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Como la mayoria de los italianos, Brunetti creia que existia un registro de todas las llamadas telefonicas que se hacian en el pais y que se sacaba copia de todos los faxes que se enviaban; pero, ademas, como muy pocos italianos, el sabia a ciencia cierta que era asi. No obstante, ni la simple creencia ni la certeza absoluta influian apreciablemente en el comportamiento de la ciudadania: nunca nadie decia por telefono algo que tuviera importancia, que pudiera incriminar a cualquiera de los interlocutores o interesar a una agencia gubernamental que estuviera a la escucha. La gente hablaba en clave, «dinero» se convertia en «jarros» o «flores» y las inversiones y las cuentas eran «amigos» en paises extranjeros. Brunetti ignoraba cuan difundida podia estar esa creencia y la prudencia que generaba, pero sabia lo suficiente para proponer a su amiga de la Banca de Modena que se encontrasen en un cafe en lugar de pedirle informacion directamente por telefono.
Como el banco estaba al otro lado del Rialto, quedaron para tomar una copa antes del almuerzo en
Mientras avanzaba por Riva degli Schiavoni, miro a la izquierda, esperando ver los remolcadores y lo sorprendio tanto su ausencia como el repentino descubrimiento de que habian desaparecido hacia anos y el lo habia olvidado. ?Como habia podido olvidar algo tan conocido? Era como no acordarte de tu numero de telefono o de la cara del panadero. No sabia adonde habian ido a parar los remolcadores ni cuantos anos hacia que habian desaparecido, dejando libre la
Que bonitos nombres latinos tenian aquellas gallardas embarcaciones rojas, siempre listas para salir a ayudar a los barcos a remontar el Canale della Giudecca. Seguramente, los barcos que ahora arribaban a la ciudad eran demasiado grandes para que los pequenos remolcadores les sirvieran de ayuda; aquellos monstruos, mas altos que la Basilica, con miles de figuras diminutas como hormigas congregadas en las cubiertas, atracaban, bajaban las pasarelas y lanzaban a sus pasajeros a deambular por la ciudad.
Brunetti ahuyento esos pensamientos y giro hacia la
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– Deja que te invite a una copa -dijo el tomandola del brazo, por una costumbre adquirida hacia decadas, para llevarla hacia el bar.
Pidieron
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El barman les puso delante una pequena fuente de patatas fritas, de las que hicieron caso omiso. La presion de los clientes del bar fue empujandolos hacia atras, hasta que se encontraron junto a las ventanas, viendo pasar a la gente.
Franca sabia que aquello era una reunion de trabajo. Si Brunetti hubiera querido charlar de la familia, lo hubiera hecho por telefono en lugar de citarla en un bar que el sabia que estaria tan concurrido que nadie podria oir lo que hablaban.
– ?De que se trata, Guido? -pregunto ella, pero sonriendo para suavizar la brusquedad de sus palabras.
– Prestamistas -respondio el.
Ella lo miro, desvio la mirada y, rapidamente, volvio otra vez los ojos hacia el.
– ?Por cuenta de quien preguntas?
– Por la mia propia, desde luego.
Ella sonrio, pero muy levemente.
– Eso ya lo se, Guido, pero ?los investigas por cuenta de la policia o del amigo que solo busca informacion?
– ?Por que quieres saberlo?
– Porque, si es lo primero, me parece que no tengo nada que decir.
– ?Y si fuera lo segundo?
– Entonces podriamos hablar.
– ?Por que esa diferencia? -pregunto el. Se acerco al bar y tomo un punado de patatas, mas para darle tiempo de pensar la respuesta que porque le apetecieran.
Cuando volvio, ella ya estaba preparada. No quiso patatas, y tuvo que comerselas el.
– Si fuera lo primero, cualquier cosa que te dijera podria tener que repetirla ante un tribunal o tu tendrias que decir quien te dio la informacion. -Sin darle tiempo a preguntar, prosiguio-: Si es solo una charla entre amigos, puedo decirte todo lo que sepa, pero te advierto que, si un dia me interrogaran, no recordaria haberte dicho nada. -No sonreia al decirlo, a pesar de que, habitualmente, de Franca brotaba alegria como la musica de un tiovivo.
– ?Tan peligrosos son? -pregunto Brunetti tomando la copa de ella y alargando el brazo para dejarla en el mostrador, al lado de la suya.
– Vamos afuera -dijo ella. Una vez en el
Brunetti se acerco. A la luz que se derramaba desde lo alto de los tejados, vio la imagen de ambos reflejada en la luna del escaparate. La pareja del cristal hubiera podido ser la de los dos adolescentes que hacia mas de veinte anos solian encontrarse alli para tomar un cafe con los amigos.
La pregunta acudio espontaneamente a los labios de Brunetti:
– ?Tanto te asustan?
– Mi hijo tiene quince anos -explico ella. El tono era el que podia haber utilizado para hablar del tiempo o, incluso, de la aficion de su hijo por el futbol-. ?Por que me has citado aqui, Guido?
El sonrio.
– Se que eres una persona ocupada y se donde vives, asi que pense que te pillaria de camino. Estas casi en tu casa.
– ?Es la unica razon? -pregunto ella, mirando del Brunetti del escaparate al de carne y hueso.
– Si. ?Por que?
– Tu no sabes nada de esa gente, ?verdad?
– No. Se que existen y se que estan aqui, en esta ciudad, porque tienen que estar, pero no porque oficialmente se nos hayan hecho denuncias.
– Y los que tratan con ellos son los de Finanza, ?verdad?
Brunetti se encogio de hombros. No tenia una idea clara de que hacian los funcionarios de la Guardia di Finanza. Los veia a menudo, con su uniforme gris adornado con las brillantes llamas de una supuesta justicia, pero no le constaba que hicieran mucho mas que inducir a una sociedad fiscalmente acosada, a buscar nuevas formas de evasion de impuestos.
El asintio, resistiendose a expresar con palabras su ignorancia.
Franca paseo la mirada por la pequena plaza. Miraba y callaba. Finalmente, senalo con la barbilla un