora tenia una nueva anecdota que anadir a su hipotetico capitulo favorito, y pude comprobar que estaba encantado con ello.

– ?Que caos! -exclamo. Bajo la ventanilla y aspiro profundamente, como si llegase hasta su nariz el olor de hierba recien cortada o del oceano. Meneo la cabeza entusiasmado y anadio-: ?Que confusion!

– Y que lo digas -replique, y baje la vista hasta los pateticos restos de Chicos prodigiosos que tenia sobre mi regazo.

Pense que yo deberia tamborilear en el salpicadero, cantar alabanzas al dulce caos, contrario a la muerte y que por ello le impedia actuar, y manifestar, para que quedase constancia de ello, que el aliento de Vernon Hardapple tenia un olorcillo anisado de salchicha italiana, con un punto amargo de cerveza. Desde el dia en que, hacia casi veinte anos, cai bajo el hechizo de Jack Kerouac y su errabunda prosa jazzistica de estilo libre, con toda su peligrosa blandura y pobre puntuacion, siempre habia considerado de manera instintiva como un articulo de fe que las incursiones como el rescate de James Leer de su mazmorra de Sewickley Heigts, o la recuperacion de la chaqueta desaparecida, eran intrinsecamente buenas. Buenas como material literario, como material para una charla de bar, como vigorizantes del espiritu. ?El caos! Deberia aspirar sus efluvios igual que Knut Hamsun, sentado sobre una locomotora que atravesaba el corazon de America, trago miles de kilometros de aire helado en su afortunada tentativa de liberar a su cuerpo de la tuberculosis. Deberia darle la bienvenida al luminoso angel del desorden, que entraba en mi vida como el hormigueante caudal de sangre que revitaliza un miembro adormecido.

Pero, en lugar de eso, me pase todo el trayecto hasta la universidad tratando de evaluar y asimilar el fatal golpe asestado al manuscrito de Chicos prodigiosos. Crabtree habia logrado impedir que salieran volando del coche exactamente siete paginas. Todas tenian la marca de la suela de sus zapatos o habian quedado rugosas, como la superficie granulada de una pelota de baloncesto, tras ser aplastadas contra el asfalto; a una de las paginas, ademas, le faltaba un trozo. Dos mil seiscientas cuatro paginas -?siete anos de mi vida!- habian quedado desperdigadas por el callejon que habia detras de Kravnik, Material Deportivo, junto a una decrepita camioneta Ford y tres cuartas partes del cadaver de una serpiente. Reagrupe los escasos restos de mi manuscrito, atontado, perplejo, como un accionista arruinado tras una subita caida de la bolsa, apretando el fajo de tinta y papel arrugado que era el unico resto de lo que solo una hora antes constituia mi fortuna. Era una muestra completamente aleatoria de mi novela, una serie de paginas sin ninguna relacion entre si, excepto un par en las que, por pura coincidencia, se mencionaba una marca de nacimiento en la espalda de Helena Wonder que tenia la forma de su estado natal, Indiana. Deje caer la cabeza hacia atras hasta apoyarla en el reposacabezas y cerre los ojos.

– Siete paginas -dije-. Seis y media.

– Pero tienes copia, ?verdad? -presupuso Crabtree.

No respondi.

– ?Tripp?

– Tengo borradores y versiones alternativas.

– Entonces la puedes reconstruir.

– Si, seguro que si. Espero que la proxima version me salga mejor.

– Dicen que siempre es asi -aseguro Crabtree-. Acuerdate de Carlyle cuando perdio su equipaje.

– Ese fue Macaulay.

– O de Hemingway, cuando Hadley [44] perdio todos aquellos relatos.

– Jamas logro reescribirlos.

– Ese no es un buen ejemplo, pues -dijo Crabtree-. Ya hemos llegado.

Giro por la larga avenida bordeada de tuliperos que llevaba de Folder's Hill hasta el centro del campus, y lo guie hasta el Arning Hall, donde la secretaria de la Facultad de Lengua y Literatura Inglesa estaba abierta a pesar de ser domingo. Dejamos el coche en el minusculo aparcamiento de la facultad, en el espacio reservado para nuestro experto en Milton. Crabtree consulto su reloj y se paso una mano por la melena en un gesto de presumido. Todavia faltaba media hora para que diese comienzo el acto de clausura del festival literario; Crabtree, por lo tanto, disponia de treinta minutos para preparar sus artilugios de mago, los grilletes trucados y la caja con doble fondo, y esconder palomas y conejos para su representacion ante Walter Gaskell. Estiro el brazo para coger del asiento trasero la llave maestra de saten negro que le permitiria liberar a James Leer. Despues bajo del coche y se puso la americana. Se estiro las mangas, flexiono el cuello y encendio un Kool Mild.

– ?Quieres acompanarme?

– No tengo especial interes.

Crabtree metio la cabeza en el coche y me echo un rapido vistazo, mas para darse animos que para darmelos a mi, tal como haria un actor que esta a punto de salir al escenario y repasa nerviosamente el traje de un companero de reparto que sale un par de escenas mas tarde. Me subio las gafas por el caballete de la nariz empujandolas con el dedo indice.

– ?Estaras bien aqui?

– Por supuesto. Uh, Crabtree -dije-, dime si me equivoco. Antes me ha parecido que no tenias intencion de publicar mi libro. ?Me equivoco?

– Si. Escucha, Grady, no quiero que pienses… -No acabo la frase. Era horrible ver como Crabtree era incapaz de decidirse a decirme alguna de las muchas cosas inconcebibles que no queria que yo pensase-. Pero… quiza…, en cierto modo…, quiza eso… -senalo con un gesto de la cabeza los escasos restos de Chicos prodigiosos que descansaban sobre mi regazo- sea lo mejor que podia pasar.

– ?Te refieres a que ha sido una especie de senal?

– En cierto modo.

– No lo creo -dije-. Mi experiencia me dice que las senales suelen ser mas sutiles.

– Aja. Bueno, de acuerdo. -Se reincorporo y se retoco las solapas de la americana-. Deseame suerte.

– Suerte.

Cerro la portezuela.

– Entonces, ?sigues queriendo ser mi editor? -le pregunte, con la mirada fija en el parabrisas y en un tono de voz que espere que sonase diferente y burlon.

– Por supuesto. Dame un respiro. -Su tono era impaciente o burlonamente impaciente-. ?Tu que crees?

– Creo que si -dije.

– Pues asi es.

– Te creo.

Pero no le creia.

– Estupendo -dijo. Volvio a mirarme a traves de la ventanilla. De pronto, en su rostro reaparecieron la palidez, la delgadez y el aspecto pueblerino de veinte anos atras, cuando lo conoci-. Creo que sera mejor que no vengas conmigo.

– Supongo que tienes razon -acepte. Me dolio tener que decirlo. Toda amistad entre hombres es esencialmente quijotesca: solo perdura mientras ambos amigos estan dispuestos a limpiar el casco de batalla, subirse al burro y cabalgar detras del otro en pos de una dudosa aventura y una ilusoria gloria. Durante veinte anos, ni una sola vez habia declinado secundar a Crabtree, compartir con el las culpas y ser testigo de sus

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