digitos, y pregunto si Telecom podia darle los nombres de las ciudades en las que existiera tal numero. Sin vacilar ni proponer siquiera llamarlo a la questura para verificar su identidad, la mujer le pidio que aguardara mientras consultaba el ordenador y lo dejo en espera. Por lo menos, no habia musica. La mujer no tardo en volver a la linea y le dijo que las posibilidades eran: Piacenza, Ferrara, Aquilea o Messina.

Brunetti pidio entonces los nombres de los abonados, y aqui la mujer invoco las normas de Telecom, el derecho a la privacidad y la «politica establecida». Le explico que necesitaba una llamada de la policia o de algun otro organismo del Estado. Pacientemente, conservando un tono de voz sereno, Brunetti volvio a explicarle que el era comisario de policia y, si lo deseaba, ella podia llamarle a la questura de Venecia. Cuando la mujer le pidio el numero, Brunetti estuvo tentado de decirle si no seria preferible que lo buscara ella en la guia, para tener la seguridad de que llamaba realmente a la questura. Pero se limito a dar el numero, repitio su nombre y colgo. Casi inmediatamente, sono el telefono y la mujer le leyo cuatro nombres y direcciones.

Los nombres no le decian nada. El numero de Piacenza era de una agencia de alquiler de coches, el de Ferrara estaba a nombre de una sociedad que tanto podia ser una oficina como un comercio. Los otros dos parecian de domicilios particulares. Marco el numero de Piacenza y dijo al hombre que contesto que era de la policia de Venecia y deseaba saber si tenian en sus archivos constancia de haber alquilado un coche a Franco Rossi de Venecia o si el nombre les era familiar. El hombre pidio a Brunetti que esperara, cubrio el microfono con la mano y hablo con otra persona. Entonces se puso al telefono una mujer que le hizo repetir su peticion y tambien le dijo que esperase un momento. El momento se convirtio en varios minutos, transcurridos los cuales la mujer le dijo que lo sentia mucho pero que en su archivo no figuraba ningun cliente con ese nombre.

En el numero de Ferrara, un contestador informaba de que habia llamado al despacho de Gavini y Cappelli, y le pedia que dejara su nombre, numero y motivo de la llamada. Brunetti colgo.

En Aquilea le contesto la que parecia la voz de una anciana que le dijo que nunca habia oido hablar de Franco Rossi. El numero de Messina estaba fuera de servicio.

Brunetti no habia encontrado un permiso de conducir en la cartera de Rossi. Aunque eran muchos los venecianos que no conducian, podia haberlo tenido: la falta de carreteras no era razon suficiente para impedir a un italiano satisfacer su pasion por la velocidad. Llamo a la oficina de Trafico, donde le informaron de que habian expedido permisos a nombre de nueve Franco Rossi. Brunetti dio entonces la fecha de nacimiento de Rossi y el numero de su tarjeta de identificacion del Ufficio Catasto. No habia ninguna licencia expedida a su nombre.

Volvio a marcar el numero de Ferrara, y tampoco esta vez obtuvo respuesta. Entonces sono su telefono.

– ?Comisario? -Era Vianello.

– Si.

– Acaban de llamarme de la comisaria de Cannaregio.

– ?La de Tre Archi?

– Si, senor.

– ?Y que dicen?

– Recibieron la llamada de un hombre que decia que del apartamento de encima del suyo salia un olor fuerte. Desagradable.

Brunetti espero; no se necesitaba mucha imaginacion para adivinar lo que venia a continuacion: no se llamaba a un comisario de policia para denunciar un desague en mal estado o unas basuras abandonadas.

– Un estudiante -dijo Vianello, cortando sus especulaciones.

– ?Que ha sido?

– Parece sobredosis. Por lo menos, eso me han dicho.

– ?Cuanto hace que han llamado?

– Unos diez minutos.

– Ahora mismo bajo.

Al salir de la questura, Brunetti se sorprendio del calor. Era curioso. Siempre sabia que dia de la semana era y, casi siempre, que dia del mes, pero con frecuencia tenia que pararse a pensar si era primavera o era otono. Asi pues, al sentir el calor del dia, tuvo que hacer un pequeno esfuerzo para salir de su extrana desorientacion y recordar que estaba en primavera y era natural que el calor fuera en aumento.

