Patta cerro la puerta y fue hacia los dos sillones que tenia frente a las ventanas, espero a que Brunetti se reuniera con el, lo invito a sentarse y se sento a su vez. Un decorador de interiores hubiera dicho que los sillones estaban dispuestos «en angulo de conversacion».

– Me alegro de que haya encontrado tiempo que dedicarme, comisario -dijo Patta.

Al oir la nota de aspero sarcasmo, Brunetti se sintio en terreno mas familiar.

– He tenido que salir -explico.

– Crei que eso habia sido esta manana -dijo Patta, pero entonces se acordo de sonreir.

– Si, senor, pero tambien he tenido que salir esta tarde. Fue algo imprevisto y no tuve tiempo de avisarlo.

– ?No tiene telefonino, dottore?

Brunetti, que odiaba ese aparato y se resistia a llevarlo por lo que comprendia que era un prejuicio estupido y retrogrado, dijo tan solo:

– No lo llevaba encima.

De buena gana hubiera preguntado a Patta que deseaba, pero la advertencia de la signorina Elettra era suficiente para hacerle mantener la boca cerrada y la cara inexpresiva, como si su jefe y el fueran dos desconocidos que esperasen el mismo tren.

– Tengo que hablar con usted, comisario -dijo Patta. Carraspeo y prosiguio-: Se trata de algo… en fin, algo personal.

Brunetti hizo un esfuerzo por mantener la cara inmovil, con una expresion de interes pasivo por lo que estaba oyendo.

Patta se arrellano en el sillon, estiro las piernas y cruzo los tobillos. Se quedo un momento contemplando el brillo de sus zapatos, descruzo las piernas, echo los pies hacia atras e inclino el cuerpo hacia adelante. Brunetti observo con asombro que, en los segundos que tardo en hacer ese movimiento, Patta parecia haber envejecido varios anos.

– Se trata de mi hijo.

Brunetti sabia que tenia dos, Roberto y Salvatore.

– ?Cual de ellos?

– Roberto, el pequeno.

Roberto, segun calculo Brunetti rapidamente, debia de tener veintitres anos por lo menos. Bueno, Chiara, su propia hija, que tenia quince, era y siempre seria la pequena.

– ?No estudia en la universidad?

– Si, Economia Comercial -respondio Patta, que se interrumpio y volvio a mirarse los pies-. Lleva ya varios anos -explico levantando la mirada hacia Brunetti.

Una vez mas, Brunetti procuro no mover ni un musculo de la cara. No queria demostrar excesiva curiosidad por lo que debia de ser un problema familiar, pero tampoco falta de interes por lo que Patta hubiera de decirle. Asintio con gesto alentador, el mismo que utilizaba con los testigos nerviosos.

– ?Conoce a alguien en Jesolo? -pregunto Patta, desconcertando a Brunetti.

– ?Como dice, senor?

– En Jesolo. ?Alguien de la policia de alli?

Brunetti penso un momento. Tenia contactos con algunas policias del continente, pero no con la de Jesolo, un centro turistico de la costa adriatica, con abundancia de clubes nocturnos, hoteles y discotecas, desde el que cada manana cruzaban la Laguna barcos llenos de excursionistas que venian a pasar el dia en Venecia. Una companera de universidad estaba en la policia de Grado, pero en Jesolo, mas proxima, no conocia a nadie.

– No, senor.

Patta no pudo disimular la decepcion.

– Confiaba en que asi fuera.

– Lo siento, senor. -Brunetti examino sus opciones mientras observaba al inmovil Patta, que volvia a contemplarse los zapatos, y decidio arriesgarse-. ?Puedo preguntar por que?

Patta lo miro, desvio la mirada y volvio a mirarlo. Finalmente, dijo:

– Anoche me llamo la policia de alli. Una persona que trabaja para ellos, ya sabe… -Debia de referirse a un informador-… les dijo hace unas semanas que Roberto vendia droga. -Patta callo.

Cuando comprendio que el vicequestore no iba a decir mas, Brunetti pregunto:

– ?Quien le ha llamado?

Patta prosiguio entonces, como si no hubiera oido la pregunta de Brunetti.

