como siempre, en el bolsillo de la casaca o en el bolsillo del sobretodo, dondequiera que iba. Puso uno en su boquilla, que era exquisita, como todos los objetos que poseia, por muy pequenos que fuesen, como una pluma, un tintero, un cepillo o un botecito, todos de plata o de oro, o con incrustaciones de nacar o con gemas engastadas. Tenia una coleccion de pitilleras de Faberge en el vestidor de su bano. ?Poseeria algun objeto sencillo? Nunca vi ninguno. Los bolcheviques tampoco encontraron ninguno cuando se llenaron los bolsillos con las chucherias de palacio, hasta los jabones imperiales grabados en relieve eran un buen botin. Me chupe una punta de un mechon de pelo, un habito infantil, y mire al zar, que aspiraba por su preciosa boquilla, inclinandose de vez en cuando hacia delante para ofrecerme una calada, algo que, gracias a Sergio, sabia como hacer. Me gustaria decir que pensaba en los sentimientos de Sergio Mijailovich en aquel momento, y no solo en los truquitos que me habia ensenado, pero la verdad es que no era asi. Solo pensaba en lo desalentador que resultaba el anillo de oro que brillaba en el dedo anular de la mano derecha de Niki, y el hecho maravilloso de que, aun asi, el yaciese desnudo en mi cama. Y el ya no era un fauno, sino un hombre; pesaba mas que seis anos antes, y tenia arruguitas en los rabillos de los ojos, y aquellos seis anos como emperador del pais y emperador del dormitorio habian anulado sus titubeos, sus reservas como amante. Yo descanse la barbilla en el muslo de Niki y con mi pelo le hice una improvisada hoja de parra, mientras el estaba sentado apoyado en las almohadas, fumando y mirando por la ventana las cabezas altas, amarillas y moradas de los tulipanes de mi jardin, los mas osados de aquellos tulipanes tan orgullosos, tan grandes, que era imposible que supieran que el viento los arrancaria de sus tallos antes el verano. ?Pensaba el acaso en Sergio, a quien acababa de desplazar? ?En Alix, a quien acababa de traicionar? Yo tenia la mente en blanco… el placer y el triunfo lo habian borrado todo, pero aun sentia en un rinconcito unas cuantas palabras que se iban formando poco a poco, y que rompieron filas cuando Niki dijo abruptamente: «Demos una vuelta».
El queria que nos vistiesemos poco: yo solo la camisa y las enaguas, el la camisa abierta encima de los pantalones de montar. Queria disfrutar en aquella tarde fragante la insignificancia de la gente corriente, que puede andar a medio vestir por el jardin de sus casas vacias. Creo que en aquel momento no queria ser el zar, ni siquiera el mismo. Pero mi casa no estaba vacia, aunque a el le hubiese parecido que lo estaba. Solo tenia un criado, una cocinera y un jardinero, pero cualquiera de ellos podia mirar por una ventana y ver a Nicolas II con su camisa hinchada al viento, anclando a mi lado. ?Y con que sorpresa le contemplarian! ?Que pensarian, si lo hacian? ?Que la fortuna de aquella casa pronto mejoraria? Las suelas de las botas del zar doblaban la hierba. Mis pies desnudos rozaban la hierba. En su coronacion, cuatro anos antes, Niki habia quedado eclipsado por la altura de Alexandra, aumentada aun mas por los tacones y la corona que llevaba, y eclipsado tambien por su anchura, incrementada por las anchas y tiesas faldas de su traje cortesano. A su lado era el quien parecia el consorte, y no ella, de menor estatura, con la barbilla hundida en el cuello de su manto. Ella hacia que el pareciese mas pequeno, pero a mi lado sobresalia majestuoso, y su paso era el de un emperador. Todo reside en las proporciones, como sabe cualquier escenografo. Un pequeno castillo en el telon de fondo parece enorme en la distancia; el segundo piso de una fachada se construye de la mitad del tamano del primero, para dar la ilusion de una mayor altura; una rueda grande girando hace enana a una joven, un enano junto a ella la convierte en una giganta.
Fuimos andando por mi carretera privada hasta el golfo, y su silencio era tan profundo que yo pense absurdamente que cuando llegasemos alli, quizas esperaba que nosotros, los dos fornicadores, nos ahogasemos juntos. El viento levantaba su camisa y la mia, pero cuando llegamos al agua, el se detuvo y no hizo movimiento alguno para atarme una gran roca y arrojarme a las olas. No. Queria hablar. Lo que fuera que queria decirme lo queria decir alli, fuera, como si no quisiera que se le pudieran tener en cuenta esas palabras y quisiera dejar que el viento por encima del agua se las llevase a medida que hablaba.
– Alix consulto a un consejero espiritual, un tal monsieur Philippe, y el le aseguro que me daria un hijo. - Volvio la cara hacia mi-. Dijo que esta ultima nina seria un nino.
Al ver a otra nina mas en brazos de Alix, me dijo Niki, tuvo que excusarse y apartarse de la cabecera de su cama y dar un paseo por el parque del palacio de Peterhof para dominar su decepcion. ?Cual fue la reaccion de su hermana Xenia? «?Dios mio, otra nina!» Eran las seis de la manana, pero el rocio ya se habia secado de los moteados petalos de las flores, y la esperanza y la fe de Niki se habian secado con sus gotas.
