sol saliera sobre Japon? Por eso, el mismo nombre del diario que Ellie acababa de recorrer evocaba, en opinion de Xi, la vida y la epoca del emperador Tsin. Ellie no pudo dejar de pensar que Tsin hacia parecer a Alejandro Magno un fanfarron de colegio en comparacion. Bueno, casi.

Si a Tsin le obsesionaba la inmortalidad, a Xi le obsesionaba Tsin. Ellie le relato el viaje realizado a la orbita de la Tierra para visitar a Sol Hadden, y ambos llegaron a la conclusion de que, de haber estado vivo el emperador Tsin en las postrimerias del siglo XX, seguramente habria residido en la orbita. Presento a Xi y a Hadden entre si mediante videofono, y luego los dejo conversar solos. El excelente ingles que hablaba Xi se habia pulido durante su reciente intervencion en el traspaso de la colonia de Hong Kong a la Republica Popular China. Seguian aun charlando cuando el Matusalen se puso, y tuvieron que continuar a traves de la red de satelites de comunicaciones en orbita geosincronica.

Debieron de haber congeniado sobremanera. Poco despues, Hadden solicito que se sincronizara la puesta en marcha de la Maquina de modo que el pudiera encontrarse en lo alto en ese instante. Queria tener a Hokkaido en el foco de su telescopio, dijo, cuando llegara el momento.

— Los budistas, ?creen, o no, en Dios? — pregunto Ellie, cuando iban a cenar con el abad.

— Segun parece, ellos afirman — repuso Vaygay con cierta aspereza — que Dios es tan grande que ni siquiera tiene necesidad de existir.

A medida que avanzaban velozmente por el campo, conversaron sobre Utsumi, abad del famoso monasterio budista del Japon. Unos anos antes, en ocasion de conmemorarse el quincuagesimo aniversario de la destruccion de Hiroshima, Utsumi pronuncio un discurso que concito la atencion del mundo entero. Tenia buenos contactos con los dirigentes politicos de su pais y actuaba como una especie de asesor espiritual del partido gobernante, pero pasaba la mayor parte de su tiempo dedicado a sus ritos monasticos.

— Su padre tambien fue abad de un monasterio — menciono Sukhavati.

Ellie enarco las cejas.

— No te sorprendas tanto, porque tenian permitido contraer matrimonio, como los sacerdotes ortodoxos rusos. ?No es asi, Vaygay?

— Eso fue antes de mi epoca — respondio el, distraido.

El restaurante estaba enclavado en un bosquecillo de bambues y se llamaba Ungetsu, la Luna Oculta; de hecho, en ese momento unas nubes ocultaban la luna en el cielo nocturno. Los anfitriones japoneses no habian invitado a otras personas. Ellie y sus companeros se descalzaron y entraron en el comedor.

El abad tenia la cabeza rasurada y vestia una tunica de color negro y plata. Los saludo en un perfecto ingles coloquial, y su dominio del chino — segun le comento Xi a Ellie — tambien era discreto. El ambiente era apacible; la conversacion, amable. Cada plato que se sirvio era una pequena obra de arte, una joya comestible. Ellie comprendia que la nouvelle cuisine habia tenido su origen en la tradicion cultural nipona. Si la costumbre fuera ingerir los alimentos con los ojos vendados, Ellie no se habria sentido molesta. Si, por el contrario, esas exquisiteces fueran solo para admirar y no llevarselas a la boca, tambien hubiera quedado satisfecha. El hecho de poder mirarlas, y ademas comerlas, le resultaba una invitacion del cielo.

Ellie estaba ubicada frente al abad, al lado de Lunacharsky. Entre un bocado y otro, la charla termino centrandose en la mision.

— Pero, ?por que nos comunicamos? — pregunto el abad.

— Para intercambiar informacion — respondio Lunacharsky quien, al parecer, dedicaba toda su atencion a los rebeldes palitos chinos.

— Porque nos alimentamos de ella. La informacion es imprescindible para nuestra supervivencia, puesto que si no la tuvieramos, moririamos.

Lunacharsky estaba concentrado en una nuez que se le deslizaba de los palitos cada vez que intentaba llevarsela a la boca. Bajo, entonces, la cabeza para reunirse con la nuez a mitad de camino.

