– ?Lo cree o le consta? -pregunto Brunetti.

– Me consta -reconocio Carraro finalmente.

– ?Mencionaba usted la lesion de la cabeza? ?Como de una caida? -pregunto Brunetti.

– Esta en el informe -asintio Carraro.

– Pero ?usted lo envio a Traumatologia?

Carraro volvio a enrojecer violentamente con una colera subita. Brunetti se preguntaba lo que seria tener la salud en las manos de aquel hombre.

– Tenia los brazos fracturados y decidi que habia que reducir las fracturas antes de que entrara en shock, por eso lo envie a Traumatologia. Enviarlo despues a Neurologia era responsabilidad de ellos.

– ?Y?

Ante los ojos de Brunetti, el medico se convirtio en el tipico burocrata que rehuye toda responsabilidad, al rechazar la idea de que cualquier sospecha de negligencia pudiera recaer en el antes que en quienes habian tratado realmente a Rossi.

– Si en Traumatologia se lo quedaron en lugar de enviarlo a otra seccion para que le aplicaran otro tratamiento, no es asunto mio. Deberia usted hablar con ellos.

– ?Era muy grave la lesion de la cabeza?

– Yo no soy neurologo -respondio Carraro de inmediato, tal como esperaba Brunetti.

– Hace un momento, ha dicho usted que anoto la lesion en el informe.

– Si, esta anotada -dijo Carraro.

Brunetti estuvo tentado de decirle que su presencia alli no estaba relacionada con una posible acusacion de negligencia, pero dudaba de que Carraro lo creyera o, si lo creia, que ello le hiciera modificar su actitud. En su carrera habia tratado con muchos sectores de la burocracia y una larga y amarga experiencia le habia ensenado que solo los militares, la mafia y, quiza, la Iglesia podian compararse con la profesion medica en espiritu corporativo, aun en detrimento de la justicia, la verdad y hasta la vida.

– Muchas gracias, dottore -dijo Brunetti terminando la conversacion con una brusquedad que sorprendio visiblemente a su interlocutor-. Me gustaria verlo.

– ?A Rossi?

– Si.

– Esta en el deposito -dijo Carraro con una voz tan fria como el lugar aludido-. ?Conoce el camino?

– Si.

7

Brunetti tuvo que salir al patio principal del hospital para dirigirse al obitorio, lo que le permitio gozar de una breve vision de cielo y arboles en flor. Penso que le gustaria poder guardar en la retina la imagen de aquellas nubes blancas vislumbradas por entre las flores rosa. Entro en el estrecho pasillo del deposito un tanto inquieto al darse cuenta de lo bien que conocia el camino hacia la muerte.

En la puerta, el empleado lo reconocio y lo saludo con un movimiento de la cabeza. Era un hombre que, tras decadas de tratar con muertos, se habia contagiado de su silencio.

– Franco Rossi -dijo Brunetti por toda explicacion.

Con otro movimiento de la cabeza, el hombre dio media vuelta y llevo a Brunetti a la sala en la que estaban las mesas con las figuras tapadas con sabanas. El empleado fue hasta un extremo de la sala y se paro junto a una de las mesas, pero no hizo ademan de levantar la sabana. Brunetti miro la figura: la piramide de la nariz, el declive del menton, una superficie desigual, limitada por los dos promontorios de los brazos escayolados y, finalmente, dos largos tubos que terminaban en el borde de la sabana, del que asomaban los pies.

– Era un amigo -dijo Brunetti, hablando quiza consigo mismo, y descubrio la cara.

La hendidura de encima del ojo izquierdo estaba morada y rompia la simetria de la frente, extranamente aplanada, como aplastada por la palma de una mano enorme. Por lo demas, la misma cara, corriente e insipida. Paola le dijo una vez que su idolo, Henry James, habia llamado a la muerte «el toque de distincion», pero lo que Brunetti contemplaba ahora no tenia nada de distinguido: era anodino, anonimo, frio.

Tapo la cara de Rossi, preguntandose en que medida lo que estaba alli era Rossi y, si Rossi ya no estaba, por que aquellos restos merecian tanto respeto.

