tan abierta como antes estaba el estuche. Yo era la Kschessinska, y no una coryphee, dijo Iosif, mientras mi padre asentia vigorosamente, y aquella noche todavia era la primera figura del ballet imperial. No podia abandonarlo solo porque unos cuantos decorados de lona no gustasen a los vejestorios que estaban ahi enfrente. Ya les he dicho que mi hermano era un hombre moderno. Pero no era la escenografia lo que me habia alterado.

– ?Y el broche ese? -dije yo.

Y Iosif replico:

– Ponte el broche en el traje y demuestrale a la emperatriz que no te importa nada. -Y cogiendolo el mismo, lo abrocho diestramente a mi corpino-. ?Ya esta!

?Me fui a casa, por tanto? No, no me fui. Me quede en el teatro. Bailaria los actos II, III y IV. Mi hermano habia apelado a mi orgullo. No podia dejar colgada mi representacion de despedida, y no dejaria que Alix pensara que su serpiente me habia incomodado.

Cuando se levanto el telon en el tercer acto y los balletomanos vieron la gruta de los gnomos, que parecia un espeso bosque de tocones de arbol, cortados rectos, algunos colgando del techo como estalactitas y otros brotando del suelo del escenario, todo el decoro desaparecio del teatro y el publico empezo a silbar, abuchear y gritar. Cuando los gnomos me condujeron a su rustica choza para vestirme con un traje de hojas, lo hicieron entre un coro de risas procedentes de los palcos y la platea. Ya me habian abucheado antes en escena las claques leales a la Preobrazhenskaya o mas recientemente las leales a la Pavlova, pero aquello era distinto, debido a la unanimidad de las protestas. Aunque no eramos responsables de todos y cada uno de los elementos de la produccion, aquel acto no castigaba a Teliakovski, Golovin o Koreshchenko tanto como a los bailarines. Los demas bailarines y yo sufrimos la humillacion que representaba, mientras Teliakovski y sus hermanos se morian de verguenza entre bambalinas. M. Petipa estaba alli tambien, ligeramente apartado de ellos, tan anciano, con ochenta y cuatro anos, con su bigote encerado de un blanco plateado, el rostro tembloroso y las manos convertidas en punos impotentes. Y asi continuamos escena tras escena, cada acto… y como he dicho antes, eran muchos. No habia escapatoria, no podia retirarme mientras el gran duque Vladimir berreaba desde su palco:

«?Vamonos todos a casa!». Veia al coronel Vintulov con bastante claridad que gritaba: «?Echad a Teliakovski… arruinara el teatro!», con la calva cabeza brillante por el sudor de la indignacion. Y en medio de todo aquello, el emperador y toda su familia estaban sentados educadamente en el palco imperial, contemplando el pas d'action en el escenario, aunque su presencia alli no suprimia el alboroto en lo mas minimo. Si, yo fui desgranando mis delicadas variaciones con los cefiros y las estrellas, mi romantico paso a dos con el principe con la luna como fondo. Mordi la manzana envenenada, me eche en mi ataud de cristal. Por senas represente mi despertar y mi compromiso en el vestibulo del castillo, pintado con groseras formas de diamantes y ornamentos que parecian pinas y coles, pero lo hice todo en un estado de mortificacion tan extrema que no recuerdo absolutamente nada. En el palco imperial, las mujeres hablaban entre si ocasionalmente detras de sus abanicos. Alix sonreia de vez en cuando y levantaba una mano para ocultar una risita. Niki sin embargo seguia mirando el ballet muy serio y, al caer el telon, entre el coro de ranas croando y los abucheos, levante la mirada hacia el. Puso una cara graciosa, como diciendo: «?A quien le importa?» y me dirigio un guino conspirativo.

Nada mas caer el telon, cuando todos los bailarines se agolparon a mi alrededor, Teliakovski me entrego el regalo del teatro: una corona de hojas de laurel de oro. Cada una de ellas llevaba grabado el nombre de un ballet en el cual yo habia aparecido a lo largo de los anos, y no se lo pierdan, en la parte delantera, justo encima, decia: Le miroir magique. Por mucho oro que fuera, lo aparte de un manotazo.

Teliakovski echo la culpa a Petipa de aquel completo desastre, y le obligo a retirarse conmigo despues de aquella noche. Petipa huyo a la calidez de Crimea y se consolo escribiendo sus memorias. Yo me quede en Petersburgo y me console con el triunfo que me llegaria pronto en un escenario mucho mas vasto y mucho mas publico que el del Mariinski. Se lo conte todo a mi familia al dia siguiente para prepararlos para lo que me esperaba a mi y, por asociacion, a ellos.

