lo grande, recogiendo mi tributo a las artes escenicas en vivo.

Petipa habia planeado el ballet El espejo magico mientras Volkonski era todavia director del Mariinski, y quiza si hubiese sido producido bajo sus auspicios, el ballet habria sido todo un exito. Pero Teliakovski habia contratado al artista moderno Alexander Golovin, uno de esos pintores de vanguardia conocidos como decadents para que crease la escenografia, y este permitio que su propia esposa disenase los trajes y el compositor moderno Arseni Koreshchenko escribiese su nueva musica sinfonica, y todos esos seres llevaban con ellos, en sus bocas, en sus oidos y en sus ojos, un gusto por el nuevo siglo, el siglo XX, del cual tan recientemente formabamos parte, algunos a reganadientes. Sin embargo El espejo magico en si no era un ballet moderno, sino una feerie decimononica, que era lo que Petipa hacia mejor y yo hacia mejor, un ballet con cuatro actos, treinta escenas e innumerables cuadros, con un libreto basado en la reelaboracion de un cuento de hadas germanico titulado Blancanieves y los siete enanitos por Pushkin, salvo que en la version de Pushkin los enanos eran gnomos. El ballet era del XIX, el publico era del XIX, nuestro teatro azul y dorado de la decada de 1860, que recibia el nombre de la primera esposa de Alejandro II, Maria, tambien del XIX. Nuestros acomodadores, que estaban muy tiesos a los lados de los pasillos y flanqueando cada entrada, vestidos con sus pelucas empolvadas, libreas rojas y medias altas blancas, evocaban incluso un siglo anterior a ese. Y a los balletomanos que asistian a aquel teatro no les gustaban las innovaciones en musica o escenografia o trajes, igual que tampoco les gustaban las demas innovaciones del nuevo siglo, las politicas, que amenazaban con despojarles de su riqueza y su estatus.

Petipa mismo se habia quejado de que los trajes convertian a los bailarines en caricaturas: sus inmortales iban vestidos erroneamente de ninfas, las damas de la corte llevaban vestidos contemporaneos, que hacian que pareciesen cantantes de cafe, los gnomos parecian trolls jorobados, el principe con su ropa de gimnasta era como un caballo de circo muy emperifollado. Durante los ensayos, Petipa se preocupaba por el ballet que habria querido presentar en lugar de aquel, Salambo, que quiso montar antes de que se fuera Volkonski, pero este lo cancelo y ahora Teliakovski obligo a Petipa a usar a esos decadentes artistas libres cuya decision de modernizarlo todo destruiria su creacion. Pobre Petipa. Teliakovski queria aplacarle.

– No, no, M. Petipa, el ballet es perfecto.

Sin embargo, Petipa sabia que sus driadas, flores, zafiros y estrellas, sus reyes, reinas, campesinos y gnomos debian ir adornados con un entorno adecuadamente anticuado, y que privados de este, se convertian en cosas absurdas, igual que el propio ballet en si. Por no mencionar a la ballerina.

Yo, por supuesto, interpretaba el papel de Blancanieves, la princesa del matrimonio anterior de su padre, el rey. Ya ven, las familias estaban llenas de matrimonios anteriores en los cuales las nuevas esposas ejercian su poder por encima de los hijos de las esposas anteriores, y conspiraban para poner a sus propios hijos en el trono. La familia imperial al completo en la Rusia de 1903, antiguas esposas, nuevas esposas, esposas recicladas y diversas combinaciones de hijos, estaban reunidos en sus palcos para presenciar mi ultima representacion en el escenario del Mariinski. Mi padre y mi hermano, que actuaban conmigo aquella noche, ya que mi padre hacia de «Su padre el rey», y mi hermano Iosif de un magnate polaco con toda la parafernalia cortesana, estaban apelotonados conmigo en la mirilla del telon. No sabiamos a quien mirar primero a traves de la mirilla, si a Niki o a su madre, si a Alix o a sus dos hijas mayores, las grandes duquesas Olga y Tatiana, si a las hermanas de Niki o a sus maridos… y los palcos de los grandes duques estaban llenos tambien, con los tios y los primos de Niki, los hermanos y tios y primos de su padre, los Konstantinovich, los Vladimirovich, los Alexandrovich, los Nikolaievich, los Mijailovich… Hasta Sergio habia acudido al teatro, aunque vi que tenia a una mujer a su lado, la condesa Vorontzov-Dashkov, supuse, con silueta de reloj de arena y cubierta de joyas, sedas y retribuciones. Si, habia una verdadera conflagracion de Romanov reunidos alli para celebrar mi exito. ?Que asombrados se quedarian, todos menos Sergio, al conocer mi plan de saltar desde aquel escenario a sus palcos, justo hacia el palco imperial! Mi padre solo consiguio apartarme a rastras de mi puesto junto a la mirilla justo antes de que se levantara el telon.