– He pensado que quiza conociera usted alli a alguien que pudiera darnos una idea mas clara de lo que ocurre, quien es esa persona, hasta donde ha llegado la investigacion… -Nuevamente, la palabra «informador» acudio a la mente de Brunetti, pero no dijo nada. Como respondiendo a su silencio, Patta agrego-: Esas cosas.

– No, senor, lo lamento, pero alli no conozco a nadie. -Tras una pausa, propuso-: Podria preguntar a Vianello. -Y, adelantandose a la respuesta de Patta, anadio-: Es muy discreto. No habria nada que temer.

Patta no se movio ni miro a Brunetti. Luego meneo la cabeza en firme negacion, descartando la posibilidad de aceptar ayuda de un agente de uniforme.

– ?Eso es todo, senor? -dijo Brunetti, apoyando las manos en los brazos del sillon, para mostrar su intencion de marcharse.

Al ver el gesto de Brunetti, Patta dijo, en voz aun mas baja:

– Lo arrestaron. -Miro a Brunetti, pero, al ver que este no tenia preguntas, prosiguio-: Anoche. Me llamaron a eso de la una. Hubo una pelea en una de las discotecas y, cuando llegaron alli para sofocarla, detuvieron a varias personas y las registraron. Seguramente por lo que esa persona les habia dicho, registraron a Roberto.

Brunetti callaba. Sabia por larga experiencia que, una vez llegaba tan lejos un testigo, ya nada lo detenia. Ahora saldria todo.

– En el bolsillo de la chaqueta le encontraron una bolsa de plastico con extasis. -Se inclino hacia Brunetti-. Usted sabe lo que es eso, ?no, comisario?

Brunetti asintio, asombrado de que Patta pudiera pensar que un policia ignoraba tal cosa. Sabia que cualquier palabra suya podia romper el impulso. Relajo la postura lo mejor que pudo, retirando una mano del brazo del sillon y dejandola en una actitud que transmitiera sensacion de sosiego, por lo menos, tal era la intencion.

– Roberto les dijo que alguien debia de haberle puesto la bolsa en el bolsillo al ver llegar a la policia. Eso ocurre a menudo. -Brunetti lo sabia. Y tambien sabia que no ocurria a menudo.

– Me llamaron y fui. Sabian quien era Roberto, de modo que les propuse ir yo. Cuando llegue, lo confiaron a mi custodia. Camino de casa, el me conto lo de la bolsa. -Patta callo. Parecia haber hecho punto final.

– ?Se la quedaron como prueba?

– Si, y le tomaron las huellas dactilares para compararlas con las que pudieran encontrar en la bolsa.

– Si el la saco del bolsillo y se la entrego, sus huellas estaran en ella -dijo Brunetti.

– Si, ya lo se -dijo Patta-. Eso no me preocupaba. Y por esa razon ni siquiera me moleste en llamar a mi abogado. No habia pruebas, a pesar de las huellas. Lo que decia Roberto podia ser verdad.

Brunetti asintio en muda conformidad, esperando averiguar por que Patta lo consideraba ahora solo una posibilidad.

Patta se recosto en el respaldo y miro por la ventana.

– Esta manana, despues de que usted se fuera, me han llamado.

– ?Por eso queria usted verme, senor?

– No. Esta manana queria hablarle de otra cosa. Ahora no importa.

– ?Y que le han dicho? -pregunto Brunetti al fin.

Patta aparto la mirada de lo que estuviera viendo por la ventana.

– Que dentro de la bolsa habia cuarenta y siete sobrecitos, con una pastilla de extasis cada uno.

Brunetti trataba de calcular el peso y valor de la droga, para determinar la severidad con que un juez podia castigar su posesion. No parecia mucha cantidad y, si Roberto mantenia su declaracion de que se la habian puesto en el bolsillo, el peligro no podia ser muy grave.

– Sus huellas estaban tambien en los sobrecitos -dejo caer Patta en el silencio-. En todos.

Brunetti reprimio el impulso de alargar la mano para ponerla en el brazo de Patta. Lo que hizo fue esperar unos momentos y decir:

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