Aquel dia tenian a otro piloto, Pertile, un hombre al que el comisario encontraba antipatico. Embarcaron Brunetti, Vianello y los dos hombres del equipo tecnico. Uno de ellos quito el amarre, salieron al bacino y viraron por el canal del Arsenale. Pertile conecto la sirena y acelero por las aguas tranquilas del Arsenale, cortando por delante de un vaporetto, el 52, que salia de la parada de Tana.

– Esto no es una evacuacion nuclear, Pertile -dijo Brunetti.

El piloto se volvio a mirar a los hombres de cubierta, aparto una mano del volante y el sonido de la sirena se apago. A Brunetti le parecio que la lancha aceleraba mas aun, pero opto por no decir nada. Al extremo del Arsenale, Pertile viro bruscamente a la izquierda y paso frente a las paradas del hospital, Fondamenta Nuove, La Madonna dell'Orto y San Alvise y entro en el canal de Cannaregio. Justo despues de la primera parada de barcos, vieron a un agente de policia que, de pie en la riva, les hacia senas con el brazo.

Vianello le lanzo la cuerda y el hombre se inclino para atarla a un aro. Al ver a Brunetti, el agente de la riva saludo y alargo la mano para ayudarlo a desembarcar.

– ?Donde esta? -pregunto Brunetti cuando sintio los pies en tierra firme.

– Al extremo de esta calle -dijo el hombre dando media vuelta en direccion a una callejuela que se adentraba en el Cannaregio.

Los otros saltaron a tierra y Vianello se volvio para decir a Pertile que esperase. Brunetti y el agente entraron en la estrecha calle andando uno al lado del otro y los otros los siguieron en fila india.

No tuvieron que andar mucho, ni les fue dificil encontrar la casa: a unos veinte metros, se habia congregado un grupo de gente frente a una puerta en la que habia un agente de uniforme con los brazos cruzados. Al acercarse Brunetti, un hombre se aparto del grupo, pero no fue hacia los policias sino que se quedo a un lado, con los brazos en jarras, esperando. Era alto, casi cadaverico y tenia la nariz de borracho mas escandalosa que habia visto Brunetti en toda su vida: roja, bulbosa, picada y con la punta casi azul. Recordo a Brunetti las caras que habia visto en un cuadro de un pintor flamenco -?de Cristo con la cruz a cuestas?-, deformes y malevolas, que no prometian mas que males y sufrimiento para todo el que cayera bajo su malefico influjo.

En voz baja, Brunetti pregunto:

– ?Es ese el que lo ha encontrado?

– Si, senor -contesto el policia que los habia recibido en la riva-. Vive en el primer piso.

Cuando se acercaron al hombre, este metio las manos en los bolsillos y empezo a balancear el cuerpo adelante y atras, como si tuviera cosas importantes que hacer y la policia le impidiera atenderlas.

Brunetti se paro frente a el.

– Buenos dias. ?Nos ha avisado usted? -pregunto.

– Si, y me extrana que se hayan molestado en venir tan pronto -dijo el hombre con una voz tan cargada de resentimiento y hostilidad como lo estaba su aliento de alcohol y cafe.

– ?Vive usted en el piso de abajo?

– Si, desde hace siete anos, y si el mierda del dueno se ha creido que con una nota de desahucio va a echarme, ya le dire yo donde puede metersela. -Hablaba con acento de la Giudecca y, como muchos de los naturales de esa isla, parecia convencido de que la groseria es tan esencial para el habla como lo es el aire para la respiracion.

– ?Y cuanto hace que el vive aqui?

– Es que ya no vive -dijo el hombre y solto una larga carcajada que acabo en un acceso de tos.

– ?Cuanto hace que vivia aqui? -pregunto Brunetti cuando el hombre hubo acabado de toser.

El otro se irguio y miro fijamente a Brunetti quien, a su vez, observo las rojeces escamosas de la cara del hombre y los ojos amarillentos de ictericia.

– Un par de meses. Tendra que preguntarselo al dueno. Yo solo lo veia en la escalera.

– ?Venia alguien a verlo?

– Eso no lo se -dijo el hombre con subita agresividad-. Yo me ocupo de mis asuntos. Ademas, era estudiante y yo no tengo nada que decir a esa gente. Son unos mierdecillas que se creen que lo saben todo.

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