El hecho de que sea irrepetible es lo que hace tan dulce la vida.

EMILY DICKINSON Poema Numero 1741

En esa epoca — proclamada como el Advenimiento de una Nueva Era — los sepelios en el espacio se habian convertido en algo costoso pero habitual. Se trataba de un negocio comercial competitivo, que atraia sobremanera a aquellas personas que, en tiempos remotos, hubieran pedido que se esparcieran sus cenizas sobre su ciudad de origen, o al menos sobre la planta industrial que les habia proporcionado la fortuna. No obstante, ya podia dejarse estipulado que los despojos mortales de una persona circunnavegaran la Tierra por toda la eternidad, para lo cual solo era menester agregar una clausula en el propio testamento. Luego — y suponiendo, por supuesto, que se contara con el dinero necesario —, al morir una persona se la incineraba, se comprimian sus cenizas en un minusculo feretro del tamano de un juguete, y en el se grababa el nombre de la persona, las fechas, un breve poema funebre y un simbolo religioso a eleccion (podia optarse entre tres). Junto con centenares de otros ataudes en miniatura, el cajoncito se lanzaba al espacio hasta una altitud intermedia, de forma de evitar los atestados corredores de la orbita geosincronica y la desconcertante resistencia atmosferica de la orbita mas proxima a la Tierra. Asi, nuestras cenizas circundaran triunfantes nuestro planeta natal en medio del cinturon Van Allen, un campo magnetico adonde ningun satelite en su sano juicio se arriesgaria a llegar en primer lugar. Sin embargo, a las cenizas no les importa.

A esa altitud, la Tierra se hallaria envuelta por los restos de sus prominentes ciudadanos, y cualquier visitante de un mundo remoto con justa razon podria creer que se habia topado con una siniestra necropolis de la era espacial. La peligrosa ubicacion de dicho cementerio justificaria la ausencia de parientes que fueran a rendir homenaje a sus muertos.

Al contemplar este panorama S. R. Hadden se sintio consternado considerando que esos ilustres personajes hubieran estado dispuestos a conformarse con una porcion tan infima de inmortalidad. Sus partes organicas — el cerebro, el corazon, todo lo que los distinguia como personas — se habia atomizado en la cremacion. Despues de la cremacion, no queda nada de uno, apenas huesos pulverizados, material harto insuficiente como para que una civilizacion avanzada pueda reconstruirnos a partir de nuestros restos. Y por si fuera poco, el ataud se situaba en el cinturon de Van Allen, donde hasta las cenizas resultan lentamente calcinadas.

Cuanto mejor seria — reflexiono — si se pudieran conservar algunas celulas nuestras vivas, con el ADN intacto. Deseaba que hubiera alguna empresa que contra el pago de un abultado arancel, congelara una porcion de nuestro tejido epitelial y lo lanzara a una orbita alta, muy por encima del anillo de Van Allen, quiza mas arriba incluso que la orbita geosincronica. Asi por lo menos algun biologo molecular de otro planeta — o su similar terrestre del lejano futuro — podria reconstruirnos mas o menos desde el comienzo. Nos restregariamos los ojos, estirariamos los brazos y nos despertariamos en el ano diez millones. O bien, si nadie tocara nuestros restos, seguirian habiendo en existencia multiples copias de nuestro codigo genetico, o sea que estariamos vivos en principio. En cualquiera de ambos casos podria asegurarse que viviriamos eternamente.

Sin embargo, a medida que Hadden cavilaba mas sobre el tema, la perspectiva comenzaba a resultarle demasiado modesta. Despues de todo, no seriamos realmente nosotros, sino apenas unas pocas celulas que, en el mejor de los casos, servirian para reconstruir nuestra forma fisica. Pero eso no es uno. Seria necesario, pues, incluir fotos de familia, una minuciosa biografia, todos los libros y la musica que nos gustaron en vida, y la mayor cantidad posible de datos sobre nosotros. La marca preferida de locion para despues de afeitarse, por ejemplo, o la gaseosa dietetica de nuestra preferencia. Pese a lo tremendamente egoista que podia parecer la idea, le fascinaba. Al fin y al cabo, la era habia provocado un prolongado delirio escatologico. Era natural, entonces, pensar en la propia muerte mientras todo el mundo meditaba sobre la extincion de la especie, o del planeta, o sobre el ascenso de los elegidos a los cielos.

Como no podia presuponerse que los extraterrestres sabrian ingles, si deseaban reconstruirnos deberian tomar nuestro idioma, razon por la cual seria necesario incluir tambien una especie de traduccion, problema que a Hadden le causaba enorme placer:

era casi la antitesis del problema que habia significado la decodificacion del Mensaje.

