Al llegar arriba, se asomo con cuidado. La cubierta estaaba desierta en aquel sitio, lo mismo que la proa, pero a popa veia a dos hombres junto a la maquinilla. Afortunadamente, solo dedicaban su atencion al trabajo. Salto con rapidez por la borda sin hacer ruido alguno. Frente a el habia una puerta abierta y la escalera de camara, a la que se dirigio sin vacilar.

En el primer peldano se detuvo para escuchar. El trabajo de carga continuaba; al parecer, nadie habia visto la negra sombra que salto por la borda, cruzo el tramo de cubierta y entro en aquella puerta.

'Hasta aqui, todo va bien -se dijo el Santo sonriendo beatificamente-. Una vez a bordo, el oro es mio.'

La escalera conducia a un pasillo pobremente alumbrado. Era un sitio muy peligroso para detenerse. Los camarotes tambien ofrecian peligro, porque, con dar vuelta a la llave, quedaban convertidos en prision. Pero el Santo queria unos momentos de descanso para pensar en lo que le convenia hacer, y era preciso correr el riesgo.

Frente a el habia una puerta que le intrigaba; de puntillas cruzo el pasillo y movio suavemente el tirador, pero la puerta no cedio; seguramente estaria cerrada con llave. Esto le intrigo aun mas; de pronto olvido todo instinto de precaucion y, con la temeridad que le caracterizaba, decidio ver sin perdida de tiempo lo que habia tras aquella dichosa puerta. Pego el oido a la hoja de la misma, escuchando con gran atencion. Al cabo de un rato, el silencio absoluto en el interior le convencio de que el camarote estaba vacio. Pero abrir una puerta cerrada requeria mas herramientas de las que el disponia en aquel momento.

Oyo pasos. Rapidamente descubrio su origen. Venian de otro pasillo que desembocaba en aquel. El Santo retrocedio subiendo unos peldanos de escalera, decision poco prudente, porque de aquel modo tendria dificultades para retirarse en caso de que la persona que se acercaba le viese y diera la alarma. Pero Templar, siempre alerta, quiso saber quien era el que podia malgastar el tiempo abajo cuando todo el mundo estaba arriba para cargar el buque con la mayor rapidez.

Se asomo un poco por la barandilla y se retiro en seguida.

Era Bloem el que venia, y llevaba una bandeja con unos emparedados y un sifon. El Santo echo una mirada atras, cerciorandose de que ningun peligro le amenazaba desde cubierta, pues era muy facil que pasase alguien y le viera. Durante un momento penso huir, pero desecho la idea en seguida. La cubierta no era sitio adecuado para que Simon Templar deambulase por ella en aquellos momentos; ademas, quedaban la puerta del camarote que le intrigaba y Bloem con su bandeja, quiza con la cena para el Tigre.

El Santo se arrimo bien a la barandilla y se dispuso a saltar en el mismo momento en que Bloem le viera. Pero este no se fijo en la escalera, sino que se dirigio tranquilamente al camarote que habia despertado la curiosidad del Santo. Este vibro de emocion al verlo.

Bloem dejo la bandeja en el suelo, saco una llave del bolsillo, abrio la cerradura y un poco la puerta, quedando parte del interior a la vista, porque dentro habia luz. Bloem se inclino para recoger la bandeja y, al hacerlo, el Santo salto desde el octavo peldano de la escalera.

Cayo exactamente sobre los hombros de Bloem, y este se desplomo con un grunido de dolor, dando al mismo tiempo con la cabeza en el suelo, lo que le hizo perder el sentido.

Bloem quedaba asi fuera de combate, pero era posible que alguien hubiese oido el ruido que produjo al caer. El Santo se habia puesto en pie con la velocidad de una pantera. Rapidamente cogio a Bloem por el cuello y lo metio en el camarote; despues recogio la bandeja, entro el a su vez en el camarote cerro la puerta y se puso de espaldas a ella para ver en que lio le habia metido su impulso.

Solo entonces se dio cuenta de que sobre la litera estaba sentada una persona.

– ?Oh!,?como esta usted, tia Agata? -dijo el Santo, siempre cortes, y la senorita Girton sonrio ironicamente.

– Es usted un hombre maravilloso, senor Templar -observo la tia de Patricia.

