anden numero cinco, donde esperaba el tren para Verona. En silencio, caminaron a lo largo del tren hasta que Vianello, que iba mirando por las ventanillas, vio un compartimiento vacio. Se paro en un extremo del coche, al lado de la puerta, y ofrecio el brazo a la signora Landi. Apoyandose en el, la mujer subio al tren pesadamente. Landi la siguio. Desde la plataforma, se volvio y tendio la mano primero a Vianello y despues a Brunetti. Movio la cabeza de arriba abajo, pero no tenia mas palabras y siguio a su mujer por el pasillo hasta el compartimiento.

Brunetti y Vianello se quedaron junto a la puerta hasta que el revisor toco el silbato, agito un banderin verde y subio al tren, que ya habia arrancado. La puerta se cerro automaticamente y el tren se dirigio hacia el puente y el mundo que habia mas alla de Venecia. Cuando el compartimiento paso por delante de ellos, Brunetti vio que los Landi estaban sentados uno al lado del otro y que el rodeaba con el brazo los hombros de su mujer. Los dos miraban fijamente el asiento de enfrente y no se volvieron al pasar por delante de los policias.

14

Desde un telefono que encontro al salir de la estacion, Brunetti anulo la reserva de la habitacion, sorprendiendose a si mismo por haberlo recordado. Despues de aquello, ya no le quedaban energias para lo que no fuera irse a su casa. El y Vianello tomaron el 82, pero apenas cruzaron palabra en todo el trayecto hasta el Rialto. La despedida fue lugubre, y Brunetti se encamino a casa con su tristeza a cuestas, cruzando el puente y el mercado de frutas y verduras ahora cerrado. Ni la explosion de orquideas en los escaparates de Biancat consiguio animarlo, como tampoco el olor a buena cocina que se respiraba en el segundo piso de su edificio.

Los aromas eran aun mas sugestivos dentro de su casa: alguien se habia duchado o banado con el gel de tomillo que la semana anterior habia traido Paola, la misma que habia preparado salchichas con pimientos para cenar. Era de esperar que se hubiera tomado la molestia de ponerles un buen lecho de pasta fresca.

Brunetti colgo la chaqueta en el armario. En cuanto entro en la cocina, Chiara, que estaba sentada a la mesa, ocupada en lo que parecia un trabajo de geografia -tenia delante varios mapas, una regla y un transportador-, se abalanzo sobre el echandole los brazos al cuello. Recordando el olor del apartamento de Marco, Brunetti tuvo que hacer un esfuerzo para no apartarse de su hija.

– Papa -dijo ella sin concederle tiempo para darle un beso o decir «hola»-, ?este verano podre tomar lecciones de vela?

Brunetti busco con la mirada a Paola, que quiza pudiera darle alguna explicacion, pero busco en vano.

– ?Vela? -repitio el.

– Si, papa -dijo la nina sonriendole-. Con un libro que tengo, estoy aprendiendo por mi cuenta a navegar, pero necesito que me ensenen a manejar un barco. -Lo tomo de la mano y lo llevo a la mesa de la cocina que estaba cubierta de mapas, aunque eran mapas de costas, solo del contorno maritimo de paises y continentes.

Chiara se inclino sobre la mesa, mirando el libro abierto con otro libro encima sujetando las hojas.

– Mira, papa -dijo senalando una lista de numeros-, si no esta nublado, con buenas cartas y un cronometro, pueden saber donde estan en cualquier momento y en cualquier parte del mundo.

– ?Quienes pueden, carino? -pregunto el abriendo el frigorifico y sacando una botella de tokai.

– El capitan Aubrey y su tripulacion -respondio ella en el tono del que dice una obviedad.

– ?Y quien es el capitan Aubrey? -pregunto el.

– El capitan del Surprise. -Su hija lo miraba como si acabara de confesar que ignoraba su propia direccion.

– ?El Surprise? -repitio el, todavia en ayunas.

– Esta en los libros, papa, los libros de la guerra contra Francia. -Antes de que el pudiera confesar su ignorancia, ella pregunto-: ?No son perversos los franceses?