Yo habia oido hablar de monsieur Philippe Nazier-Vachod, el ayudante de carnicero procedente de Francia. Todo Petersburgo habia oido hablar de el. Daba conferencias, en su frances incorrecto, sobre los orbes celestiales y la Tierra, que en tiempos fue, segun el, una bola de fuego, y enunciaba profecias mientras aseguraba: «Yo en mi mismo no soy nada, soy solo el receptaculo de Dios, y actuo en nombre de lo divino». Sus discipulas lo llamaban Maestro y reverenciaban sus poderes psiquicos, creyendo que si el las proclamaba invisibles lo serian. No se saludaban unas a otras por la calle porque se creian tan invisibles como M. Philippe les habia prometido, y por tanto no podian verse. Si monsieur Philippe le habia prometido a Alix que tendria un hijo, ella se aplastaria cada noche debajo del zar para conseguirlo. Pero Niki se habia quedado sin ganas de hacer el amor con Alix, decia, y esos seis anos de enfermedades, paranoias y desesperacion habian acabado con su paciencia y con su deseo. Hasta su creciente misticismo lo vivia con consternacion.
– Mi madre casi no habla con ella; mi padre, si estuviera vivo, la habria repudiado.
Niki empezo a usar su estudio como refugio, su incesante papeleo como barrera, la oscuridad como herramienta de ultimo recurso. Cuando era el momento del mes de concebir para ella, me dijo, haciendo muecas, el conseguia cumplir su parte conjurando los recuerdos de mi cuerpo, que aqui y ahora era tal y como lo recordaba, exactamente igual que cuando tenia veinte anos. Y entonces me beso los brazos. Bueno, claro, yo no habia tenido cuatro hijos y era bailarina, una ocupacion que conserva el cuerpo mejor que si lo sumerges en formaldehido. Pero no dije nada. Que pensara lo que quisiera de la maravillosa condicion de mi belleza y la decrepitud de la suya. Que me besara los brazos en toda su longitud. No, yo me deleitaba con sus palabras. Todo aquello era precisamente lo que habia esperado oir, los pensamientos demasiado privados para que el zar se los revelase a Sergio, imposibles de revelar dada la relacion que tenia Sergio conmigo, la cual Niki podia detener con una sola palabra. Si el zar deseaba recuperar su lugar en mi lecho, Sergio, por supuesto, se veria expulsado de el. ?Acaso pense: «?Donde esta el joven oficial de corazon ligero del que me enamore hace diez anos, y quien es este hombre atribulado que ocupa su lugar»? Pues no, no lo hice. Solo pensaba que no podia esperar para correr de vuelta a mi familia, a mi padre en particular, y decirle: «?El zar todavia me ama! Estabais equivocados. ?Mi idilio, despues de todo, no es tan breve!».
De modo que durante aquellas largas tardes de julio de 1901, cuando Alix y sus cuatro hijas estaban haciendo la siesta en Peterhof sin saber nada, Nicolas dejaba a un lado los documentos que le habian traido sus ministros de Petersburgo en la cartera de cuero especial con la insignia imperial grabada, montaba su caballo y recorria los once kilometros que habia hasta mi dacha. Me habia pedido que vaciase mi casa aquel verano de 1901 para sus visitas: Sergio estaba con su regimiento en Krasnoye Selo, yo no daba fiestas, no invitaba a nadie a quedarse, daba las tardes libres a todos mis criados… y por tanto, nadie nos veia cuando caminabamos hacia los bosques en busca de setas que Sergio habia hecho plantar para mi, o cuando el propio Niki llenaba mi cesta de corteza de abedul con los sombreretes negros y marrones, que luego yo prepararia estofados con mantequilla y nata. Yo no tenia los talentos culinarios de mi padre, pero eso si que podia hacerlo por el zar. Nos sentabamos en la veranda y comiamos con los dedos, como dos ninos que se han quedado solos mientras los adultos han salido de visita. Antes de irnos a la cama, nos chupabamos los dedos el uno al otro para limpiarlos. Los dedos que el limpiaba de mantequilla en tiempos ahora estan arrugados y resecos, pero entonces no, y los suyos tampoco. Aquel verano no me puse la copa de cera de abeja ni el emperador se puso funda alguna, y aunque el no decia nada, yo sabia que era lo que queria: un hijo, a cambio del goteo constante de todas esas hijas. El sol sale antes de las cinco ese mes, y forma un arco ocioso por el cielo, y como tarda tanto en su viaje hacia el oeste, nuestras tardes juntos eran interminables: haciamos el amor con lentitud, largamente, sin aliento por el calor. Solo cuando se acercaba la hora de la cena, el se levantaba de aquella cama y se daba un bano en la banera mas grande que habia en la dacha, y que aun asi no era lo bastante profunda o larga para el. En los banos de cada uno de sus apartamentos, en cada uno de sus palacios, se habian instalado unas baneras empotradas en las cuales podia sumergirse por entero. En mi mansion de la Perspectiva Kronversky yo tambien haria instalar una banera semejante, pero todavia faltaban dos anos para aquello. En mi pais nos tomamos el bano muy en serio, cada finca tiene su casa de banos y las manzanas de cada ciudad estan llenas de ellas: banos publicos completos, con alfombras persas, forrados de madera, con palmeras en macetones y criados que traen bandejas de brandy y cigarros. Los hombres, fumando y bebiendo, se meten en la piscina y luego se sientan en la sauna mientras unos pajes les golpean con ramitas de