tendremos que arreglarnoslas sin el.
Patricia lamento ver frustrada su esperanza en el apoyo oficial. Al parecer, ella se habia equivocado acerca de lo que sabia Carn sobre el asunto, porque si hubiese tenido la intencion de dar aquella noche el golpe, habria tenido que estar ya en el pueblo. Pero como no estaba, solo podia contar con Horacio y Algy.
Ya en el torreon, fue Algy quien decidio que la mejor manera de asegurar la cuerda era pasarla por dos huecos de las ventanas del edificio, aunque el trabajo lo realizo Horacio, que era ducho en tales menesteres por sus conocimientos nauticos. Algy habia cambiado por completo. No era ya el charlatan simple de antes; se mostraba ahora parco en palabras y energico en sus actos.
Poco a poco fueron bajando la cuerda por el risco, utilizando para ello una hendidura en la roca, a fin de descender sin que pudiesen verlos desde el mar, porque la luminosidad era cada vez mayor.
– Creo que hay bastante cuerda -observo Algy, quitandose al mismo tiempo la trinchera para quedar en traje de bano como los demas-.?Quien baja primero?
Antes de que los dos hombres pudiesen evitarlo, Patricia se habia asido a la cuerda, lanzandose por el borde del risco; bajaba rapidamente por entre las rocas, manteniendose separada de ellas apoyando los pies en la pared.
Se sentia fuerte y sin miedo alguno. Ademas, la cuerda era larga, mas de lo necesario. Asi llego felizmente abajo, sobre la playa inundada por la marea, con el agua hasta las rodillas. Al soltar la cuerda, se aparto un poco de la roca y movio los brazos para avisar a los de arriba. Algy llego a su lado en un minuto, y Horacio le siguio en el mismo intervalo. Sin hablar, se metieron mar adentro y empezaron a nadar. Los tres eran buenos nadadores, pero uno de ellos tenia una pierna lisiada y el otro una herida en la cabeza. Tenian que recorrer dos millas.
El agua estaba en calma y no demasiado fria. Patricia nadaba como un pez, avanzando con largas y silenciosas brazadas.
Mientras tanto, el inspector Carn caminaba con el carretero fatigosamente hacia Ilfracombe, porque el carro se habia estropeado cuando aun les faltaban bastantes kilometros, y era impensable que les recogiese otro vehiculo en la solitaria carretera a aquella hora de la noche.
16. El pozo
Solo se tardan cuatro segundos en caer desde cincuenta metros, pero parecen una eternidad. Simon Templar pudo darse exacta cuenta de ello, porque vivio siglos entre el instante fatal en que perdio pie para caer en las tinieblas de aquel pozo y el zambullirse en el agua.
Cayo a plomo, y aunque en seguida forcejeo para volver a ganar la superficie, tardo bastante en alcanzarla; debio de llegar muy hondo, porque su corazon le latia con tremenda fuerza y el pecho parecia estallarle cuando por fin pudo respirar. Sin advertirlo dejo de mover brazos y piernas y torno a hundirse. Entonces fue cuando noto la fuerte corriente del agua. Con todas sus fuerzas trato de resistirla m6viendo brazos y piernas desesperadamente, y cuando, jadeante, gano otra vez la superficie, toco piedra con las manos y se agarro a ella con desesperacion. Apenas se habia asido, la fuerza del agua le arrastro de tal modo que estuvo a punto de perder el precario apoyo. Reuniendo todas sus energias, afianzo las manos en el borde y subio a pulso, muy lentamente, hasta apoyar un brazo en el borde y poder descansar un poco. Alli se quedo sin aliento, moviendo freneticamente los pies para contrarrestar la corriente, mientras trataba de quitarse el agua de la cara con rapidas sacudidas de la cabeza.
A juzgar por la fuerza del agua, se hallaba bastante 1ejos del sitio en que cayo. La oscuridad, afortunadamente, no era completa; sus ojos iban acostumbrandose poco a poco a ella, y asi pudo apreciar la situacion. Al parecer, la vaga luz venia de la debil fosforescencia de la superficie del agua.
Habia caido en una especie de rio subterraneo. Tenia el brazo y una mano apoyados en un saliente de la pared de la caverna que atravesaba el rio. La caverna no tenia mas de cuatro metros de ancho y ocho de altura. La aparente quietud de agua no indicaba su tremenda velocidad. Sin aquel saliente de roca tan providencial, seguramente se habria ahogado en pocos minutos. Se sentia tan fatigado, le dolia de tal modo el cuerpo, tan grande era la tension de brazos y piernas, que, a pesar de su fuerza atletica, no podia sostenerse indefinidamente en aquella postura.
