afan por tranquilizar a su padre demostraba que ya lo era.

– Me alegra oir eso -dijo Brunetti. Extendio la mano y dio a su hijo unas palmadas en el brazo. Se levanto y fue al fogon-. ?Preparo mas cafe? -pregunto despues de llevar la cafetera al fregadero y abrirla.

Raffi miro el reloj.

– No, papa, gracias, tengo que irme. -Se levanto y salio de la cocina.

Minutos despues, mientras Brunetti esperaba que estuviera el cafe, oyo cerrarse la puerta de la casa. Escucho las rapidas pisadas de Raffi que retumbaban en el primer tramo de la escalera, pero la subita erupcion del cafe ahogo el sonido.

Como aun era temprano para que los barcos fueran muy llenos, Brunetti tomo el 82 hasta San Zaccaria. Alli compro dos periodicos, que se llevo al despacho. Ya no se hacia referencia a la muerte de Rossi, y el suelto sobre Marco Landi indicaba poco mas que el nombre y la edad. Encima habia la noticia -convertida ya casi en rutina- de un coche lleno de jovenes destrozado, junto con las vidas de sus ocupantes, contra un platano de una de las carreteras estatales que conducian a Treviso.

Durante los ultimos anos, Brunetti habia leido tantas noticias de sucesos tragicos como ese que apenas necesito detenerse en el para saber lo ocurrido. Los jovenes -en ese caso, dos chicos y dos chicas- habian salido de una discoteca pasadas las tres de la manana y se habian ido en el coche del padre del conductor. Al cabo de un rato, al conductor le asalto lo que los cronistas habian dado en llamar un colpo di sonno y el automovil se habia salido de la carretera y habia impactado contra un arbol. Aun era pronto para conocer la causa del ataque de somnolencia, pero generalmente era el alcohol o las drogas. Eso se sabia una vez practicada la autopsia en el conductor y en todos aquellos a los que se habia llevado consigo a la muerte. Y para entonces el caso ya habia desaparecido de las primeras paginas, estaba olvidado, sustituido por las fotos de otros jovenes, victimas de su juventud y de sus muchos deseos.

Brunetti dejo el periodico en la mesa y bajo al despacho de Patta. La signorina Elettra no estaba, por lo que llamo a la puerta y al oir el grito de respuesta de su superior, entro.

El hombre que ahora estaba sentado detras del escritorio no parecia el mismo que Brunetti habia visto la ultima vez que habia estado en aquel despacho. Habia vuelto el viejo Patta: alto, elegante, vestido con un traje ligero que se amoldaba a sus hombros atleticos como un guante. Su tez respiraba salud y sus ojos, serenidad.

– ?Que hay, comisario? -pregunto, levantando la mirada del unico papel que tenia encima de la mesa.

– Me gustaria hablar con usted, vicequestore -dijo Brunetti, parandose al lado de la silla situada frente a la mesa y esperando a que Patta lo invitara a sentarse.

Patta levanto un almidonado puno y miro la oblea de oro que llevaba en la muneca.

– Tengo unos minutos. ?De que se trata?

– Del asunto de Jesolo. Y de su hijo. De si ya ha tomado una decision.

Patta echo el cuerpo hacia atras. Al observar que Brunetti podia mirar el papel que tenia delante, le dio la vuelta y cruzo las manos sobre el reverso en blanco.

– No se que deba tomarse decision alguna, comisario -dijo, con una entonacion que denotaba su extraneza porque a Brunetti se le hubiera ocurrido hacer semejante pregunta.

– Me gustaria saber si su hijo estaria dispuesto a hablar de las personas de quienes obtuvo la droga. -Con la discrecion habitual en el, Brunetti se abstuvo de decir «compro las drogas».

– Estoy seguro de que, si el supiera quienes son, no vacilaria en decirlo a la policia. -Brunetti detecto en la voz de Patta la misma nota de ofensa y confusion que habia oido en las de cientos de sospechosos y testigos recalcitrantes, y vio en su cara la misma sonrisa de inocente desconcierto. Su tono no admitia replica.

– ?Si supiera quienes son? -repitio Brunetti convirtiendo la frase en pregunta.

– Exactamente. Como usted ya sabe, el ignora como llegaron a su poder esas drogas, ni quien pudo meterselas en el bolsillo. -La voz de Patta era tan firme como serena su mirada.