Todo eso hacia imprescindible contar con una voluminosa capsula espacial, para no quedar limitados a unas meras muestras de tejido. Bien podiamos enviar nuestro cuerpo entero. Seria una gran ventaja que pudieramos congelarnos rapidamente luego de la muerte. A lo mejor asi habria una mayor porcion de nosotros en buenas condiciones, como para que a la persona que nos encontrara le resultase mas facil reconstruirnos.

Quizas hasta pudieran devolvernos la vida, por supuesto curando previamente el mal que nos habia ocasionado la muerte. Sin embargo, si languideciamos un poco antes del congelamiento — por ejemplo si los parientes no se hubieran dado cuenta de que ya estabamos muertos —, disminuian las perspectivas de supervivencia. Lo mas aconsejable, pensaba, era que nos congelaran justo antes de morir para aumentar las posibilidades de una eventual resurreccion, aunque ciertamente habria escasa demanda para este tipo de servicio.

Aunque pensandolo bien, ?por que justo antes de morir? Si sabemos que nos queda un ano o dos de vida, ?no seria mejor que nos congelaran de inmediato, antes de que se pudra la carne? Aun en ese supuesto — reconocio con un suspiro —, cualquiera fuere la indole de la enfermedad, cabia la posibilidad de que siguiera siendo incurable despues de la resurreccion; permaneceriamos congelados durante una era geologica, y luego de despertarnos, moririamos en seguida a consecuencia de un melanoma o un infarto, sobre los cuales los extraterrestres tal vez no supieran nada.

Saco entonces la conclusion de que habia un unico modo perfecto de llevar adelante su idea: una persona que gozara de excelente salud debia ser lanzada al cosmos, en viaje de ida solamente. Como beneficio adicional cabia mencionar el no tener que padecer la humillacion de la vejez y la enfermedad. Al estar lejos del sistema solar interno, el equilibrio de nuestra temperatura descenderia a unos pocos grados sobre el cero absoluto y no haria falta refrigeracion adicional. Una atencion perpetua, y gratis.

Siguiendo esa logica, llego al ultimo punto de su argumento: si se requieren unos anos para arribar al frio interestelar, nos conviene quedarnos despiertos para presenciar el espectaculo, y que se nos congele rapidamente solo al abandonar el sistema solar.

Tambien se lograria asi reducir al minimo nuestra dependencia con respecto a la criogenia.

Segun se comentaba, Hadden habia tomado las mas sensatas precauciones para que no se le presentara un inesperado problema medico en la orbita de la Tierra, hasta el punto de hacerse desintegrar mediante ultrasonido unos calculos en el rinon y la vesicula antes de partir rumbo a su mansion del espacio. Curiosamente, despues fue y se murio de shock anafilactico. Una indignada abeja salio zumbando de un ramo de flores que una admiradora le envio en el Narnia; sin embargo en la bien provista farmacia de Matusalen no existia el antisuero indicado. No se le podia echar la culpa al insecto, el que probablemente se habia mantenido inmovil en la bodega del Narnia debido a las bajas temperaturas. Se envio su cuerpo diminuto y quebrado para que lo examinaran los entomologos forenses. La ironia del multimillonario abatido por una abeja no dejo de ser comentada en los editoriales de los diarios y en los sermones dominicales.

Pero en realidad, todo fue un engano. Era mentira lo de la abeja, el pinchazo y la muerte. Hadden gozaba aun de una salud perfecta. En el primer instante del Ano Nuevo, nueve horas despues de haberse activado la Maquina, se encendieron los cohetes propulsores de un vehiculo auxiliar amarrado a Matusalen, el cual cobro rapidamente la velocidad de escape para alejarse del sistema Tierra-Luna. Le habia puesto por nombre Gilgamesh.

Hadden se habia pasado la vida acumulando poder y reflexionando acerca del tiempo.

Cuanto mas poder se tiene, pensaba, mas se desea. El poder esta relacionado con el tiempo, ya que todos los hombres son iguales en el hecho de morir. Por eso los antiguos reyes erigian monumentos en honor de si mismos; sin embargo, los mausoleos sufren por la erosion y hasta los nombres mismos de los soberanos caen en el olvido. No, su idea era mucho mas distinguida, mas hermosa, mas gratificante. Habia encontrado una puertecita para trasponer la muralla del tiempo.

De haber anunciado al mundo sus planes, se le habrian presentado diversas complicaciones. Si Hadden permanecia congelado a cuatro grados Kelvin, a diez mil millones de kilometros de la Tierra, ?cual seria su situacion legal? ?Quien se haria cargo de su empresa? Su plan era mucho mas preciso. Introdujo entonces una clausula en su complejo testamento para legar a sus herederos una nueva empresa que se dedicaria a los cohetes espaciales y la criogenia, y que habria de llamarse Inmortalidad S.A. Jamas tendria que volver a pensar en el asunto.

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