Brunetti, que en eso estaba de acuerdo con ella, prefirio callar, al no tener ni idea de que le hablaba. Se sirvio un vasito de vino, tomo un buen trago y despues otro. Volvio a mirar los mapas y observo que en las zonas azules habia muchos barcos, barcos antiguos, con grandes velas blancas hinchadas por el viento y, en los angulos, una especie de tritones que surgian de las aguas soplando caracolas.

– ?Que libros, Chiara? -pregunto rindiendose.

– Los que me dio mama en ingles, de aquel capitan y su amigo y la guerra contra Napoleon.

Ah, aquellos libros. Brunetti tomo otro sorbo de vino.

– ?Y te gustan a ti tanto como le gustan a mama?

– Oh -exclamo Chiara, mirandolo muy seria-. No creo que a nadie puedan gustarle tanto como a mama.

Hacia cuatro anos, Brunetti habia sido abandonado por su esposa, tras casi veinte anos de matrimonio, durante mas de un mes, mientras ella leia, una tras otra, dieciocho novelas -el las iba contando- sobre los interminables anos de batallas navales entre Inglaterra y Francia. No contribuyo precisamente a hacer mas llevadera la situacion el que, durante aquel periodo, el tuviera que compartir la suerte de la marineria britanica, con comidas preparadas apresuradamente, carnes medio crudas y pan seco, de tal modo que mas de una vez sintio el impulso de ahogar las penas en grog. En vista de que su mujer no parecia encontrar en la vida otro aliciente, el decidio abrir uno de aquellos libros, aunque solo fuera para tener tema de conversacion durante sus improvisadas comidas. Pero lo encontro farragoso, lleno de hechos extranos y animales mas extranos aun, y abandono el intento a las pocas paginas, antes de conocer al capitan Aubrey. Menos mal que Paola era una lectora rapida y al terminar la ultima novela de la serie, regreso al siglo xx, en apariencia indemne tras varias semanas de estar expuesta a naufragios, batallas y escorbuto.

De alli procedian los mapas.

– Tendre que hablar con tu madre -dijo el.

– ?Hablar, de que? -pregunto Chiara, que otra vez tenia la cabeza inclinada sobre los mapas y con la mano izquierda pulsaba la calculadora, instrumento que hubiera envidiado el capitan Aubrey, penso Brunetti.

– Las lecciones de vela.

– Ah, yes -dijo Chiara, pasando al ingles con la suavidad de una anguila-. I long to sail a ship.

Brunetti la dejo entregada a sus calculos, volvio a llenar el vaso, sirvio otro y se fue al estudio de Paola. Por la puerta abierta, la vio echada en el sofa. Solo la frente le asomaba por encima del libro que tenia en las manos.

– Captain Aubrey, I presume -dijo Brunetti.

Ella se puso el libro en el estomago y sonrio a su marido. Sin decir palabra, extendio el brazo y tomo el vaso de vino que el le ofrecia. Dio un sorbo, encogio las piernas para hacerle sitio y, cuando el se hubo sentado, pregunto:

– ?Has tenido un mal dia?

El suspiro, se apoyo en el respaldo y le puso la mano derecha en los tobillos.

– Sobredosis. Veinte anos, estudiante de arquitectura.

Callaron un rato, hasta que Paola dijo:

– Tuvimos mucha suerte en nacer cuando nacimos. -El la miro y ella explico-: Antes de la droga, quiero decir. Bueno, antes de que se drogara todo el mundo. -Tomo un sorbo de vino y prosiguio-: Me parece que habre fumado marihuana dos veces en toda mi vida. Gracias a Dios, no me hizo efecto.

– ?Por que «gracias a Dios»?

– Porque, si me hubiera gustado o me hubiera hecho sentir lo que dicen que hace sentir a la gente, quiza hubiera seguido filmandola. O hubiera decidido probar algo mas fuerte.

El penso que no habia sido menos afortunado.

– ?Que lo ha matado?

– La heroina.

Ella movio la cabeza tristemente.

– He estado con los padres hasta ahora mismo. -Brunetti tomo otro sorbo-. El padre es campesino. Han venido del Trentino para identificarlo y se han vuelto.

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