El primer acto fue bastante bien: un cuadro en un jardin, en el cual hombres y mujeres tejian cestas y guirnaldas y obsequiaban con ellas a la reina, el rey y los cortesanos en sus entradas en escena… y para aquella escena, al menos, Koreshchenko habia compuesto un vals tradicional y melodioso. Cuando yo entre salude con una inclinacion de cabeza al zar, que tambien me hizo una sena, y al ver la sena Alix hizo una mueca, y luego salude al publico en general, y al final a mi padre, el rey, y a mis subditos. Yo habia recuperado la figura, cosa que todo Peter podia apreciar, y nada, ni siquiera un escandalo que hubiese hundido a cualquier otra bailarina de la escena, podia evitar que la Kschessinska se deleitase con las hermosas ceremonias de su teatro. Acto I, escena I… todo muy bien. Pero cuando el escenario cambio al parque del palacio empezaron las risas, provocadas por la vision de un alto arbusto pintado de una manera un poco impresionista en una lona, con salvajes pinceladas verdes y amarillas extendidas por aqui y por alla. La corte estaba acostumbrada a ver representaciones bastante meticulosas de la vegetacion, con hojas y tallos que se superponian decorosamente, y era como si aquel arbusto pinchase los suenos de fantasia, y al publico no le gusto ni pizca que le despertasen con algo que se parecia tan poco a un beso. Empezaron las risitas y empeoraron mas aun cuando la hija de Petipa, no Maria, sino Nadezhda, tant pis, se puso a hacer mimica. La Reina Madrastra se deleita con el espejo magico que le muestra un mercader, un espejo que tiene el poder de revelar la imagen de la mujer mas bella del reino. Las hijas de Petipa eran bailarinas de caracter, mas que clasicas, pero incluso en aquella categoria sus talentos eran mas limitados que los de la mayoria. A pesar de la gracia de su padre, ellas se habian convertido en chicas torpes y pechugonas, de modo que la mimica de Nadezhda era bastante mala, pero cuando la reina maldita se miro en el alto espejo e hizo la famosa pregunta: «?Quien es la mas bella de todas?», justo cuando el azogue del espejo reflejaba mi imagen, de repente el espejo se hizo anicos y sus pedacitos formaron una brillante cascada que nos ametrallo, mientras nos esforzabamos por continuar la escena. Un trozo en forma de punta de flecha se quedo enganchado en las ataduras de mis zapatillas de puntas, y como un campesino que ha pisado estiercol, tuve que sacudirmelo. En sus esfuerzos por evitar los cristales, los demas bailarines empezaron a tropezar unos con otros y un cortesano y luego otro fueron cayendo sobre el trasero, y el publico, al llegar este momento, empezo a reirse abiertamente y luego a hablar, cosa que nosotros en escena solo percibiamos como un zumbido que nada tenia que envidiar a la musica discordante que surgia del foso de la orquesta.

Durante el intermedio los bailarines nos retiramos a nuestros camerinos y entre bastidores a chillar y quejarnos, y algunos, menos preocupados, ?a comerse un bocadillo!, mientras el publico fuera organizaba un buen alboroto en los pequenos salones junto a sus palcos y en los vestibulos y foyers y salas de fumadores. Y como si todo aquello no estuviera ocurriendo, el coronel Teliakovski vino a mi camerino, como era costumbre, para entregarme el regalo del zar por mi retirada. El presente imperial, tal y como era sabido, normalmente para un hombre era un reloj de oro, y para una mujer una joya engastada en oro, con el sello de la corona real, el aguila de dos cabezas, estampado en el oro, pero yo sabia que recibiria un regalo mucho mejor. Mientras mi padre y mi hermano se inclinaban hacia mi, las plumas de sus sombreros rozando la piel desnuda de mis brazos, Teliakovski me tendio con ceremonia el estuche del joyero, de terciopelo, y con cierto temor y mucha expectacion, abri el cierre. ?Que habria elegido Niki para mi? Dentro del estuche yacia una serpiente enroscada, con sus escamas moteadas de diamantes, que estrangulaba a un zafiro cabujon. La pulida superficie convexa de la gema era una suave manzana azul.

– El broche -me dijo Volkonski- fue disenado por la emperatriz en persona para esta gran ocasion. La serpiente -continuo ante mi silencio- es el simbolo de la sabiduria.

Vaya. La serpiente era una impostora, una tramposa, la que ofrecia manzanas.

– La gema es muy valiosa -dijo Teliakovski, el «vendedor»-, al menos de quince quilates. Es un precioso regalo.

?Regalo? Esto no era un regalo, era un insulto, una provocacion, y la actuacion de mi retirada se habia convertido en una comedia involuntaria, llena de groseras payasadas y tropiezos, con el publico deshecho en risas. Mi padre exclamaba «oooh» y «aaah» y manipulaba el broche con tantas precauciones como si fuera una serpiente de verdad, pero mi hermano miraba mi rostro ensombrecido. Yo cerre con fuerza la tapa del joyero y anuncie que iba a vestirme y abandonar el teatro, pero mi hermano y mi padre estallaron, mi hermano lleno de protestas, mi padre desconcertado, «?como que dejar el teatro?», y Teliakovski se quedo alli de pie con la boca

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