estacion de Arzamas, en medio de la nada, y alli subieron a unos carruajes abiertos para viajar hacia el antiguo monasterio de Serafin. Campesinos a miles se alineaban junto a las carreteras sin pavimentar, y Niki detuvo el convoy para que la gente le pudiera saludar, besar sus manos, tocar las mangas de su chaqueta, llamarle batushka y Padre Zar. Antes de su regreso a San Petersburgo, mas de cien mil campesinos se aglomeraron para ver a Niki en toda su divinidad, y fue llevado a traves de la multitud a hombros de sus ayudantes para que el pueblo pudiese verlo sin pisotearse unos a otros. «Hermanitos», les llamaba Niki, mientras intentaba abrirse camino entre la multitud, antes de que sus ayudantes finalmente le levantaran en hombros. Cada dia habia milagros y curaciones en la catedral, en la cabana de Serafin, en plena naturaleza, junto a la corriente donde setenta anos antes Serafin se limpiaba la tierra que tenia bajo las unas. Los ninos se curaban de la epilepsia, hombres con las piernas atrofiadas podian andar, etc., etc., y Niki y Alix visitaron aquel rio milagroso tambien la tercera noche que pasaron en Sarov. Desnudos, se sumergieron en el agua oscura y helada, vigilados a distancia por unos pocos oficiales de caballeria discretos. Mientras tanto, mi casa y yo nos habiamos convertido en objeto de intensos chismorreos en la capital. Unos dibujos del diseno proyectado aparecieron en la publicacion Architect. ?Yo misma se los habia enviado al editor!

?Me preocupaban a mi acaso todos aquellos milagros y plegarias y banos en riachuelos? Ni lo mas minimo. Ni siquiera en octubre, cuando supe que Alix estaba embarazada de nuevo.

Mi casa estaba construida al estilo art nouveau, que entonces hacia furor: los ladrillos claros brillaban como el oro al sol; las guirnaldas y ramilletes de hierro forjado serpenteaban por encima de las muchas ventanas, y las paredes de cristal del invernadero subian dos pisos. Aquellas ventanas estaban cerradas por unos pestillos de laton que yo habia pedido a Paris, como una extravagancia. Mi Salon Blanco podia albergar un concierto. La seda amarilla besaba los muros de mi salon pequeno, y roble ahumado el grande. Tenia tambien un comedor, una sala de billar (porque al zar le encantaban los billares), un estudio, una docena de dormitorios en el piso de arriba, una cocina y una bodega abajo, un ala entera para los criados, una cochera, establos y un granero con una vaca para que mi pequeno zarevich pudiese beber siempre leche fresca. El balcon de su habitacion daba a la Perspectiva Kronoverski. Yo contrate a un dvornik (mayordomo), dos lacayos, un despensero, un jefe de cocina y dos cocineros, una fregona, un calderero, un chofer, dos doncellas para mi y un valet para Vova. Mi mansion se termino en el verano de 1904. Vendi la casa del 18 de la Perspectiva Inglesa al principe Alexander Romanovski, duque de Leuchtenberg y uno de los muchos parientes de Niki, y solo cuando cruce el puente Troitski hacia la isla de Petersburgo mi familia creyo lo que les habia contado. Incluso me converti en protagonista de una nueva cancioncilla que corria por la capital:

Como un ave volaste del teatro y sin escatimar las piernas llegaste bailando a tu nuevo palacio.

Si, que Niki se quedase junto a Alix mientras ella estuviese confinada, porque yo habia conseguido llegar bailando a un palacio.

Y estaria alli, en una postura de reposo en una de las chaise-longues de mi Salon Blanco, cuando llegase Niki, mejor que en mi dacha, en una de sus visitas clandestinas, para decirme que Alix habia dado a luz a otra nina llamada Ekaterina, o Elizabeth, o Elena, o que de nuevo no habia nino… Yo intentaria no saltar triunfante y gritar: «?He ganado yo, Mathilde-Marie!».

Sin embargo, en cuanto hube desempaquetado mis trajes y los hube colocado en mi guardarropa, cada traje numerado con una pequena plaquita, los grandes canones de Pedro y Pablo empezaron a disparar las tradicionales salvas que senalaban que habia nacido un hijo del zar. Era el 30 de julio. Corri hacia el balcon y aguce el oido en direccion a las islas de la Liebre y del Almirantazgo. Nadie en Peter escuchaba mas fervientemente que yo el numero. Noventa y nueve. Cien. Ciento uno. Ciento dos. Y los canones no se detuvieron. Pense al principio que me habia equivocado, o quiza que me habia dejado enganar por los ecos peculiares de la ubicacion de mi casa nueva, pero las salvas continuaron, tantas y durante tanto tiempo que me di cuenta de que mi error no era aritmetico, sino que tenia otro sentido mucho peor. Hacia los ciento cincuenta ya estaba llorando. Cuando llegaron a los doscientos diez me recompuse. Hacia los trescientos el telefono empezo a sonar (?he mencionado que yo tenia el numero de telefono prestigiosamente bajo de 441?), pero no atendi la llamada de los artistas del teatro ni de mi ridicula familia, que queria decirme: «?Piensas que es verdad?», y que no tenian ni idea del desastre que representaba para mi aquel acontecimiento. Por la tarde aparecio en todos los periodicos la confirmacion de que el zar habia engendrado un hijo varon: «Mediante el manifiesto del 28 de junio de 1899 nombramos sucesor nuestro a nuestro amado hermano el gran duque Miguel Alexandrovich hasta que llegase el momento en que nos naciese un hijo varon. A partir de ahora, segun las leyes fundamentales del imperio, el titulo imperial de Heredero Zarevich y todos los derechos pertenecientes a el corresponden a nuestro hijo Alexei».

