del precio total.

Me dijo que llevara adelante la idea.

Hice que Sydney disenara un collar sobre papel. El sabia hacer esas cosas y dibujo algo maravilloso.

– Pero, Larry, esto costara una fortuna -comento, mientras estudiaba el diseno-. ?No lo aceptara! ?Costara como un millon!

– Costara mas -le dije-, pero dejamelo a mi. Yo le hablare para que convenza a su marido. Esta podrido de dinero.

La senora P. aprobo el diseno, lo que era un paso adelante. Yo esperaba que me autorizara a hacer ya el collar en diamantes, pero me dijo que todavia tenia que convencer a su marido y que le gustaba la idea de verlo en fantasia.

A mi hombre de Hong Kong le llevo dos meses hacer el trabajo en vidrio, ?y que trabajo! Solo un experto de primera podia darse cuenta de que las piedras no eran genuinos diamantes. Era tan bueno que hasta pense que la senora P. se quedaria con el collar de fantasia y se pavonearia ante sus amigas como si fuera el verdadero.

Fui hasta la mansion de los Plessington con vistas al mar, con un Rolls Corniche y un Bentley T aparcados en el garaje, coloque el collar de vidrio sobre una almohadilla de terciopelo negro y observe su rostro. Quedo boquiabierta. Luego, rodee su gordo cuello con el collar y la lleve hasta un espejo.

Despues, inicie mi discurso de ventas.

– Estas piedras, como usted puede ver, senora Plessington, son de vidrio, como le dije. Tambien vera que carecen de vida (lo que no era verdad), pero quiero que imagine cada una de ellas como un fuego vivo… el fuego de los diamantes.

Ella permanecia alli como en trance, mirandose al espejo: una mujer de edad madura, con el pecho flaccido y el cuello que comenzaba a llenarse de arrugas.

– Hasta Elizabeth Taylor querria un collar como este.

Luego, le desabroche el collar antes de que se decidiera por el vidrio en lugar de los diamantes.

– ?Pero cuanto costara?

Era la pregunta que valia un millon. Le explique que para poder crear un collar asi tendria que buscar en todo el mundo para hallar las piedras iguales. Despues de encontrarlas, tendria que hacerlas cortar por expertos y, despues, hacerlas engarzar en platino, para lo cual tambien requeriria las manos de un experto. Todo eso costaria dinero. Tanto yo como ella sabiamos que no seria su dinero el que pagaria el collar. Tenia que convencer a su marido. Le senale que los diamantes eran eternos. Nunca perdian su valor. El dinero de su marido iria a una inversion segura. La deje asimilar todo aquello y despues le comente, en tono indiferente, que el coste del collar seria de alrededor de un millon y medio de dolares.

Ni siquiera pestaneo. ?Por que habria de hacerlo? Su marido seria el que pestanearia. Permanecio sentada alli, con su modelo de Norman Harnell, con la mirada perdida. Podia imaginarla pensando como la envidiarian sus amigas, que simbolo de posicion seria aquel collar, que hasta la misma Liz Taylor podria llegar a envidiarle.

Y, por fin, la senora P. tuvo su collar de diamantes, la venta mas importante de Luce amp; Fremlin, y todo gracias a mi. El coste final del collar fue de un millon ochocientos mil dolares.

La senora P. y el collar fueron la gran noticia de la prensa. Aparecieron fotografias de ella con el collar, con el marido detras, con aspecto de haber mordido el anzuelo. Ella se pavoneo con el collar en el Casino, la opera, el Country Club e inclusive organizo un baile. Un mes despues, una de sus mejores amigas, que tenia un collar de diamantes que yo jamas hubiera ofrecido a ninguno de mis clientes, fue atacada para robarle el collar y recibio un golpe en la cabeza. La mujer nunca se repuso del golpe y quedo al cuidado de una enfermera.

Este ataque asusto mucho a la senora P., que solo entonces comprendio que un collar de diamantes de un millon ochocientos mil dolares podia significar un peligro mortal. Ella guardo el collar en la caja de seguridad de un banco y se nego a usarlo.

Todo eso habia ocurrido cinco anos atras y, ahora, segun Sydney, ella queria vender el collar.

