– ?Y esto para que es? ?Doscientos dolares? Tienes que mirarte la cabeza.

Eso fue lo mas sensato que jamas oiria de labios de Rhea, pero no me importo. La deseaba con una urgencia que se acercaba a la locura y estaba decidido a poseerla.

Saque los tres billetes de cien restantes y se los arroje. A pesar de que la deseaba con locura, nunca habia odiado tanto a nadie.

– ?Es mas de lo que vales, pero tomalo y terminemos con esto! -dije, con violencia.

Lenta y deliberadamente, doblo los cinco billetes con cuidado y los coloco sobre la mesa. Se reclino en el sillon mientras exhalaba el humo y me observaba.

– En una epoca, me entregaba por un dolar -me dijo-. Hubo otra epoca en que me entregaba por veinte dolares. Incluso una vez me dieron cien. Cuando se pasan tantos anos en la carcel, se tiene tiempo para pensar. Yo se muy bien lo que quieren los hombres. Se lo que tu quieres y se que lo tengo, y quiero dinero: no cien dolares, ni quinientos, ni cinco mil: ?quiero dinero de verdad! Hay varios viejos decrepitos y estupidos en este pais que valen millones. Voy a encontrar a uno de esos viejos gordos y estupidos y le voy a vender mi cuerpo por dinero de verdad. Me llevara tiempo, pero lo encontrare. -Senalo con desprecio el dinero sobre la mesa-. Llevatelo, Rata. Mis piernas permaneceran cruzadas hasta que encuentre a un viejo con el dinero que quiero.

Me quede de pie, mirandola.

– ?No necesitas los quinientos dolares?

– No tus quinientos dolares.

La deseaba tanto que perdi lo que me quedaba de orgullo.

– ?Por que no? Quinientos dolares por media hora. Vamos… Toma el dinero y vayamos a lo nuestro.

– Ya lo has oido, senor Larry Diamantes Carr.

Me quede petrificado y la mire.

– ?Que estas diciendo?

– Se quien eres. Fel lo investigo. Tomo el numero de tu matricula y lo verifico en Paradise City. Eres un personaje bastante conocido, ?no es asi, senor Larry Diamantes Carr?

Una luz roja se encendio en medio de mi locura, advirtiendome que me alejara de aquella mujer, pero ya habia ido demasiado lejos y la luz pronto desaparecio.

– ?Que importa quien soy? -pregunte-. Soy como cualquier otro hombre. ?Toma el dinero y desvistete!

– ?Si tu no lo tomas, muneca, lo hare yo! -dijo Fel detras de mi.

Me volvi y lo vi recostado contra el marco de la puerta, observandome con una sonrisa divertida en el rostro.

Al verlo, senti renacer la rabia loca que habia experimentado antes, y el se dio cuenta por mis ojos.

– Tranquilo, amigo -me dijo-. Estoy de tu lado. Esta perra se esta haciendo la dificil. ?Quieres que te lo arregle?

Rhea se puso en pie de un salto y recogio el dinero de la mesa con una mano.

– ?Si te acercas, maldito, te arrancare los ojos! -le advirtio a su hermano.

– Y lo creo -me dijo-. ?Que os parece si nos tranquilizamos y conversamos un poco? Hemos estado hablando de ti. Podriamos hacer un trato. ?Que te parece cambiar unos diamantes por una vagina?

Mire a Rhea.

– ?Que te parece, eh? -prosiguio-. Ella aceptara. Se le ocurrio a ella cuando le conte quien eras. No lo conseguiras sin diamantes. Hablemoslo.

– Devuelveme mi dinero -le dije a Rhea.

Ella me sonrio burlonamente y meneo la cabeza.

– He cambiado de idea. Necesito los quinientos aunque sean tuyos. Y no trates de quitarmelos. Fel y yo podemos contra ti. Y piensa en lo que Fel te ha dicho. Si tanto lo quieres, los diamantes podran conseguirtelo. No uno, sino muchos diamantes. Piensalo. ?Y ahora, vete!

Mire a Fel y vi que sostenia una barra de hierro.