Alexei. Le habian dado el mismo nombre que Alexei Mijailovich, Alexei I, Alexei el Pacifico, el padre de Pedro el Grande, el amable zar que tanto habia admirado siempre Niki. Era un nombre poco habitual para un Romanov, para una familia tan llena de Konstantin y Nikolai, Vladimir y Mijail, Sergei y Alexander, pero Niki adoraba al ultimo zar moscovita, el ultimo antes de que su hijo Pedro, tan amante de lo europeo, erradicase las antiguas costumbres rusas, hiciera que todos los hombres se afeitasen la barba y que las mujeres se pusieran corse, y los puso juntos para que cenaran y bailaran igual que lo hacian en La France. En su propia coronacion, Niki se habia sentado en el trono de Alexei, que tenia setecientos cincuenta diamantes incrustados. Pero habia un motivo por el cual la familia habia puesto aquel nombre a sus hijos tan esporadicamente: el nombre pertenecia no solo al padre de Pedro el Grande, sino tambien al hijo, aquel hijo a quien Pedro habia hecho asesinar clandestinamente cuando empezo a sospechar que podia estar conspirando contra el. Ese Alexei asesinado era aquel a quien recordaba el pueblo cuando empezaron a susurrar que traia mala suerte el nombre de aquel pobre nino nacido de una mujer que les llego detras de un ataud.

Doble el periodico que contenia el ucase del zar. Subi la pequena escalera de diecisiete peldanos que conducia a mi dormitorio suite en aquella casa que era mia desde hacia tan poco, y que quiza ya no fuese mia dentro de poco. Me dirigi al enorme cuarto de bano cubierto de azulejos azules y plateados que albergaba la gran banera empotrada que habia hecho colocar para el zar, y en la cual no se habia banado todavia nadie, puse el tapon al desague y abri el grifo. Me meti en ella totalmente vestida, y mi plan se fue desarrollando ante mi a medida que lo llevaba a cabo. El agua lentamente fue cubriendo mi cuerpo, empapando primero la tela de mi vestido, luego incluso las capas mas intrincadas de mis enaguas, y finalmente hasta la camisa que llevaba, el cubrecorse y la lona de mi corse, todo lo cual actuaba como lastre. A medida que iba subiendo el agua, mi pelo y luego mis brazos empezaron a flotar hacia la superficie, y cuando tuve la cabeza plenamente sumergida, mire hacia arriba, al bano inundado, con sus azulejos plata y azul iluminados por pequenos riachuelos de luz. Me encontrarian alli, conservada como una rareza del museo Cientifico de Pedro el Grande, y en mi placa pondria: Antigua amante del zar Nicolas II. Tendria que haberme puesto un vestido mejor, pero era demasiado tarde. Tendria que haber llevado un crucifijo entre las manos, pero tambien era demasiado tarde para eso. Abri la boca para respirar, pero al entrar agua en lugar de aire, mi cuerpo exploto, indignado, y sali disparada tosiendo. Parece que no tenia lo necesario para morir, para desaparecer, cosa que habria sido muchisimo mejor para todo el mundo excepto, quiza, para mi hijo, que ahora comia manzanas cortadas a trocitos en la cocina con mi cocinera. Una vez yo desaparecida y con el zar entretenido con su hijo legitimo, Vova acabaria al cabo de poco tiempo adoptado por mi hermana y relegado a la escuela de ballet como los demas en mi familia, y acabaria por desvanecerse en la marana de aquel teatro y emerger sesenta anos despues como un anciano con un reloj de oro. ?No habia ninguna otra carrera posible para un Kschessinski? No, parece que no. Solo si yo estaba viva podia asegurarme de que aquello no ocurriese. Solo si yo seguia viva podia asegurarme de que Vova tuviese la vida que se merecia. De modo que me puse de pie, con las faldas que pesaban cien kilos, y escurriendoles toda el agua que pude, pase la pierna por encima del borde de la banera. Arrastrando el vestido, fui andando con mis zapatos empapados hacia el dormitorio e hice las maletas para irme a Strelna, como si ya fuese el momento de mis habituales vacaciones de verano. Alli pensaria que hacer a continuacion.

No habia pasado ni una semana desde mi llegada a Strelna, donde ni siquiera se suponia que debia estar,

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