Yo sabia, al igual que Sydney, que durante los ultimos tres anos la senora P. se habia convertido en una jugadora empedernida. Se la podia ver apostando en el casino todas las noches. Su marido la dejaba jugar porque, ademas de vender tajadas de Florida y levantar rascacielos cada vez que hallaba un lugar para ellos, era un satiro. Mientras su esposa se pasaba la noche apostando, el se acostaba con cuanta muchacha se le cruzaba por el camino. Pero Plessington cuidaba su dinero, de tanto en tanto controlaba las deudas de juego de su esposa y actuaba con dureza con ella. La senora P. nunca ganaba. Conociendo esa historia, no era dificil adivinar que ahora debia de estar endeudada hasta la cabeza en secreto y que habia decidido vender el collar antes de que su marido descubriera lo que debia.

– ?Larry? -la voz de Sydney resono por la linea-. ?Me estas escuchando?

Me importaba un comino la senora P., el collar, y Sydney. Rhea seguia taladrandome el cerebro.

– Estoy escuchando -respondi.

– Por amor de Dios, concentrate, Larry -me urgio-. Por favor, debes regresar… Por mi. ?No me imagino que puedes estar haciendo en esa horrible ciudad! ?Di que volveras a ayudarme!

Otra vez, el destino. Unos minutos antes estaba pensando en el suicidio. Si Sydney hubiera querido cualquier otra cosa que no fuera revender el collar Plessington, le habria cortado. Pero aquel collar era mi mejor logro hasta el momento. Habia ganado mi reputacion como uno de los mejores expertos en diamantes al crearlo.

De repente, mi depresion desaparecio. Mi mente comenzo a trabajar con rapidez. Tal vez, otro cambio de escenario arrancase a Rhea de mi mente, pero queria dejar una puerta abierta por si necesitaba huir.

– Aun no estoy bien, Sydney -le dije-. Sufro de jaquecas y no puedo concentrarme con facilidad. Si regreso y te vendo «eso», ?me daras mas tiempo en caso de que lo necesite?

– ?Por supuesto, querido muchacho! Hare mas que eso. Te dare el uno por ciento de la operacion y podras tomarte seis meses si lo deseas. Es mas que justo, ?no te parece?

– ?Y cuanto pide por el collar?

Siguio zumbando como una abeja antes de decirme:

– Aun no lo he discutido con ella. Necesita dinero. Le dije que te consultaria y que tu hablarias luego con ella. Es evidente que esta en apuros. ?Vendras?

Volvi a dudar y a pensar en Rhea, pero luego me decidi.

– Muy bien, ire en seguida. Estare contigo pasado manana.

– No conduzcas. Coge un taxi aereo. Yo lo pagare -dijo Sydney-. ?No sabes que alivio es esto para mi! Cenaremos juntos tranquilamente. Nos encontraremos alrededor de las nueve en La Palma… ?Que te parece?

La Palma era uno de los restaurantes mas caros y exclusivos de Paradise City. Sydney estaba ansioso por complacerme.

– Muy bien -dije, y corte.

Durante las dos horas del vuelo hasta Paradise City, una idea empezo a deslizarse en mi mente como una serpiente negra que entra lentamente en una habitacion.

En este pais hay muchos viejos decrepitos y estupidos que valen millones.

Lo habia dicho Rhea.

?Para que esperar a convertirme en viejo, decrepito y estupido?

?Por que no volverme inmensamente rico de repente?

Pense en el collar de la senora P. ?Un millon ochocientos mil dolares! En mi posicion como uno de los mas importantes expertos en diamantes, conociendo a los mejores comerciantes del mundo, estaba seguro de que no me seria dificil vender las piedras, siempre y cuando tuviera mucho cuidado. Los comerciantes saltarian ante cualquier cosa que les ofreciera. Varias veces les habia vendido diamantes en nombre de Sydney, que siempre queria que le pagaran en efectivo. Los comerciantes jamas se oponian, porque cuando Sydney compraba tambien pagaba en efectivo y, lo mas importante, aceptaban mi recibo.

Deshacer el collar y vender las piedras a diferentes comerciantes no representaria ningun problema. Desde mi posicion en Luce amp; Fremlin no tendria por que preocuparme, pues Sydney ya no mantenia alli contactos con nadie. El me los dejaba a mi. Me pagarian en efectivo, creyendo que el dinero seria para Sydney y yo lo ingresaria en un banco suizo. Disponer del collar era la menor de mis preocupaciones, pero robarlo sin que nadie sospechara era otra cosa.

Parecia un desafio. Tal vez fuera un ladron estupido y cobarde para robar un simple coche, pero la operacion de robar el collar, a pesar de ser un problema, quedaba dentro de mi territorio.

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