tenia una hija, Sergio le encontraria marido entre alguna de las grandes familias rusas, porque yo no la someteria a la limitada vida del teatro, y si tenia un hijo, bueno, para un nino las posibilidades eran infinitas. Mi hijo podria estudiar en el Liceo Alejandro, o en el Corps des Pages. Podria unirse a la Guardia. Podria incluso hacer carrera en la corte. Y si Alix tenia otra hija, bueno, entonces seria otra historia totalmente distinta. Mi hijo entonces podia ser zarevich. Pero por ahora, era mejor que mi hijo fuese el hijo de Sergio Mijailovich.

Habran visto que yo no podia dejar que la conciencia sobrepasara a la conveniencia (aunque nunca habia sido asi), de modo que a la vuelta de Sergio solo le dije que habia descansado aquellos dias de julio mientras el estaba en Krasnoye Selo haciendo maniobras con las tropas, absorto por aquel mundo de hombres, armas y uniformes al cual se retiraban periodicamente todos los varones Romanov. Si Alix no hubiese dado a luz aquel verano, Niki habria estado alli con el, con todos ellos, en lugar de meterse en la cama conmigo, con sus guardaespaldas cosacos jugando a las cartas en mi establo como unicos testigos de lo que se suponia que eran largas cabalgadas del zar por el campo. Si, yo acogi a Sergio en mi lecho con grandes prisas y con un falso ardor que le hizo sonreir. Si, yo le chupaba con mi negra lengua, y frotaba mis cenizas, mi polvo de carbon y mis guijarros cubiertos de hollin por todo su cuerpo, y el se limitaba a sonreir y decir «cuanto me has echado de menos, Mala», antes de que mi cuerpo le escupiese hacia un sueno en el que yacia indefenso, terrorificamente inconsciente de mi malignidad.

A finales de octubre mi cuerpo habia empezado a cambiar de una forma que solo yo podia notar, pero que pronto notaria Sergio tambien. La temporada de teatro habia empezado tambien, aunque yo podia ocultar mi embarazo por el momento bajo mi tutu de alta cintura si tenia mucho cuidado con el perfil que presentaba en escena (gracias a Dios, no actuabamos en leotardos como hoy). Al final tendria que retirarme el resto de la temporada con la excusa de alguna enfermedad y de Sergio con algun pretexto mas complicado. Elegi una tarde gris, mientras ibamos en su coche por la Perspectiva Nevsky, en el paseo habitual. Al cabo de unos anos, a los coches de caballos se les unirian los automoviles, pero por ahora, compartiamos los amplios bulevares solo con bicicletas y drozhkis y taxis de caballos llamados izvozchiki, y tambien troikas y tranvias electricos.

Como todas las mujeres que viajaban en esos vehiculos, yo llevaba un velo que me protegia el pelo y la cara del viento y el polvo. Es mejor ir velada cuando una tiene dos caras. Las lluvias de septiembre habian terminado ya; la nieve de noviembre no habia llegado aun. No estabamos ni aqui ni alla, un dia estupendo para una mentira. Paseando a nuestro alrededor veiamos a los oficiales con sus uniformes de invierno y capas grises, hombres con sobretodo y capas oscuras con escarapelas que indicaban su rango, estudiantes con sus mantos negros, campesinos con tunicas con cinturon y chaquetas de piel de cordero, mujiks con camisas rojas. Mujeres campesinas con panoletas llevaban a sus ninos en brazos, y las institutrices, algunas extranjeras y otras eslavas, llevaban de la mano a sus pupilos o iban en un pequeno desfile, y las que llevaban bebes empujaban unos cochecitos muy historiados. Me toque el pelo, las munecas y el hueco entre las claviculas. Cuando abri la boca, las altas y esbeltas ventanas de la ciudad me miraban desde los edificios de cuatro pisos que se alineaban en las calles.

– Sergio, estoy embarazada de un hijo tuyo -dije, y las palabras calientes casi abrasan la tela de mi velo. Contuve el aliento. ?Me creeria? Se volvio hacia mi, con el barbudo rostro lleno de alegria. Ah, si. Me creia. Terrible. Tuvimos que correr hacia mi casa en la Perspectiva Nevsky para brindar a la salud del nino, y Sergio vertio el vodka en los vasitos enjoyados que me habia regalado Niki como presente por la inauguracion de la casa, diez anos antes.

Pero no deben compadecer demasiado a Sergio. Podia haberme ofrecido casarse conmigo, pero no lo hizo: un matrimonio morganatico conmigo habria puesto en peligro sus ingresos y su titulo. Pero inscribiria su nombre como padre del nino en el certificado de nacimiento y le daria su apellido, ya que ningun nino ruso puede carecer de el. Era como un documento de identidad, y con el patronimico de Sergei, o sea Sergeievich, el futuro de mi hijo estaria asegurado.