– No lo intentes, amigo -me dijo-. O saldras con la cabeza rota. La primera vez no estaba preparado para ti, pero ahora si. Piensalo. ?Y ahora, fuera!

Retrocedio para dejarme pasar.

Le odie.

Tambien la odiaba a ella, pero mi sangre seguia deseandola.

Sali al aire caliente, atravese la hierba cubierta de basura y regrese al Buick.

No recuerdo haber conducido de vuelta al hotel. Me di cuenta de que estaba tirado en la cama cuando vi la luz de la manana reflejarse en el cristal cubierto de polvo de cemento.

Me sentia muy deprimido. ?Hasta Rhea me habia llamado Rata! ?Como la odiaba! Senti la urgente necesidad de acabar con mi vida. Me quede tumbado en la cama preguntandome: «?Por que no?» De repente, esta parecia la unica solucion. ?Para que continuar?

?Por que dejar que aquella mujer siguiera torturandome?

?Pero, como podia matarme?

?Una hoja de afeitar? No, usaba maquina electrica.

?Aspirinas? Solo me quedaban seis.

?Saltar por la ventana?

No, podia matar a alguien en aquella calle tan transitada.

Mire alrededor, desesperado. No habia nada con que colgarme que aguantara mi peso.

?El coche?

?Si! Iria a gran velocidad y me estrellaria contra un arbol. ?Si, haria eso!

Luche por ponerme de pie; palpe los bolsillos buscando las llaves. No las encontraba. ?Donde las habia dejado? Mire alrededor y las vi sobre la comoda. Cuando me acercaba a recogerlas, empezo a sonar el telefono.

Durante un momento dude, pero luego descolgue el auricular.

– ?Larry… mi querido muchacho!

Mi negra nube de depresion y locura se desvanecio al oir la voz de Sydney Fremlin. Estaba temblando y sudando. Me tumbe en la cama.

– Hola, Sydney -le dije, con voz ahogada.

– ?Larry, debes regresar! -Por su tono de voz comprendi que estaba en un apuro. Parecia una abeja capturada dentro de una botella.

– ?Que sucede? -pregunte, secandome la frente con el dorso de la mano.

– ?Larry, tesoro, no puedo decirtelo por telefono! ?Podria haber una persona muy desagradable escuchando! ?Tienes que volver! La senora P. quiere que le vendas ya sabes que. Y yo no puedo ocuparme, ?solo tu puedes hacerlo! ?Sabes a lo que me refiero, no es asi, Larry? ?Este asunto es top secret! ?Dime que me entiendes, Larry!

La senora P.

Deje escapar el aire lentamente mientras mi mente retrocedia cinco anos atras, cuando realice la venta de diamantes mas grande para Luce amp; Fremlin. La esposa de Henry Jason Plessington, uno de los hombres mas ricos del estado de Florida, queria un collar de diamantes. Cuando entre a trabajar como experto en diamantes, Sydney solo habia logrado venderle algun par de cosas, pero nada realmente importante. Sin embargo, cuando apareci en escena, la conoci y supe lo rico que era su esposo, vi la posibilidad de venderle algo importante de verdad. Sydney protesto diciendo que era demasiado ambicioso cuando le explique mi idea, pero utilice todo mi encanto y cuando hable con aquella mujer de mediana edad le hice comprender que ella no podia llevar nada que no fuera lo mejor. Reacciono a mis palabras como una planta ante un fertilizante. Luego, le hable de diamantes. Le dije que tenia la ambicion de crear un collar de diamantes sin igual. Le explique como elegiria las piedras. Y que me sentiria complacido de saber que el producto final seria para ella. Paladeo toda la historia como un gato lame la crema.

– ?Pero como sabre si me gusta? -me pregunto-. Su gusto podria no ser el mio.

Yo esperaba que dijera aquello y tenia preparada la respuesta. Le explique que, ademas de mostrarle el diseno en papel, haria que un cortador de diamantes chino que habia conocido en Hong Kong preparara un collar igual para ella con piedras de fantasia. Luego, podria juzgar por si misma. El precio de la joya falsa seria de unos cinco mil dolares. Y si decidia que la fantasia le agradaba y queria el collar verdadero, le descontaria los cinco mil

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