«De modo que esas tenemos», penso Brunetti.

– ?Y las huellas dactilares, senor?

La sonrisa de Patta era amplia, y parecia autentica.

– Ya se, ya se la impresion que eso debio de causar cuando le interrogaron. Pero el me ha dicho, y se lo ha dicho a la policia, que se encontro el sobre en el bolsillo cuando volvia de la pista de baile, al buscar un cigarrillo. No tenia idea de lo que era, de modo que lo abrio para ver que habia dentro, como hubiera hecho cualquiera, y entonces debio de tocar algunas de las bolsas.

– ?Algunas? -pregunto Brunetti con una voz desprovista de escepticismo.

– Algunas -repitio Patta con un enfasis que puso fin a la discusion.

– ?Ha visto el periodico de hoy, senor? -pregunto Brunetti sorprendiendose a si mismo tanto como a su superior con la pregunta.

– No -respondio Patta, y agrego, gratuitamente, en opinion de Brunetti-: He estado tan ocupado desde que he llegado que no he tenido tiempo de mirar el periodico.

– Esta noche, cuatro adolescentes han sufrido un accidente de trafico. El coche en el que viajaban al salir de una discoteca se ha estrellado contra un arbol. Un chico, estudiante, ha muerto y los otros tres estan graves. -Aqui Brunetti se detuvo. Una pausa por completo diplomatica.

– No. No lo he visto -dijo Patta. Tambien el callo un momento, pero la suya fue la pausa de un capitan de artilleria, para decidir hacia donde descargara las baterias-. ?Por que lo dice?

– Uno de los pasajeros ha muerto, senor. Dice el periodico que el coche iba a unos ciento veinte kilometros por hora cuando choco contra el arbol.

– Muy lamentable, desde luego, comisario -dijo Patta con el pesar que le inspiraria una observacion acerca de la regresion del pajaro trepador azul. Volvio a centrar la atencion en la mesa, dio la vuelta al papel, lo inspecciono y lanzo una rapida mirada a Brunetti-. Si ha ocurrido en Treviso, supongo que el caso les incumbe a ellos, no a nosotros. -Se quedo mirando el papel con afectacion y, despues de leer varias lineas, levanto la vista, como si lo sorprendiera encontrar aun alli a Brunetti-. ?Eso es todo, comisario?

– Si, senor. Eso es todo.

Al salir del despacho, Brunetti sintio que el corazon le latia con tanta fuerza que tuvo que apoyarse en la pared. Ahora se alegraba de que la signorina Elettra no estuviera en su sitio. Cuando se le calmo la respiracion y recupero el autodominio, subio a su despacho.

Hizo lo que sabia que tenia que hacer: el trabajo de rutina distraeria su atencion de la colera que sentia hacia Patta. Estuvo revolviendo los papeles de la mesa hasta que dio con el numero de telefono que se habia encontrado en la cartera de Rossi, el que correspondia a Ferrara. Marco y esta vez, a la tercera senal, contesto una voz de mujer:

– Gavini y Cappelli.

– Buenos dias, signora. Soy el comisario Guido Brunetti de la policia de Venecia.

– Un momento, por favor -dijo ella, como si hubiera estado esperando su llamada-. Ahora mismo le paso.

El aparato enmudecio mientras ella hacia la conexion y al cabo de un momento una voz de hombre dijo:

– Gavini. Me alegro de que por fin alguien responda a nuestra llamada. Confio en que pueda usted decirnos algo. -Era una voz grave y sonora que denotaba gran interes por lo que Brunetti tuviera que decir.

Brunetti tardo unos segundos en responder.

– Tendra que perdonarme, signor Gavini, pero no se a que se refiere. Yo no he recibido ningun mensaje suyo. -Como Gavini no dijera nada, agrego-: Pero me gustaria saber por que esperaba que le llamara la policia de Venecia.

– Por lo de Sandro -dijo Gavini-. Les llame despues de su muerte. Su esposa me dijo que el habia encontrado en Venecia a alguien que podia estar dispuesto a hablar. -Brunetti iba a interrumpir cuando Gavini cambio de tono para preguntar-: ?Esta seguro de que ahi nadie recibio mi mensaje?

– No lo se. ?Con quien hablo, signor Gavini?

– Con un agente, no recuerdo el nombre.

– ?Podria repetirme lo que le dijo a el? -pregunto Brunetti acercandose una hoja de papel.

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