Desgraciadamente, di a luz unos meses antes de tiempo, en junio, en Strelna, durante las noches blancas, en el calor y la privacidad de mi propia dacha. En un acto de deliberada insolencia, habia cubierto las paredes de mi dormitorio con una seda que tenia el mismo estampado floral que Alix habia elegido para su habitacion de Tsarskoye: unas guirnaldas verdes moteadas con flores rosa, cada una de ellas atada con una cinta rosa, o asi me lo habia descrito el disenador de la corona, Roman Meltzer, y las paredes cubiertas de flores y hojas parecian respirar conmigo mientras yo iba andando. Sergio, alarmado por lo que pensaba que era la emergencia de un parto prematuro, llamo al medico privado de su hermano Nicolas (Nicolas, ademas de homosexual, era un inveterado hipocondriaco), y este me pidio que me echara boca arriba en la cama, una orden que yo inmediatamente desobedeci. No podia obedecerle. Por el contrario, como una campesina, fui andando por la habitacion, pasando los dedos por las paredes de seda, con las hojas verdes tan punzantes como si fueran hojas de verdad bajo mis dedos humedos. El estampado abigarrado de flores y ramilletes se iba oscureciendo y casi parecia sangrar. Ese tipo de dolor era desconocido para mi, ese dolor que se tensaba en mi abdomen, que me apretaba la rabadilla. Las campesinas que daban a luz, habia oido decir, se ataban una cuerda debajo de los brazos y se colgaban de las vigas de un granero para que la propia gravedad actuase como comadrona. Comprendi ese impulso. Algunas daban a luz en los campos, apartandose del arado y agachandose. Pero yo en cambio tenia a un doctor que trataba a la familia real y que me rogaba que me tendiese de una manera digna, de espaldas.

Mientras yacia alli echada con la sabana que protegia mi modestia y le impedia la vista a el, periodicamente iba comprobando el progreso del parto con sus manos sin lavar. Yo sufriria de fiebre posparto durante un mes despues de recibir sus atenciones, con el cuerpo debil y como de goma y el cerebro nublado. Mi hermana era la unica a la que podia soportar en mi humedo dormitorio, la unica de mi familia que no se sentia mortificada por la desgracia de mi confinamiento. Mientras Sergio iba y venia por la veranda, ella me distraia, contandome de memoria los antiguos relatos que me leia cuando era pequena, cuentos de hadas rusos sobre el Padre Escarcha, cuyo aliento forma delgados carambanos y hace caer la nieve a la tierra sacudiendo el largo pelo de su barba; y la Doncella de Nieve, que se alza de esa nieve y se funde cada primavera; y de Baba Yaga, la hechicera que vive en una casa construida no sobre piedra, ni sobre tierra, sino sobre patas de pollo, de modo que la casa se puede volver de cara al norte, al sur, al este o al oeste, dependiendo del capricho de Baba Yaga. Pero me volviese hacia donde me volviese, norte, sur, este u oeste, yo solo encontraba dolor.

En algun momento durante aquel largo dia los ninos jugaban en los jardines de las villas a mi alrededor, y los amantes cogieron pequenos botes verdes y atravesaron los lagos entre las islas, y los barqueros cantaron para que les pagaran, y en una barcaza, una banda con acordeon toco igual que todas las noches de verano, y en una veranda que yo no veia, un gramofono estaba en funcionamiento, y algunos fragmentos de la musica que emitia se convertian en astillas y perforaban el aire. Por la noche no habia sol, pero tampoco oscuridad, el cielo estaba veteado de morado, azul y gris perla; el amarillo de las clematides con sus finos capullos en forma de campana no desaparecia, y los pajaros no se ocultaban. Pero yo si. En mi habitacion, la humedad y el calor salian de mi interior y no habia toallas frias que pudieran contenerlos. Aunque en mi alcoba solo estaba Julia, yo veia a otras personas: sombras y siluetas de cuerpos, el parpadeo de un rostro, igual que lo veo a veces ahora, ahora que la muerte esta llegando para sentarse conmigo. A primera hora de la noche comprendi que podia morir: mi parto estaba durando demasiado tiempo. Estaba siendo castigada por mi duplicidad, que ahora deseaba confesar, pero mi cuerpo era fuerte. Yo poseia la robusta salud de mi padre, y tambien disfrutaria de su longevidad, aunque entonces no lo sabia, y al final, entre la una y las dos de la manana, la tierra se abrio entre mis piernas y nacio mi hijo.

Mi hermana cogio al recien nacido mientras yo me agachaba en silencio, agarrada a un poste de la cama, y el medico fumaba cigarros con Sergio en la habitacion de al lado, hasta que el llanto del nino les hizo venir a toda prisa, y ella y yo nos susurramos la una a la otra: es un nino, es un nino. Y aunque ella compartia mi deleite, no sabia toda la verdad sobre aquello.

– Mira sus dedos, mira sus pies, mira su carita, su carita preciosa y redonda.

Mi hijo tenia la cara ancha y rusa de la mayoria de los bebes Romanov, y un pelo formando pico que le caia

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