avanzando aferrando el arma con tanta fuerza que empezaron a dolerme los dedos.
Cuando abri la puerta, el hombre me miro. Al verme se puso tenso y, cuando diviso el arma, quedo petrificado.
– Esto es un asalto -dije, sin ningun grito que infundiera temor. Estaba tan asustado como el.
Nos miramos el uno al otro. El hombre tendria unos cincuenta anos, era obeso, de tipo paternal, tenia el cabello corto con algunas canas y los ojos marrones y duros.
Se recupero del susto. Estudio el arma que tenia en la mano y se tranquilizo.
– Aqui no hay dinero, hijo -dijo, con serenidad-. Mala suerte.
– Dame el dinero o disparo. -El temblor de mi voz me enfermo. Sabia que era tan amenazador como un raton.
– Aqui tenemos un sistema, hijo -explico, como si hablara con un nino-. Una caja de seguridad. Cada dolar que hago va a parar a esa caja de acero y solo el dueno puede abrirla.
Le mire con el rostro empapado.
– Le regale una de esas pistolas a mi hijo para Navidad -me dijo-. Le encanta James Bond. -Sus ojos se desviaron hacia la pantalla de television-. ?Que tal si te vas? Tal vez sea anticuado, pero a mi me gusta Bob Hope. -Y dejo escapar una carcajada ante un chiste de Hope.
Derrotado, sali a la oscuridad, al coche y de regreso al hotel.
CAPITULO CINCO
De vuelta a la habitacion del hotel, me tire en la oscuridad, desesperado.
?Rata!
La burla de Spooky me resonaba en los oidos.
?Si… Rata!
Me dolia la cabeza y temblaba de frustracion y verguenza. ?Era un cobarde! ?Tenia que haber algun fallo en mi mecanismo! Al parecer, solo cuando me ofuscaba podia actuar, pero a sangre fria daba tanto miedo como un raton.
Ahora comprendia que mi intento por competir con los antecedentes de Rhea habia sido inutil. Sabia que no tenia el coraje de volver a intentarlo y estaba seguro de que entonces me arrestarian. ?Era un aficionado inutil y sin esperanzas! Habia tenido suerte con el empleado de la gasolinera. En seguida se habia dado cuenta de que el arma era de juguete y me habia echado con el desprecio que me merecia.
Volvi a pensar en Rhea. Mi cuerpo ardia de deseos por ella. Era inutil seguir repitiendome que estaba loco, que la maldad de aquella mujer podia destruirme. Su canto de sirena resonaba todo el tiempo en mi mente de manera irresistible.
Recorde lo que habia dicho:
?Ahora me importaba un comino lo que me costara! Habia perdido mi arrogante confianza en que la conseguiria por nada. ?Tenia que poseerla! ?Aunque fuera en sus terminos! ?Que querria? Jenny habia escrito en su informe que aquella mujer habia sido una prostituta. ?Y si le ofreciera doscientos dolares? Era un precio mas que suficiente para una puta. ?No rechazaria doscientos dolares! Tal vez, una vez que la tuviera me olvidaria de ella.
Empece a relajarme aunque todavia me dolia la cabeza. Con impaciencia, salte de la cama, me puse ocho aspirinas en la boca y las trague con agua. Regrese a la cama a esperar que las pastillas surtieran efecto. El dinero lo compraba todo, siempre y cuando se tuviera suficiente. ?Yo la compraria a ella!
Todavia pensando, me quede por fin dormido.
A la manana siguiente, mas confiado, fui al banco y cambie cinco cheques de viajero de cien dolares cada uno. «Por si acaso», me dije. Le ofreceria doscientos dolares y subiria hasta quinientos si era necesario, pero estaba seguro de que con doscientos aceptaria.
Regrese al lugar donde habia aparcado el Buick, puse el motor en marcha y, cuando estaba a punto de salir, recorde a su hermano. ?Estaria alli? ?Estaria cerca de aquel sordido bungalow? Me aferre con fuerza al volante. No podria hacer mi oferta si el estaba en el bungalow.
Aquello era un problema y me invadio una ola de frustracion. Apague el motor, sali del coche y empece a andar. El reloj del Ayuntamiento daba las diez. Tenia que contener mi impaciencia. Tendria que aguardar por lo menos hasta el mediodia y, aun entonces, no podria estar seguro de que el hermano hubiera salido a trabajar. Camine sin rumbo, sin ver a nadie; Rhea me taladraba la cabeza. Segui asi hasta que el reloj dio las once. Para entonces, estaba listo para subirme a un arbol. Entre en un bar y pedi un whisky doble con hielo.
La bebida me calmo un poco. Encendi un cigarrillo y, justo cuando iba a pedir otro trago, vi salir a Fel Morgan de un polvoriento Buick 1960 aparcado en la acera de enfrente.
Me apresure a pagar la cuenta y salir del bar. Fel ya se alejaba con las manos en los bolsillos de sus tejanos. Una camiseta blanca toda manchada resaltaba su musculatura.
Lo segui a unos metros de distancia. Me detuve y lo vi entrar en una tienda y saludar a un hombre en mono que luchaba con un trozo grande de metal oxidado.
Con el corazon palpitante y la respiracion entrecortada, regrese corriendo al lugar donde habia dejado el coche. Sali disparado hacia la autopista 3.
Veinte minutos despues, llegaba al camino de tierra que llevaba al bungalow de los Morgan.
Todo el tiempo, me repetia sin cesar: «Por favor, Dios, haz que este en casa.»
Cuando llegue al bungalow adverti que la puerta de entrada estaba abierta. Apague el motor y permaneci sentado, aferrado al volante, escuchando los latidos de mi corazon mientras observaba la puerta abierta. Me quede asi un minuto o mas, luego sali del coche y, presa de fiebre sexual, atravese la hierba esquivando la basura dispersa.
Cuando llegue junto a la puerta, aparecio Rhea.
Nos miramos.
Se habia arreglado desde la ultima vez que la vi. Llevaba un vestido de algodon que le llegaba por encima de las rodillas. Tenia las piernas y los pies desnudos y llevaba un collar azul barato en el cuello. Su rostro era tan frio e inexpresivo como siempre y sus ojos verdes, igualmente cinicos.
– Hola -me dijo, con su voz ronca que me hizo temblar-. ?Que quieres?
– Ya sabes lo que quiero -respondi, intentando mantener la voz firme.
Me estudio y retrocedio unos pasos.
– Sera mejor que entres y hablemos.
La segui hasta la sordida sala. Habia una cafetera descascarada y dos tazas sucias de cafe sobre la mesa. Un cenicero de lata lleno de colillas ocupaba el centro.
La observe andar hasta el destartalado sillon y hundirse en el. El vestido le descubrio los muslos y, cuando cruzo las piernas, alcance a vislumbrar una braga azul.
– Pense que ibas a esperar hasta que yo fuera a buscarte. -Cogio un paquete de cigarrillos que habia sobre la mesa.
– ?Cuanto? -pregunte, con voz ronca-. ?No lo enciendas! ?Dime cuanto y vayamos al grano!
Encendio un cigarrillo y me miro desafiante.
– ?Por Dios! ?Que calentura!-exclamo.
Con mano temblorosa saque dos billetes de cien dolares del bolsillo y se los tire sobre el regazo.
– ?Vamos de una vez!
Ella tomo los billetes y los estudio con rostro inexpresivo; luego, me miro. Esperaba ver un atisbo de avaricia, incluso de placer, pero la mascara helada de su rostro me dejo perplejo.