– El zar ha vuelto conmigo -dije, y me miraron como si me hubiese vuelto loca. Todos pensaban que la perdida de Sergio y el desastre del teatro me habian arrebatado la razon-. Viene a visitarme a mi dacha.

Mi madre meneo la cabeza, como si yo fuera una triste criatura. Incluso Julia me miro raro, y no dijo nada para salir en mi defensa.

– Mi hijo es el hijo del zar -les conte-, no de Sergio, y un dia sera zar.

Mi padre dijo:

– Mala, por favor, basta.

Mi hermano se burlo:

– ?Tu hijo el zar de todas las Rusias? ?Es que tu ambicion no tiene limites?

Seguramente habia perdido el juicio por todos esos grandes duques que cenaban en mi mesa y se entretenian conmigo en mi cama, dijo. Ni con el mayor esfuerzo de la imaginacion se podia pensar que Vova fuese otra cosa que el hijo ilegitimo de una bailarina, tan marginado por la sociedad como cualquier otro hijo ilegitimo. ?Acaso pensaba yo que con todos mis truquitos podia aligerar las circunstancias de su nacimiento? Yo chasquee los dedos. Mi padre pidio a mi hermana que me hiciera recapacitar. Yo la mire, indignada. Ella habia visto las cartas que yo enviaba al zar con Ali. Ella habia pasado con mi coche junto a los tres terrenos que el zar me habia comprado en la isla de Petersburgo. ?Creia ella que todo eso eran fantasias por mi parte? ?Estaba solo siguiendole la corriente a la pequena Mala? Supongo que pensaba que Ali habia roto y tirado mis cartas al zar, y que mis terrenos pertenecian al baron Brandt, que vivia al lado. Me resultaba odioso que me mirase con esa superioridad suya tan Kschessinski. Bueno, pronto veria. Todo el mundo lo veria. Y todo el mundo incluia a Alix, de quien yo sabia que estaba haciendo todo lo posible para librarse de mi.

No tuve que esperar mucho.

Porque tan pronto como empezo en el Neva el deshielo primaveral y se abrieron los cimientos para mi magnifica y nueva casa en la isla de Petersburgo, Alix empezo otra vez a promover la canonizacion del monje Serafin de Sarov. El ano anterior queria que se llevase a cabo la canonizacion antes del nacimiento del que pensaba que seria su hijo, pero el procurador del Santo Sinodo, jefe de la Iglesia ortodoxa rusa, se habia resistido. Si hacian santo a aquel monje justo entonces, creia ella, intercederia ante Dios en su favor y Dios esta vez le daria un hijo, en lugar de un fantasma. Serafin de Sarov, el monje del monasterio de Sarov que murio en 1833 y que vivio como un eremita en una choza fuera de sus muros, se decia que habia realizado milagro tras milagro en Siberia, y que tambien habia hecho profecias. Predijo el reinado de Niki, les nombro a el y a Alix como zar y zarina cincuenta anos antes de que nacieran, incluso predijo que el zar y toda su familia un dia acudirian a Sarov. Alix creia que si Serafin la habia conocido cuando solo existia en la mente de Dios, entonces tambien conoceria a su hijo, el nino que estaba destinada a tener, cuyo espiritu todavia esperaba a ser invocado. En anticipacion de todo aquello, Serafin seria el santo patron de Nicolas y Alexandra.

Por entonces ella habia perdido ya toda su paciencia con la Iglesia. No le importaba si Serafin cumplia o no los requisitos necesarios para la santidad. No le importaba que su cuerpo se hubiese descompuesto, mientras que el de un santo debia ser dulce e incorrupto. Cuando el obispo Antonio de Tambov, que tambien era de la provincia donde habia vivido Serafin, protesto por aquella glorificacion, Alix insistio en que el obispo fuese enviado a lo mas profundo de Siberia, como un revolucionario silenciado. Le dijo al procurador:

– Todo responde al poder del emperador, incluso el hecho de hacer santos.

Finalmente, Niki tuvo que dar un paso: la canonizacion debia llevarse a cabo, aunque solo fuera para tranquilizar a la zarina. Yo sabia que Niki solo intentaba calmarla, hacer que su ruptura final con ella fuese mas facil, si ella creia que lo habian intentado todo y que ella le habia fallado por completo. De modo que la Iglesia declaro que el pelo, dientes y huesos eran prueba suficiente de santidad, aunque en tal caso, por supuesto, todo cuerpo yacente en una tumba habilitaria para ello, y a pesar de los cientos de cartas de protesta, el Santo Sinodo presidio una canonizacion que no deseaba. Que Alix canonizase a todos los monjes vagabundos de Rusia, pense yo. Ni uno solo de ellos conseguiria que tuviera un hijo.

En julio, mientras se elevaban las vigas y los pilares de mi palacio, toda la familia imperial acudio en tren a la

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