17. Abordaje

Patricia y sus dos lugartenientes se aproximaron al barco del Tigre por la parte menos expuesta. El casco proyectaba una densa sombra sobre las aguas iluminadas por la Luna, y toda la atencion de los tripulantes se hallaba concentrada en la isla y en su trabajo; de modo que los tres no tenian que hacer otra cosa que nadar en silencio.

Al llegar junto al buque, se detuvieron tambien bajo la proa, agarrandose con manos ateridas a los eslabones de la cadena del ancla. Patricia no tardo en soltarse. Vio las mismas dificultades que el Santo para trepar por la cadena, por lo que nado a lo largo del buque para buscar una solucion. Descubrio la escala de cuerda que utilizara el Santo, y regreso para informar a sus companeros. La siguieron hacia la escala. Horacio avanzaba con la terquedad y fortaleza de los marinos, pero Algy estaba agotado, y durante el ultimo cuarto de milla tuvieron que aminorar la velocidad por el. Patricia se asio a la escala y subio un poco.

– Ya falta poco para descansar -dijo en voz baja, inclinandose hacia Algy y cogiendole de la mano-. Resista un poco mas, porque hemos de proceder ahora con rapidez para encontrar un sitio donde ocultarnos.

Trepo por la escala con tanta agilidad, que ningun viejo lobo de mar hubiese podido hacerlo mejor, y, al advertir que las cuerdas se tensaban, se dio cuenta de que sus companeros la seguian con rapidez. Antes de saltar sobre cubierta se asomo a la barandilla y vio que la tripulacion trabajaba activamente en cargar el oro. De un salto salvo la borda y se coloco a la sombra de la pared de enfrente. Poco despues aparecio la cabeza de Algy por la borda, y Patricia le hizo senas de que se reuniese con ella. Con alguna dificultad pudo saltar tambien sobre cubierta y fue al encuentro de Patricia, pero con paso vacilante y temblando de frio y de fatiga. Horacio le siguio de cerca.

– ?Como estamos?

Horacio se secaba el agua de los brazos y las piernas.

– Muy bien, senorita… Las cicatrices me duelen un poco.

– ?Y usted, Algy?

– Siento ser tan inutil -dijo castaneteandole los dientes-. Pero pronto estare bien.?Ojala pudiesemos encontrar el whisky del Tigre!

La joven se volvio hacia Horacio.

– ?Quiere usted guiamos un poco? -le pregunto-. No se nada de barcos. Llevenos a algun sitio donde sea dificil que nos descubran.

– Si -contesto el criado rascandose la cabeza-. No es facil en un barquito como este… Voy a ver si tienen aqui escotilla de proa, si no le importa sentarse en el escoben. Esperen un minuto.

– Dese prisa.

Mientras esperaba el regreso de Horacio, ofrecio el apoyo de su brazo a Algy, y estaba atenta a cualquier peligro. En la mano libre llevaba la pistola. Si alguien pasaba por aquella parte de la cubierta, tendria que verlos, y, en tal caso, la aventura terminaria para ellos… Pero la suerte les favorecio: nadie se acerco, si bien los dos oian las voces de los hombres que trabajaban a popa, asi como el ruido de la maquinilla y de las cabrias. Horacio regreso en seguida.

– ?Que hay? -pregunto Patricia en voz baja.

– Tenemos suerte: hay escotilla de proa. Vengan conmigo.

Rapidamente los llevo a la proa, manteniendose al socaire de la borda; en poco tiempo pudieron ocultarse mejor en la sombra de la amurada de proa.

Horacio quito la lona alquitranada y levanto la escotilla; despues ilumino el interior con la linterna para ensenarles el reducido compartimento, casi lleno de cuerdas.

– No es mucho -dijo Horacio como excusandose-, pero, de momento, es un refugio seguro.

Entre los dos ayudaron a Algy a bajar, Patricia le siguio y por fin se metio tambien Horacio, cerrando bien la escotilla, para que no descubriesen que la habian tocado.

– Bastante confortable -observo Horacio girando el haz de luz.

– ?Como esta usted, Algy?

Horacio proyecto la luz sobre el senor Lomas-Coper, que estaba livido y tembloroso. Mas, al parecer, la herida se habia cerrado con el agua, porque el panuelo estaba limpio. Algy intento sonreir.

– Me encuentro debil, pero estare bien cuando entre en calor. Temo no tener condiciones para pirata, Pat…

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