— Yo creo — prosiguio el abad — que nos comunicamos por amor o compasion. — Tomo con los dedos una nuez y, sin tramite, se la coloco en la boca.

— ?Quiere decir que para usted la Maquina es un instrumento de compasion? — quiso saber Ellie —. ?Acaso considera que no existe riesgo alguno?

— Yo puedo comunicarme con una flor — continuo el —, y hablar con una piedra. No tendria por que resultarles dificil comprender a los seres — ?esa es la palabra adecuada? — de otro mundo.

— Acepto que la piedra pueda comunicarse con usted — intervino Lunacharsky, masticando su nuez. Habia decidido seguir el ejemplo del abad —. Sin embargo, pongo en duda que usted pueda hacerlo con la piedra. ?Como haria para convencernos de que es capaz de comunicarse con ella? El mundo esta lleno de errores. ?Como sabe que no se engana a si mismo?

— Ah, el escepticismo cientifico. — En el rostro del abad se insinuo una sonrisa que a Ellie le parecio encantadora; inocente, casi infantil —. Para comunicarse con una piedra, es menester despojarse de muchas… preocupaciones, no pensar ni hablar tanto. Y cuando digo comunicarme con una piedra, no me refiero a palabras. Los cristianos dicen:

«En el principio era el Verbo». Yo hablo de una comunicacion anterior, mucho mas fundamental que esa.

— El evangelio segun San Juan es el unico que habla del Verbo — comento Ellie, con cierta actitud pedante, penso apenas las palabras salieron de su boca —. Los primeros evangelios sinopticos no incluyen la menor referencia al Verbo. En realidad se trata de un agregado de la filosofia griega. ?A que clase de comunicacion preverbal se refiere usted?

— Su pregunta esta formulada con palabras. Me pide que describa con palabras algo que no tiene nada que ver con ellas. Hay un viejo cuento japones que se llama «El Sueno de las Hormigas» y se desarrolla en el reino de las hormigas. La moraleja es esta: para comprender el lenguaje de las hormigas es preciso convertirse en hormiga.

— El lenguaje de las hormigas — sostuvo Lunacharsky, mirando fijamente al abad — es, de hecho, un lenguaje quimico. Ellas van dejando huellas moleculares especificas que indican el camino elegido para ir en busca del alimento. Para entender su lenguaje, no me hace falta nada mas que un cromatografo de gas o un espectrometro de masas.

— Probablemente ese sea el unico modo que conoce de convertirse en hormiga — replico el abad, sin mirar a nadie en particular —. Digame una cosa, ?por que hay gente que estudia las huellas que dejan las hormigas?

— Bueno — respondio Ellie —, supongo que un entomologo diria que lo hace para comprender a las hormigas y su sociedad. Para los cientificos es un placer comprender las cosas.

— Es otra forma de decir que aman a las hormigas.

— Si, pero quienes financian a los entomologos dicen algo distinto. Segun ellos, el objeto es controlar la conducta de las hormigas, lograr que abandonen una casa que han infestado, por ejemplo, o llegar a desentranar las caracteristicas biologicas del suelo para la agricultura. Podria ser una alternativa interesante para evitar el uso de pesticidas. Si, tal vez haya en eso algo de amor por las hormigas — reflexiono Ellie.

— Pero ademas va en ello nuestro propio interes — aseguro Lunacharsky —. Los pesticidas son venenosos tambien para nosotros.

— ?Por que hablan de pesticidas en medio de una comida como esta? — intervino Sukhavati desde el otro lado de la mesa.

— Sonaremos el sueno de las hormigas en otra ocasion — dijo el abad, obsequiando a Ellie una vez mas con su atractiva sonrisa.

Volvieron a ponerse los zapatos con la ayuda de largos calzadores. Luego enfilaron hacia los automoviles. Ellie y Xi observaron al abad subir a un lujoso automovil con algunos de los anfitriones japoneses.

— Le pregunte si, ya que podia hablar con las piedras, tambien podia comunicarse con los muertos — dijo Xi.

— ?Y que respondio?

— Que con los muertos era facil. Con quienes tiene problemas es con los vivos.

Capitulo dieciocho — La superunificacion

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