– Gracias -dijo al empleado al marcharse. Su reaccion al sentir el calor del patio fue completamente animal. Casi noto como se le suavizaba el vello de la nuca. Penso en ir a Traumatologia, a ver que justificacion le daban, pero la imagen de la magullada cara de Rossi lo perseguia, y lo que mas deseaba en aquel momento era salir del hospital. Cedio al deseo y se marcho. Se paro otra vez en la puerta, ahora mostrando la credencial, y pidio la direccion de Rossi.

El portero la encontro rapidamente y anoto el numero de telefono. Era un numero bajo de Castello. Brunetti pregunto al portero si sabia por donde caia y el hombre dijo que creia que debia de estar por Santa Giustina, cerca de la tienda que habia sido la Clinica de Munecas.

– ?Ha venido alguien preguntando por el?

– Mientras yo he estado aqui, nadie, comisario. Pero el hospital habra avisado a la familia y ya sabran adonde dirigirse.

Brunetti miro el reloj. Casi la una, pero dudaba de que aquel dia la familia de Rossi, si la tenia, observara la hora del almuerzo. El sabia que el fallecido trabajaba en el Ufficio Catasto y que habia muerto a consecuencia de una caida. Aparte de eso, solo sabia lo poco que habia deducido durante su breve entrevista y su aun mas breve conversacion telefonica. Rossi era cumplidor y timido, casi el prototipo del burocrata concienzudo. Y, cuando Brunetti lo invito a salir a la terraza, se habia petrificado como la mujer de Lot.

Brunetti bajo por Barbaria delle Tolle, en direccion a San Francesco della Vigna. A su derecha, el verdulero del peluquin estaba cerrando el puesto y extendia una tela verde sobre las cajas de fruta y verdura, con un ademan que hizo pensar a Brunetti, con inquietud, en como el mismo habia cubierto la cara de Rossi con la sabana. Alrededor, las cosas mantenian el curso normal. La gente se iba a casa a almorzar, la vida seguia.

Le fue facil encontrar la direccion, a la derecha del campo, dos puertas mas alla de una nueva agencia inmobiliaria. Rossi, Franco se leia en una estrecha placa de laton junto al timbre del primer piso. Pulso el timbre, espero, volvio a pulsar, pero no hubo respuesta. Llamo al segundo con el mismo resultado y finalmente probo en la planta baja.

Al cabo de un momento, una voz de hombre contesto por el interfono:

– ?Quien es?

– Policia.

La pausa habitual y la voz dijo:

– Ya va.

Brunetti se quedo esperando el chasquido que abriera la gran puerta de la calle, pero en su lugar oyo ruido de pasos y la puerta se abrio manualmente. Vio ante si a un hombre de baja estatura, aunque en un primer momento no se hacia evidente su verdadera talla, ya que estaba encima del alto escalon destinado a proteger el vestibulo del acqua alta. El, hombre tenia una servilleta en la mano derecha y miraba a Brunetti con la suspicacia inicial a la que este ya estaba habituado. Usaba unas gafas de cristales gruesos y -segun observo el comisario- tenia una mancha, probablemente, de salsa de tomate, a la izquierda de la corbata.

– ?Si? -pregunto sin sonreir.

– Se trata del signor Rossi -dijo Brunetti.

Al oir el nombre de Rossi, el hombre suavizo la expresion y se inclino para acabar de abrir la puerta.

– Disculpe, debi hacerle pasar. Tenga la bondad. -Se hizo a un lado para dejar espacio a Brunetti en el pequeno zaguan y extendio la mano como para estrechar la de Brunetti. Al ver que aun tenia en ella la servilleta, rapidamente, se la llevo a la espalda. Adelanto el cuerpo cerrando la puerta con la otra mano y se volvio hacia Brunetti.

– Por favor, pase -dijo yendo hacia una puerta abierta a la mitad del corredor, frente a la escalera que conducia a los pisos superiores.

Brunetti se detuvo en la puerta, para dejar entrar al hombre y lo siguio. Habia un pequeno vestibulo, de poco

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