Venciendo el deseo de dejarse caer y acabar de una vez de padecer, el Santo puso en tension sus musculos y se aupo unos centimetros para probar sus fuerzas. Con un suspiro se dejo caer otra vez a la anterior posicion, porque se daba cuenta de que se sentia mas debil de lo que habia sospechado. Tal vez dijera en silencio una oracion… Luego respiro profundamente y volvio a subir… un centimetro…, cuatro…, seis…, ocho. De nuevo suspiro. A pesar de la poca altura que habia ganado, sintio un gran alivio en las piernas, que ya no tenian que luchar tanto contra la corriente. Con renovado vigor rebaso con la cabeza el saliente y encontro apoyo con el pie en una hendidura, con lo que pudo dar mas descanso a los brazos, mientras volvia a reunir energias para su ultimo esfuerzo.
Miro hacia arriba, preguntandose si la fatigosa subida solo significaba retrasar el inevitable fin…, quedarse agarrado desesperadamente a la roca hasta que por ultimo, exhausto y vencido, la fatiga lo lanzara de nuevo a las aguas de aquel maldito rio. Tuvo que contenerse para no malgastar la poca energia que le quedaba en un grito jubiloso, porque a tres metros por encima de su cabeza acababa de ver una gran cueva. Por su aspecto, podia descansar en ella todo el tiempo necesario. Al parecer, su buena estrella no le habia abandonado del todo aquella tarde.
– Aun no, senor Tigre, aun no -murmuro el Santo-. Mucha gente se ha empenado en balde en quererme despachar al otro barrio, pero, al parecer, no es mi destino morir violentamente.
Poco a poco iba subiendo, agarrandose a las hendiduras de la roca, de desigual superficie, alejandose cada vez mas del rio, hasta que por fin, y cuando ya advertia el agotamiento, cayo rendido en la cueva y cerro los ojos.
Pasado ya el peligro de morir ahogado, sobrevino la reaccion. En circunstancias ordinarias, sus nervios no flaquaban nunca, pero tal vez la impresion de la caida y la desesperante sensacion de verse cogido en la veloz corriente del rio subterraneo habian logrado minar su innata confianza en si mismo. Estaba exhausto y temblaba de pies a cabeza, debido al sobrehumano esfuerzo. Tardo bastante en reanimarse y poder mirar hacia abajo, donde corria el rio. El Santo recobro un poco de buen humor y sonrio levemente.
– ?Mala suerte, Tigre! -murmuro-. Siento causarte una decepcion; pero no quiero morir todavia.
Luego se volvio hacia el interior de la cueva para examinar a la debil luz las probabilidades de salir de alli. Recordo una historia que habia oido acerca de las cuevas de Cheddar, en las que un grupo de exploradores se habia perdido, y que su fertil imaginacion se encendio con la vision de extranos animales prehistoricos que sobrevivian en las entranas de la tierra.
Sin embargo, como no era posible buscar la salida por la parte del rio, era preciso aventurarse por la caverna. Estaba seguro de que el rio le habia apartado lo bastante de la boca del pozo para que cupiese la esperanza de ponerse en contacto con los que seguramente le buscarian.
Detras de el prolongabase, en efecto, la cueva, y, al adentrarse en ella, lamento de nuevo la falta de una linterna que iluminara el camino, pero noto una corriente de aire frio, y ello aumento su esperanza, pues si el aire circulaba por la cueva, esta debia de tener alguna salida.
Era un vago consuelo observar que su reloj de pulsera, garantizado para resistir la inmersion en el agua, habia salido bien de la prueba. Seguia andando y por la esfera luminosa podia apreciar el tiempo que empleaba en avanzar para salir de aquel infierno. Poco a poco iba arrastrandose por los vericuetos de la cueva, y mas de una vez se dio un golpe contra uel bajo techo o un saliente que surgia inopinadamente en su camino. Siempre se aseguraba de que la corriente de aire viniese de frente antes de decidirse por la derecha o por la izquierda, y por este medio se ahorro recorrer inutilmente mas de un callejon sin salida. Asi procedio durante una hora, al cabo de la cual, y al buscar el techo de la caverna, se dio cuenta de que esta era ahora mas amplia y que ya podia caminar derecho: todo un alivio despues de andar tanto tiempo a gatas.
Avanzaba con suma precaucion, tentando el suelo con los pies, y las paredes con las manos, para evitar caer de nuevo.
La oscuridad que reinaba en la caverna era un tormento para los ojos y una tortura para los nervios.